Los Salmos.
Los salmos tienen su origen en la recopilación de los cánticos del Templo de Jerusalén. La tradición quiso pensar que el rey David había fijado las normas de esta liturgia y le atribuyó un gran número de salmos, al igual que atribuyó a Salomón los libros de la Sabiduría. Es probable que los levitas, a cargo de los cantos y melodías, «hijos de Asaph» o «hijos de Yedutum», jugaran un papel importante en su composición o en su selección. En el transcurso del tiempo las recopilaciones se enriquecieron con oraciones personales o lamentaciones colectivas, expresión de otra época donde la piedad personal y las vicisitudes de la comunidad creyente cobraron matiz diverso.
Los salmos han alimentado la piedad popular y han sido la oración de Jesús. Son todavía la base del oficio litúrgico que recitan hoy en día varios centenares de miles de religiosos, religiosas, sacerdotes, diáconos y laicos.