Page 1 of 9
1
Carlos Alonso Bedate SJ
“Con estos hechos en mente he entendido y presentado las afirmaciones contenidas en
el libro del Génesis de varios modos conforme a mi capacidad, y al interpretar
palabras que hayan sido escritas oscuramente con el propósito de estimular nuestro
intelecto, no he tomado partido descaradamente a favor de un lado contra alguna
interpretación rival que podría ser mejor”. San Agustín.
La Naturaleza no nos enseña las cosas que son de derecho natural de forma clara y
distinta que no se pueda introducir fácilmente el error en la deducción de algunas
consecuencias a partir de los principios, especialmente cuando las conclusiones se
siguen de los principios de forma remota y oscura. Luis de Molina
No pretendo hacer una semblanza del Dr. Francesco Abel porque creo que sería muy
difícil además de que no me considero capaz. De alguna manera, se podría decir que Abel era,
con su vida, un prototipo de lo que debería ser la Bioética: Saber aceptar la general como regla
del “deber” teniendo en cuenta que lo particular no está determinado por lo general, sino que se
llega a ello después de un esfuerzo de intercambio de proposiciones, sin estrategias previas. Abel
insistía en no tener estrategias previas en los procesos de deliberación porque su denominador
era escuchar y sobre todo preguntar, cosa que generalmente no hacemos. Pero sí voy a intentar, a
propósito de Abel, hacer algunas reflexiones sobre mi modo de entender la Bioética.
Abel asistió al nacimiento del edificio de la Bioética y sabía que para tener alguna
posibilidad de subsistencia, la disciplina debería estar cimentada sobre la roca de la concordia y no
sobre las arenas movedizas, procedentes de posturas ideológicas mantenidas en el mundo de las
ideas. Para construir un edificio sólido había que cocer apropiadamente cada uno de los ladrillos,
preparar y saber esparcir unos buenos cimientos, seguir con parsimonia los planos para albergar
paulatinamente las flores y las espinas, y mantener encendidas las velas humeantes. La aparente
tiniebla que provenía de velas parpadeantes podía albergar más lucidez que una fugaz brillante luz.
Si el edificio tenía tales cimientos los vientos, vinieran de donde vinieran, no podrían derrumbarlo.
Quizás alguna almena del edificio podría caerse, al soplar vientos violentos, pero al cesar la
violencia del viento la almena podría ser reparada. La destemplanza es una actividad que no puede
ser fácilmente reparada.
Algunos dicen que Abel ha sido el fundador de la Bioética en España y en Europa. En cierto
modo así es, pero hay que tener en cuenta que los movimientos y sobre todo los movimientos
históricos no nacen de la actividad de uno o aún varios individuos. Potter pudo enunciar el concepto
de Bioética porque ésta percepción se había venido fraguando como una necesidad que venía a
cubrir un hueco necesario, provocado por el choque de trenes que marchaban en direcciones
contrarias y de una forma alocada. La Bioética se convierte en movimiento, se hace visible y surge
con vigor porque la tragedia la hace necesaria. En este sentido el nacimiento de la Bioética surge
con independencia de los individuos que la hicieron ver. Tales individuos suelen ser visionarios
porque ven lo que muchos otros no ven. A veces ese vigor visionario es impetuoso y logra poner en
la práctica de forma inmediata lo que pretendía, como ocurre en la mayoría de las revoluciones,
pero mucho me temo que lo mismo que los cambios aparecen, se pueden desvanecer, creando, en su
entorno, un gran desasosiego generando lo contrario de lo que pretendían.
Abel propone que la Bioética, al ser una metodología, debería llegar a convertirse en norma
de conducta comunicativa y con ello hacer del mundo una comunidad de individuos que aceptaran
valores diferentes y que quisieran llegar a vivir dentro de un marco de constante reflexión y
valoración de lo ajeno. Quisiera recalcar la palabra vivir, porque llegar a resolver en lo particular es
bueno, y el último objetivo de una deliberación concreta, pero eso no es la Bioética. Si pensamos
que la Bioética se reduce a resolver en lo particular, es posible que estemos asistidos, en poco
tiempo, al nacimiento, al esplendor y a la muerte de la Bioética.
Page 2 of 9
2
La prudencia de Abel era extrema pero también lo era su reflexiva falta de miedo. En su
prudencia se revelaba el no dejarse llevar por convenciones al curso, admitiendo la posibilidad de
nuevos enfoques de problemas antiguos. En su reflexiva falta de miedo se revelaba el deseo de no
querer generar conflictos más allá de lo que podría ser entendido, pero también su deseo de abrir
horizontes porque algunas veces sentía que el oxígeno se había agotado. No quería generar traumas
mayores que los que pretendía solucionar, pero tampoco se arredraba por el hecho de que algunas
de sus palabras pudieran generar incertidumbres. No es fácil entender el ejercicio de una prudencia
valerosa ni una falta de miedo prudente. Aparentemente ambas actitudes son contradictorias, pero
desde mi punto de vista es este el ejercicio propio de la Bioética. Desgraciadamente, la vida no es
sólo prudencia ni sólo falta de miedo. La vida es siempre un balance entre las dos actitudes. El
inmovilismo generado por una excesiva prudencia y la falta de miedo ejercida por un deseo de mera
novedad, son fuerzas que hacen desaparecer cualquier corriente de pensamiento que tenga
pretensión de permanecer. Sin este dinamismo entre novedad y prudencia, la Bioética crecerá
lánguidamente, si es que llega a desarrollarse.
Con frecuencia nos sentimos forzados a colocarnos en la cúspide de una pirámide donde
movimientos no bien controlados pueden conducir a deslizarnos por una pendiente tras la cual no se
conoce con precisión el fondo. Para movernos en esa situación es necesario poseer un arte del bien
hacer nada común. Por eso estamos dados a situarnos lejos de los límites de las cúspides donde es
fácil vivir en la seguridad. Este deseo de buscar horizontes para curar en lo particular, aún en
sábado, le llevaba a Abel a moverse en terrenos resbaladizos y rechazar la regla de que una presunta
ley rige los procesos naturales, que del ser, como cada uno lo entiende, se sigue necesariamente el
deber y que tales leyes pueden fijar de manera apodíctica las normas de conducta en lo particular.
Le llevaba a situarse lejos de la creencia de que tras el análisis de una situación afloraría de forma
casi inmediata y evidente la evaluación ética.
No se si es una desgracia o no pero la vida en muchas ocasiones fuerza a vivir en los filos de
unas pirámides, que son mas altas y deslizables de lo deseable. Vivir en tales filos puede
considerarse una desgracia porque genera o puede generar sufrimiento al tener que decidir lo
inesperado, pero la falsedad de que no existen tales filos genera más sufrimiento, y sobre todo
lejanía, que impide posibles concordias. La lejanía sí es difícil de reparar. En aras de un rigor
establecido a priori, es frecuente ver lo fácilmente con que solemos descalificar a nuestros
interlocutores sin ni siquiera haberles preguntado.
Para Abel, siguiendo una genuina tradición Ignaciana y sobre todo evangélica, la habilidad
de ver en el interior de las personas, entrar a comprender la agonía que engendraban situaciones
conflictivas, ver lo que hay bajo las apariencias y la capacidad de enfocar las diferentes perspectivas
que incidían en un caso concreto, constituía el verdadero rigor de una argumentación. La lógica del
diálogo, la consistencia, la coherencia, el razonamiento y la razonabilidad eran las otras caras del
rigor. El desconocimiento de los esquemas mentales del interlocutor hace imprescindible el diálogo
interdisciplinar sin el cual es imposible cumplir las indicaciones de estar actuando con rigor. Con
gran frecuencia, además, los problemas a resolver suelen formularse como dilemas desprendidos de
la aceptación o rechazo de principios, que también se formulan como dilemáticos. Ambas actitudes
constituyen, a mi entender, un grave error y la fuente de muchos desacuerdos innecesarios.
Ante planteamientos dilemáticos, si no queremos quedarnos en disquisiciones puramente
académicas no nos queda más remedio que elegir entre una de las posibilidades planteadas. Una vez
colocados en uno de los extremos de la discusión, el encuentro y convergencia es, poco menos que,
o si no, totalmente ilusorio. Esta no era la actitud de Abel porque su objetivo era tratar de orientar
las acciones hacia un momento humanizador en lo personal e impulsar a filósofos y teólogos a la
búsqueda de soluciones que orientasen lo particular. A Abel le interesaban los principios pero le
Page 3 of 9
3
interesaba examinar cómo el principio podría iluminar lo particular: Un ser humano concreto y su
situación era quien, en último término, estaba en juego y el único sujeto de derechos y
obligaciones.
Por eso en muchas ocasiones yo no hubiera presentado algunas propuestas sobre la
naturaleza del embrión humano en sus etapas iniciales de desarrollo, en razón de la potencialidad
intrínseca y autónoma que no tiene por diseño biológico, y la investigación con células troncales
embrionarias, y en una posible redefinición del concepto de aborto en su dimensión moral, a menos
que él me lo hubiera pedido. ¿No cabría la posibilidad de pensar que determinadas propuestas de la
Biología pudieran matizar algunas de las argumentaciones sobre el valor de lo que denominamos
con el término Vida Humana, que en realidad es una metáfora para expresar algo más profundo?: La
existencia de un Ser personal. La utilización de términos no bien definidos conduce a discusiones
interminables y a la autodefensa. Por eso, uno de los brazos de la Bioética es preguntar y saber
formular adecuadamente lo que se quiere preguntar y definir.
Cuando al terminar una de nuestras reuniones allá por la década de los 90 el Cardenal
Martini me dijo después de una algo tortuosa sesión: continúa con prudencia, y sobre todo con
bondad, expresando tus ideas, me dí cuenta que las preguntas que me hacía Abel podrían tener mas
alcance de lo que yo vislumbraba. Entendí al mismo tiempo que la prudencia, la bondad, la
mansedumbre y la ausencia de recelos y miedos eran piezas clave en el proceso de hacer que la
Bioética tuviera un lugar en el mundo y que las autocracias de cualquier signo, creyendo que poseen
siempre toda y la única verdad, antes o después dejarían de ilusionar. La pérdida de ilusión y la
renuncia a la búsqueda es lo peor que le puede ocurrir a una disciplina. Aprendí que conviene al
sabio entender los principios y lo que de ellos se colige. Pero era de sabios, igualmente, comprender
que las conclusiones que se coligen de ellos, al no poder deducirse, en lo particular, de forma
matemática tienen que ser matizadas, no sólo por una prudencia responsable que retiene el pasado,
sino por una actitud que indaga en lo desconocido.
Por eso, Abel era una persona de Hipótesis: ¿Cuál sería la consecuencia de que si en vez de
que A fuera la verdad, fuera B la verdad? ¿Cuál es la razón por la que tenemos que creer que A es la
verdad, en lugar de B? Mas aún, si ni A ni B configuran totalmente la verdad: ¿Por qué se ha de
afirmar que A debe prevalecer sobre B, o a la inversa? Más aún, ¿Por qué se tiene que elegir A o B?
En Bioética es conveniente hacerse con frecuencia tales preguntas. No debemos olvidar que la
palabra bioética se compone de dos términos, -Bios y Ética-, y que la aportaciones de la Bios
pueden sugerir la necesidad de realizar cambios conceptuales en su compañera de viaje, la ética. De
hecho no se puede descartar sin mas la idea de que la complejidad juega un papel importante y
probablemente decisivo en la constitución de la vida y en la distinción entre vida orgánica e
inorgánica y entre vida animada e inanimada y probablemente entre vida humana y no humana. Si
esto es así es posible que la biología tenga algo que añadir a la reflexión ética sobre estos temas. Es
ésta la razón, creo yo, que llevó a Abel a hacer ciertas propuestas que no agradaban a quienes
esperaban que por su situación de Jesuita ni siquiera se le debieran haber ocurrido. Para Abel poder
cuestionar normas concretas cuando hay razón para hacerlo, manteniendo el principio de la
dignidad de la persona, fue el reto filosófico, ético y de fe.
A este propósito me gustaría traer a colación unas palabras de Benedicto XVI al Bundestag
y que desde mi punto de vista han pasado desapercibidas a pesar de su importancia: “Hoy no es de
modo alguno evidente, de por sí, saber lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas
fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer
lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil
encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras
capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil”. Estas palabras cobran aún mas