Envidia la institución a l+s artistas. Así es. Porque pueden I+s artistas, si lo
son, y este sería el caso, ensayar una cercanía que el museo no puede. Cerca-
nía y disidencia que son proximidad de la vida y el arte, que es el sueño que
el arte mantiene y que mantiene al arte. Pueden I+s artistas serlo, aunque
no quieran o no les importe o lo disimulen, y pueden serlo haciendo cosas
con cosas que no son del arte, como sin valor; hasta cutres -diría Miguel
Benlloch-, pero del día a día, de la vida, entonces. Y practicar una disi-
dencia del arte y de sus órdenes, de la sociedad y sus clasificaciones que la
institución no puede. Y eso aunque el museo se sueñe rebelde y quiera ser
popular e imaginarse casa y cocina, hogar más que despacho, o calle tal
vez. Y quiera ser de tod+s. Pero no le es fácil, es institución, o sea orden
social, estructura, norma, casi ley, burocracia. Y el arte ya no. Hace mucho
que no, cuando es arte. Crítico, cambiante, vital... se piensa y nos piensa
precisamente disolviendo lo normativo, como hacía Miguel Benlloch. Pero
sí puede el museo ser ventrílocuo o médium, hablar con la voz de otr+s y
darles turno, escucharl+s y hacer que se encuentren. Y ese museo, que es
archivo, que almacena y cuida, conserva y piensa en lo archivado, puede
hacer del archivo cosa viva, como hacemos hoy con el Archivo Miguel
Benlloch; vaciarle los bolsillos y repartir sus monedas y que vayan de mano
en mano, que es como obtener ganancias, pero haciendo lo contrario, sin
ahorrar, sin guardar, gastando, haciendo derroche: compartiendo, regalando.
Enguita, Nuria. Hacer, decir, disidir: Miguel Benlloch
Ensayos sobre lo cutre (Catálogo)