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SALAMANCA ��EN LA GUERRA DE LA�� INDEPENDENCIA ��(1808-1814)

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En la primera división del escudo aparece representado el Puente Romano. El toro alude al paisaje del Campo Charro, conocido por sus dehesas donde se crían toros bravos.

 

El origen exacto de los palos y la bordura con las cruces de plata son las armas del conde Don Vela, infante de Aragón, que habría llegado a Salamanca a ayudar a la princesa Urraca de León y a su esposo Raimundo de Borgoña en la repoblación de la ciudad que les había encomendado el rey Alfonso VI de León, padre de Urraca. Al tratarse Don Vela de un personaje de la Casa de Aragón, de este hecho procederían los cuatro bastones del escudo de Salamanca, conocidos también como las barras de Aragón, mientras que la orla con las cruces de Jerusalén se deberían a la participación de este conde en la conquista de Tierra Santa.

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CIUDAD RODRIGO

PEÑARANDA

BÉJAR

LEDESMA

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El ejército aliado, al mando del Wellington, avanza desde Ciudad Rodrigo a Salamanca, en junio de 1812.

El ejército francés, al mando de Marmont, en ese momento se encontraba disperso, y ordenó a todas las divisiones reunirse con la mayor brevedad en Fuentesaúco, a unos 35 kilómetros de Salamanca.

Dejó tropas para defender el paso del río Tormes a través de Alba y marchó para ponerse al frente del Ejército Francés de Portugal.

Cruzó el Tormes por los vados de El Canto y de Santa Marta, a pocos kilómetros al norte y al sur de Salamanca. La Sexta División entró en la ciudad el día 17 de junio, con Wellington al frente.

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Salamanca no había quedado libre de tropas francesas. El marscal Marmont había dejado una guarnición de 800 hombres repartidos en tres fuertes, que dominaban con sus cañones el paso del puente romano sobre el río Tormes.

Desde su llegada a Salamanca a comienzos de 1809, los franceses se habían planteado la construcción de una ciudadela o recinto fortificado.

De este modo se aseguraría el domino de la ciudad, aun cuando la campaña de Portugal les obligase a dejar una pequeña guarnición que sería necesario proteger el ataque de las guerrillas o de un posible levantamiento popular hasta que pudiera recibir refuerzos.

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Las dificultades surgieron enseguida para Wellington. Había que tomar los fuertes a toda costa, pero no se disponía ni de los cañones adecuados ni de la cantidad necesaria de munición para llevar a cabo un asedio en toda regla

Los conventos estaban bien fortificados y para nada serían fácil de tomar. Además, Marmont con su ejército reunido, avanzó hacia Salamanca con la intención de levantar el sitio de los fuertes.

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La noche del 23 de junio, Wellington ordenó que se tomaran al asalto los fuertes de San Cayetano y La Merced, después de seis días de asedio. No fue una buena decisión. Fracasaron en su intento, debido al fuego de artillería proveniente del frente de San Cayetano y desde la retaguardia de San Vicente (120 muertos y heridos por parte británica)

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Los británicos decidieron esperar a que llegara la munición necesaria para proseguir con el bombardeo de los fuertes. Mientras se cavó una trinchera de aproximación desde una de las baterías hacia el suroeste. Serviría para que los Rifles dispararan sore los cañones de San Vicente, que se podían ver desde ese lado. Se comenzó a trabajar en otra trinchera que discurriría a lo largo de lo que hoy se conoce como la Vaguada de la Palma hasta San Cayetano. Allí se situó un piquete de soldados para evitar la comunicación con San Vicente.

La guarnición de los fuertes se dio cuenta de las intenciones de los asaltantes y disparó contra éstos, infligiendo muchas bajas. Pero los trabajos de excavación siguieron adelante, y el día 26 de junio se alcanzó la vieja muralla de la ciudad. Esto permitió que varios piquetes pudieran situarse en algunos edificios en ruinas impidiendo la comunicación entre los dos fuertes menores y el principal de San Vicente.

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La munición llegó por fin la mañana del 26, y los cañones y obuses, que se habían retirado para evitar su destrucción mientras estaban inactivos, se colocaron de nuevo en las baterías. Los cañones seguían batiendo San Cayetano, mientras los obuses lanzarían bola roja (balas de cañón calentadas al rojo vivo) con la intención de incendiar el tejado de San Vicente, que los defensores no habían tenido tiempo de cubrir con arena.

Al mediodía comenzaron los disparos, y antes del anochecer, San Vicente estaba en llamas en distintos puntos. Con gran esfuerzo, la guarnición consiguió extinguir los fuegos.

Dos cañones de seis libras y un obús de bronce se trasladaron a la batería situada en el convento de San Bernardo, con la intención de poner en jaque a la artillería francesa. Esa noche se intentó construir una trinchera de aproximación alternativa desde el Colegio de Cuenca hasta San Cayetano, para así colocar una mina que destruyera las murallas del fuerte, ya que con la artillería parecía imposible abrir una brecha.

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Desde el sur también se realizaron trabajos de minado del fuerte de La Merced. La excavación de estas trincheras de aproximación se realizó con rapidez, gracias a la protección que ofrecía el terreno del fondo de la vaguada y por la escasa resistencia que oponía la piedra arenisca, en la que se podía cavar con facilidad.

Al amanecer del 27 de junio, las baterías reanudaron el fuego, causando una gran destrucción. Por fin se había conseguido abrir una brecha practicable en San Cayetano, y San Vicente estaba envuelto en llamas.

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No había tiempo que perder. Las tropas ya estaban en posición en la vaguada, junto debajo de San Cayetano, preparadas para llevar a cabo el asalto cuando, de pronto, apareció una bandera blanca ondeando sobre el edificio. El comandante francés ofreció la rendición de San Cayetano y La Merced, pero antes de debía consultar con su superior al mando del fuerte de San Vicente, por lo que solicitaba una tregua de dos horas.

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Wellington le dio cinco minutos para rendirse, después de lo cual podrían abandonar el fuerte con todas sus posesiones y con la garantía de que nadie le haría daño. El francés, temiendo quizás la venganza de Napoleón contra todo oficial que rindiera una fortificación antes de que ésta fuera asaltada, se negó, por lo que se le pidió que arriara la bandera blanca, ya que el asalto era inminente.

Entonces, el comandante de San Vicente ofreció la rendición en tres horas. Pero Wellington, pensando acertadamente que era una estratagema para ganar tiempo y así lograr apagar los incendios que consumían el fuerte, le concedió cinco minutos, pasados los cuales la artillería volvió a abrir fuego.

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Los soldados británicos penetraron por la brecha abierta en San Cayetano, mientras que las murallas de La Merced se superaron por medio de escaleras. El 9º de Caçadores, que estaba oculto en la vaguada y en los edificios cercanos, corrió hacia los muros de San Vicente, pero, esta vez, la guarnición no ofreció resistencia y el asedio llegó a su fin.

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Unos días después algunos soldados españoles vigilaban los barriles de pólvora que los franceses habían almacenado en los fuertes y que se iba a transportar a Ciudad Rodrigo. La negligencia de estos soldados iba a completar la destrucción de parte del patrimonio monumental de Salamanca:

“Me desperté cuando mi ventana se hizo añicos y enormes trozos de piedra comenzaron a caer sobre el tejado. Al principio pensé que los franceses habían vuelto a la ciudad, pero resultó ser que un centinela español se había puesto a fumar al lado de uno de los barriles de pólvora. La explosión destruyó las casas en cien metros a la redonda, y enterró bajo los escombros a todos sus habitantes. Toda la ciudad templó. Yo estaba a unos quinientos metros del lugar de la explosión y me acerqué a ver los daños. Sacaron unos cuarenta o cincuenta muertos de debajo de los escombros, hombres, mujeres y niños” (Glover)

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