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Planta de invernadero.–El hablar de precocidad y de tardanza, rara vez exento del deseo de muerte para la primera, es una inconveniencia. Quien madura pronto vive en la anticipación. Su experiencia es apriorística, sensibilidad divinatoria que palpa en la imagen y la palabra lo que sólo posteriormente ejecutarán el hombre y la cosa. Tal anticipación, hasta cierto punto satisfecha en sí misma, sorbe del mundo exterior y tiñe fácilmente su relación con él del color de lo neuróticamente lúdico. Si el precoz es algo más que poseedor de habilidades, por lo mismo estará obligado a superarse a sí mismo, una obligación que los normales gustan de adornar con el carácter de deber moral. Tendrá que reconquistar con esfuerzo para la relación con los objetos el espacio ocupado por su representación: tendrá que aprender a sufrir. El contacto con el no-yo, con la madurez presuntamente tardía, apenas perturbada interiormente, se le convierte al precoz en necesidad. Su propensión narcisista, revelada por la preponderancia de la imaginación en su experiencia, retrasa precisamente su maduración. Sólo posteriormente pasará, con crasa violencia, por situaciones, angustias y sufrimientos que en la anticipación estaban atenuados y que, al entrar en conflicto con su narcisismo, se tornarán morbosamente destructores. De ese modo vuelve a caer en lo infantil que una vez con tan poco esfuerzo había dominado y que ahora exige su precio; él se vuelve inmaduro y maduros los demás que en aquella fase tuvieron que ser, como se esperaba de ellos, hasta necios, y a los que les parece imperdonable lo que con tan desproporcionada agudeza le sucede al otrora precoz. Ahora es azotado por la pasión; demasiado tiempo mecido en la seguridad de su autarquía, se tambalea desvalido donde una vez levantó aéreos puentes. No en vano acusa la letra de los precoces alertadores rasgos infantiles. Son una perturbación del orden natural, y la salud trastornada se ceba en el peligro que los amenaza al par que la sociedad desconfía de ellos como negación visible de la ecuación de esfuerzo y éxito. En su economía interna se cumple de modo inconsciente, pero inexorable, el castigo que siempre tuvieron merecido. Lo que con engañosa bondad se les ofreció, ahora se les retira. Hasta en el destino psicológico una instancia vigila para que todo sea pagado. La ley individual es un jeroglífico del cambio en equivalencias.

Th.W.Adorno, Minima Moralia, 1951.