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Texto de Antonia Roncero
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Y al asomarse al río desde la orilla, vio al otro lado a alguien como él que lo miraba, y sintió que ya no estaba solo.

        - Contágiame de ti. - pensaba, lopensaba muy fuerte.

Vivimos en un mundo muy extraño, bicéfalo por naturaleza, afín y opuesto a sí mismo. Y mientras en un lado sudamos derribando muros, en el otro los construyen con rabia.

Pero en el río de la memoria sólo hay rayas en la arena y mapas de colores de formas caprichosas: aquí una nariz, ahí una bota, aquí está la cara y aquí el pelo. Yo siempre he vivido en el pelo, pero me encanta la cara, la he dibujado con el dedo cientos de veces.

Me recuerdo por aquellas carreteras infernales de Franco, olvidadas, bacheadas hasta la desesperación - cuántas veces vomité en ellas, ya de pequeña - en sábado o en domingo, yo en los brazos de mi madre - éramos seis en un coche diminuto - camino de Portugal. Una familia obrera sin posibles, como dice mi padre.

Pero llegar a Miranda de Douro por Moralina de Sayago era como llegar a casa a la hora de comer. Las tiendas llenas de cosas que latían en montones a punto de volar, en los escaparates brillaban anillos y pendientes como peces de un estanque imposibles de coger, y las gallinas corrían por las calles, señoritas asustadas, igual que en el pueblo de mi abuela, allá en Zamora.

En la fonda donde comíamos olía a leña y a carne a la brasa, y, que me perdonen los ortodoxos culinarios, allí comí por primera vez caldo gallego.

Callejeábamos mitad por piedra, mitad por barro, igual que aquí entonces, y los niños llevaban manchas en la ropa y berretes en la cara como yo al final del día.

Era extraño el retorno, una mezcla de tristeza pequeña porque dejaba aquello y un montón de sueño que mi madre acunaba. La oía cantar No te mires en el río.

No te mires en el río... qué curioso. Miranda do Douro, de Oro, Zamora del Duero, también de Oro. El río de la memoria, de la mía, donde no recuerdo en qué lengua se hablaba ni si había ninguna frontera.

Años más tarde supe que soy rayana... ra  ya  na.

Y me fui a borrar rayas. A Salamanca como estudiante, a Badajoz como opositora, a Huelva como hermana, a Vigo, Viana, Verín como profesora.

Y sin rayas soy en los bosques de Sintra y en las nieves de Sanabria, en las calas del Algarve y el los acantilados de San Vicente, en las pequeñas barcas de Espinho, en los puentes de Oporto, en los palacios de Vidago... Y en los fados.

ANTONIA RONCERO