Published using Google Docs
Siete primeras estrofas de El legado (A Catherine de Vaucelles). François Villon
Updated automatically every 5 minutes

Francesco Melzi: Flora, hacia 1515

EL LEGADO (estrofas I a VII). François Villon. Traducción de José María Valverde.

 

I

En este año de [mil] cuatrocientos cincuenta y seis.

yo, François Villon, bachiller,

considerando, ya en razón,

el freno de los dientes, firme el ánimo,

que, como exhorta Vegecio,

sabio romano, prudente consejero,

uno debe meditar sus actos

o de otro modo pudiera lamentarlo...

 

II

En la fecha antes mencionada,

por navidad, la estación muerta,

cuando los lobos mascan viento,

y uno se encierra entre sus muros,

junto al fuego, huyendo de la escarcha,

el deseo me vino de romper

el muy amoroso cautiverio

que destrozó mi corazón.

 

III

Y así lo hice,

teniendo en mis ojos todavía

a la que consintió con mi ruina

aún sin ganar nada con ello;

Por eso me duelo y clamo al cielo,

pidiendo venganza contra ella

a todos los dioses venéreos,

y alivio para mi pasión desmedida.

 

IV

Pues si tuve por favorables

esas dulces miradas y esos gentiles ademanes

de tan engañoso sabor,

hasta dejar que el alma me atraparan,

ahora sé que como el caballo blanco

me fallan cuando más los necesito.

Plantar me es menester en otros campos

y acuñaré en otra matriz.

 

V

Me cautivo esa mirada

que tan desleal y dura me fue luego;

que sin jamás haberla desdeñado,

quiere y exige que yo sufra

la muerte, que reviente.

¿Qué podía hacer, sino escapar?

Es ella la que rompe tan viva soldadura

sin mis tristes lamentos atender.

 

VI

Para salvar ese peligro

lo mejor es huir.

¡Adios! Me voy a Angers.

Puesto que ya no quiere concederme

ni su favor, ni que yo sea el único en gozarla,

muero por ella con todos mis miembros sanos

y a la fuerza seré otro amante mártir

de los muchos benditos enamorados.

 

VII

Aunque el partir me sea

tan duro, no puedo hacer sino alejarme:

ya no acepta mi pobre entendimiento

que otro y no yo la goce a ella,

y que como un arenque de Bolonia

me seque en sus humores.

En esta exigencia tan penosa

plazca a Dios oír mis lamentos.