Page 1 of 21

1

Literatura, Arte y Sociedad

C.E.M 80

Curso: 4o2o

Profesora: María del Carmen Galavotti

__________________________________________________________________________________________

Antífona –Sófocles- Personajes:

Antígona, hija de Edipo.

Ismene, hija de Edipo.

Creonte, rey, tío de Antígona e Ismene

Eurídice, reina, esposa de Creonte.

Hemón. Hijo de Creonte.

Tiresias, adivino, anciano y ciego.

Un guardián.

Un mensajero.

__________________________________________________________________________________________

Coro de ancianos nobles de Tebas, presididos por el Corifeo.

La escena, frente al palacio real de Tebas con escalinata. Al fondo, la montaña. Cruza la escena Antígona,

para entrar en palacio. Al cabo de unos instantes, vuelve a salir, llevando del brazo a su hermana Ismene, a

la que baje bajar las escaleras y aparta de palacio.

ANTÍGONA.

Hermana de mi misma sangre, Ismene querida, tú que conoces las desgracias de la casa de Edipo, ¿sabes

de alguna de ellas que Zeus no hay a cumplido después de nacer nosotras dos? No, no hay vergüenza ni

infamia, no hay cosa insufrible ni nada que se aparte de la mala suerte, que no vea yo entre nuestras

desgracias, tuyas y mías; y hoy, encima, ¿qué sabes de este edicto que dicen que el estratego1 acaba de

imponer a todos los ciudadanos?. ¿Te has enterado ya o no sabes los males inminentes que enemigos

tramaron contra seres queridos?

ISMENE

No, Antígona, a mí no me ha llegado noticia alguna de seres queridos, ni dulce ni dolorosa, desde que nos

vimos las dos privadas de nuestros dos hermanos, por doble, recíproco golpe fallecidos en un solo día2.

Después de partir el ejército argivo, esta misma noche, después no sé ya nada que pueda hacerme ni más

feliz ni más desgraciada.

ANTÍGONA

No me cabía duda, y por esto te traje aquí, superado el umbral de palacio, para que me escucharas, tú sola.

ISMENE

¿Qué pasa? Se ve que lo que vas a decirme te ensombrece.

ANTÍGONA

Y, ¿cómo no, pues? ¿No ha juzgado Creonte digno de honores sepulcrales a uno de nuestros hermanos, y

al otro tiene en cambio deshonrado? Es lo que dicen: a Etéocles le ha parecido justo tributarle las justas,

acostumbradas honras, y le ha hecho enterrar de forma que en honor le reciban los muertos, bajo tierra. El

pobre cadáver de Polinices, en cambio, dicen que un edicto dio a los ciudadanos prohibiendo que alguien

le dé sepultura, que alguien le llore, incluso. Dejarle allí, sin duelo, insepulto, dulce tesoro a merced de las

aves que busquen donde cebarse. Y esto es, dicen, lo que el buen Creonte tiene decretado, también para ti

y para mí, sí, también para mí; y que viene hacia aquí, para anunciarlo con toda claridad a los que no lo

saben, todavía, que no es asunto de poca monta ni puede así considerarse, sino que el que transgrieda

alguna de estas órdenes será reo de muerte, públicamente lapidado en la ciudad. Estos son los términos de

la cuestión: ya no te queda sino mostrar si haces honor a tu linaje o si eres indigna de tus ilustres

antepasados.

ISMENE

No seas atrevida: Si las cosas están así, ate yo o desate en ellas, ¿qué podría ganarse?

Page 2 of 21

2

ANTÍGONA

¿Puedo contar con tu esfuerzo, con tu ayuda? Piénsalo.

ISMENE

¿Qué ardida empresa tramas? ¿Adónde va tu pensamiento?

ANTÍGONA

Quiero saber si vas a ayudar a mi mano a alzar al muerto.

ISMENE

Pero, ¿es que piensas darle sepultura, sabiendo que se ha públicamente prohibido?

ANTÍGONA

Es mi hermano —y también tuyo, aunque tú no quieras—; cuando me prendan, nadie podrá llamarme

traidora.

ISMENE

¡Y contra lo ordenado por Creonte, ay, audacísima!

ANTÍGONA

El no tiene potestad para apartarme de los míos.

ISMENE

Ay, reflexiona, hermana, piensa: nuestro padre, cómo murió, aborrecido, deshonrado, después de cegarse

él mismo sus dos ojos, enfrentado a faltas que él mismo tuvo que descubrir. Y después, su madre y esposa

—que las dos palabras le cuadran—, pone fin a su vida en infame, entrelazada soga. En tercer lugar,

nuestros dos hermanos, en un solo día, consuman, desgraciados, su destino, el uno por mano del otro

asesinados. Y ahora, que solas nosotras dos quedamos, piensa que ignominioso fin tendremos si violamos

lo prescrito y trasgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. No, hay que aceptar los hechos: que

somos_ dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres3; Y que tienen el poder, los que dan órdenes, y

hay que obedecerlas—éstas y todavía otras más dolorosas. Yo, con todo, pido, si, a los que yacen bajo

tierra su perdón, pues que obro forzada, pero pienso obedecer a las autoridades: esforzarse en no obrar

corno todos carece de sentido, totalmente.

ANTÍGONA

Aunque ahora quisieras ayudarme, ya no lo pediría: tu ayuda no sería de mi agrado; en fin, reflexiona

sobre tus convicciones: yo voy a enterrarle, y, en habiendo yo así obrado bien, que venga la muerte: amiga

yaceré con él, con un amigo, convicta de un delito piadoso; por mas tiempo debe mi conducta agradar a

los de abajo que a los de aquí, pues mi descanso entre ellos ha de durar siempre. En cuanto a ti, si es lo

que crees, deshonra lo que los dioses honran.

ISMENE

En cuanto a mi, yo no quiero hacer nada deshonroso, pero de natural me faltan fuerzas para desafiar a los

ciudadanos.

ANTÍGONA

Bien, tú te escudas en este pretexto, pero yo me voy a cubrir de tierra a mi hermano amadísimo hasta darle

sepultura.

ISMENE

¡Ay, desgraciada, cómo terno por ti!

ANTÍGONA

No, por mi no tiembles: tu destino, prueba a enderezarlo.

ISMENE

Al menos, el proyecto que tienes, no se lo confíes. a nadie de antemano; guárdalo en secreto que yo te

ayudare en esto.

ANTÍGONA

¡Ay, no, no: grítalo! Mucho más te aborreceré si callas, si no lo pregonas a todo el mundo.

ISMENE

Caliente corazón tienes, hasta en cosas que hielan.

ANTÍGONA

Sabe, sin embargo, que así agrado a los que más debo complacer.

ISMENE

Si, si algo lograrás... Pero no tiene salida, tu deseo.

ANTÍGONA

Page 3 of 21

3

Puede, pero no cejaré en mi empeño, mientras tenga fuerzas.

ISMENE

De entrada, ya, no hay que ir a la caza de imposibles.

ANTÍGONA

Si continúas hablando en ese tono, tendrás mi odio y el odio también del muerto, con

justicia. Venga, déjanos a mi y a mi funesta resolución, que corramos este riesgo, convenida como estoy

de que ninguno puede ser tan grave como morir de modo innoble.

ISMENE

Ve, pues, si es lo que crees; quiero decirte que, con ir demuestras que estás sin juicio, pero también que

amiga eres, sin reproche, para tus amigos.

Sale Ismene hacia el palacio; desaparece Antígona en dirección a la montaña. Hasta la entrada del coro,

queda la escena vacía unos instantes.

CORO

Rayo de sol, luz la más bella —más bella, si, que cualquiera de las que hasta hoy brillaron en Tebas la de

las siete puertas—, ya has aparecido, párpado de la dorada mañana que te mueves por sobre la corriente de

Dirce4. Con rápida brida has hecho correr ante ti, fugitivo, al hombre venido de Argos, de blanco escudo,

con su arnés completo, Polinices, que se levantó contra nuestra patria llevado por dudosas querellas, con

agudísimo estruendo, como águila que se cierne sobre su víctima, como por ala de blanca nieve cubierto

por multitud de armas y cascos de crines de caballos; por sobre los techos de nuestras casas volaba,

abriendo sus fauces, lanzas sedientas de sangre en torno a las siete puertas, bocas de la ciudad, pero hoy se

ha ido, antes de haber podido saciar en nuestra sangre sus mandíbulas y antes de haber prendido pinosa

madera ardiendo en las torres corona de la muralla, tal fue el estrépito bélico que se extendió a sus

espaldas: difícil es la victoria cuando el adversario es la serpiente5, porque Zeus odia la lengua de

jactancioso énfasis, y al verles cómo venían contra nosotros, prodigiosa avalancha, engreídos por el ruido

del oro, lanza su tembloroso rayo contra uno que, al borde ultimo de nuestras barreras, se alzaba ya con

gritos de victoria. Como si fuera un Tántalo6, con la antorcha en la mano, fue a dar al duro suelo, él que

como un bacante en furiosa acometida, entonces, soplaba contra Tebas vientos de enemigo arrebato.

Resultaron de otro modo, las cosas: rudos golpes distribuyó —uno para cada uno— entre los demás

caudillos, Ares, empeñado, propicio dios. Siete caudillos, cabe las siete puertas apostados, iguales contra

iguales, dejaron a Zeus, juez de la victoria, tributo broncíneo totalmente; menos los dos míseros que,

nacidos de un mismo padre y una misma madre, levanta-ron, el uno contra el otro, sus lanzas — armas de

principales paladines—, y ambos lograron su parte en una muerte común. Y, pues, exaltadora de nombres,

la Victoria ha llegado a Tebas rica en carros, devolviendo a la ciudad la alegría, conviene dejar en el

olvido las lides de hasta ahora, organizar nocturnas rondas que recorran los templos de los dioses todos; y

Baco, las danzas en cuyo honor conmueven la tierra de Tebas, que el nos guíe.

Sale del palacio, con séquito, Creonte.

CORIFEO

Pero he aquí al rey de esta tierra, Creonte, hijo de Meneceo, que se acerca, nuevo caudillo por las nuevas

circunstancias reclamado; ¿que proyecto debatiendo nos habrá congregado, a esta asamblea de ancianos,

que aquí en común hemos acudido a su llamada?

CREONTE

Ancianos, el timón de la ciudad que los dioses bajo tremenda tempestad habían conmovido, hoy de nuevo

enderezan, rumbo cierto. Si yo por mis emisarios os he mandado aviso, a vosotros entre todos los

ciudadanos, de venir aquí, ha sido porque conozco bien vuestro respeto ininterrumpido al gobierno de

Layo, y también, igualmente, mientras regía Edipo la ciudad; porque sé que, cuando él murió, vuestro

sentimiento de lealtad os hizo permanecer al lado de sus hijos. Y pues ellos en un solo día, víctimas de un

doble, común destino, se han dado muerte, mancha de fratricidio que a la vez causaron y sufrieron, yo,

pues, en razón de mi parentesco familiar con los caídos, todo el poder, la realeza asuma. Es imposible

conocer el ánimo, las opiniones y principios de cualquier hombre que no se haya enfrentado a la

experiencia del gobierno y de la legislación. A mi, quienquiera que, encargado del gobierno total de una

ciudad, no se acoge al parecer de los mejores sino que, por miedo a algo, tiene la boca cerrada, de tal me

parece —y no solo ahora, sino desde siempre— un individuo pésimo. Y el que en mas considera a un

amigo que a su propia patria, éste no me merece consideración alguna; porque yo —sépalo Zeus, eterno

escrutador de todo— ni puedo estarme callado al ver que se cierne sobre mis conciudadanos no salvación,

sino castigo divino, ni podría considerar amigo mío a un enemigo de esta tierra, y esto porque estoy

convencido de que en esta nave está la salvación y en ella, si va por buen camino, podemos hacer amigos.