Beso de ángel
Comedia melodramática en un sólo trago
de Juan Manuel Martins
Lorena.— ¿Te has sentido sola?
Angélica.— En parte.
Lorena.— Pensaba que eras feliz.
Angélica.— Eso no es cierto, eso no existe.
Lorena.— La felicidad existe.
Angélica.— No para mí.
Lorena.— Es cuestión de hallarla.
Angélica.— No he hecho otra cosa que buscarla.
Lorena.— Debes insistir.
Angélica.— No es fácil.
Lorena.— Debes construirla.
Angélica.— Es que no tengo fe en la pareja como tú.
Lorena.— Tendrás que hacer el esfuerzo.
Angélica.— Lo intento.
Lorena.— Debe ser mayor el esfuerzo.
Angélica.— Sólo tengo este lugar.
Lorena.— Piensa un poco en ti.
Angélica.— Lo hago.
Lorena.— Esfuérzate aún más.
Angélica.— Mi fe se ha perdido.
Lorena.— Recupérala.
Angélica.— Ayúdame Lorena.
Lorena.— Lo hago.
Angélica.— Necesito más ayuda.
Lorena.— De mí, tendrás toda la que necesites.
Angélica.— Ahora soy quien te pide ayuda.
Lorena.— Sólo háblame.
Angélica.— No creas. A esta mujer que ves segura aquí...
Lorena.— ¿Qué pasa?
Angélica.— Tiene sus debilidades.
Lorena.— Me cuesta creer lo que estoy oyendo.
Angélica.— Es cierto.
Lorena.— Te creía más fuerte.
Angélica.— No juegues con mis sentimientos.
Lorena.— No lo hago.
Angélica.— Entonces, escúchame.
Lorena.— Sí, dime.
Angélica.— Siempre he estado segura en estas cosas de hombres.
Lorena.— Así lo he entendido.
Angélica.— Pero esta vez no será fácil.
Lorena.— No te creo.
Angélica.— Tenlo por seguro.
Lorena.— Es serio por lo que veo.
Angélica.— Muy serio.
Lorena.— También tengo algo que decirte.
Angélica.— También yo.
Lorena.— Déjame decírtelo.
Angélica.— Me gustaría hablarte...
Lorena.— Es curioso que las dos tengamos cosas que decirnos.
Angélica.— Sí, es curioso.
Lorena.— Hasta ahora me has esperado.
Angélica.— Sí, dime.
Lorena.— No, es justo que te escuche ahora.
Angélica.— Te lo diré...
Lorena.— Dímelo, anda.
Angélica.— ¿Me quieres verdad?
Lorena.— ¿Era eso?
Angélica.— No, pero necesito oírtelo.
Lorena.— ¿Qué?
Angélica.— Coño, que me quieres.
Lorena.— Sabes que sí.
Angélica.— Por favor, dilo.
Lorena.— Sí te quiero.
Angélica.— Gracias. También te quiero.
Lorena.— ¿Y a qué viene eso?
Angélica.— Es importante, en este momento, es importante.
Lorena.— No sé, por lo general no eres así.
Angélica.— Ahora es necesario.
Lorena.— De acuerdo.
Angélica.— Gracias por comprenderme.
Lorena.— Angélica.
Angélica.— ¿Qué?
Lorena.— Necesito hablarte.
Angélica.— Es un hombre, ¿verdad?
Lorena.— No, hee...hee... sí, cierto, es un amigo.
Angélica.— No pregunté si es un amigo.
Lorena.— No me lo hagas difícil.
Angélica.— Al contrario, trato de ayudarte.
Lorena.— Es un amigo, sí...
Angélica.— ¿Un amigo muy especial?
Lorena.— Sí, un amigo.
Angélica.— Te ha escuchado.
Lorena.— Sí.
Angélica.— ¿Ha comprendido tus sentimientos?
Lorena.— Sí.
Angélica.— Y te ha escuchado en momentos muy importantes.
Lorena.— ¿Cómo lo sabes?
Angélica.— Todos los hombres son iguales...
Lorena.— Pero nos hacen falta.
Angélica.— Sí nos hacen falta.
Lorena.— Es un amigo oíste. ¿No vayas a pensar en otra cosa?
Angélica.— Sí comprendo. ¿Armando lo conoce?
Lorena.— No, ¿cómo se te ocurre?
Angélica.— ¿No me dices que es un amigo?
Lorena.— Pero...
Angélica.— ¿Qué pasa si Armando se entera?
Lorena.— No es que haya nada malo, sino que Armando es muy bueno y...
Angélica.— No debe enterarse por nada del mundo.
Lorena.— Sí claro, no debe enterarse. Pero sólo es un amigo, ¿sabes...?
Angélica.— Lo entiendo, claro que Armando no debe enterarse.
Lorena.— Por esa razón sólo quería hablar contigo.
Angélica.— Es bueno que lo hagas.
Lorena.— Pero no resistía más y tenía que hablarte.
Angélica.— No le vayas a decir nada a Armando.
Lorena.— Te acuerdas que te había hablado de un asistente.
Angélica.— ¿Cuál?
Lorena.— El de la floristería.
Angélica.— Ah..., ¿es él?
Lorena.— Sí, es él.
Angélica.— ¿Es joven?
Lorena.— Muy joven...
Angélica.— Lo dices de una manera muy convincente.
Lorena.— Recuerda, es un amigo.
Angélica.— No he dicho nada.
Lorena.— Es un joven muy sensible.
Angélica.— Ay... Lorena. Esto huele a enamorado.
Lorena.— ¡No!
Angélica.— Está bien, no te angusties.
Lorena.— Debo respetar a Armando.
Angélica.— Armando es una gran persona.
Lorena.— No puede saber nada.
Angélica.— No sabrá nada.
Lorena.— Me ha escuchado en todo, es muy diferente a Armando que no lo hace.
Angélica.— ¿Armando no te escucha?
Lorena.— Sí, ¿pero me comprendes?
Angélica.— Claro. Un carajito, es un carajito.
Lorena.— Por favor, Angélica.
Angélica.— Está bien, es un decir.
Lorena.— Él es una persona de bellos sentimientos, no lo pienses así.
Angélica.— No te compliques Lorena. Disfrútalo.
Lorena.— No es tan fácil.
Angélica.— Sí, vale. Te vas a la cama con él y ya.
Lorena.— ¡Angélica!
Angélica.— Está bien, disculpa.
Lorena.— Siempre nos vemos a la cara y conversamos mucho.
Angélica.— ¿Se tocan?
Lorena.— ¿No Angélica!
Angélica.— Ah... sí, son amigos.
Lorena.— No hace falta tocarse para sentir.
Angélica.— Coño si no toco, no siento.
Lorena.— ¡Es que tú eres muy animal en esas cosas!
Angélica.— Sin insultos Lorena. (Cambia. Ríe) Aunque tienes razón...
Lorena.— Los verdaderos amores, no necesitan tocarse.
Angélica.— De vez en cuando...
Lorena.— Cuando se siente no es necesario.
Angélica.— Hay que sentir aunque sea un poquito..., en los deditos, ¿está bien?
Lorena.— Si no me tomas en serio, no seguiré hablándote.
Angélica.— Disculpa. (Sonríe)
Lorena.— ¡Angélica! (Cambia. Solloza)
Angélica.— Perdóname...
Lorena.— Es un sentimiento verdadero
Angélica.— Y puro.
Lorena.— Sí, ¿cómo lo sabes?
Angélica.— Los hombres son iguales.
Lorena.— No todos.
Angélica.— No me has dicho cómo se llama.
Lorena.— Pero no se lo vayas a decir a nadie.
Angélica.— Está bien...
Lorena.— Andrea...
Angélica.— ¿Cómo el cantante?
Lorena.— Sí.
Angélica (Ríe).— Es curioso...
Lorena.— ¿Qué sucede?
Angélica.— Es que tiene nombre de mujer.
Lorena.— ¿Qué quieres decir?
Angélica.— ¿No será que eso lo hace sensible?
Lorena.— Un hombre no necesita tener nombre de mujer para tener buenos sentimientos...
Angélica.— ¿Te ha dicho que te respeta...?
Lorena.— Sí, ¿acaso alguien te ha hablado de esto?
Angélica.— No, Lorena, los hombres son iguales...
Lorena.— No Todos. No Andrea.
Angélica.— Claro...
Lorena.— Si sigues con tu necedad, no te cuento más.
Angélica.— ¿Y qué pasa con Armando en todo esto?
Lorena.— Armando no tiene que saber nada de esto.
Angélica.— Claro, comprendo, pero no estoy de acuerdo.
Lorena.— Me confundes.
Angélica.— No me refiero a que debas decirle, me refiero a tu matrimonio.
Lorena.— ¿Qué con mi matrimonio?
Angélica.— Ustedes no deben separarse.
Lorena.— Claro, no sé, estoy confundida..., ahora veo las cosas diferentes...
Angélica.— ¿Cuidado, no vayas a meter la pata!
Lorena.— ¿Por qué dices eso?
Angélica.— Porque tu matrimonio es muy importante.
Lorena.— No decías lo mismo hace poco.
Angélica.— Es diferente. Tú siempre te has preocupado por tu matrimonio. Es lo que tienes. En cambio yo...
Lorena.— Estás a tiempo...
Angélica.— ¿Qué dices!
Lorena.— Es cuestión de que conozcas un verdadero sentimiento.
Angélica.— ¿No vayas a cometer un error del que te vayas arrepentir toda la vida!
Lorena.— Creo que no debí decirte nada...
Angélica.— No es eso Lorena...
Lorena.— Yo tengo mucha confianza en Armando. No pongo eso, de mi matrimonio, en duda...
Angélica.— Es que lo de Andrea es superficial.
Lorena.— No digas eso, no es cierto.
Angélica.— Mira, una se entusiasma, pero esos carajitos cuando se dan cuenta que la cosa es en serio, dejan el pelero...
Lorena.— No creo que Andrea sea así.
Angélica.— Créeme Lorena, no te engañes con eso.
Lorena.— No, él es de bueno sentimientos...
Angélica.— Él lo que quiere es cogerte y ya...
Lorena.— Debes conocerlo...
Angélica.— No es necesario. Todo los hombres son iguales.
Lorena.— Es que estás traumatizada, no cambiarás de opinión.
Angélica.— Acepto que no soy la mejor para darte consejos. Pero debes escucharme.
Lorena.— No es fácil para mí.
Angélica.— Debes armarte de valor...
Lorena.— Pero, ¿no entiendes que es un problema de sentimientos?
Angélica.— Entonces, llévatelo para la cama y termina con eso.
Lorena.— ¡No puedo hacer eso!
Angélica.— ¿Por qué no?
Lorena.— Porque no soy como tú.
Angélica.— ¿Cómo?
Lorena.— Que toma todo por placer.
Angélica.— No te creas, también tengo mis sentimientos.
Lorena.— Me confundes...
Angélica.— Tómalo con calma. Allí tienes una sóla decisión.
Lorena.— ¿Cuál?
Angélica.— Fácil. Te vas a la cama con él. Después le dices que tú lo amas y que las cosas entre los dos no puede ser, ¿entiendes?
Lorena.— Coño, Angélica, tú eres la tipa más arrecha que existe. ¿Y los sentimientos de Andrea no importan. Además quien te asegura que me quiero ir a la cama con él?
Angélica.— ¿No me vas a engañar a mí! Mira, sé que es difícil...
Lorena.— Espera, estás confundiendo las cosas. Te dije al principio que lo nuestro es un sentimiento especial...
Angélica.— ¿Por favor!
Lorena.— Es que eres muy morbosa...
Angélica.— No, te quiero y no voy consentir un error...
Lorena.— ¿Error...?
Angélica.— Sí claro. ¿Estoy hablando chino o qué?
Lorena.— Háblame más claro.
Angélica.— No está bien que te vayas con otro hombre... No sé, no debes engañar a Armando. ¡Por favor, no arruines tu matrimonio!
Lorena.— ¿Por qué? No decías eso.
Angélica.— No es decente...
Lorena.— Caramba, me gusta tu opinión.
Angélica.— No debes hacer eso...
Lorena.— Sigue, está interesante esa nueva faceta tuya.
Angélica.— Tu eres una mujer muy digna.
Lorena.— Lo sé.
Angélica.— Debes cuidar tu matrimonio.
Lorena.— Lo cuido.
Angélica.— Pero una mujer no debe estar en citas con otro, cuando el calor de su esposo le espera...
Lorena.— Me parece escucharme.
Angélica.— Las mujeres tenemos que cuidar de nuestra reputación.
Lorena.— Yo hace unos minutos lo decía...
Angélica.— ¿No debes faltarle a Armando!
Lorena.— No le he faltado.
Angélica.— ¿Acaba con esa relación!
Lorena.— ¿Por qué ese cambio tan repentino?
Angélica.— Es un error.
Lorena.— ¿Por qué estás tan segura?
Angélica.— Todos los hombres son iguales.
Lorena.— Vuelves con lo mismo.
Angélica.— Debes confiar en mí...
Lorena.— ¿Por qué esta vez?
Angélica.— Está bien, voy a decirte, aunque no quería, lo que tengo que decirte...
Lorena.— Dime...
Angélica.— No me es fácil...
Lorena.— ¿Qué es, qué pasa?
Angélica.— Es que no sé como decírtelo...
Lorena.— Habla de una vez...
Angélica.— Es que Andrea, Andrea...
Lorena.— ¿Qué con Andrea?
Angélica.— Lo conozco.
Lorena.— ¿Qué?
Angélica.— Sí, así es...
Lorena.— ¿Cómo que lo conoces? ¿Me quieres explicar eso?
Angélica.— ¿Te acuerdas que él lleva el control de tu agenda en la floristería?
Lorena.— Coño sí...
Angélica.— Supo del club y que yo era tu hermana. Recuerda que le cuentas todo y él te cuenta todo...
Lorena.— Sí coño...
Angélica.— En eso que quería saber de ti, también supo de mí...
Lorena.— ¡No me digas más...!
Angélica.— Sí así fue.
Lorena.— ¡Que bolas! Que bolas. Coño de la madre. ¡Coño no puede ser! No digo, tú si eres arrecha. ¡Vienes a decirme eso en mi cara!...
Angélica.— Tenía que decírtelo...
Lorena.— Pero no puede ser...
Angélica.— No quise, al principio, no quise...
Lorena.— Definitivamente eres una puta arrastrada, ¿como me ibas a traicionar así?...
Angélica.— ¿Espera, él, también lo hizo!
Lorena.— ¡Tienes razón!...
Angélica.— ¿Te das cuenta?
Lorena.— Y el carajito si es mentiroso... Una rata peluda es lo que es, la rata más peluda de todas las ratas...
Angélica.— ¿Te da sentimiento?
Lorena.— No, ¿qué sentimiento y qué nada!..., él es una mierda... Bueno, no digo que no tenía un sentimiento..., pero que bolas ese tipo es un loco...
Angélica.— Como todos los hombres.
Lorena.— Tienes razón como todos los hombres...Tengo una mezcla de odio, pero a la vez estoy tranquila, no sé...
Angélica.— Yo también.
Lorena.— No sé si no hablarte más nunca o reírme.
Angélica.— No le vayas a decir nada a Armando.
Lorena.— No te preocupes por esa rata...
Angélica.— ¿Qué pasa, por qué hablas así de Armando?
Lorena.— Lo de Armando y yo, no es lo que tú crees. Tenemos años durmiendo en camas separadas...
Angélica.— ¿Cómo, qué dices?
Lorena.— Todo es una apariencia.
Angélica.— ¿No entiendo?
Lorena.— Le conviene que aún estemos juntos y mantiene la apariencia.
Angélica.— ¿Está con alguien?
Lorena.— Lo más seguro, quizás...
Angélica.— Quién lo diría...
Lorena.— La última vez me enteré que andaba con una prima de él.
Angélica.— ¿Y por qué mantienen las apariencias?
Lorena.— Me acostumbré...
Angélica.— Tú sabrás lo que haces...
Lorena. — Seguro.
Angélica.— ¿Lorena?
Lorena.— ¿Sí?
Angélica.— Tengo algo que decirte al respecto.
Lorena.— ¿Sí?
Angélica.— Era de lo que te quería hablar...
Lorena.— Sí ya sé...
Angélica.— ¿Qué..?
Lorena.— Sí, te acostaste con él...
Angélica.— ¿Y por qué lo aceptaste?
Lorena.— Me acostumbré al té en la floristería. ¿Angélica?
Angélica.— ¿Sí?
Lorena.— No se lo digas a nadie.
Angélica.— No lo diré.
Lorena.— Todos los hombres son iguales.
Angélica.— Todos.
(Cuarto tiempo musical. Angélica canta una pieza, según lo exija esta escena. O bien un fondo musical de término)
Telón