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NANA DE LA CIGÜEÑA

QUE no me digan a mí

que el canto de la cigüeña

no es bueno para dormir.

Si la cigüeña canta

arriba en el campanario,

que no me digan a mí

que no es del cielo su canto

ELEGÍA

LA NIÑA rosa, sentada.

Sobre su falda,

como una flor,

abierto, un atlas.

¡Cómo la miraba yo

viajar, desde mi balcón!

Su dedo, blanco velero,

desde las islas Canarias

iba a morir al mar Negro.

¡Cómo lo miraba yo

morir, desde mi balcón!

La niña, rosa sentada.

Sobre su falda,

como una flor,

cerrado, un atlas.

Por el mar de la tarde

van las nubes llorando

rojas islas de sangre.

[EL MAR. LA MAR]

EL MAR. La mar.

El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste

del mar?

En sueños, la marejada

me tira del corazón.

Se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste

acá?

[¿CUÁNDO LLEGARÁ EL VERANO?]

¿C UÁ NDO llegará el verano?

¿Cuándo veré desde tierra,

amor, tu tienda de baños?

Vestida, en tu bañador

azul, hundirás el agua,

y saldrás desnuda, amor;

que el mar sabe lo que hace

para que te quiera yo.

¡Oh, tu cuerpo, henchido al viento,

desafiando la mar,

desafiando la playa,

la playa, la mar y el cielo!

Lo que dejé por ti

Dejé por ti mis bosques, mi perdida

arboleda, mis perros desvelados,

mis capitales años desterrados

hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,

un resplandor de fuegos no apagados,

dejé mi sombra en los desesperados

ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,

caballos sobre el sol de las arenas,

dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.

Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,

tanto como dejé para tenerte.

Nocturno

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre 

se escucha que transita solamente la rabia, 

que en los tuétanos tiembla despabilado el odio 

y en las médulas arde continua la venganza, 

las palabras entonces no sirven son palabras. 

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, 

humaredas perdidas, neblinas estampadas, 

qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, 

qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua! 

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, 

lo desgraciado y muerto que tiene una garganta 

cuando desde el abismo de su idioma quisiera 

gritar que no puede por imposible, y calla. 

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

RAFAEL ALBERTI

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RAFAEL ALBERTI

Retornos de una sombra maldita 

¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces 

somos tus hijos. Sabes 

que no te merecemos quizás, que hoy una

sombra 

maldita nos desune, nos separa 

de tu agobiado corazón, cayendo 

atroz, dura, mortal, sobre sus telas, 

como un oscuro hachazo. 

No, no tenemos manos, ¿verdad?, no las

tenemos, 

que no lo son, ay, ay, porque son garras, 

zarpas siempre dispuestas 

a romper esas fuentes que coagulan 

para ti sola en llanto. 

No son dientes tampoco, que son puntas, 

fieras crestas limadas incapaces 

de comprender tus labios y mejillas. 

Han pasado desgracias, 

han sucedido, madre, verdaderas 

noches sin ojos, albas que no abrían 

sino para cerrarse en ciega muerte. 

Cosas que no acontecen, 

que alguien pensó más lejos, 

más allá de las lívidas fronteras del espanto, 

madre, han acontecido. 

Y todavía por si acaso hubieras, 

por si tal vez hubieras soñado en un

momento 

que en el olvido puede calmar el mar sus

olas, 

un incesante acoso 

un ceñido rodeo 

te aprietan hasta hacerte 

subir vertida y sin final en sangre. 

Júntanos, madre. Acerca 

esa preciosa rama 

tuya, tan escondida, que anhelamos 

asir, estrechar todos, encendiéndonos 

en ella como un único fruto 

de sabor dulce, igual. Que en ese día, 

desnudos de esa amarga corteza, liberados 

de ese hueso de hiel que nos consume, 

alegres, rebosemos 

tu ya tranquilo corazón sin sombra.

 

Si mi voz muriera en tierra...

Si mi voz muriera en tierra

llevadla al nivel del mar

y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar

y nombradla capitana

de un blanco bajel de guerra.

Oh mi voz condecorada

con la insignia marinera:

sobre el corazón un ancla

y sobre el ancla una estrella

y sobre la estrella el viento

y sobre el viento una vela!

Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada...

Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada 

y le empiece a faltar aquella transparencia,

aquel arranque igual al tuyo, aquello 

que era tan parecido a tu oleaje.

Han pasado los años por mí, sus duras olas 

han mordido la piedra de mi vida,

y al viento de este ocaso playero ya la miro 

doblándose en las húmedas arenas.

Tú, no; tú sigues joven, con esa voz de

siempre 

y esos ojos azules renovados 

que ven hundirse, insomnes, las edades.

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Cuando tú apareciste,penaba yo en la entraña más profunda

de una cueva sin aire y sin salida.

Braceaba en lo oscuro, agonizando,

oyendo un estertor que aleteaba

como el latir de un ave imperceptible.

Sobre mí derramaste tus cabellos

y ascendí al sol y vi que eran la aurora

cubriendo un alto mar en primavera.

Fue corno si llegara al más hermoso

puerto del mediodía. Se anegaban en ti

los más lúcidos paisajes:

claros, agudos montes coronados

de nieve rosa, fuentes escondidas

en el rizado umbroso de los bosques.

Yo aprendí a descansar sobre sus hombros

y a descender por ríos y laderas,

a entrelazarme en las tendidas ramas

y a hacer del sueño mi más dulce muerte.

Arcos me abriste y mis floridos años

recién subidos a la luz, yacieron

bajo el amor de tu apretada sombra,

sacando el corazón al viento libre

y ajustándolo al verde son del tuyo.

Ya iba a dormir, ya a despertar sabiendo

que no penaba en una cueva oscura,

braceando sin aire y sin salida.

Porque habías al fin aparecido.

Dedicado a María Teresa León en Recuerdos de lo vivo lejano (1948-52)