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Érase una vez...

Un niño llamado Alberto que se metió en un chat para conocer a más gente. Un día mientras chateaba con una amiga llamada Sara que había conocido hacía 3 meses por internet,  le invitó a quedar en el parque ya que se llevaban muy bien. Alberto aceptó entusiasmado ya que quería conocer a Sara. Sara le dijo que la cita sería en el parque que había justo enfrente de la casa de Alberto, sería por la tarde y sobre las 8:00 h. Alberto tenía muchísimas ganas de ver a Sara. .

El bajó al parque, miró a su alrededor y, al no ver a nadie, se quedó esperando en un banco. Cuando Alberto estaba mirando tranquilamente el parque, apareció un señor.

Este señor, tenía pinta de ser misterioso, pero Alberto, no se imaginaba que le fuera a hacer algo. El señor se acercó a Alberto tranquilamente y él no sospechaba nada.

De pronto el misterioso señor sacó un pañuelo y se lo puso en la cara, Alberto se adentró en un profundo sueño del cual al despertarse se sentía mareado y nervioso.

 Se despertó en una pequeña habitación oscura con una ventana en un extremo de la habitación. Alberto se sentía muy mareado y no sabía donde estaba, se subió a un pequeño taburete para observar lo que había fuera de esa habitación. Al asomarse, observó que el paisaje era muy parecido al que había al lado de su chalet. Todo era muy extraño, la misma vegetación, los mismos árboles... ¡Era todo exactamente igual!

Cuando se recuperó del susto y el mareo, fue a abrir la puerta pero...¡no pudo!.

Empezó a dar golpes contra la puerta y de repente un hombre encapuchado abrió bruscamente y se lo llevó a una sala más grande en la cual le resultaba familiar los muebles, cortinas... Le sentó en una silla y el hombre se quitó la capucha para que Alberto le reconociera. Alberto al ver a la cara de ese hombre se quedó paralizado, no se podía creer lo que estaba viendo. Ese hombre era nada más y nada menos que su propio padre.

El padre, le dijo: “No vuelvas a hacer algo así. Un día te va a pasar algo.” El hijo, no le hizo caso y siguió quedando con la gente.

Un buen día, quedó en el mismo sitio que la otra vez. Entonces, mientras esperaba a “Pepe”, observaba como limpiaban las escaleras del parque.

Alberto sabía que quedar con gente a través de internet era peligroso pero las ganas que tenía de hacer amigos era superior. Siguió esperando hasta que llegara alguien. Ya se hacía de noche cuando una sombra le pareció ver y se quedó

expectante.

Viendo que no llegaba, el padre le llamó al móvil. Tampoco lo cogía. Entonces, corriendo, el padre, que se sabía todas las contraseñas del hijo, se metió en sus cuentas, para ver si había quedado otra vez con alguna de sus amigos. En ese momento, el padre descubrió lo que había pasado. Alberto había estado unas semanas chateando con el chico que había quedado en el parque a pesar de que el padre le había dicho que no podía. Su padre se enfadó tanto que bajó al parque para llevarse a su hijo a casa pero cuando llegó se dio cuenta de que ya era demasiado tarde.

El padre asustado llamó a la policía inmediatamente pero allí le dijeron que para denunciar un caso de  ese tipo había que esperar al menos 24 horas así que el padre como no podía esperar tanto fué a buscarlo por sí solo. Sabía que podía salir perdiendo él pero le daba igual.

Al día, el padre estaba viendo las noticias y de repente, ¡la noticia era sobre su hijo! Dijeron el lugar donde se encontraba y él, sin dudarlo fue a por él. Cuando los dos volvieron a casa, el padre quitó todo el internet de la casa para que no pudiera ocurrir nada parecido.

Alberto estuvo bastantes meses sin conectarse a ningún chat, ya que no tenía internet. Gracias a ese castigo que le puso su padre Alberto aprendió que quedar con gente por internet a la que no conoces muchas veces tiene consecuencias. Alberto no volvió a quedar con nadie por internet.