El acoso escolar, la violencia de género, los trastornos de la conducta alimentaria, los problemas en las relaciones afectivo-sexuales en el ámbito educativo... son diferentes maneras de manifestar unos conflictos que existen, con demasiada frecuencia, en nuestra sociedad, donde la competitividad y la individualización provocan unas altas tasas de trastornos relacionados con la ansiedad y la depresión.
El estrés en el que vivimos provoca dificultades en el control de las emociones y en la gestión adecuada de las conductas en las relaciones sociales. Educar implica el compromiso de toda la comunidad educativa y es, o debería de ser, el objetivo básico que garantice y favorezca el desarrollo personal y social del alumnado.
Familia y escuela son los dos ejes de referencia que permiten ese desarrollo y que, por tanto, deben estar “condenados” a entenderse y a trabajar juntos en el proyecto común que es el/la niño/a.