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CRITICA DEL PROGRAMA DE GOTHA

CARLOS MARX

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PRÓLOGO

El manuscrito que aquí publicamos –la crítica al proyecto de pro- grama y la carta a Bracke que la acompaña- fue enviado a Bracke en

1875, poco antes de celebrarse el Congreso de unificación de Gotha1

,

para que los transmitiese a Geib, Auer, Bebel y Liebknecht y se lo

devolviera luego a Marx. Como el Congreso del Partido en Halle

había concluido en el orden del día de la discusión del programa de

Gotha, me parecía cometer un delito hurtando por más tiempo a la

publicidad este importante documento –acaso el más importante de

todos- sobre el tema que iba a ponerse en discusión.

Este trabajo tiene, además, otra significación de mayor alcance

aún. En él se expone por primera vez con claridad y firmeza, la posi- ción de Marx frente a la tendencia trazada por Lassalle desde que se

lanzó a la agitación como a su táctica.

El rigor implacable con que se desmenuza aquí el proyecto de

programa, la inexorabilidad con que se expresan los resultados obte- nidos y se ponen de relieve los errores del proyecto; todo esto, hoy, a

la vuelta de quince años, ya no puede herir a nadie. Lassalleanos

específicos ya sólo quedan –ruinas aisladas- en el extranjero, y el

programa de Gotha ha sido abandonado en Halle, como absoluta- mente inservible, incluso por sus propios autores.

A pesar de esto, he suprimido algunas expresiones y juicios duros

sobre personas, allí donde carecían de importancia objetiva, y los he

sustituido por puntos expresivos. El propio Marx lo haría así, si hoy

1

En el Congreso celebrado del 22 al 27 de mayo de 1875 en Gotha se unieron

las dos organizaciones obreras alemanas existentes en aquel entonces: el Parti- do Obrero Socialdemócrata (los eisenachianos), dirigidos por Liebknecht yBe- bel, y la Unión General de Obreros Alemanes, organización lassalleana,

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publicase el manuscrito. El lenguaje violento que a veces se advierte

en él obedecía a dos circunstancias. En primer lugar, Marx y yo está- bamos más estrechamente vinculados con el movimiento alemán que

con ningún otro; por eso, el decisivo retroceso que se manifestaba en

este proyecto de programa, tenía por fuerza que afectarnos muy seria- mente. En segundo lugar, nosotros nos encontrábamos entonces –pa- sados apenas dos años desde el Congreso de La Haya de la

Internacional2

– en pleno apogeo de la lucha contra Bakunin y sus

anarquistas, que nos hacían responsables de todo lo que ocurría en el

movimiento de Alemania; era, pues, de esperar que nos atribuyesen

también la paternidad secreta de este programa. Estas consideraciones

ya no tienen razón de ser hoy, y con ellas desaparece también la nece- sidad de los pasajes en cuestión.

Algunas Frases han sido sustituidas también por puntos, a causa

de la ley de prensa. Cuando he tenido que elegir una expresión más

suave, la he puesto entre paréntesis cuadrados. Por lo demás, repro- duzco literalmente el manuscrito.

Londres, 6 de enero de 1891.

FEDERICO ENGELS

acaudillada por Hasenclever, Hasselmann y Tolcke, para formar una organiza- ción única, el Partido Socialista Obrero de Alemania. (Nota editorial)

2

El Congreso de la I Internacional, celebrado en la Haya en septiembre de

1872, se desarrolló bajo el signo de la lucha contra los bakunistas. La mayoría

del Congreso se pronunció a favor del Consejo General, dirigido por Marx.

Bakunin fue expulsado de la Internacional. (Nota editorial)

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5

CARTA A W. BRAKE

Londres, 5 de mayo de 1875

Querido Brake:

Le ruego que, después de leerlas, transmita las adjuntas glosas

críticas marginales al programa de coalición, a Geib, Auer, Bebel y

Liebknecht, para que las vean. Estoy ocupadísimo y me veo obligado a

rebasar con mucho el régimen de trabajo que me ha sido prescrito por

los médicos. No ha sido, pues, ninguna «delicia» para mí, tener que

escribir una tirada tan larga. Pero era necesario hacerlo, para que luego

los amigos del Partido, a quienes van destinadas estas notas, no inter- preten mal los pasos que habré de dar. Me refiero a que, después de

celebrado el Congredo de unificación, Engels y yo haremos pública una

breve declaración haciendo saber que no estamos de acuerdo con dicho

programa de principios y que nada tenemos que ver con él.

Es indispensable hacerlo así, pues en el extranjero se tiene la idea,

absolutamente errónea, pero cuidadosamente fomentada por los enemi- gos del Partido, de que el movimiento del llamado Partido de Eisenach

está secretamente dirigido desde aquí por nosotros. Todavía en un

libro3

que ha publicado hace poco un ruso, Bakunin, por ejemplo, me

hace a mí responsable, no sólo de todos los programas, etcétera, de ese

partido, sino de todos los pasos dados por Liebknecht desde el día en

que inició su cooperación con el Partido Popular.

Aparte de esto, tengo el deber de no reconocer, ni siquiera me- diante un silencio diplomático, un programa que es, en mi convicción,

absolutamente inadmisible y desmoralizador para el Partido.

3

Se refiere a la obra de Bakunin titulada “El Estado y la Anarquía” (Zurcí,

1873) (Nota editorial)

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Cada paso de movimiento real vale más que una docena de pro- gramas. Por lo tanto, si no era posible –y las circunstancias del mo- mento no lo consentían– ir más allá del programa de Eisenach4

, habría

que haberse limitado simplemente a concertar un acuerdo para la ac- ción contra el enemigo común. Pero cuando se redacta un programa de

principios (en vez de aplazarlo hasta el momento en que una prolonga- da actuación lo prepare), se colocan ante todo el mundo los jalones por

los que se mide el nivel de los movimientos del Partido. Los jefes de

los lassalleanos han venido a nosotros porque las circunstancias les

obligaron a venir. Y si, desde el primer momento se les hubiera hecho

saber que no se admitía ningún chalaneo con los principios, habrían

tenido que contentarse con un programa de acción o con un plan de

organización para la actuación conjunta. En vez de esto, se les con- siente que se presenten armados de mandatos, y se reconocen estos

mandatos como obligatorios, rindiéndose así a la clemencia o incle- mencia de los que necesitaban ayuda. Y, para colmo y remate, ellos

celebran un Congreso antes del Congreso de conciliación, mientras que

el propio Partido reúne el suyo post festum. Indudablemente, con esto

se ha querido escamotear toda crítica y no permitir que el propio parti- do reflexione. Sabido es que el mero hecho de la unificación satisface

de por sí a los obreros, pero se equivoca quien piense que este éxito

efímero no ha costado demasiado caro.

Por lo demás, aún prescindiendo de la canonización de los artícu- los de fe de Lassalle, el programa no vale nada.

4

Se trata del programa adoptado por el Congreso, panalemán de los socialde- mócratas de Alemania, Austria y Suiza, celebrado del 7 al 9 de agosto de 1869

en Eisenach. En el Congreso fue instituido el Partido Obrero Socialdemócrata

(los eisenachianos). El programa de Eisenach se atenía generalmente a las

exigencias de la Internacional. (Nota editorial)

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7

Próximamente le enviaré a usted las últimas entregas de la edición

francesa de «El Capital»5

. La marcha de la impresión se vio entorpeci- da largo tiempo por la prohibición del gobierno francés. Esta semana a

comienzos de la próxima quedará el asunto terminado. ¿Ha recibido

usted las seis entregas anteriores? Le agradecería que me comunicase

las señas de Bernhard Becker, a quien tengo que enviar también las

últimas entregas.

La librería del «Volkstaat»6

obra a su manera. Hasta este momen- to, no he recibido ni un solo ejemplar de la tirada del «Proceso de los

comunistas de Colonia».

Saludos cordiales. Suyo,

Carlos Marx.

5

La traducción francesa del tomo I de “El Capital”, redactada por el propio

Marx, se publicó en París por entregas durante los años 1872 a 1875. (Nota

editorial)

6

Se trata de la editorial del Partido Obrero Socialdemócrata en Leipzig, aneja a

la redación del “Volksstaat” (“Estado Popular”) órgano central del Partido, que

se publicó de 1869 a 1876. (Nota editorial)

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diciones materiales del trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consi- guiente, vivir, más que con su permiso.

Pero dejemos la tesis tal como está o, mejor dicho, tal como viene

renqueando. ¿Qué conclusión habría debido sacarse de ella? Evidente- mente, esta:

“Como el trabajo es la fuente de toda riqueza, nadie en la sociedad

puede adquirir riqueza que no sea producto del trabajo. Si, por tanto, no

trabaja él mismo, es que vive del trabajo ajeno y adquiere también su

cultura a costa del trabajo de otro”.

En vez de esto, se añade a la primera oración una segunda me- diante la locución copulativa “y como” para deducir de ella y no de la

primera la conclusión.

Segunda parte del párrafo: “El trabajo útil sólo es posible dentro

de la sociedad y a través de ella”.

Según la primera tesis, el trabajo era la fuente de toda riqueza y de

toda cultura, es decir, que sin trabajo no era posible tampoco la exis- tencia de una sociedad. Ahora nos enteramos, por el contrario, de que

sin la sociedad no puede existir el trabajo “útil”.

Del mismo modo, hubiera podido decirse que el trabajo inútil e

incluso perjudicial a la comunidad sólo puede convertirse en rama

industrial dentro de la sociedad, que sólo dentro de la sociedad se pue- de vivir del ocio, etc., en una palabra, copiar aquí a todo Rousseau.

¿Y qué es el trabajo “útil”? No puede ser más que uno: el trabajo

que consigue el efecto útil propuesto. Un salvaje –y el hombre es

un salvaje desde el momento en que deja de ser mono– que mata a un

animal de una pedrada, que amontona frutos, etcétera, ejecuta un tra- bajo “útil”.

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Tercero. Conclusión: “Y como el trabajo útil sólo es posible den- tro la sociedad y a través de ella, todos los miembros de la sociedad

tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo”.

¡Hermosa conclusión! Si el trabajo útil sólo es posible dentro de la

sociedad y a través de ella, el fruto del trabajo pertenecerá a la socie- dad, y el trabajador individual sólo percibirá la parte que no sea necesa- ria para sostener la “condición” del trabajo, que es la sociedad.

En realidad esa tesis la han hecho valer en todos los tiempos los

defensores de todo orden social existente. En primer lugar vienen las

pretensiones del gobierno y de todo lo que va pegado a él, pues el go- bierno es el órgano de la sociedad para el mantenimiento del orden

social; además de él vienen las distintas clases de propiedad privada,

con sus pretensiones respectivas, pues las distintas clases de propiedad

privada son las bases de la sociedad, etc. Como vemos, a estas frases

hueras se les puede dar las vueltas y los giros que se quiera.

La primera y la segunda parte del párrafo sólo guardarían una

cierta relación lógica redactándolas así:

“El trabajo sólo es fuente de riqueza y de cultura como trabajo so- cial”, o lo que es lo mismo, “dentro de la sociedad y a través de ella”.

Esta tesis es, indiscutiblemente, exacta, pues aunque el trabajo del

individuo aislado (presuponiendo sus condiciones materiales) también

puede crear valores de uso, no puede crear ni riqueza ni cultura.

Pero igualmente indiscutible es esta otra tesis:

“En la medida en que el trabajo se desarrolla socialmente, convir- tiéndose así en fuente de riqueza y de cultura, se desarrollan también la

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pobreza y el desamparo del obrero, y la riqueza y la cultura de los que

no trabajan”.

Esta es la ley de toda la historia, hasta hoy. Así, pues, en vez de

los tópicos acostumbrados sobre “el trabajo” y “la sociedad”, lo que

procedía era señalar concretamente cómo, en la actual sociedad capita- lista, se dan ya, al fin, las condiciones materiales, etc., que permiten y

obligan a los obreros a romper esa maldición social.

Pero de hecho, todo ese párrafo, que es falso lo mismo en cuanto a

estilo que en cuanto a contenido, no tiene más finalidad que la de ins- cribir como consigna en lo alto de la bandera del Partido el tópico

lassalleano del “fruto íntegro del trabajo”. Volveré más adelante sobre

esto del “fruto del trabajo”, el “derecho igual”, etc., ya que la misma

cosa se repite luego en forma algo diferente.

2. “En la sociedad actual, los medios de

trabajo son monopolio de la clase capitalista; el

estado de dependencia de la clase obrera que de

esto se deriva, es la causa de la miseria y de la

esclavitud en todas sus formas”.

Así, “corregida” esta tesis, tomada de los estatutos de la Interna- cional, es falsa.

En la sociedad actual, los medios de trabajo son monopolio de los

terratenientes (el monopolio de la propiedad del suelo es, incluso, la

base del monopolio del capital) y de los capitalistas. Los estatutos de lo

Internacional no mencionan, en el pasaje correspondiente, ni una ni

otra clase de monopolistas. Hablan de “los monopolizadores de los

medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida”. Esta edición

“fuentes de vida”, señala claramente, que el suelo está comprendido

entre los medios de trabajo.

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Esta enmienda se introdujo porque Lassalle, por motivos que hoy

ya son todos conocidos, sólo atacaba a la clase capitalista, y no a los

terratenientes. En Inglaterra, la mayoría de las veces, el capitalista no

es siquiera propietario del suelo sobre el que se levanta su fábrica.

3. “La emancipación del trabajo exige que

los medios de trabajo se eleven a patrimonio

común de la sociedad y que todo el trabajo sea

regulado colectivamente, con un reparto equitativo

del fruto del trabajo”.

Donde dice “que los medios de trabajo se eleven a patrimonio co- mún” debería decir, indudablemente, “se convierten en patrimonio

común”. Pero esto sólo de pasada.

¿Qué es el “fruto del trabajo”? ¿El producto del trabajo o su valor?

Y en este último caso, ¿el valor total del producto o sólo la parte del

valor que el trabajo añade al valor de los medios de producción consu- midos?

Eso del “fruto del trabajo” es una idea vaga con la que Lassalle ha

suplantado conceptos económicos concretos.

¿Qué es reparto equitativo?

¿No afirman los burgueses que el reparto actual es “equitativo”? Y

¿no es éste, en efecto, el único reparto “equitativo” que cabe, sobre la

base del modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas

son reguladas por los conceptos jurídicos? ¿No surgen, por el contrario,

las relaciones jurídicas de las relaciones económicas? ¿No se forjan

también los sectarios socialistas las más variadas ideas acerca del re- parto “equitativo”?

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trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo

otra forma distinta.

Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el inter- cambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes.

Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condicio- nes nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, nada pue- de ahora pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios

individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de

éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el

intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de

trabajo, bajo una forma, por otra cantidad de igual trabajo, bajo otra

forma distinta.

Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el dere- cho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de

los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el

intercambio de equivalentes no se da más que como término medio, y

no en los casos individuales.

A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implí- cita una limitación burguesa. El derecho de los productores es propor- cional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se

mide por el mismo rasero: por el trabajo.

Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a

otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden traba- jar más tiempo; y el trabajo para servir de medida tiene que determinar- se en cuanto a su duración o intensidad; de otro modo deja de ser una

medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desi- gual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada indi- viduo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce,

tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales

aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad

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Por tanto, desde este punto de vista, es también absurdo decir que

frente a la clase obrera “no forman más que una masa reaccionaria”,

juntamente con la burguesía, y además –por si eso fuera poco–, con los

señores feudales.

¿Es que en las últimas elecciones8

se ha gritado a los artesanos, a

los pequeños industriales, etc., y a los campesinos: Frente a nosotros no

formáis, juntamente con los burgueses y los señores feudales, más que

una masa reaccionaria?

Lassalle se sabía de memoria el “Manifiesto Comunista”, como

sus devotos se saben los evangelios compuestos por él. Así, pues,

cuando lo falsificaba tan burdamente, no podía hacerlo más que para

cohonestar su alianza con los adversarios absolutistas y feudales contra

la burguesía.

Por lo demás, en el párrafo que acabamos de citar, esta sentencia

lassalleana está traída por los pelos y no guarda ninguna relación con la

mal digerida y “arreglada” cita de los Estatutos de la Internacional. El

traerla aquí es sencillamente una impertinencia que seguramente no le

desagradará, ni mucho menos, al señor Bismarck; una de esta imperti- nencias baratas en que es especialista el Marat de Berlín9

.

5. “La clase obrera procura, en primer tér- mino, su emancipación dentro del marco del

Estado nacional de hoy, consciente de que el

resultado necesario de sus aspiraciones, comunes

7

Véase C. Marx y F. Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, I.

8

Las elecciones al Reichstag, de que aquí se habla, se celebraron en enero de

1874.

9

Aquí Marx llama irónicamente “el Marat de Berlín” tal vez a Hasselmann,

redactor-jefe de “Neur Social-Democrat” (Nuevo Social-demócrata), el órgano

central de los lassalleanos.

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La profesión de fe internacionalista del programa queda, en reali- dad, infinitamente por debajo de la del partido librecambista. También

éste afirma que el resultado de sus aspiraciones será “la fraternización

internacional de los pueblos”. Pero, además, hace algo por internacio- nalizar el comercio, y no se contenta, ni mucho menos, con la concien- cia de que todos los pueblos comercian dentro de su propio país.

La acción internacional de las clases obreras no dpende, en modo

alguno, de la existencia de la “Asociación Internacional de los Traba- jadores”. Esta fue solamente un primer intento de dotar a aquella ac- ción de un órgano central; un intento que, por el impulso que dio, ha

tenido una eficacia perdurable, pero que en su primera forma histórica

no podía prolongarse después de la caída de la Comuna de París.

La “Norddeutsche” de Bismarck tenía sobrada razón cuando, para

satisfacción de su dueño, proclamó que en su nuevo programa, el Parti- do Obrero Alemán renegaba del internacionalismo11

.

quistas demagógicas de la Liga, que apartaba al proletariado de la lucha de

clases.

11 Marx alude al artículo editorial aparecido en el número 67 de “Norddeutsche

Allgemeine Zeitung” (“Gaceta General de la Alemania del Norte”) el 20 de

marzo de 1875. Refiriéndose al artículo 5 del programa del Partido Social- demócrata, el editorial señalaba que la “agitación socialdemócrata se había

vuelto, en varios sentidos, más prudente” y “renegaba de la Internacional”.

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II

“Partiendo de estos principios, el Partido

Obrero Alemán aspira, por todos los medios

legales, a implantar el Estado libre –y– la

sociedad socialista; a abolir el sistema de salario,

con su ley de bronce –y– la explotación

bajo todas sus formas; a suprimir toda desigual- dad social y política”.

Sobre lo del Estado “libre”, volveré más adelante.

Así pues, de aquí en adelante, el Partido Obrero Alemán ¡tendrá

que comulgar con la “ley de bronce del salario” lassalleana! y para que

esta “ley” no vaya a perderse, se comete el absurdo de hablar de “abolir

el sistema de salario” (lo correcto hubiera sido decir el sistema de tra- bajo asalariado), “con su ley de bronce”. Si suprimo el trabajo asalaria- do, suprimo también evidentemente sus leyes, sean de “bronce” o de

corcho. Lo que pasa es que la lucha de Lassalle contra el trabajo asala- riado gira casi toda ella en torno a esa llamada ley. Por tanto, para de- mostrar que la secta de Lassalle ha triunfado, hay que abolir “el sistema

del salario, con su ley de bronce”, y no sin ella.

De la “ley de bronce del salario” no pertenece a Lassalle, como es

sabido, más que la expresión “de bronce”, copiada de los “ewigen,

ehernen grossen Gesetzen” (“las leyes eternas, las grandes leyes de

bronce”), de Goethe. La expresión “de bronce” es la contraseña por la

que los creyentes ortodoxos se reconocen. Y si admitimos la ley con el

cuño de Lassalle, y por tanto en el sentido lassalleano, tenemos que

admitirla también con su fundamentación. ¿Y cuál es ésta? Es, como ya

señaló Lange, poco después de la muerte de Lassalle, la teoría de la

población de Malthus (predicada por el propio Lange). Pero, si esta

teoría es exacta, la mentada ley no se podrá abolir, por mucho que se

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suprima el trabajo asalariado, porque esta ley no regirá solamente para

el sistema del trabajo asalariado, sino para todo sistema social. Apo- yándose precisamente en esto, los economistas han venido demostran- do, desde hace cincuenta años y aún más, que el socialismo no puede

acabar con la miseria, determinada por la misma naturaleza, ¡sino sólo

generalizarla, repartirla por igual sobre toda la superficie de la socie- dad!

Pero todo esto no es lo fundamental. Aún prescindiendo plena- mente de la falsa concepción lassalleana de esta ley, el retroceso verda- deramente indignante consiste en lo siguiente:

Después de la muerte de Lassalle se había abierto paso en nuestro

Partido la concepción científica de que el salario no es lo que parece

ser, es decir, el valor –o el precio– del trabajo, sino sólo una forma

disfrazado del valor –o del precio– de la fuerza de trabajo. Con esto, se

había echado por la borda, de una vez para siempre, tanto la vieja con- cepción burguesa del salario, como toda crítica dirigida hasta hoy con- tra esta concepción, y se había puesto en claro que el obrero asalariado

sólo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida, es decir, a

vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo para el capitalista (y, por

tanto, también para los que, con él, se embolsan la plusvalía); que todo

el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolongación de

este trabajo gratuito, alargando la jornada de trabajo o desarrollando la

productividad, o sea, acentuando la tensión de la fuerza de trabajo, etc.;

que, por tanto, el sistema del trabajo asalariado es un sistema de escla- vitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan

las fuerzas sociales productivas del trabajo, aunque el obrero esté mejor

o peor remunerado. Y cuando esta concepción iba ganando cada más

terreno en el seno de nuestro Partido, ¡se retrocede a los dogmas de

Lassalle, a pesar de que hoy ya nadie puede ignorar que Lassalle no

sabía lo que era el salario, sino que, yendo a la zaga de los economistas

burgueses, tomaba la apariencia por la esencia de la cosa!

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Es como si, entre esclavos que al fin han descubierto el secreto de

la esclavitud y se rebelan contra ella, viniese un esclavo fanático de las

ideas anticuadas y escribiese en el programa de la rebelión: ¡la escla- vitud debe ser abolida porque el sustento de los esclavos, dentro del

sistema de la esclavitud, no puede pasar de un cierto límite, sumamente

bajo!

El mero hecho de que los representantes de nuestro Partido fuesen

capaces de cometer un atentado tan monstruoso contra una concepción

tan difundida entre la masa del Partido, prueba por sí solo la ligereza

criminal, la falta de escrúpulos con que se ha acometido la redacción de

este programa de transacción.

En vez de la vaga frase final del párrafo: “suprimir toda desigual- dad social y política”, lo que debiera haberse dicho, es que con la abo- lición de las diferencias de clase, desaparecen por sí mismas las

desigualdades sociales y políticas que de ellas emanan.

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III

“Para preparar el camino a la solución del

problema social, el Partido Obrero Alemán, exige

que se creen cooperativas de producción con

la ayuda del Estado y bajo el control democrático

del pueblo trabajador. En la industria y en

la agricultura, las cooperativas de producción

deben crearse en proporciones tales, que de

ellas surja la organización socialista de todo el

trabajo”.

Después de la “ley de bronce” de Lassalle, viene la panacea del

profeta. Y se le “prepara el camino” de un modo digno. La lucha de

clases existentes es sustituida por una frase de periodista: “el problema

social”, para cuya “solución” se “prepara el camino”. La “organización

socialista de todo el trabajo” no resulta del proceso revolucionario de

transformación de la sociedad, sino que “surge” de la “ayuda del Esta- do”, ayuda que el Estado presta a cooperativas de producción “crea- das” por él y no por los obreros. ¡Esta fantasía de que con empréstitos

del Estado se pueda construir una nueva sociedad como se construye un

nuevo ferrocarril es digna de Lassalle!

Por un resto de pudor, se coloca “la ayuda del Estado” bajo el

control democrático del “pueblo trabajador”.

Pero, en primer lugar, el “pueblo trabajador”, en Alemania, está

compuesto, en su mayoría, por campesinos, y no por proletarios.

En segundo lugar, “democrático” quiere decir en alemán “gober- nado por el pueblo” (“volksherschaftlich”). ¿Y qué es eso del “control

gobernado por el pueblo del pueblo trabajador”? Y, además, tratándose

de un pueblo trabajador que, por elmero hecho de plantear estas reivin-

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dicaciones al Estado, exterioriza su plena conciencia de que ¡ni está en

el Poder ni se halla maduro para gobernar!

Huelga entrar aquí en la crítica de la receta prescrita por Buchez,

bajo el reindo de Luis Fuelipe, por oposición a los socialistas franceses,

y aceptada por los obreros reaccionarios del “Atelier”12. Lo verdadera- mente escandaloso no es tampoco el que se haya llevado al programa

esta cura milagrosa específica, sino el que se abandone el punto de

vista del movimiento de sectas.

El que los obreros quieran establecer las condiciones de produc- ción colectiva en toda la sociedad, y ante todo en su propia casa, en una

escala nacional, sólo quiere decir que laboran por subvertir las actuales

condiciones de producción, y eso nada tiene que ver con la fundación

de sociedades cooperativas con la ayuda del Estado. Y, por lo que se

refiere a las sociedades cooperativas actuales, éstas sólo tienen valor en

cuanto son creaciones independientes de los propios obreros, no prote- gidas ni por los gobiernos ni por los burgueses.

12 “Atelier” (“Taller”): Revista mensual obrera que se publicaba en París

(1840-1850), y se hallaba bajo la influencia del socialismo católico de Buchez.

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IV

Y ahora voy a referirme a la parte democrática.

A. “Base libre del Estado”.

Ante todo, según el capítulo II, el Partido Obrero Alemán aspira al

“Estado libre”.

¿Qué es el Estado libre?

La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad

del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer libre al Estado. En el

imperio alemán, el “Estado” es casi tan “libre” como un Rusia. La

libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima

de la sociedad, en un órgano completamente subordinado a ella, y las

formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida

en que limitan la “libertad del Estado”.

El Partido Obrero Alemán –al menos si hace suyo este programa–

demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel; ya

que, en vez de tomar a la sociedad existente (y lo mismo podemos decir

de cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente (o

del futuro, para una sociedad futura), considera mas bien al Estado

como un ser independiente, con sus propios fundamentos espirituales,

morales y liberales.

Y además, ¡qué decir del burdo abuso que hace el programa de las

palabras “Estado actual”, “Sociedad actual” y de la incomprensión,

más burda todavía, que manifiesta acerca del Estado, al que dirige sus

reivindicaciones!

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La “sociedad actual” es la sociedad capitalista, que existe en todos

los países civilizados, más o menos modificada por las particularidades

del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el

contrario, el “Estado actual” cambia con las fronteras de cada país. En

el imperio prusiano-alemán es otro que en Suiza, en Inglaterra, otro que

en los Estados Unidos. El “Estado actual” es, por tanto, una ficción.

Sin embargo, los distintos Estados de los distintos países civiliza- dos, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen en común el

que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad

burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en

otros, en el sentido capitalista. Tienen también, por tanto, ciertos ca- racteres esenciales comunes. En este sentido, puede hablarse del “Esta- do actual”, por oposición al futuro, en el que su actual raíz, la sociedad

burguesa, se habrá extinguido.

Cabe, entonces, preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el Estado

en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones socia- les, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces?

Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que

acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra del Estado, no

nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema.

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el pe- ríodo de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda.

A este período corresponde también un período político de transición,

cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del

proletariado.

Pero el programa no se ocupa de esta última, ni del Estado futuro

de la sociedad comunista.

Sus reivindicaciones políticas no se salen de la vieja y consabida

letanía democrática: sufragio universal, legislación directa, derecho

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31

¡y encima, asegurar a este Estado que uno se imagina poder conseguir

eso de él “por medios legales”!

Hasta la democracia vulgar, que ve en la república democrática el

reino milenario y no tiene la menor idea de que es precisamente bajo

esta última forma de Estado de la sociedad burguesa donde se va ven- tilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases hasta

ella misma está hoy a mil codos de altura sobre esta especie de demo- cratismo que se mueve dentro de los límites de lo autorizado por la

policía y vedado por la lógica.

Que por “Estado” se entiende, en realidad, la máquina de gobier- no, o el Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma

un organismo propio, separado de la sociedad, lo indican ya estas pala- bras “el Partido Obrero Alemán exige como base económica del Esta- do: un impuesto único y progresivo sobre la renta”, etc. Los impuestos

son la base económica de la máquina de gobierno, y nada más. En el

Estado del futuro, existente ya en Suiza, esta reivindicación está casi

realizada. El impuesto sobre la renta presupone las diferentes fuentes

de ingreso de las diferentes clases sociales, es decir, la sociedad capita- lista. No tiene, pues, nada de extraño que las Financial-Reformers15 de

Liverpool –que son burgueses, con el hermano de Gladstone al frente–

planteen la misma reivindicación que el programa.

B. “El Partido Obrero Alemán Exige, como

Base espiritual y moral del Estado:

1. Educación popular general e igual a cargo

del Estado.

Asistencia escolar obligatoria para todos. Instrucción

Gratuita”

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¿Educación popular igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree

en la sociedad actual (que es de la que se trata), la educación puede ser

igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases

altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educa- ción que da la escuela pública, la única compatible con la situación

económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?

“Asistencia escolar obligatoria para todos. Instrucción gratuita”.

La primera existe ya, incluso en Alemania; la segunda, en Suiza y en

los Estados Unidos, en lo que a las escuelas públicas se refiere. El que

en algunos Estados de este último país sean “gratuitos” también los

centros de instrucción superior, sólo significa, en realidad, que allí a las

clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de

los impuestos generales. Y –dicho sea incidentalmente– esto puede

aplicarse también a la “administración de justicia con carácter gratui- to”, de que se habla en el punto A, 5 del programa. La justicia en los

criminal es gratuita en todas partes: la justicia civil gira casi exclusiva- mente en torno a los pleitos sobre la propiedad y afecta, por tanto, casi

únicamente a las clases poseedoras. ¿Se pretende que éstas ventilen sus

pleitos a costa del Tesoro público?

El párrafo sobre las escuelas debería exigir, por lo menos, escuelas

técnicas (teóricas y prácticas) combinadas con las escuelas públicas.

Eso de “educación popular a cargo del Estado” es absolutamente

inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los

recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del

personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cum- plimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del

Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa, completa- mente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de

esto, lo que hay que hacer es substraer la escuela a toda influencia por

15 Partidarios de la reforma financiera.

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2. “Jornada normal de Trabajo”

En ningún otro país se limita el partido obrero a formular una rei- vindicación tan vaga, sino que fija siempre la duración de la jornada de

trabajo que bajo las condiciones concretas se considera normal.

3. “Restricción del trabajo de la mujer y

prohibición del trabajo infantil”.

La reglamentación de la jornada de trabajo debe incluir ya la res- tricción del trabajo de la mujer, en cuanto se refiere a la duración, des- cansos, etc., de la jornada; de no ser así, sólo puede equivaler a la

prohibición del trabajo de la mujer en las ramas de producción que sean

especialmente nocivas para el organismo femenino o inconvenientes,

desde el punto de vista moral para este sexo. Si es esto lo que se ha

querido decir, debió haberse dicho.

“Prohibición del trabajo infantil”. Aquí era absolutamente nece- sario señalar el límite de la edad.

La prohibición general del trabajo infantil es incompatible con la

existencia de la gran industria y, por tanto, un piadoso deseo, pero

nada más. El poner en práctica esta prohibición –suponiendo que fuese

factible– sería reaccionario, ya que, reglamentada severamente y apli- cando las demás medidas preventivas para la protección de los niños, la

combinación del trabajo productivo con la enseñanza desde una edad

temprana es uno de los más potentes medios de transformación de la

sociedad actual.

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4. “Inspección por el Estado de la industria

en las fábricas, en los talleres y a domicilio”.

Tratándose del Estado prusiano-alemán, debió exigirse, taxativa- mente, que los inspectores sólo pudieran ser destituidos por sentencia

judicial; que todo obrero pudiera denunciarlos a los tribunales por

transgresiones en el cumplimiento de su deber; y que perteneciesen a la

profesión médica.

5. “Reglamentación del trabajo en las prisiones”

Mezquina reivindicación, un programa general obrero. En todo

caso, debió proclamarse claramente que no se quería, por celos de

competencia, ver tratados a los delincuentes comunes como a bestias,

y, sobre todo, que no se les quería privar de su único medio de corre- girse: el trabajo productivo. Era lo menos que podía esperarse de los

socialistas.

6. “Una ley eficaz de responsabilidad civil”.

Había que haber dicho qué se entiende por ley “eficaz” de respon- sabilidad civil.

Diremos de paso que, al hablar de la jornada normal de trabajo, no

se ha tenido en cuenta la parte de la legislación fabril que se refiere a

las medidas sanitarias y medios de protección contra los accidentes,

etc. La ley de responsabilidad civil sólo entra en acción después de

infringidas estas prescripciones.

En una palabra, también el apéndice se caracteriza por su descui- dada redacción.

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Dixi et salvavi animan meam

17

.

Escrito por C. Marx a principios de mayo de

1875. Publicado por vez primera (con ciertas

omisiones) por F. Engels en 1891 en la revista

“Neue Zeit”.

17 He dicho y salvado mi alma.