Curso de formación política del Partido Obrero:
Crisis mundial del Capitalismo ¿Sigue vigente la revolución socialista?
UNA ETAPA DE GUERRAS IMPERIALISTAS
Bibliogafria:
Programa de transición. Leon Trotsky
Tesis 6, 11, 16, 17, 18,19 y 20 en Tesis Programáticas para la IV Internacional. Jorge Altamira
Bibliografía:
“La Crisis Mundial” en Teoria marxista y estrategia política y En defensa del marxismo nº4, Jorge Altamira
Tesis 1, 4, 23, 24, y 25 en Tesis Programáticas para la IV Internacional. Jorge Altamira
Bibliografia:
Bibliografia:
La situación internacional y la lucha por la Cuarta Internacional, en “En defensa del marxismo” nº 36. Resolución del XIX Congreso del Partido Obrero
Tesis 12, 13, 14, 15, 27, 28, 30, 31 en Tesis Programáticas para la IV Internacional. Jorge Altamira
La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.
La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar balo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores. El crecimiento de la desocupación ahonda a su vez la crisis financiera del Estado y mina los sistemas monetarios vacilantes. Los gobiernos, tanto democráticos como fascistas, van de una quiebra a la otra.
La burguesía misma no ve una salida. En los países en que se vio obligada a hacer su última postura sobre la carta del fascismo marcha ahora con los ojos vendados hacia la catástrofe económica y militar. En los países históricamente privilegiados, vale decir, aquellos en que pueden aún permitirse el lujo de la democracia a cuenta de la acumulación nacional anterior (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos) todos los partidos tradicionales del capital se encuentran en un estado de confusión que raya, por momentos, con la parálisis de la voluntad. El “ New Deal,” pese al carácter resuelto que ostentaba en el primer período sólo representa una forma particular de confusión, posible en un país donde la burguesía ha podido acumular inmensas riquezas. La crisis actual que está lejos aún de haber completado su curso, ha podido demostrar ya que la política del “ New Deal ”, en los EE.UU. como la política del frente popular en Francia, no ofrece salida alguna del impasse económico.
El cuadro de las relaciones internacionales no tiene mejor aspecto. Bajo la creciente presión de ocaso capitalista los antagonismos imperialistas han alcanzado el límite más allá del cual los conflictos y explosiones sangrientas (Etiopía, España, Extremo Oriente, Europa Central...) deben confundirse infaliblemente en un incendio mundial. En verdad la burguesía percibe el peligro mortal que una nueva guerra representa para su dominación, pero es actualmente infinitamente menos capaz de prevenirla que en vísperas de 1914.
Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía “ maduras ” para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria.
La economía, el Estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están profundamente afectadas por la crisis social que caracteriza la situación pre -revolucionaria de la sociedad. El principal obstáculo en el camino de la transformación de la situación pre-revolucionaria en revolucionaria consiste en el carácter oportunista de la dirección proletaria, su cobardía pequeño-burguesa y la traidora conexión que mantiene con ella en su agonía.
En todos los países el proletariado está sobrecogido por una profunda inquietud. Grandes masas de millones de hombres vienen incesantemente al movimiento revolucionario, pero siempre tropiezan en ese camino con el aparato burocrático, conservador de su propia dirección.
El proletariado español ha hechos desde abril de 1931 una serie de tentativas heroicas para tomar en sus manos el poder y la dirección de los destinos de la sociedad. No obstante, sus propios partidos (social-demócratas, stalinistas, anarquistas y POUM) cada cual a su manera han actuado a modo de freno y han preparado así el triunfo de Franco.
En Francia, la poderosa ola de huelgas con ocupación de las fábricas, particularmente en junio de 1936, mostró bien a las claras que el proletariado estaba dispuesto a derribar el sistema capitalista. Sin embargo, las organizaciones dirigentes, socialistas, stalinistas y sindicalistas, lograron bajo la etiqueta del Frente Popular, canalizar y detener, por lo menos momentáneamente, el torrente revolucionario.
La marca sin precedentes de huelgas con ocupación de fábricas y el crecimiento prodigiosamente rápido de los sindicatos industriales en los EE.UU. (el movimiento de la C.I.O.) son la expresión más indiscutible de la aspiración más instintiva de los obreros americanos a elevarse a la altura de la misión que la historia les ha asignado. Sin embargo, aquí también las organizaciones dirigentes, incluso la C.I.O. de reciente creación, hacen todo lo que pueden para detener y paralizar la ofensiva revolucionaria de las masas.
El paso definitivo de la I.C. hacia el lado del orden burgués, su papel cínicamente contra-revolucionario en el mundo entero, particularmente en España, en Francia, en Estados Unidos y en los otros países “democráticos”, ha creado extraor dinarias dificultades suplementarias al proletariado mundial. Bajo el signo de la revolución de octubre, la política conservadora de los “Frentes Populares” conduce a la clase obrera a la impotencia y abre el camino al fascismo.
Los “Frentes Populares” por una parte, el fascismo por otra, son los últimos recursos políticos del imperialismo en la lucha contra la revolución proletaria. No obstante, desde el punto de vista histórico, ambos recursos no son sino una ficción. La putrefacción del capitalismo continuará también bajo el gorro frigio en Francia como bajo el signo de la swástica en Alemania. Sólo el derrumbe de la burguesía puede constituir una salida.
La orientación de las masas está determinada, por una parte, por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y de otra, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De estos dos factores el factor decisivo, es, por supuesto, el primero; las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos. Cualquiera que sea la diversidad de métodos de los social traidores (de la legislación “social” de Blum a las falsificaciones judiciales de Stalin), no lograrán quebrar la voluntad revolucionaria del proletariado. Cada vez en mayor escala, sus esfuerzos desesperados para detener la rueda de la historia demostrarán a las masas que la crisis de la dirección del proletariado, que se ha transformado en la crisis de la civilización humana, sólo puede ser resuelta por la IV Internacional.
La tarea estratégica del próximo período -período pre-revolucionario de agitación , propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y descorazonamiento de la vieja dirección, falta de experiencia de la joven). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.
La social-democracia clásica que desplegó su acción en la época del capitalismo progresivo, dividía su programa en dos partes independientes una de otra; el programa mínimo, que se limitaba a algunas reformas en el cuadro de la sociedad burguesa y el programa máximo, que prometía para un porvenir indeterminado el reemplazo del capitalismo por el socialismo. Entre el programa máximo y el programa mínimo no existía puente alguno. La social-democracia no tenía necesidad de ese puente, porque sólo hablaba de socialismo los días de fiesta.
La Internacional Comunista ha entrado en el camino de la social democracia en la época del capitalismo en descomposición, cuando a éste no le es posible tratar de reformas sociales sistemáticas, ni de la elevación del nivel de vida de las masas; cuando la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el doble de los que diera con la izquierda (impuestos, derechos aduaneros, inflación "deflación", vida cara, desocupa ción, reglamentación policíaca de las huelgas, etc.); cuando cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta cualquier reivindicación progresiva de la pequeña burguesía, conducen inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.
El objetivo estratégico de la IV Internacional no consiste en reformar el capitalismo, sino en derribarlo. Su finalidad política es la conquista del poder por el proletariado para realizar la expropiación de la burguesía. Sin embargo, la obtención de este objetivo estratégico es inconcebible sin la más cuidadosa de las actitudes respecto de todas las cuestiones de táctica, inclusive las pequeñas y parciales.
Todas las fracciones del proletariado, todas sus capas, profesionales y grupos deben ser arrastradas al movimiento revolucionario. Lo que distingue a la época actual, no es que exima al partido revolucionario del trabajo prosaico de todos los días, sino que permite sostener esa lucha en unión indisoluble con los objetivos de la revolución
La IV Internacional no rechaza las del viejo programa “mínimo” en la medida en que ellas han conservado alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero realiza este trabajo en el cuadro de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria. En la medida en que las reivindicaciones parciales –“mínimum”- de las masas entren en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y eso ocurre a cada paso, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo “programa mínimo” es constantemente superado por el programa de transición cuyo objetivo consiste en una movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria.
En las condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la triste vida de los oprimidos, quienes, ahora más que nunca, están amenazados por el peligro de ser arrojados en abismo del pauperismo. Están obligados a defender su pedazo de pan ya que no pueden aumentarlo ni mejorarlo. No es posible ni necesario enumerar las diversas reivindicaciones parciales que surgen a cada rato de circunstancias concretas, nacionales, locales, profesionales. Pero dos calamidades económicas fundamentales, a saber: la desocupación y la carestía de la vida, exigen consignas y métodos generales de lucha.
La IV Internacional declara una guerra implacable a la política de los capitalistas, que es, en gran parte, la de sus agentes, los reformistas, tendiente a hacer recaer sobre los trabajadores todo el fardo del militarismo, de la crisis, del desorden de los sistemas monetarios y demás calamidades de la agonía capitalista. Reivindica el derecho al trabajo y una existencia digna para todos.
Ni la inflación ni la estabilización monetaria pueden servir de consignas al proletariado porque son las dos caras de una misma moneda. Contra la carestía de la vida que, a medida que la guerra se aproxima, se acentuará cada vez más, sólo es posible luchar con una consigna: la escala móvil de los salarios. Los contratos colectivos de trabajo deben asegurar el aumento automático de los salarios correlativamente con la elevación del precio de los artículos de consumo.
Bajo pena de entregarse voluntariamente a la degeneración, el proletariado no puede tolerar la transformación de una multitud creciente de obreros en desocupados crónicos, en menesterosos que viven de las migajas de una sociedad en descomposición. El derecho al trabajo es el único derecho que tiene el obrero en una sociedad fundada sobre la explotación. No obstante se le quita ese derecho a cada instante. Contra la desocupación, tanto de “estructura” como de “coyuntura” es preciso lanzar la consigna de la escala móvil de las horas de trabajo. Los sindicatos y otras organizaciones de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él, por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad. El trabajo existente es repartido entre todas las manos obreras existentes y es así como se determina la duración de la semana de trabajo. El salario, con un mínimo estrictamente asegurado sigue el movimiento de los precios. No es posible aceptar ningún otro programa para el actual período de transición.
Los propietarios y sus abogados demostrarán “la imposibilidad de realizar” estas reivindicaciones. Los capitalistas de menor cuantía, sobre todo aquellos que marchan a la ruina, invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros rechazarán categóricamente esos argumentos y esas referencias. No se trata aquí del choque “normal” de intereses materiales opuestos. Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y de la muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo, del porvenir de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra que morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.
En la lucha por las reivindicaciones parciales y transitorias, los obreros necesitan, ahora más que nunca, organizaciones de masa, ante todo sindicatos. El auge de los sindicatos en Francia y en los Estados Unidos es la mejor respuesta a las doctrinas ultra-izquierdistas que predicaban que los sindicatos estaban “fuera de época”.
Los Bolchevique Leninistas se encuentran en las primeras filas de todas las formas de lucha, aún allí donde se trata de los intereses de los más modestos de la clase obrera. Toman parte activa en la vida de los sindicatos de masa, preocupándose de robustecer y acrecentar su espíritu de lucha. Luchan implacablemente contra toda las tentativas de someter los sindicatos al estado burgués y de maniatar al proletariado con “el arbitraje obligatorio” y todas las demás formas de intervención policial, no sólo son fascistas sino también “democráticas”. Solamente sobre la base de ese trabajo es posible luchar con buen éxito en el seno de los sindicatos contra la burocracia reformista incluidos los stalinistas. Las tentativas sectarias de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios” como una segunda edición del partido, significa en el hecho la lucha por la dirección de la clase obrera. Hace falta plantear aquí como un principio inconmovible: el auto-aislamiento cobarde fuera de los sindicatos de masas, equivalente a la traición a la revolución, es incompatible con la pertenencia a la IV internacional.
Al mismo tiempo la IV Internacional rechaza y condena resueltamente todo fetichismo de los sindicatos, propio de los treadeunionistas y de los sindicalistas.
a) Los sindicatos no tienen, y, por sus objetivos, su composición y el carácter de su reclutamiento, no pueden tener un programa revolucionario acabado; por eso no pueden sustituir al partido. La creación de partidos revolucionarios nacionales, secciones de la IV Internacional, es el objetivo central de la época de transición.
b) Los sindicatos, aún los más poderoso, no abarcan más del 20 al 25 de la clase obrera y por otra parte, sus capas más calificadas y mejor pagadas. La mayoría más oprimida de la clase obrera no es arrastrada a la lucha sino episódicamente en los períodos de auge excepcional del movimiento obrero. En estos momentos es necesario crear organizaciones ad-hoc, que abarquen toda la masa en lucha los comités de huelga, los comités de fábrica, y en fin, los soviets.
c) En tanto que organizaciones de las capas superiores del proletariado, los sindicatos, como lo atestigua toda la experiencia histórica, comprendida en ella la experiencia fresca aún de los sindicatos anarco-sindicalistas de España, desenvuelven poderosas tendencias a la conciliación con el régimen democrático burgués. En los períodos agudos de lucha de clases, los aparatos dirigentes de los sindicatos se esfuerzan por convertirse en amos del movimiento de masas para domesticarlo. Esto se produce ya en ocasión de simples huelgas, sobre todo con la ocupación de las fábricas, que sacuden los principios de la propiedad burguesa. En tiempo de guerra o de revolución, cuando la situación de la burguesía se hace particularmente difícil, los jefes de los sindicatos se transforman ordinariamente en ministros burgueses.
Por todo lo que antecede las secciones de la IV Internacional deben esforzarse constantemente no sólo en renovar el aparato de los sindicatos proponiendo atrevida y resueltamente en los momentos críticos nuevos líderes dispuestos a la lucha en lugar de funcionarios rutinarios y carreristas, sino también de crear en todos los casos en que sea posible, organizaciones de combate autónomas que respondan mejor a los objetivos de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, sin arredrarse, si fuese necesario, frente a una ruptura abierta con el aparato conservador de los sindicatos. Si es criminal volver la espalda a las organizaciones de masas para contentarse con ficciones sectarias, no es menos criminal tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucio nario de las masas al contralor de pandillas burocráticas abiertamente reaccionarias o conservadoras disfrazadas de “progresistas”. El sindicato no es un fin en sí, sino sólo uno de los medios a emplear en la marcha hacia la revolución proletaria.
EI movimiento obrero de la época de transición no tiene un carácter regular e igual sino afiebrado y explosivo. Las consignas, lo mismo que las formas de organización, deben ser subordinadas a ese carácter del movimiento. Huyendo de la rutina como de la peste, la dirección debe prestar atención a la iniciativa de las masas.
Las huelgas con ocupación de fábricas, una de las más recientes manifestaciones de esta iniciativa, rebasan los límites del régimen capitalista normal. Independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al ídolo de la propiedad capitalista. Toda huelga de ocupación plantea prácticamente el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros.
Si la ocupación promueve esta cuestión episódicamente, el comité de fábrica da a la misma una expresión organizada. Elegido por todos los obreros y empleados de la empresa, el comité de fábrica crea de golpe un contrapeso a la voluntad de la administración.
A la crítica reformista de los patrones del viejo tipo, los “patrones de derecho divino”, del género de Ford, frente a los “buenos” explotadores “democráticos”, nosotros oponemos la consigna de los comités de fábrica como centro de lucha contra unos y otros.
Los burócratas de los sindicatos se opondrán, por regla general, a la creación de comités, del mismo modo que se oponen a todo paso atrevido en el camino de la movilización de las masas. Sin embargo, su oposición será tanto más fácil de quebrar cuanto mayor sea la extensión del movimiento. Allí donde los obreros de la empresa están ya en los períodos “tranquilos” totalmente comprendidos en los sindicatos, el comité coincidirá formalmente con el órgano del sindicato, pero renovará su compo sición y ampliará sus funciones. Sin embargo, el principal significado de los comités es el de transformarse en estados mayores para las capas obreras que, por lo general, el sindicato no es capaz de abarcar. Y es precisamente de esas capas más explotadas de donde surgirán los destacamentos más afectos a la revolución.
A partir del momento de la aparición del comité de fábrica, se establece de hecho una dualidad de poder. Por su esencia ella tiene algo de transitorio porque encierra en sí dos regímenes inconciliables: el régimen capitalista y el régimen proletario. La principal importancia de los Comités de Fábrica consiste precisamente en abrir un período pre-revolucionario, ya que no directamente revolucionario, entre el régimen burgués y el régimen proletario. Que la propaganda por los Comités de Fábrica no es prematura ni artificial, lo demuestra del mejor modo la ola de ocupación de fábricas que se ha desencadenado en algunos países. Nuevas olas de ese género son inevitables en un porvenir próximo. Es preciso iniciar una campaña en pro de los comités de fábricas para que los acontecimientos no se tomen de improviso.
El capitalismo liberal basado en la concurrencia y la libertad de comercio se ha eclipsado en el pasado. El capitalismo monopolizador que lo reemplazó, no solamente no ha reducido la anarquía del mercado, sino que, por el contrario, le ha dado un carácter particularmente convulsivo. La necesidad de un “control” sobre la economía, de una “dirección” estatal, de una “planificación” es reconocida ahora - al menos verbalmente - por casi todas las corrientes del pensamiento burgués y pequeño-burgués, desde el fascismo hasta la social-democracia. Para el fascismo se trata sobre todo de un pillaje “planificado” del pueblo con fines militares. Los social-demócratas tratan de desagotar el océano de la anarquía con la cuchara de una “planificación” burocrática. Los ingenieros y los profesores tratan de convertirse en tecnócratas. Los gobiernos democráticos tropiezan en sus tentativas tímidas de “reglamentación” con el sabotaje insuperable del gran capital.
El verdadero nexo entre explotadores y “controladores” democráticos se revela en el hecho de que los señores “reformadores” poseídos de una santa emoción, se detienen en el umbral de los trusts con sus “secretos” industriales y comerciales. Aquí reina el principio de “no intervención”. Las cuentas entre el capital aislado y la sociedad constituyen un secreto del capitalismo: la sociedad no tiene nada que ver con ellas. El “secreto” comercial se justifica siempre, como en la época del capitalismo liberal, por los intereses de la “concurrencia”. En realidad los trusts no tienen secretos entre sí. El secreto comercial de la época actual es un constante complot del capital monopolizador contra la sociedad. Los proyectos de limitación del absolutismo de los “patrones de derecho divino” seguirán siendo lamentables farsas mientras los propietarios privados de los medios sociales de producción puedan ocultar a los productores y, a los consumidores la mecánica de la explotación, del pillaje y del engaño. La abolición del “secreto comercial” es el primer paso hacia un verdadero control de la industria.
Los obreros no tienen menos derechos que los capitalistas a conocer los “secretos” de la empresa, de los trusts, de las ramas de las industrias, de toda la economía nacional en su conjunto. Los bancos, la industria pesada y los transportes centralizados deben ser los primeros sometidos a observación.
Los primeros objetivos del control obrero consisten en aclarar cuales son las ganancias y gastos de la sociedad, empezando por la empresa aislada, determinar la verdadera parte del capitalismo aislado y de los capitalistas en conjunto en la renta nacional, desenmascarar las combinaciones de pasillo y las estafas de los bancos y de los trusts; revelar, en fin, ante la sociedad el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y de la exclusiva persecución de la ganancia.
Ningún funcionario del estado burgués puede llevar a cabo esa tarea, cualesquiera que sean los poderes de que fuera investido. El mundo entero ha observado la impotencia del presidente Roosevelt y del presidente del consejo León Blum frente al complot de las “60” o de las “200” familias de sus respectivos países. Para quebrar la resistencia de los explotadores se requiere la presión del proletariado. Los comités de fábrica y solamente ellos pueden asegurar un verdadero control sobre la producción llamando en su ayuda como consejeros y no como tecnócratas a los especialistas honestos y afectos al pueblo: contadores, estadísticos, ingenieros, sabios, etc...
En particular la lucha contra la desocupación es inconcebible sin una amplia y atrevida organización de “grandes obras públicas”. Pero las grandes obras no pueden tener una importancia durable y progresiva, tanto para la sociedad como para los desocupados, si no forman parte de un plan general, trazado para un período de varios años. En el cuadro de un plan semejante los obreros reivindicarán la vuelta al trabajo, por cuenta de la sociedad, en las empresas privadas cerradas a causa de la crisis. El control obrero en tales casos sería sustituido por una administración directa por parte de los obreros.
La elaboración de un plan económico, así sea el más elemental, desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y no de los explotadores, es inconcebible sin control obrero, sin que la mirada de los obreros penetre a través de los resortes aparentes y ocultos de la economía capitalista. Los comités de las diversas empresas deben elegir, en reuniones oportunas, comités de trusts, de ramas de la industria, de regiones económicas, en fin, de toda la industria nacional, en conjunto. En esa forma, el control obrero pasará a ser la escuela de la economía planificada. Por la experiencia del control, el proletariado se preparará para dirigir directamente la industria nacionalizada cuando la hora haya sonado.
A los capitalistas, especialmente aquellos de pequeña y mediana importancia que, a veces, proponen ellos mismos abrir sus libros de cuentas ante los obreros - sobre todo para demostrarles la necesidad de reducir los salarios - los obreros deberán responderles que lo que a ellos les interesa no es la contabilidad de los quebrados o de los semi-quebrados aislados, sino la contabilidad de todos los explotadores. Los obreros no pueden ni quieren adaptar su nivel de vida a los intereses de los capitalistas aislados convertidos en víctimas de su propio régimen. La tarea consiste en reconstruir todo el sistema de producción y de distribución sobre principios más racionales y más dignos. Si la abolición del secreto comercial es la condición necesaria de control obrero, ese control representa el primer paso en el camino de la dirección socialista de la economía.
El programa socialista de la expropiación, vale decir, de la destrucción política de la burguesía y de la liquidación de su dominación económica, no puede, en ningún caso, constituir un obstáculo en el presente período de transición, bajo diversos pretextos, a la reivindicación de la expropiación de ciertas ramas de la industria, vitalísima para la existencia nacional de los grupos más parasitarios de la burguesía.
Así, a las prédicas quejumbrosas de los señores demócratas sobre la dictadura de las “60” familias de los Estados Unidos o de las “200” familias de Francia nosotros oponemos la reivindicación de la expropiación de esos 60 o 200 señores feudales del capitalismo.
De igual modo reivindicamos la expropiación de las compañías monopolizadoras de la industria de guerra, de los ferrocarriles, de las más importantes fuentes de materias primas, etc...
La diferencia entre estas reivindicaciones y la consigna reformista demasiado vieja de “nacionalización” consiste en que: 1) Nosotros rechazamos la indemnización; 2) Prevenimos a las masas contra los charlatanes del Frente Popular que, mientras proponen la nacionalización en palabras, siguen siendo, en los hechos, los agentes del capital; 3) Aconsejamos a las masas a contar solamente con su fuerza revolucionaria; 4) ligamos el problema de la expropiación a la cuestión del poder obrero y campesino.
La necesidad de lanzar la consigna de la expropiación en la agitación cotidiana, por consecuencia, de una manera fraccionada, y no solamente desde un punto de vista de propaganda, bajo su forma general, es provocada porque las diversas ramas de la industria se encuentran en un distinto nivel de desarrollo, ocupan lugares diferentes en la vida de la sociedad y pasan por diferentes etapas de la lucha de clases. Sólo el ascenso revolucionario general del proletariado puede poner la expropiación general de la burguesía en el orden del día. El objeto de las reivindicaciones transitorias es el de preparar al proletariado a la resolución de esta tarea.
El imperialismo significa la dominación del capital financiero. Al lado de los consorcios y de los trusts y frecuentemente arriba de ellos, los bancos concentran en sus manos la dirección de la economía. En su estructura, 105 bancos reflejan bajo una forma concentrada, toda la estructura del capitalismo contemporáneo: combinan la tendencia al monopolio con la tendencia a la anarquía. Organizan milagros de técnica, empresas gigantescas, trusts potentes y organizan también la vida cara, las crisis y la desocupación. Imposible dar ningún paso serio hacia adelante en la lucha contra la arbitrariedad monopolista y la anarquía capitalista si se dejan las palancas de comando de los bancos en manos de los bandidos capitalistas. Para crear un sistema único de inversión y de crédito, según un plan racional que corresponda a los intereses de toda la nación es necesario unificar todos los bancos en una institución nacional única. Sólo la expropiación de los bancos privados y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado pondrá en las manos de éste los medios necesarios, reales, es decir materiales, y no solamente ficticios y burocráticos, para la planificación económica.
La expropiación de los bancos no significa en ningún caso la expropiación de los pequeños depósitos bancarios. Por el contrario para los pequeños depositantes la banca del Estado única podrá crear condiciones más favorables que los bancos privados. De la misma manera sólo la banca del Estado podrá establecer para los campesinos, los artesanos y pequeños comerciantes condiciones de crédito privilegia do, es decir, barato. Sin embargo, lo más importante es que, toda la economía, en primer término la industria pesada y los transportes, dirigida por un Estado mayor financiero único, sirva a los intereses vitales de los obreros y de todos los otros trabajadores.
No obstante, la estatización de los bancos sólo dará resultados favorables si el poder estatal mismo pasa de manos de los explotadores a manos de los trabajadores.
Las huelgas con ocupación de fábricas son una muy seria advertencia dirigida por las masas no sólo a la burguesía sino también a las organizaciones obreras, comprendida la cuarta Internacional. En 19l9-1920, los obreros italianos ocuparon, por su propia iniciativa las fábricas señalando así a sus propios “jefes” la llegada de la revolución social. Los “jefes” no tomaron en cuenta la advertencia. Los resultados fueron la victoria del fascismo.
Las huelgas con ocupación no son todavía la toma de la fábrica a la manera italiana: pero son un paso decisivo en este camino. La crisis actual puede exacerbar extremadamente la marcha de la lucha de clases y precipitar el desenlace. No hay que creer sin embargo que una situación revolucionaria surge repentinamente. En realidad su aproximación será señalada por toda una serie de convulsiones. La ola de huelgas con ocupación de fábricas es precisamente una de ellas. La tarea de las secciones de la Cuarta Internacional es de ayudar a la vanguardia proletaria a comprender el carácter general y los ritmos de nuestra época y fecundar a tiempo la lucha de masas con consignas cada vez más resueltas y con medidas de organización para el combate.
La exacerbación de la lucha del proletariado significa la exacerbación de los métodos de resistencia por parte del capital. Las nuevas olas de huelgas con ocupación de fábricas pueden provocar y provocarán infaliblemente enérgicas medidas de reacción por parte de la burguesía. El trabajo preparatorio se conduce desde ahora en los estados mayores de los trusts. ¡Desgraciadas las organizaciones revolucionarias, desgraciado el proletariado si se deja tomar nuevamente de improviso!
La burguesía no se limita en ninguna parte a utilizar solamente la policía y el ejército oficiales. En los Estados Unidos, incluso en los períodos de “calma”, mantiene destacamentos amarillos y bandas armadas de carácter privado en las fábricas. Es preciso agregar ahora las bandas de nazis norteamericanas. La burguesía francesa en cuanto sintió la proximidad del peligro movilizó los destacamentos fascistas semilegales e ilegales, hasta en el interior del ejército oficial. Bastará que los obreros ingleses aumenten de nuevo su empuje para que de inmediato las bandas de Lord Mosley se dupliquen, tripliquen, decupliquen en número e inicien una cruzada sangrienta contra los obreros. La burguesía advierte claramente que en la época actual la lucha de clases infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil. Los magnates y los lacayos del capital han aprendido en los ejemplos de Italia, Alemania, Austria y otros países, mucho más que los jefes oficiales del proletariado
Los políticos de la Segunda y la Tercera Internacional, al igual que los burócratas de los sindicatos conscientemente cierran los ojos ante el ejército privado dc la burguesía, pues de lo contrario no podrían mantener ni durante 24 horas su alianza con ella. Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia está más segura allí donde la burguesía se halla armada hasta los dientes y los obreros desarmados.
La Cuarta Internacional tiene el deber de acabar de una vez por todas con esta política servil. Los demócratas pequeño-burgueses incluso los social-demócratas, los socialistas y los anarquistas gritan más estentóreamente acerca de la lucha con el fascismo cuanto más cobardemente capitulan ante el mismo. Las bandas fascistas sólo pueden ser contrarrestadas victoriosamente por los destacamentos de obreros armados que sienten tras de sí el apoyo de millones de trabajadores. La lucha contra el fascismo no se inicia en la redacción de una hoja liberal, sino en la fábrica y termina en la calle. Los elementos amarillos y los gendarmes privados en las fábricas son las células fundamentales del ejército del fascismo. Los piquetes de huelgas son las células fundamentales del ejército del proletariado. Por allí es necesario empezar. Es preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. En todas partes donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es preciso constituir prácticamente milicias de autodefensa, adiestrándolas en el manejo de las armas.
La nueva ola del movimiento de masas no sólo debe servir para aumentar el número de esas milicias, sino también para unificarlas por barrios, ciudades y regiones Es preciso dar una expresión organizada al legítimo odio de los obreros en contra de los elementos rompehuelgas, las bandas de pistoleros y de fascistas. Es preciso lanzar la consigna de la milicia obrera como única garantía seria de la inviolabilidad de las organizaciones, las reuniones y la prensa obrera.
Sólo gracias a un trabajo sistemático, constante, incansable valiente en la agitación y en la propaganda, siempre en relación con la experiencia de la masa misma, pueden extirparse de su conciencia las tradiciones de docilidad y pasividad: educar destacamentos de heroicos combatientes, capaces de dar el ejemplo a todos los trabajadores, infligir una serie de derrotas tácticas a las bandas de la contrarrevolución, aumentar la confianza en sí mismos de los explotados, desacreditar el fascismo a los ojos de la pequeña burguesía y despejar el camino para la conquista del poder para el proletariado.
Engels definía el Estado “destacamentos de elementos armados”. El armamento del proletariado es un factor integrante indispensable de su lucha emancipadora. Cuando el proletariado lo quiera, hallará los caminos y los medios para armarse. También en este dominio la dirección incumbe naturalmente a las secciones de la Cuarta Internacional.
El obrero agrícola es, en la aldea, el hermano y el compañero del obrero de la industria. Son dos partes de una sola y misma clase. Sus intereses son inseparables. El programa de las reivindicaciones transitorias de los obreros industriales es también, con tales o cuales cambios, el programa del proletariado agrícola.
Los campesinos (chacareros) representan otra clase: es la pequeña burguesía de la aldea. La pequeña burguesía se compone de diferentes capas, desde los semi-propietarios hasta los explotadores.
De acuerdo con esto, la tarea política del proletariado de la industria consiste en llevar la lucha de clases a la aldea: solamente así podrá separar sus aliados de sus enemigos.
Las peculiaridades del desarrollo nacional de cada país hallan su más viva expresión en la situación de los campesinos y parcialmente de la pequeña burguesía de la ciudad (artesanos y comerciantes) porque estas clases, por numerosas que sean, representan en el fondo sobrevivencias de formas precapitalistas de la producción. Las secciones de la Cuarta Internacional deben, de la forma más concreta posible, elaborar programas de reivindicaciones transitorias para los campesinos (chacareros) y la pequeña burguesía de la ciudad correspondiente a las condiciones de cada país. Los obreros avanzados deben aprender a dar respuestas claras y concretas a los problemas de sus futuros aliados.
En tanto siga siendo el campesino un pequeño productor “independiente”, tiene necesidad de crédito barato, de precios accesibles para las máquinas agrícolas y los abonos, de condiciones favorables de transportes, de una organización honesta para las negociaciones de los productos agrícolas. Sin embargo los bancos, los trusts, los comerciantes extorsionan al campesinado por todas partes. Sólo los campesinos pueden reprimir este pillaje, con la ayuda de los obreros. Es necesario que entren a actuar comités de chacareros pobres que, en común con los comités obreros y los comités de empleados de banco, tomaran en sus manos el control de las operaciones de transporte, de crédito y de comercio que interesan a la agricultura.
Invocando de manera mentirosa las “excesivas” exigencias de los obreros, la gran burguesía convierte artificialmente el problema del precio de las mercaderías en una cuña que introduce luego entre los obreros y los campesinos, entre los obreros y la pequeña burguesía de las ciudades. Los campesinos, el artesano y el pequeño comerciante, a diferencia del obrero, del empleado y del pequeño funcionario no pueden reclamar un aumento del salario paralelo al aumento de los precios. La lucha burocrática oficial contra la carestía de la vida no sirve más que para engañar a las masas. Los campesinos, los artesanos y los comerciantes, sin embargo, en su condición de consumidores, deben tomar una participación activa, junto con los obreros, en la política de los precios. A las prédicas de los capitalistas relativas a los gastos de producción, de transporte y de comercio, los consumidores deben responder: “muestren vuestros libros, exigimos el control sobre la política de los precios”. Los órganos de este control deben ser los comités de vigilancia de los precios, formados por delegados de las fábricas, los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones de campesinos, los elementos de la pequeña burguesía pobre de las ciudades, de los trabajadores del servicio doméstico, etc... De este modo los obreros demostrarán a los campesinos que la razón de la elevación de los precios no consiste en los salarios altos sino en las ganancias excesivas de los capitalistas y en el derroche de la anarquía capitalista.
El programa de la nacionalización de la tierra y de la colectivización de la agricultura debe formularse de tal manera que excluya radicalmente la idea de la expropiación de los campesinos pobres o de la colectivización forzosa. El campesino continuará siendo el campesino de su lote de tierra mientras él mismo lo considere necesario y posible. Para rehabilitar el programa socialista a los ojos de los campesinos es preciso desenmascarar implacablemente los métodos stalinistas de colectivización, dictados por intereses de la burocracia y no los intereses de los campesinos y de los obreros.
La expropiación de los expropiadores tampoco significa el despojo forzoso de los artesanos pobres y de los pequeños comerciantes. Por el contrario, el control de los obreros sobre los bancos y los trusts, y con mayor razón la nacionalización de estas empresas, puede crear para la pequeña burguesía de la ciudad condiciones incompara blemente más favorables de crédito, de compra y venta, que bajo la dominación ilimitada de los monopolios la dependencia de esas empresas respecto del capital privado será sustituida por la dependencia respecto al Estado, cuya atención a las necesidades de sus pequeños copartícipes y agentes será tanto mayor cuanto más riguroso sea el control de los obreros sobre el mismo.
La participación práctica de los campesinos explotados en el control de las distintas ramas de la economía permitirá a los campesinos decidir por sí mismo el problema de saber si les conviene o no sumarse al trabajo colectivo de la tierra, en qué plazos y en qué escala. Los obreros de la industria se comprometen a aportar en este camino toda su colaboración a los campesinos por intermedio de los sindicatos, de los comités de fábrica y, sobre todo, del gobierno obrero y campesino. La alianza que el proletariado propone no a las clases medias en general, sino a las capas explotadas de la ciudad y el campo, contra todos los explotadores, e incluso los explotadores “medios”, no puede fundarse en la coacción, sino solamente en un libre acuerdo que debe consolidarse en un “pacto” especial. Este “pacto” es precisamente el programa de reivindicaciones transitorias, libremente aceptado por las dos partes.
Toda la situación mundial, y por consecuencia también la vida política interior de los diversos países, se hallan bajo la amenaza de la guerra mundial. La catástrofe que se aproxima penetra de angustia, desde ya a las masas más profundas de la humanidad.
La II Internacional repite su política de traición de 1914 con tanta mayor convicción en cuanto la Internacional comunista desempeña ahora el papel del primer violín del patrioterismo. Desde que el peligro de guerra ha tomado un aspecto concreto, los stalinistas, superando con mucho a los pacifistas burgueses y pequeño burgueses, se han convertido en los campeones de la pretendida “defensa nacional”. La lucha revolucionaria contra la guerra recae así enteramente sobre los hombros de la IV Internacional.
La política de los Bolcheviques Leninistas en esta cuestión ha sido formulada en las tesis programáticas del Secretariado Internacional, que todavía ahora conservan todo su valor ( La IV Internacional y la Guerra, mayo de 1934). El éxito del partido revolucionario en el próximo período dependerá ante todo de su política en la cuestión de la guerra y el arte de apoyarse en la experiencia propia de las masas.
En el problema de la guerra más que en todo otro problema, la burguesía y sus agentes engañan al pueblo con abstracciones, fórmulas generales y frases patéticas: “neutralidad”, ”seguridad colectiva”, “armamentos para la defensa de la paz”, “defensa nacional”, “lucha contra el fascismo”, etc... Todas estas fórmulas se reducen, en resumidas cuentas, a que la cuestión de la guerra, vale decir, la suerte de los pueblos, debe quedar en manos de los imperialistas, de sus gobiernos, de su diplomacia, de sus Estados Mayores con todas sus intrigas y complots contra los pueblos.
La IV Internacional rechaza con indignación todas estas abstracciones que juegan entre los demócratas el mismo rol que entre los fascistas: “honor”, “sangre”, “raza”. Pero la indignación no es suficiente. Es preciso ayudar a las masas con criterios, consignas y reivindicaciones transitorias apropiadas para descubrir la realidad para distinguir lo que hay de concreto en el fondo de las abstracciones fraudulentas.
¿”Desarme”? Pero toda la cuestión del desarme consiste en saber quien desarmará y quien será desarmado. El único desarme que puede prevenir o detener la guerra es el desarme de la burguesía por los obreros. Pero para desarmar a la burguesía, es necesario que los obreros, ellos mismos, se armen.
¿“Neutralidad”? Pero el proletariado no es absolutamente neutral en la guerra entre Japón y China, o entre Alemania y la U.R.S.S. ¿Significa esto la defensa de la China y de la U.R.S.S.? Evidentemente, pero no por intermedio de los imperialistas que estrangularon a la China y a la U.R.S.S.
¿Defensa de la patria? Pero bajo esta abstracción la burguesía entiende la defensa de sus ganancias y de su pillaje. Estamos dispuestos a defender la patria de los ataques de los capitalistas extranjeros, una vez que hayamos atado de pies y manos e impedido a nuestros propios capitalistas atacar las patrias de los demás, una vez que los obreros y los campesinos sean los verdaderos amos de nuestro país; una vez que las riquezas del país pasen de manos de una ínfima minoría a las manos del pueblo; una vez que el ejército, de un instrumento de los explotadores se convierta en un instrumento de los explotados.
Es necesario saber traducir estas ideas fundamentales en ideas más particulares y más concretas, según la marcha de los acontecimientos y la orientación y estado de espíritu de las masas. Es necesario por otra parte, distinguir estrictamente del pacifismo del diplomático, del profesor, del periodista, del pacifismo del carpintero, del obrero agrícola, de la lavandera. En el primer caso, el pacifismo es la máscara del imperialismo. En el segundo es la expresión confusa de la desconfianza hacia el imperialismo.
Cuando el pequeño campesino o el obrero hablan de la defensa de la patria, se representan la defensa de su casa, de su familia y de las otras familias contra la invasión del enemigo, contra las bombas y contra los gases. El capitalismo y su periodista entienden por defensa de la patria la conquista de colonias y de mercados y la extensión, por el pillaje, de la parte “nacional” en los beneficios mundiales. El patriotismo y el pacifismo burgués son completas mentiras. En el pacifismo, lo mismo que en el patriotismo de los oprimidos, hay elementos que reflejan, de una parte el odio contra la guerra destructora y de otra parte su apego a lo que ellos creen que es su interés. Es necesario utilizar estos elementos para extraer las conclusiones revolucionarias necesarias. Es necesario saber oponer honestamente estas dos formas de pacifismo y de patriotismo.
Partiendo de estas consideraciones, la IV Internacional apoya toda reivindicación, aún insuficiente, si es capaz de llevar a las masas, aunque sea en un débil grado, a una política más activa a despertar su crítica y a reforzar su control sobre las maquinaciones de la burguesía.
Es desde este punto de vista que nuestra sección americana, sostiene, criticándola, la proposición de la institución de un referéndum sobre la cuestión de la declaración de guerra. Ninguna reforma democrática puede impedir, por ella misma, a los dirigentes provocar la guerra cuando ellos lo quieran. Es necesario hacer abiertamente esta advertencia. Pero cualesquiera que sean las ilusiones de las masas respecto al referéndum, esta reivindicación refleja la desconfianza de los obreros y los campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía. Sin sostener ni desarrollar las ilusiones de las masas, es necesario apoyar con todas las fuerzas la desconfianza progresiva de los oprimidos hacia los opresores. Mientras más crezca el movimiento por el referéndum, más pronto los pacifistas burgueses se aislarán, más se desacredi taran los traidores de la Internacional Comunista y más viva se hará la desconfianza de los trabajadores hacia los imperialistas.
Es desde este punto de vista que debe ser sostenida, en adelante, la reivindicación del derecho de voto a los dieciocho años para los hombres y mujeres. Aquel que mañana será llamado a morir por la “patria” debe tener el derecho de hacer oír su voz ahora. La lucha contra la guerra debe consistir, ante todo, en la movilización revolucionaria de la juventud.
Es necesario hacer plena luz sobre el problema de la guerra en todos sus aspectos, principalmente sobre aquel bajo el cual se presenta a las masas en un momento dado.
La guerra es una gigantesca empresa comercial, sobre todo para la industria de guerra. Es por eso que las “doscientas familias” son los primeros patriotas y los principales provocadores de la guerra. El control obrero sobre la industria de guerra es el primer paso sobre “los fabricantes” de la guerra.
A la consigna de los reformistas: impuesto sobre los beneficios de la industria de guerra, nosotros oponemos la consigna de: confiscación de las ganancias y expropiación de las empresas que trabajan para la guerra. Donde la industria de la guerra está “nacionalizada”, como en Francia, la consigna del control obrero conserva todo su valor; el proletariado tiene hacia el estado burgués la misma desconfianza que hacia el burgués individual.
¡Ni un hombre, ni un centavo para el gobierno burgués!
¡Nada de programas de armamento sino un programa de trabajos de utilidad pública!
¡Completa independencia de las organizaciones obreras del control militar-policíaco!
Es necesario arrancar de una vez por todas el destino de los pueblos de las manos de las camarillas imperialistas ávidas y despiadadas que conspiran a sus espaldas. De acuerdo con esto reivindicamos: abolición completa de la diplomacia secreta; todos los tratados y acuerdos deben ser accesibles a cada obrero y campesino. Creación de escuelas militares para la formación de oficiales salidos de las filas de los trabajadores y escogidos por las organizaciones obreras, instrucción militar de los obreros y campesinos bajo el control inmediato de comités obreros y campesinos.
Sustitución del ejército permanente, es decir del cuartel, por una milicia popular en ligazón indisoluble con las fábricas, las minas y los campos.
La guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de la política de pillaje de la burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de la lucha de clase. El comienzo de la guerra cambia la situación y parcialmente los procedimientos de la lucha de clases, pero no cambia ni los objetivos ni la dirección fundamental de la misma.
La burguesía imperialista domina el mundo, es por eso que la próxima guerra, en su carácter fundamental, será una guerra imperialista. El contenido fundamental de la política del proletariado será, en consecuencia, la lucha contra el imperialismo y su guerra. El principio fundamental de esta lucha será: “El enemigo principal está en el país” o “La derrota de nuestro propio gobierno (imperialista) es el menor mal”.
Pero todos los países del mundo no son países imperialistas. Al contrario la mayoría de los países son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semi-coloniales intentarán, sin duda, utilizar la guerra para sacudir el yugo de la esclavitud. De su parte la guerra no será imperialista sino emancipadora. El deber del proletariado internacional será el de ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores, este mismo deber se extiende también a la U.R.S.S y a todo el estado obrero que pueda surgir antes de la guerra. La derrota de todo gobierno imperialista en la lucha contra un estado obrero o un país colonial es el menor mal.
Los obreros de un país imperialista no pueden ayudar a un país anti-imperialista por medio de su gobierno, cualesquiera que sean, en un momento dado, las relaciones diplomáticas entre los dos países. Si los gobiernos se encuentran en alianza temporaria que por la propia naturaleza debe ser incierta, el proletariado del país imperialista debe permanecer en su posición de clase frente a su gobierno y aportar el apoyo a su aliado no imperialista por sus métodos, es decir, por los métodos de la lucha de clases internacional (agitación en favor del estado obrero y del país colonial, no solamente contra sus enemigos, sino también contra sus aliados pérfidos; boicot y huelga en ciertos casos, renuncia al boicot y la huelga en otros, etc...).
Sin dejar de sostener al país colonial y a la U.R.S.S. en la guerra, el proletariado no se solidariza, en ninguna forma, con el gobierno burgués del país colonial ni con la burocracia termidoriana de la U.R.S.S. Al contrario, mantiene su propia independencia política tanto frente a uno como frente a la otra. Ayudando a una guerra justa y progresiva el proletariado revolucionario conquista las simpatías de los trabajadores de las colonias y de la U.R.S.S. Afirma así la autoridad de la IV internacional y puede ayudar por lo tanto, mejor, a la caída del gobierno burgués en el país colonial y de la burocracia reaccionaria de la U.R.S.S.
Al principio de la guerra las secciones de la IV internacional se sentirán inevitablemente aisladas: cada guerra toma de improviso a las masas populares y las empuja del lado del aparato gubernamental. Los internacionalistas deberán marchar contra la corriente. No obstante, las devastaciones y los males de la nueva guerra, que desde los primeros meses dejarán muy atrás los sangrientos horrores de 1914-18 desilusionarán pronto a las masas. Su descontento y su rebelión crecerán por saltos. Las secciones de la IV internacional se encontrarán a la cabeza del flujo revolucionario. El programa de reivindicaciones transitorias adquirirá una ardiente actualidad. El problema de la conquista del poder por el proletariado se planteará con toda su amplitud.
Antes de agotar, o ahogar en sangre a la humanidad, el capitalismo envenena la atmósfera mundial con los vapores deletéreos del odio nacional y racial. El antisemitismo es ahora una de las convulsiones más malignas de la agonía capitalista.
La divulgación tenaz en contra de todos los prejuicios de raza y de todas las formas y matices de la arrogancia nacional del chauvinismo, en particular del antisemitismo, debe entrar en el trabajo cotidiano de todas las secciones de la IV Internacional, como el principal trabajo de educación en la lucha contra el imperialismo y la guerra. Nuestra consigna fundamental sigue siendo:
¡Proletarios de todos los países, uníos!
La fórmula de “gobierno obrero y campesino” aparecida por primera vez en 1917 en la agitación de los bolcheviques fue definitivamente admitida después de la insurrección de Octubre. No representaba en este caso más que una denominación popular de la dictadura del proletariado, ya establecida. La importancia de esta denominación consiste sobre todo en que ponía en primer plano la idea de la alianza del proletariado y de la clase campesina colocada en la base del poder soviético.
Cuando la Internacional Comunista de los epígonos trató de hacer revivir la fórmula de “dictadura democrática de los obreros y campesinos”, enterrada por la historia, dio a la fórmula de “gobierno obrero y campesino” un contenido completamente diferente, puramente “democrático”, vale decir, burgués, oponiéndola a la dictadura del proletariado. Los bolcheviques leninistas rechazaron resueltamente la consigna de “gobierno obrero y campesino” en su interpretación democrático burguesa. Afirmaban entonces y afirman ahora que cuando el partido del proletariado renuncia a salir de los cuadros de la democracia burguesa, su alianza con la clase media no es otra cosa que un apoyo al capital, como ocurrió con los menchevique y los socialistas revolucionarios en 1917, como ocurrió con el partido comunista chino en 1925-1927 y como pasa ahora con los “frentes populares” de España, de Francia y de otros países.
En Abril-Septiembre de 1917, los bolcheviques exigían que los socialistas revolucionarios y los mencheviques rompieran su ligazón con la burguesía liberal y tomaran el poder en sus propias manos. Con esta condición los bolcheviques prometían a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios representantes pequeño burgueses de obreros y campesinos, su ayuda revolucionaria contra la burguesía renunciando, no obstante categóricamente a entrar en el gobierno y a tomar ninguna responsabilidad política por ellos. Si los mencheviques y socialistas revolucionarios habían realmente roto con los cadetes liberales y con el imperialismo extranjero, “el gobierno obrero y campesino” creado por ellos, no hubiera hecho más que acelerar y facilitar la instauración de la dictadura del proletariado. Pero es precisamente por esto que la dirección de la democracia pequeño burguesa se opuso con todas sus fuerzas a la instauración de su propio poder. La experiencia de Rusia demuestra, la experiencia de España y de Francia confirma de nuevo, que aún en las condiciones más favorables los partidos de la democracia pequeño burguesa (socialistas revolucionarios, social demócratas, stalinistas, anarquistas) son incapaces de crear un gobierno obrero y campesino, vale decir un gobierno independiente de la burguesía.
No obstante la reivindicación de los bolcheviques dirigidas a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios: "¡Romped con la burguesía, tomad en vuestras manos el poder!" tiene para las masas un enorme valor educativo. La negación obstinada de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios a tomar el poder, que apareció tan trágicamente en las jornadas de julio, los perdió definitivamente en el espíritu del pueblo y preparó la victoria de los bolcheviques.
La tarea central de la Cuarta Internacional consiste en liberar al proletariado de la vieja dirección, cuyo espíritu conservador está en completa contradicción con la situación catastrófica del capitalismo en su decadencia y es el principal freno del progreso histórico. La acusación capital que la IV Internacional lanza contra las organizaciones tradicionales del proletariado es la de que ellas no quieren separarse del semi-cadáver de la burguesía.
En estas condiciones la reivindicación dirigida sistemáticamente a la vieja dirección: "¡Romped con la burguesía, tomad el poder!" es un instrumento extremada mente importante para descubrir el carácter traidor de los partidos y organizaciones de las II y III Internacional es así como también de la Internacional de Amsterdam.
La consigna de “gobierno obrero y campesino” es empleada por nosotros, únicamente, en el sentido que tenía en 1917 en boca de los bolcheviques, es decir, como una consigna anti-burguesa y anti-capitalista, pero en ningún caso en el sentido “democrático” que posteriormente le han dado los epígonos haciendo, de ella, que era un puente a la revolución, la principal barrera en su camino.
Nosotros exigimos de todos los partidos y organizaciones que se apoyan en los obreros y campesinos, que rompan políticamente con la burguesía y tomen el carro campesino. En este camino de la lucha por el poder obrero prometemos un completo apoyo contra la reacción capitalista. Al mismo tiempo desarrollamos una agitación incansable alrededor de las reivindicaciones que deben constituir, en nuestra opinión, el programa del “gobierno obrero y campesino”.
¿Es posible la creación del gobierno obrero y campesino por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos, poco probable. No obstante no es posible negar categórica mente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc...)Los partidos pequeño burgueses sin excepción a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso una cosa está fuera de dudas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” - en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado.
Pero es inútil perderse en conjeturas. La agitación bajo la consigna de gobierno obrero y campesino tiene en todos los casos un enorme valor educativo. Y no es por azar: esta consigna, completamente general sigue la línea del desarrollo político de nuestra época (bancarrota, disgregación de los viejos partidos burgueses, quiebre de la democracia, auge del fascismo, aspiración creciente de los trabajadores a una política más activa y más ofensiva). Es por eso que cada una de nuestras reivindicaciones transitorias debe conducir a una sola y misma conclusión política: los obreros deben romper con todos los partidos tradicionales de la burguesía para establecer en común con los campesinos su propio poder.
Es imposible prever cuáles serán las etapas concretas de la movilización revolucionaria de las masas. Las secciones de la IV Internacional deben orientarse en forma crítica a cada nueva etapa y lanzar las consignas que apoyen las tendencias de los obreros a una política independiente, profundicen el carácter de clase de esta política, destruyan las ilusiones pacifistas y reformistas, refuercen la ligazón de la envergadura con las masas y preparen la toma revolucionaría del poder.
Los comités de fábrica son como se ha dicho un elemento de la dualidad del poder en la fábrica. Es por eso que su existencia sólo es posible bajo las condiciones de una creciente presión de las masas. Esto también es cierto para las agrupaciones de masa para la lucha contra la guerra; para los comités de control de precios y para los otros centros de movimiento cuya acción testifica, por sí misma que la lucha de clases ha rebasado el cuadro de las organizaciones tradicionales del proletariado.
No obstante estos nuevos organismos y centros sentirán su falta de cohesión y su insuficiencia. Ninguna de las reivindicaciones transitorias puede ser completamente realizada con el mantenimiento del régimen burgués. Además de la agudización de la crisis social aumentará no sólo el sufrimiento de las masas sino que también su impaciencia, su firmeza y su espíritu de ofensiva. Capas siempre nuevas de oprimidos levantarán la cabeza y lanzarán sus reivindicaciones millones de necesitados, en que los jefes reformistas nunca pensaron, comenzarán a golpear a las puertas de las organizaciones obreras. Los desocupados entrarán en el movimiento. Los obreros agrícolas, los campesinos arruinados o semi-arruinados, las capas proletarizadas de la intelectualidad, todos buscarán un reagrupamiento y una dirección. ¿Cómo armonizar las diversas reivindicaciones y formas de lucha aunque sólo sea en los limites de una ciudad? La historia ya ha respondido a este problema: por medio de los soviets (Consejos) que reúnen los representantes de todos los grupos de lucha. Nadie ha propuesto hasta ahora ninguna forma de organización y es dudoso que se pueda inventar otra. Los soviets no están ligados a ningún programa a priori. Abren sus puertas a todos los explotados. Por esta puerta pasan los representantes de las capas que son arrastradas por el torrente general de la lucha. La organización se extiende con el movimiento y se renueva constantemente y profundamente. Todas las tendencias políticas del proletariado pueden luchar por la democracia del soviets sobre la base de la más amplia democracia. Es por eso que la consigna de los soviets es el coronamiento del programa de reivindicaciones transitorias.
Los soviets no pueden nacer sino donde el movimiento de las masas entra en una etapa abiertamente revolucionaria. En tanto que eje alrededor del cual se unifican decenas de millones de trabajadores, los soviets desde el momento de su aparición se constituyen en rivales adversarios de las autoridades locales y, en seguida, del mismo gobierno central. Si el comité de fábrica crea los elementos de la dualidad del poder en la fábrica, los soviets abren un período de dualidad del poder en el país.
La dualidad del poder es a su vez el punto culminante del período de transición. Dos regímenes, el burgués y el proletario, se oponen, hostilmente uno al otro. El choque entre ambos es inevitable. De la salida de éste depende la suerte de la sociedad. En caso de derrota de la revolución, la dictadura fascista de la burguesía. En caso de victoria, el poder de los soviets, es decir, la dictadura del proletariado y la reconstrucción socialista de la sociedad.
Los países coloniales y semi-coloniales son por su misma naturaleza países atrasados. Pero estos países atrasados viven en las condiciones de la dominación mundial del imperialismo. Es por eso que su desarrollo tiene un carácter combinado: reúnen al mismo tiempo las formas económicas más primitivas y la última palabra de la técnica y de la civilización capitalista. Esto es lo que determina la política del proletariado de los países atrasados: está obligado a combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial. Las reivindicaciones democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en la lucha por etapas históricas sino que surgen inmediatamente las unas de las otras. Habiendo apenas comenzado a edificar sindicatos el proletariado chino se vio ya obligado a pensar en los soviets. En este sentido, el presente programa es plenamente aplicable a los países coloniales y semi-coloniales, al menos en aquellos que el proletariado es ya capaz de tener una política independiente.
Los problemas centrales de los países coloniales y semi-coloniales son: la revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la independencia nacional, es decir, el sacudimiento del yugo imperialista. Estas dos tareas están estrechamente ligadas la una a la otra.
Es imposible rechazar pura y simplemente el programa democrático; es necesario que las masas por sí mismo sobrepasen este programa en la lucha. La consigna de la Asamblea Nacional (o Constituyente) conserva todo su valor en países como la China o la India. Es necesario ante todo armar a los obreros de este programa democrático. Sólo ellos pueden levantar y unir a los campesinos. Sobre la base del programa democrático revolucionario es necesario oponer los obreros a la burguesía "nacional". A una cierta etapa de la movilización de las masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, los soviets pueden y deben surgir. Su rol histórico en cada período dado, en particular su relación con la Asamblea Nacional, está determinado por el nivel político del proletariado, por la ligazón entre éste y la clase campesina, por el carácter de la política del proletariado. Tarde o temprano los soviets deben derribar a la democracia burguesa. Sólo ellos son capaces de llevar hasta el final la revolución democrática y abrir así la etapa de la revolución socialista.
El peso específico de las diversas reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha del proletariado, su ligazón recíproca, su orden de sucesión, está determinado por las particularidades y condiciones propias de cada país atrasado, en una parte considerable, por su grado de atraso. No obstante la dirección general del desarrollo revolucionario puede ser determinada por la fórmula de la revolución permanente en el sentido que definitivamente han dado a esta fórmula las tres revoluciones de Rusia (1905, febrero de 1917 y octubre de 1917).
La Internacional "Comunista" ha dado a los países atrasados el ejemplo clásico de la manera cómo se puede causar la ruina de una revolución llena de fuerza y de promesas cuando en la impetuosa alza del movimiento de masas en China en 1925-1927. la I.C. no lanzó la consigna de la Asamblea nacional y al mismo tiempo prohibió la formación de los soviets. El partido burgués del Kuo-Min-Tang debía según el plan de Stalin "reemplazar" a la vez a la Asamblea Nacional y a los Soviets. Después del hundimiento inevitable de la insurrección de Cantón. la I.C. tomó el camino de la guerra de guerrillas y de los soviets campesinos con una completa pasividad del proletariado industrial. Conducida por este camino a una impasse la I.C. aprovechó la guerra Chino-Japonesa para liquidar de un plumazo la "China Soviética" subordinando no solamente el "Ejercito Rojo" campesino sino también el llamado partido Comunista al Kuo-Min-Tang mismo, es decir de la burguesía.
Después de haber traicionado a la revolución proletaria internacional en nombre de la amistad con los esclavistas democráticos, el KOMINTERN no podía dejar de traicionar igualmente la lucha emancipadora de los pueblos coloniales con un cinismo mucho mayor que con el que lo hiciera antes la II Internacional. La política de los “Frentes Populares” y de la "Defensa Nacional " tiene como uno de sus objetivos hacer con las centenas de millones de hombres de la población colonial, carne de cañón para el imperialismo democrático. La bandera de la lucha de la emancipación de los pueblos coloniales, es decir, de más de la mitad de la humanidad, pasa definitivamente a manos de la IV Internacional
Ha pasado bastante tiempo desde que los estrategas de la I.C. proclamaron que la victoria de Hitler no era más que un paso hacia la victoria de Thaelman. Más de 5 años lleva pasados Thaelman en las prisiones de Hitler. Mussohni mantiene a Italia bajo el fascismo desde hace más de 16 años. Mientras tanto, todos los partidos de la Segunda y Tercera Internacionales se han mostrado impotentes no solamente para provocar un movimiento de masas sino también para crear una organización ilegal seria que pueda compararse, aunque sólo sea en cierta medida a los partidos revolucionarios rusos de la época del zarismo.
No hay ninguna razón para ver la causa de estos fracasos en la potencia de la ideología fascista. Mussolini no tuvo jamás ideología alguna y la ideología de Hitler nunca ha sido tomada en serio por los obreros. Las capas de la población a las que el fascismo, en un momento dado, había seducido, es decir, las clases medias, sobre todo, han tenido tiempo de desilucionarse. El hecho de que la pequeña oposición existente se limite a los medios clericales protestantes y católicos, no se explica por la potencia de las teorías semi-delirantes, semi-charlatanescas de la "raza', y de la "sangre" sino ideologías de la democracia y del KOMINTERN.
Después del hundimiento de la Comuna de Paris, una reacción aplastante se prolongó cerca de 8 años. Después de la derrota de la revolución rusa en 1905 las masas obreras quedaron abatidas por casi el mismo tiempo. No obstante en los dos casos no se trató más que de derrotas físicas determinadas por la correlación de fuerzas. En Rusia se trataba, por otra parte, de un proletariado casi virgen. La fracción de los Bolcheviques no contaba entonces más de tres años. La situación era completamente diferente en Alemania donde la dirección pertenecía a potentes partidos los cuales uno tenía 70 años de existencia y el otro cerca de 15. Estos dos partidos que tenían millones de electores se encontraron moralmente paralizados ante la lucha y se rindieron sin combate. No ha habido jamás catástrofe parecida en la historia el proletariado alemán no ha sido batido por el enemigo en un combate; ha sido destruido por la cobardía, la abyección, la traición de sus propios partidos. Nada de extraño tiene que haya perdido la fe en todo lo que estaba habituado a creer desde hace casi tres generaciones. La victoria de Hitler a su vez ha reforzado a Mussolini.
La falta de éxito real del trabajo revolucionario en Italia y en Alemania no tiene otra razón que la política criminal de la social democracia y del Comintern. Para realizar un trabajo ilegal es necesario no solamente la simpatía de las masas, sino también el entusiasmo consciente de sus capas más avanzadas. ¿Pero puede esperarse el entusiasmo en organizaciones que históricamente están en quiebra? Los jefes emigrados son sobre todo agentes del Kremlin o de la G.P.U., desmoralizados hasta la médula de los huesos, o antiguos ministros social-demócratas de la burguesía, que esperan que el milagro los obreros le devolverán sus puestos perdidos. ¿Es posible imaginar, aunque sólo sea por un momento a estos señores en el papel de futuros líderes de la revolución anti fascista?
Los acontecimientos sobre la arena mundial tampoco han favorecido una conmoción revolucionaria en Italia y Alemania: aplastamiento de los obreros austria cos, derrota de la revolución española, degeneración del Estado Soviético. En la medida en que los obreros italianos y alemanes dependen de la radio para su información política, se puede decir con seguridad que las emisiones de Moscú, que combinan la mentira termidoriana a la estupidez y la impotencia, constituyen un potente factor de desmoralización para los obreros de los países totalitarios. En este aspecto como en otros Stalin no es más que un auxiliar de Goebbels.
No obstante, los antagonismos de clase que han conducido a la victoria del fascismo, continúan su trabajo aún bajo su dominación y lo roen poco a poco. El descontento de las masas crece. Centenares de miles de obreros abnegados continúan, a pesar de todo, un trabajo prudente de topos revolucionarios. Jóvenes generaciones que no han sufrido directamente el hundimiento de las grandes tradiciones y de las grandes esperanzas, se levantan. La preparación molecular de la revolución está en marcha bajo la pesada loza del régimen totalitario. Pero para que la energía escondida se transforme en movimiento, es necesario que la vanguardia del proletariado haya encontrado una nueva perspectiva, un nuevo régimen, un nuevo programa, una nueva bandera sin tacha.
Es esta la principal dificultad. Es extremadamente difícil para los obreros de los países fascistas orientarse en los nuevos programas. La verificación de un programa se hace por la experiencia. Es precisamente la experiencia del movimiento de masas lo que falta en los países de despotismo totalitario. Es muy probable que sea necesario un gran éxito del proletariado en uno de los países "democráticos" para dar un impulso al movimiento revolucionario en los países dominados por el fascismo.
Una catástrofe financiera o militar puede tener el mismo efecto. Es necesario realizar actualmente un trabajo preparatorio, sobre todo de propaganda, que no dará frutos abundantes sino en el porvenir.
Desde ya se puede afirmar con plena certeza: una vez que haya alumbrado el gran día, el movimiento revolucionario en los países fascistas tomará de golpe una extensión grandiosa y no se detendrá para resucitar cadáveres como el de Weimar.
Es sobre este punto que comienza la divergencia irreductible entre la IV Internacional y los viejos partidos que sobreviven físicamente a su bancarrota. El "Frente Popular" en la emigración es una de las variedades más nefastas y más traidoras de todos los frentes populares posibles. Significa en el fondo la nostalgia impotente de una coalición con una burguesía liberal inexistente. Si tuviera algún éxito, no habría más que preparar una serie de nuevas derrotas del proletariado a la manera española. Es por eso que la propaganda despiadada contra la teoría y la práctica del Frente Popular es la primera condición de la lucha revolucionaria contra el fascismo.
Esto no significa que la IV Internacional rechace las consignas democráticas. Al contrario, y en todas partes bajo su propia bandera. Propone abiertamente su programa al proletariado de los países fascistas. Desde ahora los obreros avanzados del mundo entero están firmemente convencidos que el derrumbamiento de Mussolini y de Hitler y de sus agentes e imitadores, se producirá bajo la dirección de la IV Internacional.
La Unión Soviética ha salido de la revolución de Octubre como un Estado obrero. La propiedad estatal de los medios de producción, condición necesaria del desarrollo socialista, ha abierto la posibilidad de un crecimiento rápido de las fuerzas productivas. El aparato del Estado obrero, aislado, sufrió mientras tanto una completa degeneración, transformándose de instrumento de la clase obrera, en instrumento de violencia burocrática contra la clase obrera y en forma creciente, en instrumento de sabotaje de la economía. La burocratización de un Estado obrero, atrasado y aislado, y la transformación de la burocracia en casta privilegiada omnipotente, es la refutación más convincente -no solamente teórica sino práctica- de la teoría del socialismo en un solo país.
Así, el régimen de la URSS encierra contradicciones amenazantes. Pero continúa siendo un régimen de Estado Obrero degenerado. Tal es el diagnóstico social.
El pronóstico político tiene un carecer alternativo: o la burocracia se transforma cada vez más en órgano de la burguesía mundial dentro del Estado Obrero, derriba las nuevas formas de propiedad y vuelve el país al capitalismo; o la clase obrera aplasta a la burocracia y abre el camino hacia el socialismo.
Para las secciones de la IV Internacional los procesos de Moscú no son una sorpresa, ni el resultado de la demencia personal del dictador del Kremlin, sino los productos legítimos del Termidor. Han nacido de fricciones intolerables que existen en el interior de la burocracia soviética, fricciones que a su vez reflejan las contradicciones entre la burocracia y el pueblo y también los antagonismos que se profundizan en el seno del mismo "pueblo". La naturaleza sangrienta y fantástica de los juicios dan el grado de intensidad de esas contradicciones y predicen la proximidad del desenlace.
Las declaraciones públicas de ex agentes del Kremlin en el extranjero que se han negado a regresar a Moscú, han confirmado irrefutablemente, de su parte, que en el seno de la burocracia existen todos los matices del pensamiento político: desde el verdadero bolchevismo (I. Reiss) hasta el fascismo acabado (Th. Butenko). Los elementos revolucionarios de la burocracia, que constituyen una ínfima minoría, reflejan, pasivamente, es cierto, los intereses socialistas del proletariado. Los elementos fascistas contrarrevolucionarios, cuyo número aumenta sin cesar, expresan en forma cada vez más consecuente los intereses del imperialismo mundial. Estos candidatos al rol de "compradores" piensan, no sin razón, que la nueva capa dirigente no puede asegurar su posición privilegiada sin renunciar a la nacionalización, a la colectivización y al monopolio del comercio exterior en nombre de la asimilación de la "civilización occidental", vale decir, del capitalismo. Entre estos dos polos se reparten las tendencias intermedias, más o menos vagas, de carácter menchevique, socialista-revolucionario o liberal, que gravitan hacia la democracia burguesa.
En la llamada sociedad "sin clases" existen, sin ninguna duda, los mismos agrupamientos que en la burocracia, pero con una expresión menos clara y expresados en proporción inversa: son las tendencias capitalistas concientes, predominantes sobre todo, en las capas más prósperas de los kolkoses, pero que representan una pequeña minoría de la población. Pero encuentran una amplia base en las tendencias pequeño burguesas a la acumulación que nacen de la miseria general y que la burocracia alienta concientemente.
Sobre este sistema de antagonismo crecientes que destruyen, cada vez más, el equilibrio social, se mantiene, por métodos de terror, una oligarquía termidoriana, que por ahora se reduce sobre todo a la camarilla bonapartista de Stalin.
Los últimos procesos han sido un golpe contra la izquierda. Esto es cierto también respecto a la represión contra los jefes de la oposición de derecha, porque desde el punto de vista de los intereses y de las tendencias de la burocracia, el grupo de derecha del viejo partido bolchevique, representa un peligro de izquierda. El hecho de que la camarilla bonapartista, temerosa también de sus aliados de derecha, del género de Butenko, se haya visto obligada, para asegurar su mantenimiento, a recurrir a la exterminación, casi general de la vieja generación de bolcheviques es la prueba indiscutible de la vitalidad de las tradiciones revolucionarias en las masas y del descontento creciente de las mismas.
Los demócratas pequeño-burgueses de Occidente, que aceptaban todavía ayer los procesos de Moscú como moneda corriente, repiten ahora con insistencia que “en la U.R.S.S. no hay trotskismo ni trotskistas”. Pero no explican por qué, toda la depuración se hace bajo el signo de la lucha contra este peligro. Si se toma el “trotskismo” como un programa acabado y con más razón como una organización, “el trotskismo” es sin duda, en la U.R.S.S., extremadamente débil. No obstante, su fuerza invencible reside en ser la representación, no solamente de la tradición revolucionaria, sino también de la oposición actual de la clase obrera. El odio social de los obreros por la burocracia, es precisamente lo que a los ojos de la camarilla staliniana es el trotskismo. Teme mortalmente, y con mucha razón, la vinculación de la sorda indignación de los trabajadores con la organización de la IV Internacional.
La exterminación de la vieja generación de bolcheviques y de representantes revolucionarios de la generación media y joven ha destruido todavía más el equilibrio político en favor a la derecha, burguesa, de la burocracia, en todo el país. Es de ahí, es decir, de la derecha, que se puede esperar en el próximo periodo, tentativas cada vez más resueltas de reconstruir el régimen social de la U.R.S.S. aproximándolo a la “civilización occidental”, ante todo en su forma fascista.
Esta perspectiva da un carácter muy concreto a la cuestión de la "defensa de la U.R.S.S.". Si mañana el grupo burgués-fascista o, por así decir, la "fracción Butenko" entra en la lucha por la conquista del poder, la "fracción Reiss" tomará inevitablemente su lugar del otro lado de la barricada. Siendo momentáneamente el aliado de Stalin, esta última defendería, no a la camarilla bonapartista de éste, sino la base social de la U.R.S.S., es decir, la propiedad arrancada a los capitalistas y transformada en propiedad del Estado. Si la "fracción Butenko" se encuentra en alianza militar con Hitler, la "fracción Reiss" defenderá a la U.R.S.S. contra la intervención militar, en el interior de la U.R.S.S. como sobre la arena mundial. Cualquier otra conducta sería una traición.
No es posible negar por adelantado la posibilidad, en casos estrictamente determinados, de un "frente único" con la parte termidoriana de la burocracia contra la ofensiva abierta de la contra revolución capitalista, pero la tarea política principal en la U.R.S.S. sigue siendo, a pesar de todo, el derrocamiento de la burocracia termidoriana. Cada día añadido a su dominación contribuye a socavar los cimientos de los elementos socialistas de la economía y aumentar las posibilidades de la restauración capitalista. En el mismo sentido gravita la Internacional "Comunista" agente y cómplice de camarilla stalinista en el sofocamiento de la revolución española y la desmoralización del proletariado internacional.
Al igual que en los países fascistas, la principal fuerza de la burocracia no está en ella misma, sino en el desaliento de las masas, en la falta de una perspectiva nueva. Al igual que en los países fascistas, de los cuales el aparato político de Stalin difiere sólo en ser de una crudeza más desenfrenada, sólo un trabajo preparatorio de propaganda es actualmente posible en la U.R.S.S. Al igual que en los países fascistas, la impulsión para el movimiento revolucionario de los obreros soviéticos será dada, muy probablemente, por acontecimientos exteriores. La lucha contra el KOMINTERN sobre la arena mundial es actualmente la parte más importante de la lucha contra la dictadura stalinista. Muchos indicios permiten creer que la disgregación del KOMINTERN, que no tiene apoyo directo en la G.P.U., precederá la caída de la camarilla bonapartista y de toda la burocracia termidoriana en general.
El nuevo auge de la revolución en la U.R.S.S. comenzará sin ninguna duda, bajo la bandera de la lucha contra la desigualdad social y la opresión política.
¡ Abajo los privilegios de la burocracia!
¡ Abajo el stajanovismo!
¡ Abajo la aristocracia soviética con sus grados y decoraciones!
¡Más igualdad en el salario de todas las formas de trabajo!
La lucha por la libertad de los sindicatos y los comités de fábrica, por la libertad de reunión y de prensa, se desarrollará en lucha por el renacimiento y regeneración de la democracia soviética.
La burocracia ha reemplazado a los soviets, en sus funciones de órgano de clase, por la ficción del sufragio universal, al estilo de Hitler-Goebbels. Es necesario devolver a los soviets no solamente su libre forma, democrática, sino también su contenido de clase. De la misma manera que antes la burguesía y los Kulaks no eran admitidos en los soviets, ahora la burocracia y la nueva aristocracia deben ser arrojada de los soviets. En los soviets no hay lugar más que para los obreros, para los miembros de base de los Koljoses, los campesinos y los soldados rojos.
La democratización de los soviets es inconcebible sin la legalización de los partidos soviéticos. Los obreros y los campesinos, por sí mismos y por su libre sufragio decidirán qué partidos serán considerados como partidos soviéticos.
¡Revisión completa de la economía planificada en interés de los productores y consumidores! Se debe devolver el derecho de control de la producción a los Comités de fábrica. La cooperativa de consumos, democráticamente organizada, debe controlar la calidad de los productos y sus precios.
¡Reorganización de los Koljoses de acuerdo con la voluntad e interés de los trabajadores que los integran!
La política internacional conservadora de la burocracia debe ser reemplazada por la política del internacionalismo proletario. Toda la correspondencia diplomática del Kremlin debe ser publicada. ¡Abajo la diplomacia secreta!
Todos los procesos políticos montados por la burocracia termidoriana deben ser revisados, bajo una publicidad completa y un libre examen. Los organizadores de las falsificaciones deben sufrir el merecido castigo.
Es imposible realizar este programa sin el derrocamiento de la burocracia que se mantiene por la violencia y la falsificación. Sólo el levantamiento revolucionario victorioso de las masas oprimidas puede regenerar el régimen soviético y asegurar la marcha adelante hacia el socialismo. Sólo el partido de la IV Internacional es capaz de dirigir a las masas soviéticas a la insurrección.
¡Abajo la camarilla bonapartista del Caín-Stalin!
¡Viva la democracia soviética!
¡Viva la revolución socialista internacional!
La política del partido de León Blum en Francia demuestra nuevamente que los reformistas son incapaces de aprender nada de las lecciones de la historia. La social democracia francesa copia servilmente la política de la social democracia alemana y marcha hacia la misma catástrofe. En las últimas décadas, la Segunda Internacional ha ligado estrechamente su destino al régimen democrático burgués y está pudriéndose a la par de él.
La Tercera Internacional ha entrado en el camino del reformismo precisamente ahora que la crisis del capitalismo ha puesto definitivamente en el orden del día a la revolución proletaria. La política actual de la II Internacional en España y en China, que consiste en arrastrarse ante la burguesía "nacional" y "democrática", revela que ésta tampoco es capaz de cambiar ni de aprender nada. La burocracia, que en la U.R.S.S. se ha convertido en una fuerza reaccionaria, no puede desempeñar un papel revolucionario en el orden internacional.
En su conjunto, el anarcosindicalismo ha experimentado una evolución del mismo género. En Francia, la burocracia sindical de León Jouhaux desde hace mucho tiempo se ha convertido en una agencia de la burguesía en el seno de la clase obrera. En España, el anarcosindicalismo se desprendió de su revolucionarismo de fachada, desde que apareció la revolución, y se convirtió en la quinta rueda del carro de la democracia burguesa.
Las organizaciones intermedias centristas, que se agrupan en torno al Bureau de Londres, no son más que apéndices "izquierdistas", poniendo en evidencia su absoluta incapacidad para orientarse en una situación histórica y deducir conclusiones revolucionarias. Su punto culminante fue alcanzado por el P.O.U.M. español que frente a una situación revolucionaria resultó ser completamente incapaz de tener una política revolucionaria. Las trágicas derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una larga serie de años han llevado a las organizaciones oficiales a un conservadurismo todavía más acentuado y, al mismo tiempo, a los "revolucionarios" pequeño-burgueses decepcionados, a buscar "nuevos" caminos. Como siempre en las épocas de reacción y decadencia, por todas partes aparecen magos y charlatanes que quieren revisar todo el desenvolvimiento del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo "corrigen". Unos descubren la inconsistencia del marxismo, otros proclaman la quiebra del bolchevismo. Unos adjudican a la doctrina revolucionaria la responsabilidad de los crímenes y errores de quienes lo traicionan. Otros maldicen a la medicina porque no asegura una curación inmediata y milagrosa. Los más audaces prometen descubrir una panacea y mientras tanto recomiendan que se detenga la lucha de clases. Numerosos profetas de la nueva moral se disponen a regenerar al movimiento obrero con ayuda de una homeopatía ética. La mayoría de estos apóstoles se han convertido en inválidos morales sin batalla. Así, con el ropaje de revelaciones deslumbradoras no se ofrecen al proletariado más que viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx.
La IV Internacional declara una guerra implacable a las burocracias de la II y de la III Internacionales, de la Internacional de Amsterdam y de la Internacional anarcosindicalista, lo mismo que a sus satélites centristas; al reformismo sin reformas, al democratismo aliado a la G.P.U., al pacifismo sin paz, al anarquismo al servicio de la burguesía, a los "revolucionarios" que temen mortalmente a la revolución. Todas estas organizaciones no son promesas del porvenir sino supervivencias podridas del pasado. La época de las guerras y de las revoluciones no dejará ni rastros de ellas.
La IV Internacional no busca ni inventa ninguna panacea. Se mantiene enteramente en el terreno del marxismo, única doctrina revolucionaria que permite comprender la realidad, descubrir las causas de las derrotas y preparar conscientemente la victoria. La IV Internacional continúa la tradición del bolchevismo que por primera vez mostró al proletariado cómo conquistar el poder. La Cuarta Internacional desecha a los magos, charlatanes y profesores de moral. En una sociedad basada en la explotación, la moral suprema es la de la revolución socialista. Buenos son los métodos que elevan la conciencia de clase de los obreros, la confianza en sus fuerzas y su espíritu de sacrificio en la lucha. Inadmisibles son los métodos que inspiran el miedo y la docilidad de los oprimidos contra los opresores, que ahogan el espíritu de rebeldía y de protesta, o que reemplazan la voluntad de las masas por la de los jefes, la persuasión por la coacción y el análisis de la realidad por la demagogia y la falsificación. He aquí por qué la social democracia, que ha prostituido el marxismo tanto como el stalinismo, antítesis del bolchevismo, son los enemigos mortales de la revolución proletaria y de la moral de la misma.
Mirar la realidad cara a cara, no buscar la línea de la menor resistencia, llamar a las cosas por su nombre, decir la verdad a las masas por amarga que ella sea, no temer los obstáculos, ser fiel en las pequeñas y en las grandes cosas, ser audaz cuando llegue la hora de la acción, tales son las reglas de la IV Internacional. Ella ha mostrado que sabe marchar contra la corriente. La próxima ola histórica la pondrá sobre su cresta.
Bajo la influencia de la traición y de la degeneración de las organizaciones históricas del proletariado, en la periferia de la IV Internacional han nacido o han degenerado grupos y formaciones sectarias de diferentes géneros. En su base estos núcleos se niegan a luchar por los intereses y las necesidades elementales de las masas, tal como ellas son. La preparación de la revolución significa para los sectarios convencerse a sí mismos de las ventajas del socialismo. Proponen volver la espalda a los viejos sindicatos, esto es, a decenas de millones de obreros. ¡Como si las masas pudieran vivir fuera de las condiciones reales de la lucha de clases! Permanecen indiferentes ante la lucha interna de las organizaciones reformistas. ¡Como si se pudiera conquistar a las masas sin intervenir en esa lucha! Se rehúsan a hacer en la práctica una diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo. ¡Cómo si las masas no sintieran esa diferencia a cada paso!
Los sectarios sólo son capaces de distinguir dos colores: el blanco, y el negro. Para no exponerse a la tentación, simplifican la realidad. Rehúsan establecer diferencias entre los campos en lucha en España por la razón de que los dos campos tienen un carácter burgués. Y piensan, por la misma razón, que es necesario permanecer neutral en la guerra de Japón contra China. Niegan la diferencia de principios entre U.R.S.S. y los países burgueses y se rehúsan, vista la política reaccionaria de la burocracia soviética, a defender contra el imperialismo las formas de propiedad creadas por la revolución de Octubre.
Incapaces de encontrar acceso a las masas las acusan de incapacidad para elevarse hasta las ideas revolucionarias. Estos profetas estériles no ven la necesidad de tender el puente de las reivindicaciones transitorias, porque tampoco tienen el propósito de llegar a la otra orilla. Como mula de noria, repiten, constantemente las mismas abstracciones vacías. Los acontecimientos políticos no son para ello la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios. Los sectarios del mismo modo que los conlusionistas y los magos, al ser constantemente desmentidos por la realidad, viven en un estado de continua irritación, se lamentan incesantemente del "régimen" y de los "métodos" y se dedican a mezquinas intrigas. Dentro de su propio círculo, estos señores comúnmente ejercen un régimen despótico. La postración política del sectarismo no hace más que seguir como una sombra a la postración del oportunismo, sin abrir perspectivas revolucionarias. En la política práctica los sectarios se unen a cada paso a los oportunistas, sobre todo a los centristas, para luchar contra el marxismo.
La mayoría de los grupos y camarillas sectarias de esta índole, que se nutren de las migajas caídas de la mesa de la IV Internacional, llevan una existencia organizativa "Independiente" con grandes pretensiones, pero sin la menor posibilidad de éxito. Sin perder su tiempo, los bolcheviques leninistas pueden abandonarlos tranquilamente a su propia suerte.
No obstante, también en nuestras propias filas se encuentran tendencias que ejercen una influencia funesta sobre el trabajo de algunas secciones. Es algo que no debe tolerarse un solo días más. La condición fundamental para pertenecer a la IV Internacional es una política justa respecto de los sindicatos. El que no busca ni encuentra el camino del movimiento de masas no es combatiente sino un peso muerto para el partido. Un programa no se crea para las redacciones, las salas de lectura o los centros de discusión, sino para la acción revolucionaria de millones de hombres. La premisa necesaria de los éxitos revolucionarios es la depuración de la IV Internacional del sectarismo y de los sectarios incorregibles.
La derrota de la revolución española, provocada por sus “jefes”, la bancarrota vergonzosa del frente popular en Francia y la divulgación de los actos de bandidaje judicial de Moscú, son hechos que en su conjunto asestan a la III Internacional un golpe irreparable y, de paso, causan graves heridas a sus aliados, los socialdemócratas y los anarcosindicalistas. Desde luego, esto no significa que los integrantes de esas organizaciones se orientarán bruscamente hacia la IV Internacional. La generación más vieja, que ha sufrido un terrible descalabro, en su mayor parte abandonará el frente de batalla. De otra parte, la IV Internacional, de ningún modo aspira a transformarse en un refugio de inválidos revolucionarios, burócratas y arribistas decepcionados. Por el contrario, contra la afluencia a nuestras filas de los elementos pequeño-burgueses que dominan en los aparatos dirigentes de las viejas organizaciones, es preciso adoptar las más estrictas medidas preventivas; un largo periodo de prueba para los candidatos que no son obreros, sobre todo, si se trata de ex-burócratas; prohibición de que ocupen puestos responsables en el partido durante los tres primeros años, etc... En la IV Internacional no hay lugar para el arribismo, cáncer de las viejas internacionales. Sólo encontrarán cabida en nuestras filas aquellos que quieran vivir para el movimiento y no a expensas del mismo.
Las puertas de la organización están completamente abiertas para los obreros revolucionarios, que son quienes deben sentirse dueños de la misma. Claro está que aún entre los obreros que en un tiempo ocuparon las primeras filas, actualmente hay no pocos fatigados y decepcionados. Por lo menos en su próximo periodo se mantendrán apartados. Con el desgaste del programa y de la organización manteniendo sobre sus hombros. El movimiento se renueva con la juventud, libre de toda responsabilidad del pasado.
La IV Internacional presta una atención y un interés particularísimo a la joven generación del proletariado. Toda su política se esfuerza por inspirar a la juventud confianza en sus propias fuerzas y en su porvenir. Sólo el entusiasmo fresco y el espíritu beligerante de la juventud pueden asegurar los primeros triunfos de la lucha y sólo éstos devolverán al camino revolucionario a los mejores elementos de la vieja generación. Siempre fue así y siempre será así.
La marcha de las cosas lleva a todas las organizaciones oportunistas a concentrar su interés en las capas superiores de la clase obrera, y, en consecuencia, ignoran tanto a la juventud como a las mujeres trabajadoras. Ahora bien, la época de la declinación del capitalismo asesta a la mujer sus más duros golpes tanto en su condición de trabajadora como de ama de casa. Las secciones de la IV Internacional deben buscar apoyo en los sectores más oprimidos de la clase trabajadora, y por tanto, entre las mujeres que trabajan. En ellas encontrarán fuentes inagotables de devoción, abnegación y espíritu de sacrificio.
¡Abajo el burocratismo y el arribismo!
¡Paso a la juventud!
¡Paso a la mujer trabajadora!
Tales son las consignas inscritas en la bandera de la Cuarta Internacional.
Los escépticos preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear una nueva Internacional? Es imposible, dicen, crear "artificialmente" una Internacional. Sólo pueden hacerla surgir los grandes acontecimientos, etc. Lo único que demuestran todas estas expresiones es que los escépticos no sirven para crear una nueva Internacional. Por lo general, los escépticos no sirven para nada.
La Cuarta Internacional ya ha surgido de grandes acontecimientos; de las más grandes derrotas que el proletariado registra en la historia. La causa de estas derrotas es la degeneración y la traición de la vieja dirección. La lucha de clases no tolera interrupciones. La Tercera Internacional, después de la Segunda, ha muerto para la revolución.
¡Viva la Cuarta Internacional!
Pero los escépticos no se callan ¿Pero ha llegado ya el momento de proclamarla? La Cuarta Internacional- respondemos- no necesita ser "proclamada". Existe y lucha. ¿Es débil? Sí, sus filas son todavía poco numerosas porque todavía es joven. Hasta ahora se compone sobre todo de cuadros dirigentes. Pero estos cuadros son la única esperanza del porvenir revolucionario, son los únicos realmente dignos de este nombre. Si nuestra Internacional es todavía numéricamente débil, es fuerte por su doctrina, por su tradición, y el temple incomparable de sus cuadros dirigentes. Que esto no se vea hoy, no tiene mayor importancia. Mañana será más evidente.
La Cuarta Internacional goza ya desde ahora del justo odio de los stalinistas, de los social-demócratas, de las liberales burgueses y de los fascistas. No tiene ni puede tener lugar alguno en ningún frente popular. Combate irreductiblemente a todos los grupos políticos ligados a la burguesía. Su misión consiste en aniquilar la dominación del capital, su objetivo es el socialismo. Su método, la revolución proletaria. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. El régimen interior de la Cuarta Internacional se rige conforme a los principios del centralismo democrático: completa libertad en la discusión, absoluta unidad en la acción.
La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección proletaria. Los obreros revolucionarios agrupados en torno a la Cuarta Internacional señalan a su clase el camino para salir de la crisis. Le proponen un programa basado en la experiencia internacional del proletariado y de todos los oprimidos en general, le proponen una bandera sin mácula.
Obreros y Obreras de todos los países, agrupados bajo la bandera de la Cuarta Internacional.
¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!
http://www.po.org.ar/node/23260
1 América Latina está inmersa en la crisis capitalista internacional, que mina en forma sustancial las bases económicas y sociales del conjunto de experiencias continentales, sean nacionalistas o centroizquierdistas, sean burguesas o pequeño burguesas, o de los pocos países que aún están al margen de ellas. De esta manera, confrontará con nuevos desafíos históricos a las masas que han protagonizado y aún protagonizan esas experiencias.
2 En el período 1999/2003, América Latina fue afectada por un ascenso revolucionario, que tuvo su centro en un conjunto de países –Bolivia, Ecuador, Venezuela, Argentina. Este ascenso también estuvo vinculado con la crisis del capital mundial, que se había manifestado con la devaluación venezolana, el 'tequila' del '94 y la recesión industrial de Argentina en 1995/96, y finalmente la crisis asiática y rusa (1997/8), que golpearon con fuerza a Brasil y a Argentina. La política de privatizaciones en masa provocó una serie de levantamientos populares, desde el Caracazo de 1989, el Santiagueñazo del '93, la serie de insurrecciones en Ecuador, a partir de 2000, las rebeliones en Bolivia contra la privatización del agua, y finalmente la insurrección de octubre de 2003, el levantamiento popular en la Argentina en 2001, el levantamiento en Venezuela contra el golpe militar –abril 2002 y contra el lock-out patronal posterior, 2002/2003. Se produce un viraje político de enorme amplitud, caracterizado por la descomposición de los partidos burgueses tradicionales, la emergencia de gobiernos de la pequeño burguesía nacionalista, indigenista o centroizquierdista. Tiene lugar un apresurado cambio de frente de la pequeña burguesía, precipitado por el avance explosivo de las contradicciones de los explotadores y sus gobiernos con las masas.
3 Las experiencias nacionalistas han vuelto a fracasar en la tentativa de estructurar un Estado nacional independiente e iniciar un proceso de industrialización capitalista autónomo. Las nacionalizaciones parciales no solamente no han creado, ni hubieran podido crear, una burguesía nacional, ni han logrado estructurar una etapa de transición bajo la forma de un capitalismo de Estado. En lugar de una burguesía nacional han creado la 'boliburguesía' o el 'capitalismo de amigos'. Las nacionalizaciones fueron compensadas a los capitalistas extranjeros (incluso por encima del valor en Bolsa de sus capitales, en las vísperas de la bancarrota bursátil mundial), o sea que no apuntaron a concentrar un fondo de inversiones con fines industriales, ni tampoco revolucionaron la gestión económica, como hubiera sido el control o la gestión obrera colectivas de la propiedad nacionalizada. Esto habría implicado la estructuración política del proletariado y, por lo tanto, el gobierno de los trabajadores. Las nacionalizaciones han dejado al margen a los bancos, y por lo tanto un aspecto decisivo de la gestión del capital. Las nacionalizaciones asumen un carácter revolucionario cuando transfieren el capital acumulado por la oligarquía financiera a la nación y estructuran a los explotados como poder político. La utilización de los recursos fiscales para compensar a los capitales nacionalizados bloquea, en cambio, la posibilidad de un desarrollo independiente y obliga a la nación a mayores sacrificios; el capital extranjero que es forzado a salir de la esfera industrial, retorna bajo la forma de capital financiero, aplicando las indemnizaciones a la compra de deuda pública. El nacionalismo ha utilizado las nacionalizaciones para impedir la organización independiente del proletariado por medio de la tutela estatal. En Venezuela, el gobierno empeñó todas sus energías en estatizar al movimiento sindical. Asimismo, las nacionalizaciones parciales (en realidad pseudo-nacionalizaciones) han servido al Estado para cooptar a numerosos sectores sindicales y a la izquierda. En los países atrasados y sometidos, las medidas parciales de nacionalización pueden ser relativamente progresivas si el proletariado las aprovecha para acentuar su organización de clase y su independencia política. Es necesario hacer la crítica radical al fetiche de las nacionalizaciones burguesas, porque en la mayor parte de los casos sirven para reciclar al capital internacional de las ramas con tasas de beneficio declinantes hacia otras más rentables. En oposición a las nacionalizaciones burguesas parciales, reivindicamos la expropiación del capital por medio de la acción revolucionaria del proletariado. La crisis mundial ya está forzando a los gobiernos nacionalistas, por ejemplo al chavismo, a nuevos arreglos con el capital internacional en el área decisiva del petróleo, para atraer nuevos fondos y tecnología. Lo mismo ocurre con el gobierno del MAS boliviano. La crisis capitalista mundial, que sirvió como acicate para el surgimiento de movimientos y gobiernos nacionalistas o de centroizquierda, es ahora el látigo que acelera su declinación y coloca a las masas ante la necesidad de dar un salto político cualitativo. La historia vuelve a colocar a América Latina ante el mismo desafío histórico que, hace cuarenta años, se saldó con una serie de derrotas. La crisis mundial en curso hace emerger de nuevo en la superficie la cuestión de la crisis de dirección de la clase obrera.
4 En el período 2003/2009, los gobiernos nacionalistas lograron contener el ascenso de masas y neutralizar las conspiraciones golpistas de la derecha. Una cosa y la otra se alimentaron recíprocamente. A partir de fines de 2002, el resurgimiento del comercio y la producción y una abultada caja fiscal, gracias al ciclo internacional favorable, sirvió a los gobiernos latinoamericanos para lubricar los antagonismos sociales. Esta contención condicionó el alcance de vastos movimientos de masas, como la movilización estudiantil de los 'pingüinos', la gran huelga de los subcontratados de Codelco en Chile, o la rebelión popular en Oaxaca y la lucha contra el fraude en las elecciones presidenciales en México.
La llamada estabilización de los procesos nacionalistas implicó el reflujo de los trabajadores y el reforzamiento de la regimentación estatal. Esto vale asimismo para Brasil y para Uruguay, donde las victorias electorales de la izquierda reforzaron un período de reflujo de los trabajadores, más allá de algunos atisbos de resistencia de una minoría de sindicatos. El ascenso al gobierno del nacionalismo y del frente popular (ambos configuran una colaboración de clases) no fueron el prólogo de una insurrección proletaria sino el instrumento para confundir y neutralizar, en especial, a la clase obrera. Para que ocurra lo contrario es necesario que exista antes una sólida independencia de clase y un partido fuertemente delimitado de la izquierda democratizante y de colaboración de clases. El nacionalismo que despotrica contra el FMI y el centroizquierdismo que lo complace, tienen sin embargo en común la función esencial del colaboracionismo clasista. La diferencia entre unos y otros es un reflejo de las distintas estructuras sociales de los países en los cuales actúan y de la posición particular de la pequeña burguesía intelectual en ellas. Unos y otros recurren con fuerza a la asistencia social para apuntalar al Estado, no a la modificación radical de las condiciones de trabajo y de vida de las masas, y para ese fin asignan los recursos fiscales cuando son superavitarios. Las "misiones", en Venezuela, tienen la contraparte de las "bolsas familia" en Brasil. La pequeña burguesía ha suplantado el lugar de la clase obrera en la dirección de los explotados a través de un complejo mecanismo. En Brasil tomó el control del PT; en Bolivia, los productores cocaleros y las direcciones indigenistas se pusieron al frente del movimiento popular que históricamente había seguido a la clase obrera y a la COB. A pesar de su enorme debilidad social, la pequeña burguesía intelectual ha sabido explotar su posición de bisagra. El papel más extraordinario lo ha cumplido en Cuba, donde fue la protagonista de todos los movimientos revolucionarios de su historia; los sectores más combativos de la clase obrera cubana han estado alienados con la dirección de la pequeña burguesía en todo el último medio siglo.
5 Las pequeño burguesías gobernantes, sean nacionalistas o centroizquierdistas, no han operado en medio de un vacío internacional, sino que, por el contrario, en los momentos decisivos encontraron sustento y orientación en la diplomacia internacional, en especial de los países vecinos, con vasos comunicantes con el imperialismo. Bajo la batuta de Lula, Venezuela, Bolivia y hasta Ecuador evitaron el salto a la guerra civil y tejieron los compromisos de los nacionalistas con la derecha. Las cancillerías de los países imperialistas y latinoamericanas (Brasil, Argentina, Europa, Estados Unidos) actuaron de común acuerdo para que los nacionalistas y los indigenistas contuvieran los procesos populares. Quedó planteada, de hecho, una colaboración política, inestable y plagada de choques, entre el imperialismo y los gobiernos nacionalistas. El gobierno de Lula fue la pieza maestra de esta coexistencia, porque antes había probado su capacidad para neutralizar a la clase obrera industrial más importante del continente: la de su propio país.
6 Los elencos nacionalistas y, en general, de la pequeña burguesía, no se han destacado solamente en Bolivia y Venezuela; se han expresado en Nicaragua, Honduras, El Salvador y hasta México – donde no solamente se produjo una escisión del PRI y el nacimiento del PRD (que integra el Foro de Sao Paulo), sino también el EZLN y el florecimiento de tendencias de izquierda en el PRD. El guerrillerismo centroamericano ha concluido gobernando con el gran capital; las FARC se encuentran en plena operación de respaldo a un frente entre el Polo Democrático y el Partido Liberal. El foquismo y el guerrillerismo a ultranza (o sea fuera de las condiciones concretas de la lucha de las masas y de la situación política) se ha reducido a una realidad espectral.
La masa campesina e indígena que hoy está en el centro del escenario político de Bolivia tiene un contenido social contradictorio: tendencias conservadoras e incluso históricamente reaccionarias en cuanto a su organización social y la defensa de la pequeña propiedad y, por otro lado, un fuerte impulso de lucha contra la gran propiedad agraria y los monopolios internacionales. Esta masa colocó su expectativa (ilusiones) en las posibilidades transformadoras de la Constituyente. La pequeña burguesía académica o urbana ha impuesto a la masa indígena el programa del llamado capitalismo andino, una variante degenerativa del aprismo, que postula el entrelazamiento de la pequeña comunidad agraria indígena con el capital internacional y el Estado (a diferencia de Marx o Mariátegui, que planteaban la transición de la comunidad a la cooperación socialista por medio de la revolución proletaria).
De este modo ha sido burlado el reclamo de la revolución agraria y la propiedad capitalista terrateniente ha recibido todas las garantías de subsistencia en el "nuevo" orden fijado por la Constitución pactada con la derecha (incluidos los terratenientes brasileños que 'colonizan' el oriente boliviano y el Matto Grosso paraguayo). La izquierda boliviana 'marxista' ha ignorado el ascenso del indigenismo. Mientras denuncia de palabra al gobierno de Evo, se emparenta ideológicamente con el indigenismo y le copia sus consignas.
7 La crisis mundial ya está golpeando con toda su fuerza al Brasil, donde los despidos se cuentan por centenares de miles y el desempleo bate récords históricos. Los superávits comerciales enormes pertenecen al pasado, y en los últimos meses el país ha registrado déficit fiscales. Los subsidios del gobierno de Lula al gran capital, industrial y financiero, suman miles de millones de dólares de "renuncia fiscal" y están comiendo las reservas en divisas.
Eso plantea la perspectiva de una crisis financiera (cesación de pagos) y de una catástrofe social. Las centrales sindicales han sido incapaces del plantear una respuesta a la debacle capitalista o aún una movilización parcial en los sectores más afectados.
La CUT, completamente burocratizada e integrada al Estado, se transformó en los últimos años en gestora directa de la acumulación capitalista y de la explotación, a través de la dirección de los fondos de pensión (AFPs) y de los fondos estatales. Ha impuesto un brutal aumento de los impuestos compulsorios sobre los salarios, que engordan el bolsillo de la burocracia sindical. Este proceso de integración supera todos los precedentes registrados en Brasil y aún en América Latina. La caída de la Bolsa está quebrando a los fondos de pensión, y los despidos minan las bases económicas de la burocracia cutista, cuya crisis y división es manifiesta. En la Embraer (interior de San Pablo) se produjeron 4.200 despidos, luego vetados por la justicia ordinaria. La Conlutas no debería, bajo ningún concepto, aceptar la reducción salarial y de la jornada laboral para revertir los despidos. La ola de despidos debe ser enfrentada con la consigna del reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario (escala móvil de horas de trabajo).
Está planteada la estructuración de un plan de lucha nacional contra los despidos, por el salario, y para "que la crisis la paguen los capitalistas" –y por una alternativa obrera y campesina independiente frente a la crisis.
La liquidación del PT –supuesto partido de gobierno– avanza a grandes pasos. Lula ha estructurado como base política y social de su gobierno a las ONGs y a los funcionarios encargados de gerenciar los "programas sociales" (en especial la Bolsa Familia), cuya extensión plantea ampliar, precisamente en el mismo momento en que la reducción de los ingresos fiscales mina sus bases.
Está planteada una monumental crisis política en la sucesión presidencial de 2010. Lula y su aparato (incluida su pre-candidata Dilma Roussef), la encaran planteando una coalición frentepopulista "sin orilla derecha", frente a las candidaturas burguesas. El PSOL, con su candidata Heloísa Helena, busca cerrar la crisis con un programa burgués (reducción de la tasa de interés y devaluación) y sacrificando todo vestigio de independencia de clase, en alianza abierta con partidos burgueses y clericales. Este aliancismo derechista es la natural consecuencia de un 'partido de tendencias' que repudia la organización revolucionaria de los trabajadores y la lucha por la conciencia socialista de la clase obrera para reemplazarla por los acuerdos de caciques. Para el PSTU se plantea la alternativa de defender la independencia clasista o sacrificarla en nombre del "frente de izquierda" encabezado por el PSOL –y dominado por la alianza con la sombra de la burguesía.
A partir del Estado, con la modificación de la legislación sindical y laboral, y la acción directa de burócratas y grupos represivos paraestatales, el gobierno del PT ha encabezado una ofensiva de destrucción del principal movimiento sindical independiente de América Latina. La crisis mundial y la creciente resistencia obrera han llevado esa ofensiva a una crisis, que se manifiesta cada vez más en los sindicatos y en los partidos de izquierda. La crisis brasileña abre la posibilidad de una vigorosa intervención revolucionaria, y posee una proyección continental y mundial inmediata.
8 La integración de América Latina a la economía mundial se reforzó muy fuertemente en los últimos cinco años, pero con características aún más unilaterales que en el pasado. En Brasil, el ingreso de capital financiero a la Bolsa impulsó la 'burbuja' de crédito más alta de la historia (su economía está entre las diez más apalancadas del mundo). La caída del comercio internacional y de los precios del mineral de hierro, de la soja, del gas, del petróleo, coloca a estos países al borde de la bancarrota. Las performances extraordinarias de Petrobras, en el campo de la exploración pre-sal, han quedado por ahora en la nada, porque el costo de extracción es incluso superior al actual precio internacional del barril de crudo.
9 La última década ha brindado otro testimonio de que la burguesía es incapaz de unificar América Latina. El Gasoducto del Sur, el Banco del Sur, el Mercosur, el Alba, no han sacado a América Latina de la órbita explotadora del capital financiero internacional, y hasta no llegaron a ver la luz. Brasil y México han tenido que apelar al socorro de la Reserva Federal para evitar su desintegración monetaria. En lugar del Alba, el gobierno de Cuba ha puesto sus expectativas en un deshielo comercial con Obama, el cual está siendo secundado en esta tarea por el capital y la diplomacia de Brasil. La bandera de la integración de América Latina funciona ahora como bisagra para llevar a las Farc a un compromiso con Uribe, en los términos estratégicos de éste; para el reintegro de Cuba al circuito del capitalismo; y para contener la fuerte crisis que despunta en Venezuela, Argentina y Bolivia.
La unidad de América Latina solamente será posible como consecuencia de la alianza obrero-campesina, con el método de la revolución permanente.
El fracaso del nacionalismo devuelve toda su actualidad a la reivindicación de la unidad socialista de América Latina, de una federación de Estados obreros del continente. Es necesario concretizar esta reivindicación en la agitación cotidiana. Por ejemplo, la defensa de la salida de Bolivia al mar o contra el saqueo de los recursos gasíferos o hidroeléctricos de Bolivia y Paraguay respectivamente por Brasil y Argentina.
10 La revolución cubana ha entrado en una nueva fase. Con Obama, el imperialismo quiere poner fin al último estribo de la 'guerra fría'. La crisis mundial refuerza la presión del capital para que se abra el mercado cubano, como plataforma de competencia en el mercado mundial. No por nada, la cabeza de la ofensiva para levantar el bloqueo es la Cámara de Comercio de los Estados Unidos. La dirección del Estado cubano no oculta su simpatía por el "modelo chino", o sea un régimen capitalista transitorio bajo la batuta de la burocracia formada por el Estado anticapitalista. Una restauración del capitalismo en Cuba confrontaría una etapa internacional diferente a la que precedió la restauración capitalista en el Este, por un lado, por la crisis mundial; por el otro, por la revitalización de los movimientos de masas desde la insurrección boliviana de 2003.
11 La crisis latinoamericana se desarrolla en el cuadro más general de la crisis política del imperialismo norteamericano, que se expresó claramente en el derrumbe del gobierno de Bush y en el giro político operado por el imperialismo con el ascenso de Obama a la presidencia. La combinación de la crisis norteamericana y latinoamericana fue obligando a Bush, luego del fracaso del golpe contra Chávez en Venezuela y de la caída de Sánchez de Lozada en Bolivia, a operar en América Latina a través de la mediación de algunos gobiernos del continente, en particular del de Lula. Esto se expresó en el acuerdo establecido por Bush y Lula acerca de los biocombustibles, que es manifestación de un acuerdo político más general. Esta tendencia se fortalece con la asunción de Obama y el acentuado papel continental jugado por Brasil.
La Unasur, una vieja aspiración de la burguesía brasileña para promover en el continente a su industria armamentista y a sus contratistas, se está convirtiendo en un instrumento de esta diplomacia concertada. El acuerdo político entre Uribe, Chávez y Correa para la colaboración en el desmantelamiento de las Farc –establecido en la cumbre latinoamericana de Santo Domingo (con el respaldo de Lula, Kirchner y Bachelet)– cimentó el ingreso de Colombia a la Unasur. En este armado continental, el punto crítico es Chávez.
Como 'articulador' de este armado continental, Lula defiende los intereses de la burguesía brasileña y del capital invertido en Brasil. Esto lo ha llevado a chocar sucesivamente con los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Paraguay. La estrategia de concertación que anima el imperialismo está constantemente socavada por las agudas crisis políticas en los distintos países del continente.
La 'cumbre de las Américas', a realizarse en los próximos días en Trinidad Tobago, dejará en claro el giro operado en la política norteamericana hacia América Latina. El tema central –el 'gran test', según el gobierno brasileño– será el encaminamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Brasil se presenta como la voz cantante del bloque latinoamericano que reclamará en la cumbre el cese del embargo. Para preparar esta reunión, Lula se reunió especialmente con el canciller cubano, que llegó a Brasil luego de reunirse en La Habana con un contingente de congresistas norteamericanos.
12 Los fondos del narcotráfico constituyen una de las mayores fuentes de financiamiento de la gran banca, más aún en un momento de desaparición del crédito por la crisis internacional. Sin el lavado de dinero por parte de los grandes bancos, el narcotráfico no podría operar. Esta actividad está bajo el control del capital financiero y el imperialismo. La DEA y otros organismos contribuyen al control político y represivo en América Latina por los centros de poder del capital financiero. El narcotráfico es un método de opresión política y desorganización social. A través de los aparatos de seguridad penetra en los barrios empobrecidos y se constituye en un factor de presión que empuja a los jóvenes a la descomposición. Es, por lo tanto, un elemento de desmoralización de la clase obrera; además, en países como México y Colombia, la penetración narcotraficante en el aparato estatal es un factor de las crisis políticas.
13 La huelga de Sidor, en Venezuela, en mayo de 2008, fue la mayor oportunidad que tuvo la clase obrera de Venezuela (y quizá de América Latina) para lanzar un sindicalismo independiente del Estado. La huelga destruyó los planes de estatización sindical del ex ministro Rivero y precipitó la nacionalización, como un recurso político para controlar al movimiento obrero. Propósitos similares tiene la creación de cooperativas o empresas de gestión social. El nacionalismo se sirve de las estatizaciones y las empresas sociales para enchalecar la lucha de clases.
Chávez se ha lanzado a un decidido ataque contra la oposición derechista. Por la vía de la acción administrativa o la judicial, busca arrebatar las posiciones que perdió en las pasadas elecciones regionales y acorralar a la oposición derechista. Estos golpes dejaron a la oposición sin política. Mientras pretende seguir en un régimen representativo formal, Chávez le niega a la oposición cualquier lugar en ese régimen.
Chávez intenta fortalecer su poder personal cuando arrecia la crisis económica. La caída de los precios del petróleo ha creado un agujero fiscal del orden del 25 por ciento. La caída del ingreso de dólares por las exportaciones petroleras y la fuga de divisas (unos 26.000 millones en 2008), promueven las presiones por la devaluación del bolívar. El gobierno pretende evitarla porque, con una inflación del 30 por ciento y muchos artículos de primera necesidad importados (dos tercios de los alimentos, por ejemplo), abriría el camino de la hiperinflación y a una crisis política de proporciones. La crisis presupuestaria pone en crisis las nacionalizaciones y a la propia PDVSA.
El gobierno adoptó un conjunto de medidas contra los trabajadores. Elevó el IVA, que es una confiscación de una parte del salario del trabajador (incluidos los que están en negro y hasta de las changas que puedan realizar los desocupados). Anunció un aumento del salario mínimo del 20 por ciento en dos cuotas (cuando la inflación oficial es del 30 por ciento y la de la canasta alimentaria es del 40 por ciento). También se autorizó al Estado a duplicar su endeudamiento interno, lo que constituye un gran negocio para la banca privada venezolana.
Ante los primeros coletazos de la crisis, el chavismo profundizó su política de regimentación y estatización del movimiento obrero y sindical. Congeló los convenios de cientos de miles de trabajadores (salud, docentes, empleados públicos). Chávez realizó una muy fuerte advertencia contra los obreros huelguistas y hasta amenazó con militarizar a los trabajadores de las empresas estatales que vayan a la huelga por el salario, contra los despidos o por cualquier otra reivindicación. Hasta anunció que ordenaría a los servicios de inteligencia espiar a los dirigentes y a las organizaciones sindicales.
La clase obrera de Venezuela necesita a sus organizaciones sindicales para defenderse frente a los ataques de los capitalistas y, también, de los ataques del propio gobierno. Frente a la regimentación y la estatización de los sindicatos, reivindicamos la más plena independencia de las organizaciones obreras respecto del Estado y de los partidos patronales. Proponemos desarrollar una campaña por una UNT independiente, que podría tomar la forma de un Congreso de sindicatos, tendencias sindicales, delegados y activistas por la plena defensa de la vigencia de los convenios colectivos y la independencia política de los sindicatos.
El problema esencial en Venezuela es la estructuración política del proletariado en oposición al nacionalismo burgués. Planteamos a todas las tendencias de oposición políticas y sindicales que rechazan la regimentación de los sindicatos y plantean la defensa de la independencia política del proletariado a plantearnos la construcción de un partido obrero socialista revolucionario, con un programa de independencia de clase, de reivindicaciones anticapitalistas frente a la crisis (prohibición de despidos, estatización de las empresas que cierren o despidan, salario igual a la canasta familiar, derogación de los impuestos al consumo) y un planteo estratégico de oposición al nacionalismo burgués (control y gestión obrera colectiva de las empresas estatizadas; nacionalización de la banca; plan económico único debatido por los trabajadores y aplicado bajo su control; gobierno de los trabajadores; unidad socialista de América Latina).
14 La ilusión de que América Latina quedaría al margen de la actual bancarrota capitalista está definitivamente enterrada. Ya han comenzado en diferentes países las primeras manifestaciones de resistencia obrera y popular a la crisis capitalista, como las huelgas en Argentina, la huelga de los empleados públicos de Chile o las movilizaciones de los campesinos paraguayos por la tierra.
La consigna '¡Que la crisis la paguen los capitalistas!' se presenta como la reivindicación elemental en defensa de las condiciones de vida de los trabajadores y explotados: ni suspensiones ni despidos, que se repartan las horas de trabajo, que se expropie a los patrones que paralicen la producción y la actividad se mantenga bajo el control de los propios trabajadores, que cese el pago de la deudas usurarias del Estado con el gran capital y los subsidios al lucro patronal, que se corte la fuga de capitales mediante la nacionalización del sistema financiero y del comercio exterior. En las condiciones del actual derrumbe '¡Que la crisis la paguen los capitalistas!' se comienza a plantear como consigna en las movilizaciones que emprenden los trabajadores latinoamericanos. Es la bandera de un frente de lucha que se planteará una y otra vez frente a la tentativa de descargar sobre nuestros trabajadores y nuestros pueblos la bárbara reestructuración de un capital en ruinas y un medio para impulsar el desarrollo de la organización independiente del movimiento obrero y los explotados, un frente anticapitalista: asambleas, encuentros, congresos de delegados y representantes de los explotados para luchar por la defensa imprescindible de nuestras vidas. Por una coalición obrera y campesina para enfrentar el derrumbe capitalista.
15 La delimitación del nacionalismo y del frente popular es la condición para construir partidos revolucionarios, y estos partidos son la condición para una lucha consecuente por la independencia del proletariado. La bancarrota mundial del capital y el estallido de las contradicciones del nacionalismo pone la lucha por la liberación nacional de América Latina, de nuevo, en el proletariado, y en la alianza de éste con los campesinos. Es necesario aprovechar el derrumbe del capital y la lucha de masas que habrá de suscitar, y el derrumbe del nacionalismo, para llamar a los obreros más avanzados y combativos a agruparse en torno a un nuevo eje histórico: el socialismo revolucionario y la construcción de partidos obreros revolucionarios. Estos partidos deben recoger la experiencia histórica en su programa, solamente así serán partidos de combate. El partido es el programa, no puede tener por base sólida la invocación a la lucha inmediata, que sólo provee resultados efímeros. La lucha por el poder es una actividad de preparación política sistemática.
16 El fracaso del nacionalismo y de la pequeña burguesía y la crisis mundial capitalista llevarán a miles de despidos y suspensiones, planes de austeridad, acuerdos con el FMI. Los Estados imperialistas no están en condiciones de propiciar golpes militares "restauradores", están forzados a operar por medio de sucursales centroizquierdistas desde el momento que son ellos mismos los que están enfrentando procesos de crisis agudas y movilizaciones de masas. La política de compromisos del imperialismo apunta a trasladar la crisis capitalista a los trabajadores y los explotados.
La cuestión de fondo es afrontar la crisis de dirección. Es más necesario que nunca combinar la lucha a muerte contra el imperialismo con la independencia respecto de los movimientos nacionalistas y de la pequeña burguesía. La capacidad para ocupar la primera línea contra el imperialismo y para preparar en forma sistemática a la clase obrera para asumir la dirección de la movilización revolucionaria, mediante un trabajo paciente de delimitación política, respecto de la pequeña burguesía y el nacionalismo, es la clave de la victoria. La historia puede saltar etapas, pero la vanguardia revolucionaria no puede saltarse las etapas de la evolución de la conciencia de los trabajadores. Atravesamos el mismo problema político y metodológico que se le planteó a la vanguardia obrera en 1968/73: estructurar a la clase obrera y a las masas en forma independiente. Tenemos planteado el desafío de superar el nivel de conciencia política y actividad independiente alcanzado por la vanguardia obrera de aquel período (cordones industriales en Chile; huelga política de masas y coordinadoras fabriles en Argentina; huelga general contra dictadura en Uruguay; Asamblea Popular en Bolivia).
Es necesario desenvolver una tarea tenaz de propaganda, agitación, divulgación del programa revolucionario y organización.
Buenos Aires, 12 de abril de 2009
Anexo a la resolución política de la Conferencia Latinoamericana de la CRCI
El propósito de este anexo es trazar una aproximación a las tareas que tenemos planteadas.
1 Uruguay: Cuando todavía faltan dos meses para las internas que definirán los candidatos presidenciales, ya se delinea una temprana polarización entre José Mujica (Frente Amplio) y Luis Alberto Lacalle (partido blanco).
En las internas del Frente Amplio, Mujica –respaldado por el MPP y el PC– enfrenta a Danilo Astori –respaldado por Tabaré Vázquez y la mayoría de su gabinete. Mujica se presenta como una versión uruguaya, tardía y devaluada, del chavismo; Astori se presenta como la continuidad del actual gobierno y como afín a Lula y Bachelet. La disputa abierta en la interna del FA es brutal; distintos funcionarios del gobierno anticiparon que no votarían por Mujica en la segunda vuelta y hasta que dudan de hacerlo en la primera. La violencia de este enfrentamiento y la incapacidad de Tabaré Vázquez para imponer su sucesor son la expresión de la enorme crisis política del Frente Amplio.
Otra manifestación de la crisis política del FA, esta vez por izquierda, es la emergencia de agrupamientos y personalidades salidos del Frente Amplio (o tributarios de éste) que, por primera vez, aparecen dispuestos a enfrentar al candidato frenteamplista en las elecciones. Por ejemplo, la "Asamblea Popular", (integrada por el 26 de Marzo y otros grupos que han salido del FA). El Partido de los Trabajadores, oposición socialista al Frente Amplio, ya presentó candidatos y lista propia en ocasión de las presidenciales que ganó el FA. Está planteada la necesidad de un frente electoral de la izquierda.
La conferencia electoral del PT, realizada en marzo, lanzó un llamamiento a discutir la presentación de una lista electoral común. La cuestión central es el programa. ¿Qué programa opondrá la izquierda frente a Mujica? ¿La versión 'izquierdizada' del nacionalismo chavista que reivindica el 26 de Marzo y del cual el propio Mujica se presenta como representante o un programa anticapitalista? ¿Oponemos a Mujica su propio programa o un programa propio de los trabajadores? En el primer caso, la izquierda se presentaría como una versión 'radical' del FA; en el segundo, podría abrir el curso para un reagrupamiento obrero independiente. El programa es decisivo a la hora de caracterizar el frente que eventualmente se forme y la posibilidad de que los revolucionarios uruguayos participan en él.
Junto con una clara definición programática anticapitalista, el frente de izquierda debe asumir una clara posición de voto para la segunda vuelta de las presidenciales. "Asamblea Popular" esquivó toda definición al respecto, una clara indicación de que piensan votar a Mujica en el ballotage. Sin una indicación clara de que la izquierda no votará ningún candidato del los partidos patronales en la segunda vuelta, el frente de izquierda quedaría reducido a ser un lema (externo) o una colectora del Frente Amplio.
2 Chile: Como consecuencia de los golpes de la crisis mundial, el desempleo crece aceleradamente. El índice oficial, del 7 por ciento, no considera a los contratados, a los subocupados y a los agrícolas. En el último cuatrimestre de 2008, fueron despedidos más de 500.000 trabajadores. En Valparaíso, el gran puerto chileno, el desempleo llega al 14 por ciento (el doble del promedio nacional), anticipando el derrumbe de las exportaciones. En otras cinco ciudades, el desempleo supera el 10 por ciento. El precio del cobre –la columna vertebral de la economía– cayó más del 60 por ciento; se anticipan grandes despidos en esta industria, así como en la madera, otros de los rubros de exportación. En muchos casos, cuando se trata de trabajadores calificados, los despedidos son recontratados, con salarios sustancialmente inferiores. Los analistas anticipan que en diciembre, cuando se realicen las elecciones, la desocupación duplicará los números actuales. La crisis mundial ha liquidado el sistema previsional privado, esfumando los aportes de millones de trabajadores.
Frente a esta masacre social ni el PC, ni la CUT, bajo su orientación, plantean una sola consigna de acción. Han anudado un pacto con la Concertación para establecer listas comunes en las elecciones parlamentarias de diciembre y comprometer su apoyo en una eventual segunda vuelta presidencial. El PC y la coalición Juntos Podemos desenvolvieron una política de freno a la movilización popular para obtener del gobierno una reforma electoral que le permitiera retornar al parlamento y apuntar la reconstrucción de una Unidad Popular con un ala del PS. En función de esta política aislaron los levantamientos estudiantiles y las huelgas mineras, procesos de lucha de una envergadura inédita en los últimos años. El pacto del PC con la Concertación es la manifestación de un proceso de conjunto, de crisis y agotamiento de la Concertación y del régimen político con el que han gobernado durante casi veinte años demócratas cristianos, socialistas y radicales, un proceso que va a agudizarse bajo los golpes de la crisis mundial.
El pacto apunta a preservar la "gobernabilidad" de la Concertación en la línea de la reconstrucción del frente popular. El PC busca resolver, mediante una mayor integración al Estado, su propia situación interna, que registra fuertes tendencias a la desintegración en el último período; al mismo tiempo, esta integración al Estado va implicar para el PC choques con su base popular.
La CRCI impulsa un proceso de fusión de las organizaciones chilenas presentes en esta Conferencia latinoamericana. Esto es, la apertura de un proceso de debate orientado hacia la organización de un congreso de fundación de un partido común. Con acuerdos estratégicos firmes, las disidencias no tienen por qué impedir el desarrollo de la organización partidaria en la cual los pensamientos divergentes no impiden en la acción común.
3 Bolivia: El CRCI ha producido una elaboración sistemática sobre este país, que se expresa, en forma concentrada, en las resoluciones que dieron base a esta Conferencia, lo que incluye el debate contra las (crónicas) posiciones abstencionistas en Bolivia. El indigenismo proyectó la Constituyente para darle forma jurídica a un Estado plurinacional compatible con el "capitalismo andino". Este es el contenido histórico de la Constituyente y su contenido de clase. La oligarquía de la Media Luna –y hasta los pulpos petroleros–, tiene otro enfoque del Estado nacional: un "federalismo" de tinte secesionista. La crisis constitucional expresó esta contradicción, que solamente fue ignorada por la izquierda compuesta de sectas. La Asamblea tuvo que reunirse en un cuartel luego de sufrir una toma por asalto en Sucre; en respuesta, los campesinos asediaron a Santa Cruz de la Sierra. Al final se arribó a un compromiso que desconoció lo elaborado hasta ese momento por la Constituyente, estableciendo el respeto a la propiedad agraria y de los monopolios a cambio de un reconocimiento de la potestad, esencialmente fiscal, del gobierno nacional. Producido este compromiso, antes del referéndum, la oligarquía y la derecha se dedicaron a jugar sus roles respectivos de oficialismo y oposición. El núcleo de nuestro debate con las corrientes que llamaron a la abstención en el reciente referendo sobre la "nueva" Constitución es el siguiente: la abstención tiene un contenido político concreto, quien llama a la abstención deja de lado rechazar, a través del No, a una Constitución reaccionaria y al pacto del MAS con los "cívicos". No por casualidad, el POR, siguiendo una práctica de sesenta años, también llamó a la abstención. La posición tiene un hilo de continuidad con la enarbolada por las sectas frente a la Asamblea Constituyente, a la que llamaron a desconocer siendo que las expectativas por concretar sus reclamos de tierra y autonomía llevaron a las masas a movilizarse y provocaron una gigantesca crisis política que concluyó en un compromiso con la derecha. Los abstencionistas en Bolivia han batido todos los récords: abstencionistas en las elecciones presidenciales, en los referendos sobre la autonomía, en la Asamblea Constituyente. Así se dejaron pasar las etapas más importantes de la crisis. Dieron como prueba de la inutilidad de intervenir en la Constituyente, su completa inacción posterior, pero es una prueba contra ellos mismos, desde el momento que la AC no funcionó porque era una bomba de tiempo que concentraba las expectativas abiertas por una lucha de más de diez años del movimiento indígena y campesino por sus reclamos históricos. La AMR y la totalidad de la izquierda boliviana –incluidos el POR y el PTS– miraron esta crisis política desde afuera. Los abstencionistas esbozan ahora un frente único para las elecciones de diciembre. La Conferencia se pronuncia contra esta perspectiva que llama a un frente único de los impotentes, una selección de los aliados en función de su capacidad para mantenerse ajenos a los acontecimientos y a las luchas. Se piensa en las elecciones en el molde vaciado por el MAS y la derecha, lo que no es otra cosa que recoger las migajas del 'sistema'. No se puede reclamar un frente circunscripto a los que renunciaron a intervenir durante todo el último período en lugar de disputarle al MAS la autoridad sobre las masas obreras, campesinas e indígenas. Llamamos desechar a los grupos abstencionistas y parasitarios, e ir hacia donde están las masas que siguen al MAS para orientarlas en la lucha por sus reivindicaciones, y en todo caso hacer acuerdos de independencia frente al gobierno y a su política, con sus corrientes más combativas, o sea las que traducen deformadamente el descontento de las masas. Llamamos a desechar el neutralismo político y a poner todos los esfuerzos en la construcción de un partido obrero socialista y revolucionario.
4 México: Esta Conferencia hace suyos los términos de la respuesta de la Comisión Internacional del PO al GAR de México. Caracteriza que el EZLN es una organización democratizante, no revolucionaria, limitada desde el origen por sus planteamientos, que excluyen la toma del poder. Sostiene que el indigenismo no es revolucionario como tal, pues expresa una defensa de relaciones precapitalistas y sólo puede jugar un papel revolucionario si es agente de la revolución agraria y aliado del proletariado. Un partido revolucionario es siempre socialista, o sea que critica el orden presente desde el punto de vista del socialismo internacional. Cuando se relaciona con masas precapitalistas, algo absolutamente imprescindible en nuestra América India, el partido se empeña en aliarlas al proletariado, no en cultivar sus prejuicios. Frente a la cuestión indígena levantamos la posición de la Revolución Permanente: liquidación del latifundio, dictadura del proletariado. El indigenismo es la base ideológica de movimientos pequeño burgueses declaradamente capitalistas, como los que encabezan Evo Morales y García Linera, su vicepresidente (un teórico de la autogestión indígena), y el ecuatoriano Correa, que es un indigenista clero-cristiano. Por otra parte, rechazamos el abstencionismo electoral invocando la debilidad de la democracia burguesa en México. No se trata de la participación electoral en función de imposibles transformaciones sociales producidas desde el Estado. El problema es, siempre, la intervención política. Un partido que pretende influir a las masas no puede declinar actuar invocando la existencia de una democracia de bajo rango, en la que actúan las principales fuerzas políticas del país. Es lo que opinamos desde la teoría y por sobre todo desde la experiencia práctica. En cuanto a la construcción del partido, nos pronunciamos por un "partido para la lucha", a condición de que sea un partido basado en un programa socialista (dictadura del proletariado), porque de otro modo "la lucha" puede convocar a las fuerzas más heterogéneas política y socialmente. Para unir a los que luchan está el frente único, pero la función de una organización que se reclama trotskista es desenvolver el programa de la IV Internacional. Un agrupamiento de fuerzas para la lucha es muy progresivo a condición de que no sustituya al partido, porque en este caso la confusión política neutraliza su rol combativo.
1Las características que distinguen a la presente etapa histórica han sido determinadas a partir de la disolución de la Unión Soviética y de la restauración del capitalismo que se encuentra en curso, en distinto grado, en Rusia, en China y en el conjunto de los ex estados obreros degenerados. Aunque nunca hayan salido del marco de la economía capitalista mundial, como tampoco habrían podido hacerlo, su desaparición ha ampliado geográfica y socialmente la dominación del capital en una escala sin precedentes.
La restauración capitalista ha reforzado la competencia dentro de la clase obrera mundial al reintegrar al mercado mundial a centenares de millones de trabajadores. La expropiación del capital, al limitar esa competencia por medios revolucionarios, había significado un progreso de la lucha de la clase obrera contra la clase capitalista por el reparto del ingreso mundial.
2La restauración del capital en los ex estados obreros puso fin a una larga serie de tentativas del proletariado para acabar con los regímenes burocráticos con métodos revolucionarios. Las revoluciones políticas contra las burocracias gobernantes de todos los ex estados obreros, entre 1953 y 1989, debutaron como una rebelión de las fuerzas productivas que se habían desarrollado en el marco de la economía planificada contra su deformación y estrangulamiento por parte de las burocracias contrarrevolucionarias. Sin embargo, a partir de las crecientes alianzas económicas, políticas y diplomáticas de la burocracia contrarrevolucionaria con el imperialismo, esas revoluciones se fueron transformando, objetivamente, en una rebelión de fuerzas productivas contra el capital mundial. La restauración capitalista significa, de conjunto, o sea con independencia de los resultados parciales y relativos que pueda tener en este o aquel país, una regresión histórica de las fuerzas productivas impuesta por las relaciones sociales existentes.
El ingreso de los regímenes burocráticos al sistema internacional de la deuda externa; los acuerdos cada vez más frecuentes de sus gobiernos con el FMI; los tratados internacionales que comprometían a la burocracia con la defensa de la propiedad y del mercado capitalistas (Helsinki, 1975, cesión de Hong Kong, 1982), fueron otras tantas manifestaciones de la tendencia de la burocracia a la restauración capitalista.
La desintegración de los aparatos de estado en China y en Polonia, en el marco de la "revolución cultural", uno, y de las ocupaciones de fábrica de finales de los 70, el otro, marcaron los puntos de viraje que dejaron a los regímenes sociales "transitorios" sin una ‘tercera opción’ entre la restauración del capitalismo y la revolución proletaria.
Estas crisis revolucionarias no solamente reflejaron el agotamiento del ‘socialismo en un solo país’ sino también el impasse de conjunto del capitalismo mundial. Tuvieron lugar cuando el llamado ‘boom’ económico internacional de la posguerra se había agotado y una década después de la crisis internacional de 1971-75 que inició una declinación económica relativa muy prolongada y extensa.
3La restauración del capitalismo, que se encuentra en las etapas iniciales, ha ampliado el radio de explotación del capital internacional. La apertura de los ex estados obreros le ha ofrecido al capital una nueva posibilidad de explotación, que involucra a centenares de millones de personas (China) o la posibilidad de apropiarse, además, de un sofisticado parque tecnológico (Rusia). Pero este principio de salida a la saturación del mercado mundial ha sido acompañado por una mayor saturación de ese mismo mercado mundial.
Ocurre que en estrecha relación con esta ampliación se ha intensificado la competencia entre los monopolios capitalistas internacionales que procuran la conquista de esos nuevos mercados y un nuevo reparto del mercado mundial. La mayor movilidad geográfica ganada por el capital ha acentuado la competencia dentro del proletariado a nivel internacional. La competencia entre los trabajadores se manifiesta, indirectamente, por medio de la explotación de fuerzas productivas y trabajadores más baratos, y, en una forma directa, en la ola de inmigrantes hacia las metrópolis. En los países atrasados se agrava la sobrepoblación relativa que resulta de la quiebra de la pequeña producción y de la crisis agraria, en tanto que en las metrópolis se manifiesta un marcado retroceso social.
Como el capital encara la restauración capitalista con los métodos que le son propios, se han reforzado también sus tendencias fundamentales: concentración de la riqueza en un polo y de la miseria social en el otro; acentuación de la anarquía económica y, por lo tanto, de las crisis financieras y comerciales; liquidación de los estratos intermedios y de la pequeña producción; incremento de las crisis agrarias y de los estallidos campesinos; un mayor bloqueo del desarrollo independiente de las naciones atrasadas. En última instancia, impulsando nuevas guerras y nuevas revoluciones.
Con la restauración capitalista, la crisis histórica del capitalismo no se ha atenuado sino que se ha agudizado. Es que el derrumbe de los estados obreros degenerados se procesa en el marco de las tendencias de la crisis capitalista mundial. Desde la ex Alemania oriental a Rusia se desenvuelve un verdadero retroceso en el nivel de civilización. En China, la invasión del capital extranjero ha explotado el desnivel entre la economía mundial y el atraso histórico de China para dar lugar a un desarrollo tan explosivo como unilateral, pero que provoca, junto a una enorme polarización de la riqueza, la demolición de la economía estatal, todavía mayoritaria, y una gigantesca crisis agraria. Las economías más avanzadas, por su lado, sufren una seguidilla de crisis financieras cada vez más amplias e intensas, que arrastra a monopolios y naciones enteras a la bancarrota y a la explosión social y política. Por primera vez se encuentra amenazada la supervivencia de la Unión Europea como entidad política. La crisis histórica del capital ha avanzado varios peldaños, y ello ha reforzado la tendencia a la creación de situaciones revolucionarias y de revoluciones sociales. Se pone de manifiesto, de este modo, la tendencia del capital hacia su propia disolución.
4La etapa abierta por el derrumbe de los estados obreros degenerados ha disuelto el sistema de relaciones internacionales establecido por los acuerdos de posguerra y, con ello, ha generado crisis internacionales cada vez más profundas. El agotamiento de la ‘arquitectura diplomática’ de la llamada ‘guerra fría’ es una expresión de una nueva etapa en las relaciones entre las clases sociales en su conjunto.
Los partidos que respondían al aparato internacional manejado por Moscú han fracasado en su prolongado intento por reconvertirse en partidos reformistas ‘nacionales’ y de un modo general se encuentran en desintegración. Asimismo, se han venido abajo numerosos estados clientes de la burocracia rusa, en especial en los Balcanes, Medio Oriente, Asia Central y Africa. La restauración capitalista en la ex URSS no solamente ha provocado una desorganización económica generalizada, sino que ha hecho saltar todos los antagonismos nacionales soterrados de su estado policial. Las naciones de Asia Central y del Cáucaso se han convertido en un gigantesco campo de disputa para el imperialismo mundial. En el plano de las relaciones políticas internacionales, la nueva etapa se caracteriza por crisis estatales y guerras generalizadas en todos los continentes.
5La caracterización de la etapa en curso, que realiza la academia oficial y semi-oficial, como una ‘globalización’ (se refiere al capital) reviste de un carácter histórico progresivo a la restauración capitalista en los ex estados obreros. La globalización del capital, sin embargo, es un fenómeno que llegó a su apogeo histórico hace mucho tiempo, con la plena formación del mercado mundial y la emergencia del imperialismo. Expresa la declinación del capitalismo, no su ascenso. La regresión histórica, que tiene un punto de culminación con la restauración capitalista en curso, tuvo su inicio con la contrarrevolución burocrática, que no fue más que la expresión de la presión de la economía mundial capitalista sobre un "socialismo" aislado en "uno" o varios países históricamente retrasados. La ‘globalización’, en tanto restauración del capital allí donde había sido expropiado, no constituye un avance sino un retroceso histórico, y conlleva, de un lado, la pérdida de conquistas históricas y sociales en esos países así como a nivel internacional. La ‘globalización’ es la expresión ideológica de la destrucción del socialismo como perspectiva, la cual que fue históricamente conquistada por el proletariado en dos siglos de lucha de clases.
Adjudica la victoria transitoria del capital sobre los regímenes sociales no capitalistas dirigidos por una burocracia, a una capacidad del capital para revolucionar indefinidamente las fuerzas productivas, lo cual escamotea, de un lado, el carácter internamente contradictorio del capital y, del otro, su carácter históricamente condicionado; que el avance de la ciencia y la técnica, que el capital impulsa, no como una finalidad social conciente, sino por la necesidad de incrementar la explotación del trabajo ajeno, potencia sus contradicciones y las hace cada vez más explosivas.
El eufemismo ‘globalizador’ pretende poner un signo igual entre la liquidación de las formaciones económicas precapitalistas por parte del capital mundial en la época histórica de su ascenso (liberalismo) y la destrucción de la propiedad estatizada y de la economía planificada en la etapa del capital monopolista en disgregación.
Presenta a la unificación capitalista del mercado mundial como una perspectiva aún no completada, y no como una realidad que ha agotado sus posibilidades históricas y que engendra crisis económicas explosivas, catástrofes sociales mayores y guerras todavía más destructivas.
La ‘globalización’ rechaza que la restauración capitalista tenga un carácter transitorio, cuyo desenlace será determinado por el desarrollo de la presente crisis mundial.
6La ‘globalización’ es una ficción ideológica que pretende igualmente encubrir el conjunto de tendencias dislocadoras del capital mundial. Por ejemplo, la extensión fenomenal del capital ficticio (endeudamiento público y privado, de inversores y consumidores, financiero y especulativo), que supera con creces el capital en su forma material y que lleva a la ruina los presupuestos estatales. El desarrollo del capital ficticio bajo la forma de una extensión sin precedentes de los mercados de capitales constituye un medio poderoso de confiscación económica adicional de los trabajadores, de los estratos sociales intermedios y de estados enteros.
La llamada tercerización o subcontratación, otra característica de la mentada globalización, no representa una nueva fase histórica de la industrialización bajo el impulso de la división internacional del trabajo, sino un desarrollo parasitario de los grandes pulpos capitalistas, que sustituye la industrialización de los países atrasados por la implantación de maquiladoras y armadurías, para explotar la mano de obra barata y saquear fiscalmente a las naciones involucradas.
El resultado de este conjunto de tendencias es la sobreproducción crónica de mercancías y capitales, la tendencia a la depresión económica, la generalización (esta sí global) de la deflación a escala internacional y la desocupación obrera más alta y permanente de la historia del capitalismo. La llamada globalización ‘engloba’ a todas las formas del capital como un capital ‘global’, para ocultar, de este modo, su fase histórica específica, o sea el nivel excepcional que ha alcanzado su desarrollo parasitario y rentístico.
7El desarrollo capitalista de las últimas décadas ha reforzado la contradicción entre el carácter mundial del desarrollo de las fuerzas productivas y del mercado, por un lado, y el carácter nacional de los capitales, los monopolios y los Estados. O sea que se ha acentuado la anarquía capitalista.
El reforzamiento de la nacionalización de los capitales pone al desnudo el carácter interesado de las expresiones apologéticas tales como ‘trasnacionales’, ‘multinacionales’ o ‘globalización’. La nacionalización del capital se manifiesta de forma especial en la supremacía que ha alcanzado el capital norteamericano, por sobre todo en la banca de inversión.
La Unión Europea ha fracasado en su intento de crear un capital específicamente europeo en oposición a los capitales norteamericanos y japoneses e incluso con referencia a los capitales nacionales de los respectivos estados europeos, o sea franceses, italianos, alemanes o incluso griegos. La atomización nacional del capital monopolista en Europa no ha sido superada ni por la creación de un Banco Central ni por una moneda única; esta última ha exacerbado las contradicciones de sus economías nacionales, como consecuencia de sus acentuados des-niveles de desarrollo. La tentativa de establecer una moneda de reserva propia, en competencia con el dólar, es una manifestación muy destacada de las rivalidades nacionales del capital y constituye una constante fuente de choques internacionales, enfrentamientos diplomáticos y hasta guerras por interposición (fuera y dentro de las fronteras de Europa). La coalición que tiene lugar entre diversos pulpos económicos de nacionalidades diferentes tiene, casi unánimemente, un carácter transitorio. Es la manifestación del choque de unos bloques nacionales contra otros, que se disgregan, a su turno, con cada manifestación de la crisis económica en general. Los estados nacionales son más que nunca las herramientas de los monopolios en la lucha por la supremacía en el mercado mundial. Este fenómeno se ha acentuado con la política de ‘libre comercio’, la que priva a las naciones más débiles de la posibilidad de protegerse con medidas de orden político y las deja al arbitrio de las muy pocas naciones más poderosas, en especial los Estados Unidos.
8La formación de la Unión Europea no ha sido un proceso histórico lineal. Ha representado, en diferentes etapas, los intentos de adaptación y de supervivencia de la burguesía imperialista europea a las condiciones cambiantes de la crisis mundial. Bajo denominaciones parecidas ha representado fenómenos sociales y políticos diferentes.
Sea para contener la revolución social en la posguerra; sea como un marco que permitiera restablecer los viejos estados nacionales agotados por dos guerras mundiales, como las únicas formas concretas de dominación política del capital; sea para resolver la crisis de sobreproducción mediante una eliminación parcial de las barreras al comercio; sea como un método político para unificar la ofensiva contra los trabajadores luego del fin del ‘boom’ de posguerra y el comienzo de la presente etapa de crisis; sea para organizar la lucha contra el capital norteamericano en el cuadro de esta misma crisis mundial; sea como un intento, finalmente, de los estados más poderosos, especialmente de Alemania, para adaptase al derrumbe de la URSS y de Europa oriental y anexar a los nuevos mercados del este y Rusia. El imperialismo europeo ha montado un conjunto de "corredores" (transportes, caminos y ductos), para enlazar al oeste de Europa con el Cáucaso y hasta Asia central, pasando por los países que componen la península de los Balcanes.
Bajo la presión de la crisis económica mundial y de las luchas de los trabajadores, sin embargo, las tendencias centrífugas tienden a imponerse cada vez más sobre las centrípetas. La utilización de las rivalidades nacionales por parte del capital financiero norteamericano tiende a fracturar a la Unión Europea. El crecimiento de esta lucha interimperialista condiciona el conjunto de la crisis política mundial. Desde los Balcanes, Rusia y el Cáucaso hasta el lejano Oriente, Irak y Palestina, las crisis, los enfrentamientos nacionales y las guerras expresan, cada vez más, la creciente oposición entre los capitales y estados europeos, que están también divididos entre ellos, y el norteamericano. Las manifestaciones de una tendencia a la dislocación de la Unión Europea se han acentuado, sembrando la confusión entre quienes la consideraban irreversible y le aseguraban un progreso infinito.
9Las tendencias centrífugas y el choque creciente con el imperialismo norteamericano han afectado los ritmos de desarrollo de las crisis políticas, con especial impacto en el viejo continente. Esta tendencia de conjunto condena al ridículo a quienes abogan por completar el desarrollo de la Europa imperialista con una "construcción más democrática". La penetración de los monopolios europeos en los países del este ha reforzado la tendencia imperialista de la UE, agudiza la competencia entre los pulpos internacionales, acentúa la disolución social creciente en los Balcanes y el este y potencia la ofensiva del capital y de sus Estados contra las condiciones del proletariado del oeste.
La crisis económica que provocó el estallido de la burbuja financiera norteamericana, a principios del 2002, se ha manifestado con la mayor agudeza en la Unión Europea, en especial en la tendencia a la depresión económica que afecta a Alemania, Francia e Italia. La pérdida de posiciones de estos países en el mercado mundial, en beneficio del capital norteamericano, ha planteado una aguda tensión entre la burguesía y el proletariado, porque el capital europeo no puede hacer frente a la competencia internacional sin incursionar severamente contra las conquistas sociales y laborales de las masas. El ataque contra la seguridad social y la salud ha abierto una etapa de conflictos de clase violentos en Europa. El ‘espacio’ para una ‘construcción democrática’, o sea en el marco imperialista, se achica de más en más. Idealizada por sus apologistas como un medio de superar los límites que imponen las fronteras nacionales al desarrollo de las fuerzas productivas, la Unión Europea se ha revelado rápidamente como un freno a ese desarrollo. Estalla, en cierto modo, el intento de encajar en un único molde institucional los agudos desniveles de desarrollo capitalista que caracterizan a la UE. La IV Internacional denuncia el carácter imperialista de la Unión Europea y de sus propósitos de expansión oriental; destaca que el imperialismo plantea una tendencia a la reacción política y no a la democracia; señala que ha fracasado en el intento de superar el escollo histórico de las fronteras nacionales para desarrollar las fuerzas productivas, y aun más, que ha creado escollos adicionales que tienen que ver con su artificialidad histórica; y pone de manifiesto que la tendencia imperialista y la tendencia a acentuar sus contradicciones conducen a un agravamiento de la lucha de clases en el interior de Europa. Este conjunto de factores refuerza la tendencia a crisis políticas de envergadura en los países europeos e incluso a que se plantee una cuestión de poder. La IV Internacional inscribe en este marco a la crisis política de abril del 2001 en Francia, cuando se produjo una licuación política de los partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda, en combinación con grandes movilizaciones de masas, en especial de la juventud. Quedó al desnudo, en esa crisis, el agotamiento de la democracia imperialista. Sobre esta base la IV Internacional denuncia el carácter reaccionario de la consigna por una Unión Europea democrática y social y plantea la total vigencia de la unión del proletariado europeo por la expropiación del capital y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
10La fase económica mundial que se inicia alrededor de los años 70 se distingue de la que tuvo lugar a partir de la posguerra, no solamente por una inversión de tendencia en la curva general del desarrollo de la producción. La caracterizan, por sobre todo, las recesiones cíclicas de características explosivas que se combinan con crisis financieras de inusitada amplitud, como consecuencia del estallido de las ‘burbujas’ especulativas, del extraordinario endeudamiento de los Estados, y de los capitales individuales y de los consumidores, con los que se intenta cebar la ‘recuperación’ económica. Los derrumbes financieros que van de 1997 al 2001 clausuran el ciclo especulativo extraordinario que se inicia con la ‘euforia’ que provocó la disolución de la URSS.
La economía mundial, en su conjunto, se caracteriza por la tendencia a mayores crisis financieras y a la deflación. La política mundial, a su vez, se encuentra condicionada por estas tendencias de la economía.
11La guerra de los Balcanes, Afganistán, Irak, el Cáucaso, Palestina y diversos países de Africa ha inaugurado una etapa de guerras imperialistas de alcance internacional, que refutan por completo la pretensión universalista de la ‘globalización’, su carácter idílico, o sea puramente ‘económico’ y ‘pacífico’, o la ‘naturalidad’ de la supremacía del capitalismo en la presente etapa histórica. El derrumbe ‘práctico’ e ideológico de la ‘globalización’ se expresa en el resurgimiento de sus expresiones formalmente opuestas, como la del ´choque de civilizaciones’, la necesidad de ‘las construcciones nacionales’ o la especie del ´terrorismo internacional´ como una guerra mundial que no se presenta como un enfrentamiento entre estados.
Esta nueva oleada de guerras es apenas la etapa preliminar de un nuevo período de matanzas. Ella es, antes que nada, una expresión eminente del empantanamiento del capital. No involucra solamente una rivalidad comercial relativa al petróleo y a los mercados de materias primas del Asia central. Es una manifestación irrefutable de que la restauración capitalista es un proceso de violencias y de guerras. Su hilo conductor es la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China. La hegemonía de la restauración capitalista por alguno de los bloques en disputa desequilibraría decisivamente las relaciones de fuerza entre las distintas potencias imperialistas. La lucha por la conquista de los mercados orientales de Europa y de Asia tiende a transformarse, por este motivo, en una lucha interimperialista sin paralelo en la historia. Esta lucha interimperialista, expresión de una crisis enorme en las relaciones entre las clases dentro de todos los estados, deberá potenciar las crisis y las luchas entre las clases en todas las naciones, incluidas las semi-colonias.
Desde un punto de vista histórico de conjunto, la etapa actual forma parte de toda una época, que arranca con la primera guerra mundial y las revoluciones que la sucedieron, fundamentalmente la revolución de octubre del 17. Las contradicciones mortales de esta época, entre las guerras imperialistas y la revolución, no encontraron su salida en el curso de la segunda guerra mundial. Por un lado, la victoria del ejército rojo sobre el nazismo, la revolución china, la extensión de la URSS al este de Europa y varias revoluciones en las colonias pusieron un límite a una salida basada en la restauración del capital en la Unión Soviética. Por otro lado, la derrota de la revolución en Europa, el restablecimiento del capitalismo golpeado por la guerra y la prolongación de la dominación de la burocracia contrarrevolucionaria en los estados obreros bloqueó la salida histórica de la revolución socialista a escala internacional.
En la fase ulterior, las revoluciones políticas, el derrumbe de la burocracia y la crisis capitalista mundial dieron al traste con la ‘coexistencia pacífica’ o la ‘convergencia de sistemas’. El actual período histórico plantea la alternativa entre la restauración completa del capitalismo a través de la barbarie de las guerras y el retroceso social de las masas, o la victoria definitiva de la revolución socialista, que sería reforzada por los desastres de la restauración capitalista y que, por lo tanto, podría encontrar más que nunca un terreno fértil en las naciones imperialistas. Los reformistas y los centristas se han apresurado demasiado en dar por cancelada la época de guerras y revoluciones y en pontificar la aurora de una "paz infinita".
12La crisis de la dirección del proletariado ha sido el factor decisivo de la crisis en que ha entrado la humanidad. Para superar esta crisis de dirección, se plantea en la actualidad reconstruir una dirección de la clase obrera mundial. Ha transcurrido un largo período de tiempo y la experiencia de varias generaciones desde que la vanguardia de la clase obrera podía hablar aún en nombre de una dirección histórica del proletariado revolucionario. Las derrotas sufridas por la clase obrera, desde las que destruyeron sus organizaciones a las políticas, éstas no menos profundas, se han manifestado en un retroceso en la conciencia de clase de las masas; finalmente se ha producido la derrota de las revoluciones políticas y, como consecuencia de ello, la desintegración de los estados obreros.
En el campo popular han resurgido las tendencias nacionalistas pequeño burguesas en sus formas más atrasadas e incluso reaccionarias. Las llamadas organizaciones políticas tradicionales de la clase obrera se encuentran, en la mayoría de los casos, copadas por la burguesía, incluso la burguesía imperialista; los partidos stalinistas se han reciclado penosamente al democratismo pro-imperialista. No se manifiesta en el seno de las organizaciones tradicionales la irrupción de movimientos obreros combativos o alguna tendencia real que reclame a su interior un "retorno a las fuentes históricas". Las organizaciones que se reclaman, de una u otra manera, de la IV Internacional han sucumbido a este recule de la conciencia de clase y desempeñan en la mayoría de los casos el papel político que le corresponde a la pequeña burguesía democratizante o nacionalista. Esto ocurre aún allí donde la defensa de la democracia burguesa y de la identidad nacional son planteos reaccionarios, como es el caso de los países imperialistas. Las largas décadas que han pasado desde que la bancarrota de la II Internacional dejó planteada la crisis de dirección del proletariado internacional, y desde la fundación de la III y IV Internacional, han dejado un gran vacío temporal, es decir teórico y organizativo, para la nueva generación del proletariado. La reiteración, por parte de algunos grupos, de que representan la continuidad revolucionaria, no es otra cosa que una petición de fe sectaria, que ha servido para encubrir diversos tipos de degeneración ideológica. Las condiciones subjetivas para la reconstrucción de la Internacional Obrera, cuyo punto programático más desarrollado aún se encuentra condensado en el programa de transición de la IV Internacional, han sufrido un considerable retroceso, que sólo podrá superarse en el marco de la lucha de clases internacional en su conjunto que caracteriza en forma creciente a la etapa que está en curso.
13Desde la manifestación de masas de Seattle, en 1999, se ha puesto en evidencia un gran movimiento internacional de lucha contra el imperialismo. Esta irrupción constituye una de las expresiones de lucha más destacadas de la presente crisis mundial. El movimiento anti-globalización debutó denunciando "la dictadura" de las organizaciones financieras y comerciales internacionales, pero enseguida impulsó también movilizaciones multitudinarias contra la guerra imperialista en los Balcanes y en Irak. Objetivamente, ha sido un factor de intervención popular en las crisis políticas que han afectado a las potencias imperialistas involucradas en la guerra.
Aunque la presencia de la juventud trabajadora es dominante en las movilizaciones anti-globalización, el proletariado no interviene en ellas como clase, con la conciencia de tal, o sea con sus banderas, sus reivindicaciones o incluso sus organizaciones. Cuando en algunas ocasiones aparece la burocracia de los sindicatos, la finalidad es arrastrar al movimiento al campo del imperialismo. No hay ninguna duda, sin embargo, que constituye una etapa en la maduración de la actual generación de trabajadores.
La ‘pluralidad’ que alega el movimiento no es óbice para que predomine en él una corriente política perfectamente organizada que plantea la regulación del capital financiero y el pacifismo entendido como factor de presión de la ‘opinión pública’ o incluso pro-ONU. Como dentro de esta corriente participan, sin embargo, tendencias diversas, incluido el Secretariado Unificado, el grado de sus incoherencias es enorme. Por ejemplo, se opone al libre comercio agrícola, alegando la defensa del raleado campesino francés, pero apoya la libertad de comercio cuando lo plantean los países agrícolas subdesarrollados manejados por Cargill o Dreyfus. Denuncia a las organizaciones internacionales que se encargan de la regulación del capital pero ella misma exige esa regulación para enfrentar la anarquía capitalista creciente y hasta para acabar con la pobreza. Rechaza la ‘globalización’ en nombre de la defensa de las "identidades nacionales", pero se enfrenta al nacionalismo, incluso de las naciones oprimidas, invocando la necesidad de "otra globalización". Es tanto "identitaria" (tribal) como cosmopolita o liberal (imperialista). Critica el Alca pero defiende el Mercosur, el cual, dominado por las grandes corporaciones, no pretende otra cosa que servir de puente para una alianza comercial con Estados Unidos o Europa. Sus foros internacionales se convierten cada vez más en tribunas de los representantes del imperialismo, en especial europeo, y en medio para el "diálogo" con los ‘foros’ que también realizan la banca y el gran capital.
14El curso pro-imperialista del PT de Brasil ha sido un golpe político descomunal que la corriente que defiende la llamada antiglobalización capitalista ha preferido ignorar. La experiencia previa del Congreso Nacional Africano, de Nelson Mandela, que gobierna para los grandes monopolios sudafricanos es, sin embargo, reivindicada por la tendencia dirigente del ‘anti-global’. Bertinotti, otra de sus principales espadas, pretende arribar a un acuerdo de gobierno con el imperialista Olivo. Esta corriente, que se ha rebautizado con el nombre de "otra-globalización", es internamente incoherente incluso en su pacifismo, ya que un sector lo reivindica en Irak pero no en los Balcanes y sólo hasta cierto punto para Afganistán. Propugna combatir la violencia de la guerra con métodos pacíficos, pero por sobre todo como un movimiento de opinión ‘plural’ que no pueda transformarse, en ningún caso, en un factor de combate y de alternativa a los gobiernos imperialistas que impulsan la guerra.
El ‘alterglobal’ se caracteriza a sí mismo como movimientista (‘movimiento de movimientos’), es decir que se opone a la construcción de un partido internacional, y más aún si es clasista. O sea que carece de un planteo de poder y que evita los medios para luchar por el poder y los combate con encarnizamiento. Es funcional al poder capitalista establecido. Confiesa, de este modo, que se niega a jugar un papel independiente en la crisis mundial y que no podrá intervenir en ella sino de un modo empírico y circunstancial. El ´alterglobal´ niega resueltamente la posibilidad de las situaciones revolucionarias que son engendradas por la descomposición del capitalismo. Denuncia las tentativas de convertirlas en revoluciones y en la vía histórica para la toma del poder por la clase obrera. Su ala ‘trotskista’ (SU) añade, de su propia cosecha, que la época revolucionaria mundial iniciada con la revolución de octubre ha concluido. Este planteo viene del eurocomunismo, en 1970, y antes de él de la teoría del "socialismo en un solo país". Sin embargo, aún en un periodo de restauración del capitalismo, de retroceso de la conciencia de clase y de la pérdida de conquistas históricas cuya obtención marcó una larga época del proletariado mundial, las contradicciones insalvables del capital llevan a la creación de situaciones revolucionarias, que sólo pueden ser resueltas en forma favorable para la clase obrera si son transformadas en revoluciones proletarias y en el cuadro para la conquista del poder por los trabajadores y para el establecimiento de la dictadura del proletariado en el plano mundial.
15La experiencia del gobierno del PT marca la bancarrota mortal de todas las corrientes políticas que se siguen reivindicando del Foro de San Pablo. El Foro de San Pablo se ha convertido en el principal factor de contención de las luchas de los trabajadores y de desmoralización política de los luchadores. En Brasil, ha formado el gobierno de mayor concentración de representantes capitalistas directos de toda la historia del país. En la reciente crisis revolucionaria boliviana jugó un papel decisivo para encaminar a las direcciones existentes a aceptar una salida constitucional, e incluso se ha transformado en un nexo directo entre Evo Morales y el imperialismo. No ha asumido siquiera una posición de defensa incondicional del gobierno de Chávez, en Venezuela, por el contrario ha sido el vehículo para la ‘mediación’ del imperialismo en la crisis venezolana. Adelantándose incluso al gobierno argentino, el de Brasil se encuentra en la primera fila de la ocupación militar de Haití. Lo que ocurre con el PT repite lo ocurrido con los ex frentes guerrilleros o ex partidos stalinistas en Centroamérica, en especial el FSLN, de Nicaragua, y el FMLN, de El Salvador.
El destino del PT brasileño confirma la naturaleza proimperialista de la pequeña burguesía profesional que se ha pasado del foquismo al democratismo, de un lado, y el carácter potencialmente contrarrevolucionario de la burocracia que se fue formando en los sindicatos, del otro. Desde un punto de vista programático, pone en evidencia el carácter proimperialista de los planteos democratizantes, es decir que postulan la posibilidad del progreso social en los marcos constitucionales de los países oprimidos, o sea de los que por la ausencia de independencia nacional y de un desarrollo capitalista interno no han conquistado las premisas históricas de la democracia.
El PT se transformó en un partido totalmente confiable para la burguesía y el imperialismo al cabo de un prolongado período de integración de sus cuadros y burocracia al Estado, lo cual fue embellecido, por la teoría de moda, como la expresión de una "gran capacidad de construcción política". La participación política de la izquierda democratizante en las instituciones del Estado capitalista se ha vuelto a revelar como un poderoso factor de degeneración política. La participación parlamentaria y municipal del Partido Obrero, desde la Constituyente de Santa Cruz en 1995 y de las elecciones del 2001 en Salta y Buenos Aires, ha servido para la utilización revolucionaria de las instituciones estatales y para el desarrollo de la conciencia y de la organización revolucionarias.
La bancarrota política del PT ha dado lugar a un proceso de diferenciación dentro de la izquierda democratizante, hasta ahora de reducida amplitud. Tampoco se trata de una diferenciación socialista, porque no critica los fundamentos programáticos democratizantes ni los condicionamientos políticos oportunistas que dieron origen al PT (desplazar a los trabajadores de una lucha de masas al campo electoral y encuadrar al proletariado en la ‘normalización institucional’ iniciada por la dictadura de ese entonces). Se encuentra ausente también en esta diferenciación la comprensión del carácter potencialmente revolucionario de la situación de Brasil en su conjunto. La dirección del PT adjudicó como la finalidad fundamental de su ascenso al gobierno impedir la situación revolucionaria que podría engendrar una bancarrota financiera. O sea combatir el ‘peligro’ de un ‘argentinazo’, que luego vio confirmado en Bolivia.
En la crisis política que ha provocado en la izquierda latinoamericana y en el movimiento obrero el gobierno pro-imperialista del PT (y que tendrá una nueva edición en el gobierno del Frente Amplio en Uruguay) impulsamos construir partidos obreros revolucionarios, de un lado mediante la crítica implacable al democratismo o antiimperialismo nacionalistas y de contenido burgués, y del otro lado desarrollando la agitación en la clase obrera y las masas, especialmente las más explotadas, como los desocupados y campesinos sin tierras, de un programa de reivindicaciones inmediatas fundamentales y de reivindicaciones transitorias. Frente a la experiencia de gobiernos burgueses petistas o chavistas, en América Latina, exigimos la expulsión de los ministros capitalistas de los gobiernos que encabece la izquierda; la ruptura con el FMI y el repudio a la deuda externa; la nacionalización de la banca, de los grandes monopolios y de los latifundios bajo control obrero; el enfrentamiento del sabotaje capitalista mediante la ocupación de las empresas y la gestión obrera; el reemplazo de las organizaciones armadas de la burguesía por la organización armada de los obreros y de los campesinos; y una acción continental de lucha por los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
23El enorme avance de la restauración del capital en los ex Estados obreros no significa de ninguna manera que se trate de un proceso histórico que haya arribado a una conclusión. La importancia teórica de esta caracterización reside en que condiciona la caracterización de la crisis capitalista mundial en su conjunto. Es necesario distinguir los estadios que caracterizan el desenvolvimiento del capital y en especial el entrelazamiento de sus diferentes etapas. En esto consiste, precisamente, el análisis histórico concreto.
La transferencia sin precedentes del patrimonio estatal a un puñado de acaparadores privados no le ha quitado todavía su lugar de arbitraje excepcional a la burocracia estatal oriunda del viejo régimen (con referencia a las burocracias de los países capitalistas, incluso los más estatizados). Esto es muy claro tanto en China como en Rusia, pero vale hasta cierto punto también para algunos países de Europa oriental. En Cuba, ese arbitraje es el más autónomo. En Cuba la restauración del capital ha seguido la vía de inversiones extranjeras limitadas y no ha habido virtualmente transferencia de propiedades estatales, aunque el patrimonio económico público se encuentra principalmente en manos de una corporación, las fuerzas armadas, que forma parte del Estado, pero que no es el Estado mismo. En China, ha tenido lugar una enorme penetración del capital extranjero y se han formado grandes capitales privados, pero el patrimonio económico del Estado aún supera al del capital privado, en especial en los bancos.
En los ex Estados obreros prospera el capital privado, pero no se ha formado todavía una clase capitalista. La mediación de los capitales privados se realiza predominantemente a través de la burocracia y está condicionada por disposiciones administrativas de esta burocracia. Los parlamentos no constituyen, en ningún caso, la representación, o sea la mediación política, de los capitalistas como clase. Tampoco existe realmente una clase de capitalistas compradores que tenga el monopolio de la relación entre el capital y el mercado internacionales, de un lado, y el mercado interior, del otro; en China, Rusia y Cuba esa mediación corre, al menos principalmente, por cuenta de la burocracia del Estado.
El acaparamiento de la propiedad estatal puede ser un paso hacia la formación de una clase capitalista, pero no es sinónimo de ella. El capital se sigue formando, en el mercado interior, por medio del saqueo del patrimonio y recursos del Estado. Aunque con gradaciones que varían entre sí considerablemente, el capital no es aún la potencia social dominante, o sea que es capaz de subordinar efectivamente todas las formas del trabajo social a la acumulación del capital. En China, donde esta potenciación social del capital es más intensa, este papel lo desempeña el capital extranjero no el nacional (la manifestación más desarrollada de un capital nacional chino tiene lugar en Hong Kong y se ramifica a las regiones costeras del sur).
Las contradicciones propias de estas formaciones sociales entrelazadas, "sui-géneris", de los regímenes capitalistas transitorios, han tenido una manifestación excepcional en la semi-confiscación de los pulpos petroleros rusos Yukos y Sibneft, por parte del Estado. El gobierno de la burocracia rusa se postula a intermediario entre el capital petrolero internacional y los recursos petroleros de Rusia. Ha sido forzado a proceder de esta manera por la inminencia de una transferencia de propiedad de la oligarquía rusa, sin capital para competir en el mercado mundial, al capital petrolero internacional. En esta expropiación parcial de la oligarquía ha intervenido en forma decisiva la crisis política internacional, toda vez que los recursos, el transporte y los métodos de distribución de gas y petróleo plantean crisis internacionales en el Extremo Oriente, con referencia al abastecimiento de China y Japón; en el Artico, con referencia al transporte a Estados Unidos; en el Asia Central y el Mar Caspio, con referencia a sus yacimientos; en el Cáucaso con referencia al transporte a Europa, lo cual es también determinante con los ductos que atraviesan Bielorusia y Ucrania. Como ocurriera a lo largo de todo su pasado, Rusia vuelve a ser incapaz de relacionarse con el occidente capitalista por medio de un capital socialmente independiente.
24La cuestión de la propiedad no ha sido resuelta, al menos en Cuba, China y Rusia, las naciones más importantes en la historia política revolucionaria. En Rusia los grandes conglomerados tecnológicos, las joyas de la corona de la ex URSS, siguen, parcial o totalmente, en manos del Estado. En la ex Yugoslavia se encuentran incluso en el limbo las soberanías estatales y los territorios, algunos de ellos incluso revisten la condición de protectorados. Entre el proceso de privatización que caracteriza a la restauración capitalista y las privatizaciones corrientes en las naciones burguesas existe mucho más que una diferencia de grado, en primer lugar por su escala, en segundo lugar por su peso en la economía mundial y en la redistribución de poder entre los monopolios capitalistas internacionales, en tercer lugar porque implica una catástrofe social para decenas y centenares de millones de personas.
En China la transformación capitalista de la propiedad ha sido facilitada por la ausencia de una gran industria estatal moderna, al menos en comparación con la de Rusia. Pero aun tiene que resolver, por una parte, el destino del monopolio financiero y del crédito que aun conserva el Estado y, por la otra, el de la propiedad agraria de centenares de millones de campesinos que explotan la tierra en la forma de usufructo. Los bancos estatales se encuentran en bancarrota, con un monto de créditos incobrables que iguala al producto bruto interno de China. La privatización de los bancos estatales supone una declaración de quiebra financiera parcial del Estado, pero también plantea la amenaza del derrumbe de decenas de miles de empresas industriales financieramente quebradas, con su secuela inevitable de decenas de millones de cesantías. Un rescate estatal de estas empresas no plantearía solamente la perspectiva catastrófica de una hiperinflación sino también una catástrofe financiera internacional, que sería un resultado del retiro del capital en divisas que China tiene invertido en las deudas públicas de diferentes estados capitalistas. Las contradicciones extraordinarias que caracterizan a la restauración del capitalismo quedarán expuestas a fuego en las crisis financieras internacionales que se anuncian inminentes, como ya quedó de manifiesto, en una escala harto menor, en 1997-99, cuando la crisis asiática provocó la crisis rusa y el derrumbe, a término, del gobierno de Yeltsin.
La perspectiva de la privatización agraria ya está dando lugar a la expulsión de los campesinos de la tierra por parte de las burocracias locales que hasta ahora los explotaban principalmente por la vía confiscatoria del impuesto, las tasas y los tributos. En China la concentración de la propiedad de la tierra ya se encuentra en marcha y, paralelamente, la intensificación de las rebeliones en el agro. El otorgamiento de rango constitucional al derecho a la propiedad privada apunta a consolidar la superestructura jurídica del proceso de privatización financiera, industrial y agraria, que se encuentra recién en los inicios.
La restauración capitalista no podría ser nunca, fundamentalmente, un proceso orgánico interior. El capitalismo ha alcanzado un nivel histórico de desarrollo que pone un límite infranqueable a esa posibilidad. La restauración capitalista sólo puede desenvolverse como un proceso internacional, sometida a la hegemonía del capital financiero. Pero el capital internacional procede, en esta labor, conforme a su propia naturaleza. Está obligado a abordar y a condicionar la restauración capitalista a la lucha internacional por el control y la hegemonía del mercado mundial y por el monopolio de la redistribución de influencia que la restauración capitalista provoca en el mercado mundial. A partir de aquí pone en movimiento una contradicción importante; de un lado, una tendencia a valerse de la penetración en los nuevos mercados para intensificar la competencia por el monopolio del mercado mundial existente y, del otro, una tendencia a bloquear la restauración del capital para atenuar esa competencia mundial y frenar el ingreso de nuevos competidores. La penetración capitalista extranjera en los ex Estados obreros ha sido impulsada hasta ahora por el precio relativo menor de la fuerza de trabajo y de los recursos tecnológicos y naturales, agudizando la competencia en el mercado mundial entre los monopolios capitalistas establecidos. La re-colonización económica masiva del espacio interior de los ex Estados obreros se encuentra en gran parte condicionada al desenlace de la rivalidad comercial, financiera y política que se ha acentuado, entre esos monopolios y entre sus respectivos Estados. En resumen, la restauración capitalista constituye un episodio histórico concreto de crisis gigantescas y revoluciones.
25Los trabajadores de los ex Estados obreros tienen frente a ellos una gama de tareas políticas: 1. La lucha contra la burocracia, porque la expoliación de la burocracia para acumular privilegios no ha desaparecido sino que se ha acentuado como consecuencia de la tendencia a la restauración del capitalismo; 2. La lucha contra la restauración del capitalismo, porque, de un lado, la privatización de la propiedad expropiada al capital todavía está en sus inicios y porque, del otro lado, las privatizaciones constituyen un largo proceso de lucha contra los trabajadores por parte del capitalista que ha entrado en posesión de la propiedad estatal para adaptar la explotación del trabajo a las nuevas condiciones de producción y a las nuevas condiciones de mercado; 3. La lucha contra el capital.
La IV Internacional rechaza las posiciones que:
1. Llaman a defender e incluso apoyar a la burocracia, atribuyéndole el carácter de un límite parcial a la restauración capitalista y una moderadora de la tendencia de ella a una intensificación de la explotación. Destacamos, por el contrario, la acentuación del parasitismo de la burocracia y de sus propias tendencias explotadoras, así como de una tendencia a estrechar relaciones con el capital internacional. Esta posición distorsionante acerca del rol de la burocracia se manifiesta principalmente con relación a Cuba, en menor medida en China y ha reaparecido en Rusia con posterioridad a los roces de Putin con la oligarquía que fue creada en el período de gobierno de Yeltsin. En conformidad con las peculiaridades que distinguen a los diferentes países y teniendo incluso en cuenta las características de las situaciones políticas del momento, la IV Internacional plantea el derrocamiento de las burocracias existentes y su reemplazo por gobiernos obreros y campesinos que repongan la dictadura del proletariado, confisquen a la burocracia y expropien al capital y establezcan un sistema de gobierno de consejos obreros.
2. Que oponen a la privatización integral de la propiedad estatal el establecimiento de un régimen social mixto o cooperativo, alegando que la asociación con el capital privado es indispensable para superar el atraso histórico que la burocracia fue incapaz de resolver o que pudo haber agravado. La perspectiva de una cooperación breve o relativamente prolongada con el capital internacional o incluso nacional en el terreno económico, que sirva a una causa histórica de progreso se encuentra, sin embargo, condicionada a varios factores: uno, a que esa negociación sea encarada por el gobierno obrero y no por la dictadura burocrática; dos, a consideraciones internacionales y no solamente nacionales, en primer lugar el estado y las perspectivas de victoria de la revolución mundial. El carácter social de una transición está determinado por el carácter del Estado; cuando éste ha pasado a manos de una burocracia, la privatización en masa lo convierte en una garantía, no de las viejas conquistas sociales, sino de las adquisiciones capitalistas.
3. Atribuyen los resultados destructivos de la restauración capitalista, tanto reales como potenciales, exclusivamente a la supervivencia de la burocracia y a que no se hubiera establecido una democracia efectivamente representativa. En realidad, sin embargo, ninguna democracia representativa ha podido prescindir, históricamente, de una burocracia y, lo que es más, la historia política de la democracia, o sea de la dominación de la sociedad civil, no ha sido más que la persistente estatización de las relaciones civiles. La reivindicación de la democracia formal ha sido, en todo el proceso preparatorio de la restauración capitalista, el mecanismo ideológico que ha encubierto la expropiación del patrimonio estatal por parte de la burocracia, los acaparadores privados y el capital internacional.
La pretensión de desalojar las grandes revoluciones sociales de contenido proletario del siglo XX de la historia, en especial de la revolución del 17, por medio de un proceso indoloro, pacífico o gradual ya ha fracasado. Por el conjunto de factores que la condicionan, la restauración del capital deberá dar lugar a gigantescas conmociones sociales y políticas internacionales. De todos modos, una victoria del capitalismo sólo tendría la capacidad de retrasar la marcha de los minuteros de la historia. Esa victoria replantearía la lucha entre el capital y el trabajo en nuevas condiciones históricas; es decir, la competencia, la concentración de la riqueza en pocas manos, la socialización de la producción, las crisis, las contradicciones insolubles del capital, en fin un nuevo período de revoluciones socialistas.
29Tomada la situación mundial en su conjunto, es claro que la burguesía no puede seguir gobernando como lo ha venido haciendo, y que las condiciones sociales generales se han transformado para las masas en excepcionalmente insoportables. La cuestión de poder planteada por estas condiciones varía, incluso enormemente, de un país a otro, pero ha creado, al misma tiempo, una relación recíproca entre ellas. El empantanamiento del imperialismo en Irak ya ha creado una crisis política importante dentro de la burguesía y el Estado norteamericanos e incluso en el gobierno de Bush. Lo mismo ha ocurrido, incluso más acentuadamente en España, en combinación con las mayores manifestaciones de masas contra la guerra imperialista. El impasse económico en la Unión Europea ha determinado una fractura en la burguesía italiana y hasta una tendencia de ruptura de la fracción berlusconiana con su propio gobierno, al mismo tiempo que crece la movilización sindical. La crisis de los gobiernos de Francia y Alemania está fuera de duda, mientras se insinúan, y por momentos se profundizan, luchas de masas importantes. En otro continente, la presión imperialista sobre Bolivia ha dado lugar, en octubre pasado, a una revolución popular. La disgregación de un gobierno recién estrenado, el de Lula, es también manifiesta. El derrumbe de Aristide ha determinado una ocupación militar en Haití. El golpismo oligárquico contra el venezolano Chávez sigue atizando la crisis y las movilizaciones de las masas más pobres del país en defensa del gobierno nacionalista. El período de gracia de Kirchner se ha virtualmente acabado, al cabo de diez meses que se caracterizaron por un método de gobierno de crisis permanente. La acumulación de tensiones financieras en la caldera del Lejano Oriente ha provocado la destitución transitoria del presidente de Corea del sur por parte de los grandes monopolios nacionales que sienten amenazada su existencia por la penetración del capital financiero norteamericano. El Medio Oriente es un polvorín a la espera de un estallido, en especial en Arabia Saudita, Irán y Siria. La IV Internacional se diferencia de otras corrientes revolucionarias y obreras, en primer lugar, en esta caracterización de la situación mundial. Tomada como un conjunto, o sea en la perspectiva que ofrece y en sus relaciones recíprocas (entre las naciones y las clases), la situación mundial plantea, con ritmos, características históricas y peculiaridades diferentes, y una comprensión también dispar de las clases actuantes, la cuestión del poder.
30A partir de esta caracterización, el gobierno obrero u obrero y campesino cobra toda su actualidad como reivindicación transicional. Esta consigna significa, antes que nada, una política que consiste en desenvolver en las organizaciones tradicionales de las masas y en aquellas que éstas crean en el curso de sus luchas, la comprensión de que está planteada una cuestión de poder y que la satisfacción real e integral de las aspiraciones populares exige la toma del poder por los trabajadores. Cuando en el curso de la propia lucha y como consecuencia de la experiencia de esa lucha, esas organizaciones conquistan una posición de autoridad política de conjunto, el gobierno obrero es la reivindicación que dirigimos a esas organizaciones para preparar la lucha directa por el poder político. La posibilidad, sin embargo, de que las direcciones tradicionales encaren esa lucha por el poder es remota o excepcional, incluso bajo una presión revolucionaria de las masas. La IV Internacional advierte contra el peligro de meter en una misma bolsa lo que son las masas, sus organizaciones y sus direcciones, porque por norma general las relaciones entre ellas son contradictorias. Los períodos de crisis política o revolucionarios acentúan esas contradicciones, porque estos períodos se caracterizan, de un lado, por un cambio fundamental en la conciencia de las masas y, del otro, por una agudización del sentido de supervivencia de las direcciones asentadas en las viejas relaciones políticas. En este sentido, la reivindicación del gobierno obrero es el método del cual se vale la IV Internacional, no para añadirle una nueva oportunidad de vida a las viejas direcciones, sino para conquistar la dirección de las masas y las organizaciones de su combate para la vanguardia revolucionaria.
Aunque el parlamentarismo se encuentra desde hace largo tiempo en descomposición histórica y el gobierno real del Estado se encuentra en manos de un puñado de burócratas firmemente entrelazados con los principales trusts capitalistas, la participación parlamentaria (y, por lo tanto, las campañas electorales) es fundamental, incluso especialmente en un período de crisis de poder o pre-revolucionario. Esa participación debe servir no solamente para amplificar la agitación política cotidiana sino también como propaganda, o sea como educación política para la parte más militante de los trabajadores. La circunstancia de que el parlamento se haya convertido en la cobertura de la conspiración del Estado contra las masas (de ningún modo en su representación), refuerza la necesidad de la participación en él para proceder a un metódico trabajo de desenmascaramiento. Sin un trabajo revolucionario en el parlamento burgués es imposible hacer un trabajo realmente de masas. En las condiciones en que la vanguardia revolucionaria, allí donde existe y actúa, es extremadamente minoritaria y su radio de influencia se encuentra limitado a una audiencia sindical, es necesario explotar todas las oportunidades para intervenir en las campañas electorales y en el parlamento. El activismo sindical, incluso el más consecuente, puede resultar un sinónimo de metodología economicista; la participación electoral y en el parlamento puede servir, en cambio, para desenvolver una política realmente socialista, es decir, relacionada con los problemas de conjunto del capitalismo, de todas sus clases sociales y del Estado. La subordinación histórica del parlamentarismo con respecto a la acción directa de las masas no debe ser confundida con un desprecio a la acción parlamentaria; esa subordinación simplemente significa que el parlamento debe ser usado como tribuna revolucionaria de propaganda, de agitación y también de organización. La experiencia demuestra que la presencia de los revolucionarios provoca en las masas un interés por el parlamentarismo que no existía con anterioridad. Esta expectativa constituye un paso hacia el agotamiento de las ilusiones en el parlamentarismo, que se encontraban soterradas. La presencia de parlamentarios revolucionarios incentiva la tendencia popular a poner al parlamento bajo "la presión de la calle", contribuyendo de este modo a que la acción directa pase a ocupar el plano principal de los métodos populares de lucha.
En numerosos países, la descomposición del parlamentarismo, que no es más que la del Estado burgués y de la sociedad capitalista, se manifiesta como "una crisis de representación política" o "una crisis de la política". Esto significa que los explotados no perciben el carácter de clase del parlamentarismo, ni caracterizan a las crisis políticas en curso como el resultado del carácter irreconciliable de los antagonismos de clase. Esta deformación se acentúa cuando la pequeña burguesía juega un papel político desmesurado con relación a su peso en el proceso productivo social. La crisis de poder asume en estos casos una característica formal, que tiene oculto su contenido social fundamental. La experiencia de las crisis y luchas recientes han enseñado que, en circunstancias como éstas, la consigna de la Asamblea Constituyente soberana podría desempeñar un gran papel político, entendida, primero, como un derrocamiento del parlamento y las instituciones ejecutivas nacionales y municipales cuestionadas por la "crisis representativa" y, segundo, como un vínculo al gobierno obrero y la dictadura del proletariado, si es impulsada a través de un programa de reivindicaciones transitorias de conjunto. El peso político de esta consigna se acentúa en los países en que el parlamentarismo y la democracia no han echado raíces sólidas o ninguna, y donde su larga existencia se ha combinado con crisis, golpes y dictaduras, o sea que está muy vivo el sentimiento favorable al sufragio universal. La rápida descomposición del Estado ha determinado que, en muchos países, se presente la necesidad de una "revolución política" con antelación a la conciencia de la necesidad de la revolución social. Lo que importa es que, de un lado, sirva para movilizar a las masas y, del otro, sirva para intervenir en la crisis de poder. Lo que importa, por sobre todo, es que sirva para sacar a la vanguardia obrera de una posición exclusivamente propagandística cuando está en desarrollo una crisis política que es parte de una crisis histórica pero que sigue etapas y ritmos diferenciados, en especial en lo que tiene que ver con la comprensión que las masas van adquiriendo de los acontecimientos.
La disociación entre la crisis política del Estado y su contenido histórico concreto de agonía del capitalismo, ha dado lugar a una corriente que opone al parlamentarismo la "democracia directa". Se trata de otro episodio de la saga que denuncia a la democracia burguesa por su carácter representativo, o sea que delega la soberanía popular en una representación independiente. La "democracia directa" tiende a ocupar, en la opinión pública, el lugar de la "democracia participativa" o "social" de un pasado reciente. En un régimen que se caracteriza por el despotismo social (la dependencia absoluta de la fuerza de trabajo, en su calidad de mercancía, del capital, y la dictadura absoluta del capital en el lugar de trabajo), la democracia directa reproduce la ficción de la autonomía del individuo que caracteriza al constitucionalismo. Sin embargo, en la época en que la individualidad específicamente burguesa se encuentra en ruinas, la "democracia directa" tiene menos espacio que nunca y se transmuta en la pretensión de saltear al parlamentarismo por medio del plebiscito. La "democracia directa", que se encuentra relativamente de moda en la actualidad, tiene puntos de contacto con el anarquismo vinculado a la pequeña burguesía, no con el anarquismo que estuvo vinculado a la clase obrera, que subordinaba la democracia directa a la revolución social, estableciendo un punto de contacto con la dictadura del proletariado.
El gobierno obrero que haya llegado al poder en la lucha por las reivindicaciones principales de los trabajadores y de la crisis política del Estado burgués, se confronta de inmediato con la oposición del conjunto de ese Estado, que representa la dictadura de clase de la burguesía. El gobierno obrero sólo puede representar, entonces, un breve interregno hacia la dictadura del proletariado. Su posibilidad de supervivencia depende del desarme de la burguesía y del armamento de la clase obrera, y de la expropiación de los pulpos capitalistas principales. Quienes, como el Secretariado Unificado, hablan de "poder obrero" pero se oponen a la dictadura del proletariado, simplemente no saben de qué están hablando. En realidad realizan un embuste conciente. Un "poder obrero" que se niegue al desarme de la burguesía y al armamento de las masas, no duraría nada. Dadas las circunstancias de crisis que determinaron su llegada al gobierno, no tendría la oportunidad de ser siquiera un gestor del Estado burgués, es decir un gobierno obrero de la burguesía. Un gobierno obrero que emerja de una lucha de masas por las reivindicaciones transitorias se confronta también con el conjunto del aparato del Estado – su burocracia administrativa, judicial, municipal y el ordenamiento jurídico correspondiente. Debe quebrar el poder capitalista en el lugar de trabajo, que es la base real del poder del capital. Obligado a quebrar el aparato de Estado de un modo integral, se ve igualmente obligado a comenzar a transformar las relaciones sociales de explotación sobre las que se asienta. Estructura, de este modo, un nuevo Estado en la forma de una gestión obrera colectiva, que va desde la dirección gubernamental a cargo de los consejos obreros a la gestión obrera de las empresas, la salud, la gestión, la cultura, y que se manifiesta en un plan social de conjunto. La quiebra de la división del trabajo entre gobernantes y gobernados significa el principio de la disolución del Estado como tal. De todas las tendencias que hablan en nombre de la clase obrera, la IV Internacional es la única que lucha por un gobierno obrero u obrero y campesino en su sentido histórico completo de destrucción del Estado burgués y el establecimiento de la dictadura del proletariado. Para la IV Internacional, el gobierno obrero es un sinónimo de la dictadura del proletariado, y lo usa como tal en la agitación que realiza en el seno del pueblo.
En la historia de la IV Internacional la reivindicación del gobierno obrero establecida en su programa de fundación, fue tempranamente distorsionada. Al menos desde la década de los 50 dejó de ser considerada como sinónimo de la dictadura del proletariado y la reivindicación del gobierno de las organizaciones tradicionales fue convertido en la estrategia sustituta de la IV Internacional. El paso siguiente fue plantear el gobierno obrero sobre una base parlamentaria, como ocurrió con la Unión de Izquierdas, en Francia, desde fines de los 70 (con el agravante de que se trataba de un frente popular con el partido radical). Con la conversión euro-comunista de los partidos stalinistas, la dictadura del proletariado fue reemplazada en el plano de la teoría por la "democracia socialista", que concilia el gobierno de los trabajadores con el parlamentarismo y el Estado burgués en general. La "democracia socialista" sirvió para embellecer el movimiento de la burocracia moscovita hacia la restauración del capitalismo, que realizaba con las consignas del estado de derecho, régimen constitucional, libertad electoral. En el arco iris de tendencias que se reclaman trotskistas existe una variada gama de posiciones sobre el Estado, pero todas han abandonado la reivindicación de la dictadura del proletariado. La degradación teórica ha llegado al extremo de que algunas de esas tendencias defienden a sus Estados imperialistas nacionales, alegando que representan conquistas de la civilización que deben ser protegidas contra la ‘globalización’, de un lado, y la ‘regionalización’, del otro. El reciente retiro, de los estatutos de la Liga Comunista Revolucionaria, de Francia, de la reivindicación de la dictadura del proletariado, es la culminación de una larga evolución política, pero que no atañe solamente al Secretariado Unificado sino a todas las tendencias que nacieron de la escisión de la IV Internacional a partir de los años 50.
La IV Internacional rechaza la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura de la burocracia. No solamente se trata de una diferencia de métodos entre una y otra, sino de contenido social, porque la burocracia defiende a la dictadura del proletariado dentro de los límites de sus propios privilegios, es decir que en defensa de sus privilegios combate la supremacía social y política de la clase obrera. En defensa de sus privilegios, prepara la restauración del capitalismo y se convierte, como se ha convertido, en el agente principal de esa restauración. También rechazamos la identificación, de los aprendices de derechos humanos, entre el terror rojo o revolucionario y el terrorismo de Estado, lo que no es más que la vieja vulgaridad de poner en el mismo plano a la violencia revolucionaria y a la violencia de la reacción y del Estado capitalista. Incluso allí donde ha triunfado la revolución proletaria, el Estado que ejerce la hegemonía sigue siendo el Estado capitalista, que se manifiesta por medio del sistema internacional de Estados y agrede al Estado proletario empleando la fuerza organizada del sistema de Estados establecido de larga data. Toda guerra civil obliga a la revolución a militarizar sus instituciones y, dentro de estas condiciones, limita la democracia de los trabajadores, del mismo modo que en el curso de cualquier acción bélica la autoridad se concentra en un mando único. La dictadura proletaria sufre, así, la influencia del medio en el que es obligada a actuar. La dictadura del proletariado, como una democracia de trabajadores, florece cuando más amplio es el desarrollo internacional de la revolución, cuando mayores son los recursos económicos y culturales que hereda el proletariado triunfante, cuando mayor ha sido también la preparación política y la escuela de lucha de la clase obrera que se empeña en el derrocamiento de la burguesía. Toda ciudadela sitiada puede convertirse en Masada. Como dijera Lenin, el proletariado de las naciones más avanzadas hará mejor las cosas.
31La lucha política es una lucha de partidos, más aún la lucha por el poder. La revolución social en general, y mucho más la proletaria, es un fenómeno histórico, o sea que resume y concluye una fase de la civilización humana. No puede ser emprendida sin una conciencia de ese carácter, la que se traduce en un programa. Pueden haber motines y rebeliones, y los hay con extraordinaria frecuencia cuando una determinada organización social entra en su fase de decadencia. Pero una revolución que sea capaz de poner fin a la dominación y explotación sociales, es imposible sin un programa y sin una organización. El capitalismo no permite un desarrollo generalizado de la educación general ni de la preparación política del proletariado; al revés estimula la competencia y la rivalidad entre los explotados. Solamente a partir de una vanguardia obrera puede acometerse la tarea de formar un proletariado revolucionario. Debido al papel estratégico sin rival del partido revolucionario en la revolución proletaria, la lucha contra la idea de construir un partido y contra el partido mismo, es el recurso último del capital, que en esta lucha se manifiesta principalmente por medio de la pequeña burguesía democratizante o a lo sumo socializante. A igual título que la colaboración de clases, en general, y el frente popular, en particular, el movimientismo es un recurso último del capital contra la revolución proletaria.
Se trata de construir partidos, no sectas; organizaciones revolucionarias, no federaciones parlamentarias; organizaciones de combate, no solamente de propaganda; enraizadas en la clase obrera y en su historia, así como en la historia de las masas del país que se trate y de ese propio país. Las particularidades nacionales desempeñan un papel excepcional en la estrategia de los partidos revolucionarios. Teniendo en cuenta estas exigencias, la forma del desarrollo del partido revolucionario reconoce toda clase de variantes. En el estadio actual, de enorme dispersión de la vanguardia revolucionaria, la IV Internacional destaca la nueva etapa revolucionaria que ha abierto la presente crisis mundial; señala que la restauración capitalista acentúa, en última instancia, esta crisis mundial y desarrolla confrontaciones revolucionarias superiores en escala a las conocidas, incluso en los países desarrollados; destaca la vigencia de los programas históricos del comunismo, desde el Manifiesto de1848, los primeros cuatro congresos de la III Internacional y el programa de transición de la IV Internacional; y llama a los revolucionarios y a sus organizaciones a elaborar un programa internacional que dé cuenta de los cambios fundamentales de las últimas décadas.
La reconstrucción de la Internacional obrera y revolucionaria parte de una clara filiación histórica, pero no puede reivindicar una continuidad organizativa. El Secretariado Unificado de la IV Internacional se ha convertido, al menos de conjunto, en un apéndice de la pequeña burguesía democratizante, incluso en los países imperialistas. La próxima Internacional obrera será diseñada por acontecimientos históricos de extraordinaria magnitud. Es ocioso especular sobre sus características. Sin embargo, no se puede luchar por esa futura internacional sin un programa y un partido. Nuestro llamado a refundar de inmediato la IV Internacional significa que rechazamos la política de la expectativa pasiva en los grandes acontecimientos por venir. Por eso nuestro planteo de reagrupar a la vanguardia obrera en un partido internacional que luche por la próxima gran Internacional Obrera Revolucionaria. En oposición al método de secta, que consiste en condicionar la refundación inmediata de la IV Internacional a la solución previa, puramente literaria por otro parte, de las discrepancias políticas que puedan existir, planteamos la organización de un partido revolucionario internacional, la IV, sobre la base de una delimitación política exacta de todas las divergencias. Construir el partido internacional es el punto del programa que deslinda a los marxistas revolucionarios de la secta.