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El oficio más difícil (EEM 258 - Métodos anticonceptivos
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EL OFICIO MÁS DIFÍCIL

Por Mario Bunge

¿CUÁL será el oficio más difícil? ¿El de presidente de los Estados Unidos? ¿El de patrón de Microsoft? ¿El de Sumo Pontífice? ¿El de campeón mundial de fútbol? ¿El de narcotraficante? ¿El de físico teórico?

Creo que lo más difícil es ser buen padre o buena madre. Este oficio no se aprende en ninguna escuela especial. Ni siquiera hay entrenamiento, como en el caso de los científicos, deportistas, actores y dictadores. En la enorme mayoría de los casos, la progenitura se improvisa igual que en el caso de los animales. Esto es gravísimo, porque puede llevar a cometer errores e incluso infamias que ningún animal cometería.

Para sobrevivir en la sociedad moderna no basta caminar, masticar ni manejar una azada. A medida que nos civilizamos nos hacemos más artificiales, o sea, hacemos trabajos cada vez más complicados. Y éstos requieren aprendizajes rigurosos y largos. A su vez, estos aprendizajes requieren cerebros bien nutridos desde los primeros días de vida. Los neuroanatomistas han mostrado hace tiempo las diferencias existentes entre las cortezas cerebrales de los niños desnutridos y carentes de educación, por un lado, y los criados normalmente, por el otro. Las de los primeros son notablemente más delgadas que las de los segundos, y las neuronas respectivas tienen menos ramificaciones.

 

La primera impronta

Sin aprendizaje temprano y sostenido no se va formando un cerebro capaz de aprender las técnicas necesarias para ejercer oficios modernos. Nuestros padres son los primeros escultores de nuestros cerebros. Luego intervienen los demás escultores: pares, parientes, amigos de los padres, vecinos y maestros. Recién en la adolescencia, cuando emprendemos algunas tareas por cuenta propia, empezamos a autoesculpirnos. Unos, los músculos, y otros, el cerebro.

En algunos oficios se pueden cometer errores reparables. El político que pierde una elección puede probar su suerte en la próxima. El hombre de negocios que fracasa en una empresa puede intentar otra. En cambio, si se procrea un hijo que no se quiere, o no se puede alimentar, o no se sabe criar o educar, no sólo se comete un error, sino también una falta irreparable. La progenitura irresponsable es un grave delito moral. Sin embargo, solemos disculparla, alegando pobreza, ignorancia, juventud, o incluso afán por poblar el Paraíso. La presencia de estos factores explica pero no justifica. Y, sobre todo, no salva a las víctimas.

Si admitimos que el oficio de progenitor es tan difícil como importante, ¿por qué no enseñarlo, como se enseñan otros oficios muchísimo más fáciles, como los de electricista o filósofo?

Es claro que un conocimiento teórico del oficio no basta para su buen desempeño. Además de dominar las técnicas elementales (biberón, pañales, baño, termómetro, etcétera), hacen falta interés y amor por los niños, al menos por los propios.

Quien se limite a pagar los gastos de la crianza de sus hijos, y no juegue con ellos, ni les enseñe algo cada día, ni se desvele por ellos les hará un daño enorme. No hay peor tragedia para un ser humano que el no sentirse protegido, amado ni necesitado.

Propongo que lo menos que puede hacerse para frenar la progenitura irresponsable es adoptar y difundir el siguiente Manual del progenitor:

·                     No hay que traer hijos al mundo si no se tiene con qué criarlos, ni se sabe cómo hacerlo, ni se está dispuesto a aprenderlo como se aprende cualquier otro oficio.

·                     Hay que planear la progenitura como se proyecta cualquier otra cosa: hay que informarse y recabar recursos.

·                     Cuando se tiene hijos hay que dedicarles amor, conocimiento y tiempo: hay que cultivarlos por lo menos tan cuidadosa y asiduamente como si se tratara de rosales o árboles frutales.

 

El autor es un físico y filósofo argentino radicado en Canadá. Su último libro es Las ciencias sociales en discusión (Ed. Sudamericana).