Los libros son constructores de la comunidad, de
sus múltiples identidades, de sus relatos, de sus valores, de sus debates y
discusiones, de sus desacuerdos y de sus encuentros. La tradición literaria argentina es un verdadero
portento para nosotras y nosotros y tiene una proyección global de enorme
importancia y predicamento. Los
libros, y la ficción particularmente, son herramientas de conocimiento que
enlazan la vida del pueblo y están profundamente entramados a la educación. Las
bibliotecas y las aulas tienen en maestras y maestros, en bibliotecarios y
bibliotecarias, los mediadores idóneos y capacitados para que las lecturas
acompañen el desarrollo educativo en todos los niveles de la enseñanza pública
y privada y puedan iluminar, generar debates. Es en esos lugares donde se forma
a los ciudadanos y las ciudadanas. Por eso es imperioso que la literatura
argentina, la actual, la de los albores del país, la de los pueblos originarios
que nos anteceden, esté a disposición de estudiantes y lectores a lo largo y
ancho del país. En ese sentido, escritoras y escritores
argentinos y de diversos lugares de Latinoamérica y España llamamos a una defensa
irrestricta de los libros, de los planes de lectura y de las bibliotecas. Las escritoras y escritores no somos
rehenes de ningún régimen ni de ninguna campaña electoralista. No se pueden
permitir ni la ridícula ofensiva oscurantista ni la violenta personalización sobre
ninguna escritora o escritor para contiendas que no tienen nada que ver con las
razones y los objetivos de nuestro trabajo. Lectores y lectoras, escritoras y escritores; libros,
fuera de toda disputa coyuntural y todo oscurantismo.