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LIMITES CON MÉXICO MENSAJE DEL PRESIDENTE JUSTO RUFINO BARRIOS A LA ASAMBLEA NACIONAL.docx

LIMITES CON MÉXICO

MENSAJE DEL PRESIDENTE

JUSTO RUFINO BARRIOS A LA ASAMBLEA NACIONAL

Señores Diputados:

En 24 de abril anterior tuve la honra de dirigirme a la Representación Nacional, exponiendo los gravísimos males que producían al país la indeterminación de los límites de su territorio con los Estados Unidos Mexicanos, manifestando que para concluir la envejecida cuestión que por ellos existía, y que tanto preocupaba, y tan seriamente comprometía la situación de la República, me proponía agotar todos los medios, consultando práctica y concienzudamente los positivos intereses de la patria, en la persuasión de que con ello le prestaría valiosísimo servicio: y pidiendo que, si se estimaba oportuno, se me concediera autorización muy amplia y especial, conferida con un Decreto, para ponerle término del modo que yo juzgara que mejor convenía al bien de la República. Solicité esa autorización porque consideraba de magnitud el paso que había de darse, y por lo mismo, no quería decidirme a proceder sin pleno conocimiento y poder de la Asamblea, y sólo en ejercicio de las facultades que ordinariamente atribuye al Ejecutivo la Constitución, y Vosotros, señores Diputados, encontrasteis sólidas las razones contenidas en el Mensaje que envié con ese motivo, y en 28 del mismo mes, disteis el Decreto que me confiere aquella ilimitada autorización. En ejercicio de ella, y haciendo uso para poder salir del territorio de Centro América, de la licencia de un año que me había sido otorgada para reponerme de las fatigas de la Presidencia, salí de esta capital con dirección a los Estados Unidos de América a fines de junio, y habiendo regresado a principios de noviembre último, después de dejar concluida la cuestión, vengo a daros cuenta, como lo ofrecí, de la negociación ajustada, para lo cual habéis sido convocados a sesiones extraordinarias.

Las comunicaciones oficiales de los ministerios que Guatemala tenía acreditados en los Estados Unidos de América y en México, me hicieron comprender que el asunto de límites tratado a la vez en dos puntos diferentes, por diferentes personas Y bajo bases diferentes, ofrecería graves complicaciones y que, para alejarlas y para llegar a un desenlace satisfactorio, era indispensable unificar la acción, ocupándome yo directamente del asunto y oyendo a la vez a los dos representantes del Gobierno. Creí imprescindible mi intervención personal y resultó evidentemente confirmado que no me equivocaba. Me dirigí a los Estados Unidos del Norte, y desde luego comprendí que la cuestión había corrido y estaba corriendo un grave riesgo de convertirse en verdadero conflicto: que llegaba yo en momentos solemnes, y que, de no llegar en tan oportunas circunstancias, habría sido imposible detener más tarde el torrente de las dificultades y calamidades en que el país iba a ser envuelto. Sean cuales fueren, pues, los accidentes de mi viaje, me felicito de haber salido en la ocasión en que salí; y aunque enemigo de toda pretensión, tengo la seguridad de que, sin mi presencia, nada se habría hecho, y sólo se tendría un caos de confusión y desconcierto.

Las comunicaciones del Ministro de Guatemala en Washington, decían que había tenido conferencias en esa capital con el Plenipotenciario de México: que tenían convenido ya un proyecto para someter a arbitramentos la cuestión: que conforme a ese proyecto, el Gobierno de los Estados Unidos obraría como árbitro para resolverla: que este Gobierno aceptaba aquel carácter, y que comunicaciones del Dr. D. Manuel Herrera, Representante de la República en los Estados Unidos Mexicanos, decían que sería aceptado en México el tratado propuesto por él renunciando a Chiapas y Soconusco, mediante una indemnización: que era este el partido que se debía adoptar, que allí debía concluirse el asunto, y que el arbitramento era imposible. Las cosas no podían continuarse en ese camino por más tiempo, y así, al salir para la capital de los Estados Unidos de Norte América, dí aviso por telégrafo a nuestro representante en México para que fuera allí a reunírseme, a fin de discutir y terminar el asunto.

Deseoso de trabajar con actividad conferencié tan pronto como pude, con el Secretario de Estado del Gobierno americano manifestándole que el Gobierno de Guatemala deseaba terminar la cuestión pendiente de límites con México: que para terminada, prescindía de los derechos que pudieran asistirle sobre Chiapas y Soconusco, único punto que hasta entonces había estorbado un arreglo; y que, con esa base, se quería por parte de Guatemala que el Presidente de los Estados Unidos interviniera como árbitro en la cuestión. Con alguna sorpresa ciertamente, porque el Ministerio de la República había asegurado -que ya con anterioridad estaba propuesto y por él y también por el Representante de México el arbitramento, y que el Gobierno de los Estados Unidos lo aceptaba, oí entonces que por parte de México aún no se había hecho tal proposición, ni se había convenido en tal proyecto, y que por tanto estaba por comenzarse todo, necesitándose que México hiciera igual demostración de querer el arbitramento, para que el Presidente pudiera tomar sobre sí un encargo que, según se dignó decir, no dejaría de aceptar en obsequio de ambos países, en cuanto ambos se lo confieran. En discordancia lo que oía con lo que el Representante nuestro me había informado, insistí en exponer la idea de que toda la solicitud de Guatemala se reducía a que el Gobierno de los Estados Unidos decidiera como árbitro el asunto, que tal era mi proposición, la cual podía o no ser aceptada por México, pero que en uno y otro caso había cumplido yo cediendo  hasta donde podía cederse. Habiendo quedado en que, después de esa conferencia la naturaleza del asunto demandaba que hubiera además constancias escritas, se ofreció enviar al día siguiente una nota que expresara las ideas del Gobierno de Guatemala.

Esa nota fué escrita el 21 de julio y firmada por el Ministro guatemalteco: en ella se consignaba el deseo de esta República de concluir la cuestión de límites con México, y que con ese objeto y con el de la paz y amistad de los dos países, se prescindía de la disputa a Chiapas y Soconusco que era el sólo obstáculo que hasta entonces se había ofrecido: que bajo esa base, el Gobierno de Guatemala deseaba que el Presidente de los Estados Unidos, con el carácter de árbitro, y con las formalidades previas que tuviera a bien, fijara la línea divisoria entre los dos países; y  que, por medio del Ministerio de Guatemala en México, se haría saber a aquel Gobierno la proposición de Guatemala, proposición que aceptada por él, pondría término al asunto, y rechazada, demostraría a todo el mundo que nosotros por nuestra parte habíamos agotado todos los medios de conciliación y hecho todas las posibles concesiones.

En seguida, y después de corresponder al Plenipotenciario de México, Licenciado. D. Matías Romero, la visita que me había hecho, hablé con él del negocio pendiente y me significó la más favorable disposición para arreglarlo en los términos que yo indicaba. Me expresó, sin embargo, al mismo tiempo, que hasta entonces no tenía autorización alguna de su Gobierno para tratar de él: que las bases de que se habían ocupado en 17 de abril y que consignaban ya la renuncia de Chiapas, habían sido presentadas por él, particularmente, y entregadas al Ministro de Guatemala de un modo confidencial, sin instrucciones y sin ningún carácter oficial, por lo cual tenía que pedir y pediría por telégrafo órdenes y facultades de su Gobierno. La Secretaría de Estado de Washington, por su parte, contestó el 24 de julio la nota que firmada por el Plenipotenciario de Guatemala en los Estados Unidos se le dirigiera, expresando en la respuesta que el Presidente tendría gran placer en aceptar la distinguida confianza que de él se hacía en cuanto México y Guatemala, bajo las bases en que convinieran, se pusiesen de acuerdo en solicitar su intervención como árbitro para decidir la cuestión de límites, cuestión que, a su juicio, eliminados de ella Chiapas y Soconusco, y concretada a la designación de linderos, se encaminaba manifiestamente hacia una solución pacífica y armoniosa.

Del paso que dió poco después el que en Washington tenía la representación diplomática de Guatemala, no he de ocuparme yo, molestando la atención de la Asamblea con ruines pequeñeces: el país me conoce, y ha juzgado ya y calificado su conducta; y sería suponer que dudaba de la mía, si yo tratara de justificarme. Debo sí, antes de exponer los términos de la negociación concluida sobre el asunto importante de fronteras, hacer público en esta solemne ocasión, que recibí constantemente delicadas atenciones de aprecio y consideración del Gobierno y del pueblo de los Estados Unidos cuyo recuerdo conservo con afectuosa gratitud, como el testimonio de la correspondencia de mis simpatías y respeto hacia esa generosa y espléndida nación.

El señor Romero, Plenipotenciario de México en los Estados Unidos de América, recibió de su Gobierno las facultades indispensables para discutir y firmar el convenio sobre límites con esta República, bajo la base de considerar Chiapas y Soconusco, parte integrante de la Confederación Mexicana y el señor Herrera, Ministro de Guatemala en México llegó entre tanto a New York; así que, después de varias detenidas conferencias quedaron ajustadas y firmadas en esta ciudad el 12 de agosto las bases substanciales del arreglo para terminar la cuestión. En ellas se consigna que los Gobiernos de Guatemala y México desean terminar amistosamente las dificultades que han existido entre ambas Repúblicas, y que tienen la mira de establecer bases sólidas para las relaciones que deben ligarlas y bajo esos precedentes se escribieron los artículos preliminarios  a un tratado definitivo de límites en la parte de sus fronteras que comprende el Estado de Chiapas (Estos artículos aparecen por separado).

En virtud de estas bases, Guatemala no puede ya alegar derechos al territorio del Estado de Chiapas y su departamento de Soconusco, los cuales, al designar los límites, se tendrán como parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos, y sin que Guatemala, por esa estipulación, pueda exigir indemnización pecuniaria ni otra compensación. Presento, señores Diputados, en toda su desnudez, sin ninguna reserva, sin ningún artificio, este punto que constituye la concesión hecha por Guatemala, porque no quiero ocultarla ni disfrazarla de ningún modo, y porque, con la conciencia de mis actos; tengo la firme persuación de que, al hacerla, en nada he menoscabado los derechos del país, ni le he impuesto sacrificio alguno; sino que por el contrario, le he prestado un inmenso servicio, quitándole una cuestión tan espinosa como estéril, que aparecía a cada paso con proporciones amenazadoras, cerrando el camino a la tranquilidad del país. Excusad, señores Diputados, que aunque sea en rápida reseña, traiga a la memoria algunos antecedentes de este envejecido asunto, que ha hecho célebre a Chiapas y Soconusco, convirtiendo su territorio en la manzana de discordia arrojada entre dos pueblos, llamados por tantos motivos a confundirse en el brazo de la más cordial fraternidad.

Antes de resolverme a pedir a la Asamblea la autorización amplísima que solicité y me fué otorgada, había meditado muy seria y escrupulosamente sobre la cuestión de Chiapas y Soconusco. Dos soluciones se presentaban: continuar aferrados sosteniendo los derechos de Guatemala a esa provincia lo cual hacía imposible todo arreglo, porque México, por su parte había declarado en mil ocasiones que ni podía renunciar a ellos, ni siquiera someter a arbitramento su derecho; y que así, todo convenio debía ser bajo la base de que formaban parte de su territorio; o prescindir de Chiapas y Soconusco y abandonando esa disputa, fijar límites claros y seguros entre México y Guatemala. La primera escollaría ante la negativa inflexible de los Estados Unidos Mexicanos, ante la material imposibilidad de que Guatemala conquistara por la fuerza ese territorio, y preciso es decido, ante una opinión que contaba en su apoyo no escasos ni despreciables argumentos. Familiares son a los señores Diputados las peripecias de nuestra historia desde 1821, y todos saben muy bien que cuando Guatemala se ha esforzado más por hacer valer sus derechos en Chiapas y Soconusco se le ha respondido citando muchos hechos e invocando muchas razones. Los publicistas mexicanos nos dicen: que Chiapas proclamó su independencia de España y su incorporación a México desde el 3 de septiembre de 1821, jurándola el 8 de ese mes, antes de que se proclamara la Independencia de Guatemala: que no sólo Chiapas lo hizo así, sino que Guatemala, por las intrigas del partido servil para dejar la patria anexada a un imperio, pocos días después, conforme la resolución de  a Asamblea de 5 de enero de1822, se agregó también a México: que con motivo de esta última resolución, hubo una reunión de las autoridades y del pueblo de Chiapas para hacer constar que continuaba independiente del antiguo reino de Guatemala, y que, por su voluntad y juramento, formaba parte del Imperio Mexicano, levantando a ese efecto el acta de 29 de septiembre de 1821 en que manifestó que no quería pertenecer a Guatemala sino a México, nombró un comisionado para ir a expresado así al Presidente de esta última República.

Ellos combaten nuestras pretensiones recordando que recibida votación popular sobre si Chiapas debía pertenecer a México o a Guatemala, resultó y consta del acta de 12 de septiembre de 1824, que, haciéndose la regulación dió para México 96,829 votos Y sólo 60,400 para Guatemala, por lo cual vino la nueva acta de pronunciamiento de federación de 14 de diciembre de 1824. Ellos nos dicen que todas las Constituciones de México han incluido a Chiapas como parte de su territorio: la primera Constitución federal de 1824, la promulgada en 1843 bajo el nombre de bases orgánicas y el artículo 43 de las de 1857; que cuando la República Central y la promulgación de las 7 leyes constitutivas en que los Estados mexicanos fueron departamentos, Chiapas fué uno de ellos, nombrando sus Diputados al Congreso general y sus Senadores: que en los años siguientes, depositado el Legislativo en Asambleas populares, Chiapas nombró sus Diputados que fueron sus representantes en el Congreso, y cuando imperó la dictadura, estuvo sometida a ella. Nos dicen que, hecha la independencia de España, las provincias de la Capitanía General de Guatemala, a cuya jurisdicción habían pertenecido ciertamente Chiapas y Soconusco según las leyes de las Indias, no quedaron dependientes unas de otras; y que' así como las unas pudieron y quisieron formar por sí Repúblicas soberanas, otras quisieron y pudieron agregarse a otras nacionalidades como lo hizo Chiapas y como lo hizo la misma Guatemala: que la incorporación de Chiapas y Soconusco fue anterior a la de Guatemala e independiente de ella, de suerte que si ésta, por la abdicación y ausencia de México del Emperador Agustín Iturbide, quiso y pudo separarse, Chiapas pudo continuar irrevocablemente unida a México; y así como la primera entró a formar una federación nueva con las otras provincias de Centro América, Chiapas pudo quedar haciendo parte de la Federación de México. Ellos nos dicen que Chiapas siempre ha tenido su constitución política como parte de México, siendo la última la de 4 de enero de 1858, y que por el contrario la misma Federación de Centro América en Decreto de 21 de julio de 1823 declaró que si las Chiapas se les querían agregar, las recibirían con el mayor placer, lo cual envolvía el reconocimiento de la legitimidad de su separación. Nos llaman la atención respecto de que desde el año de 1824, Chiapas ha obedecido las leyes de México y acatado sus tribunales: que ha corrido siempre la suerte de aquella nación, participando de sus desgracias, contribuyendo con su dinero y sus soldados al sostenimiento de las guerras que ha tenido: ha estado sujeta siempre a su régimen, bien haya sido el régimen de la libertad o el de la dictadura; y que nunca, por azarosas que hayan sido sus circunstancias, ni en los días de anarquía, ni en la guerra con los Estados Unidos, ni en la guerra última llevada por la intervención francesa, ha intentado Chiapas separarse de México, no obstante que su posición y distancia la colocaban en posibilidad de hacerlo con más facilidad y menos riesgo y compromiso que cualquiera de los otros Estados; y que recientemente, en los días en que con más pasión se discutía por todas partes y por la prensa el asunto de límites, Chiapas había levantado las más enérgicas protestas contra la idea de pertenecer a Guatemala, y formulado las declaraciones más explícitas y terminantes de que deseaba continuar siendo parte de la República de México. Nos hacen observar que, a lo sumo, podría pretenderse que Chiapas hubiera sido uno de los Estados de la Federación de Centro América; pero que Guatemala sola y por sí no podía reclamar ese derecho, mientras aquélla subsistió desde 1823, porque carecía de soberanía y representación internacional; y que, aunque la alianza fué disuelta en abril de 1839 y se confirmó por el Decreto de 1847 en que Guatemala se proclamó República soberana, no se le transmitieron los derechos que tenía la Federación. Nos responden que no hay pruebas cóncluyentes de que la junta de Chiapas haya procedido sin libertad: que México no fué culpable de que Guatemala no enviara a tiempo el comisionado que por parte de ella debía presenciar la votación: y que cualquiera coacción, cualquiera presión que se hubiera ejercido habría durado en sus efectos solamente tanto cuanto ellas, y habrían desaparecido cuando aquellas cesaran, mientras, que Chiapas, constantemente y en todas circunstancias, ha perseverado en su propósito de no formar parte de Guatemala sino de México.

En lo que toca especialmente a Soconusco, nos hacen advertir que ha sido siempre distrito o departamento de Chiapas: que separada ésta de Guatemala en 3 de septiembre de 1821 y unida a México, unido quedó también Soconusco que debía seguir la suerte de Chiapas, como una de sus intendencias que era, según la legislación constitutiva de Indias; y que si al reunirse la Asamblea en 1824 votó por pertenecer a Guatemala, tenía que obedecer y aceptar la resolución de la mayoría que fue en favor de México: que el decreto del Congreso Federal de las Provincias Unidas de Centro América de 18 de agosto de 1824 no puede invocarse porque sólo se quedó escrito, porque Soconusco se proponía entrar como Estado en la Federación y no ser un departamento de Guatemala; y habría recobrado su independencia al disolverse la Federación; y que contra esa declaración que no era obligatoria para México, protestó Chiapas en septiembre de 1824, y reclamó el Gobierno federal en marzo de 1825. A los preliminares de ese año y a la ocupación del General Santa Ana en 1842 oponen que el Gobierno de Centro América había enviado tropas en enero de 1825 a ocupar militarmente la Villa de Tapachula; que la posesión de Soconusco no podía continuar indefinidamente tan anómala como había quedado por los preliminares, sin más que el régimen municipal, sin que se entreviera la posibilidad del pronto arreglo con que se contaba al ajustar los preliminares, y sirviendo sólo de refugio de malvados por no tener que prestar obediencia a ninguna autoridad política; y por último, que suponiendo cualquiera irregularidad en las actas de la junta de Chiapas o en la ocupación de Soconusco, habría quedado subsanada, no sólo por ser antiguos hechos consumados, sino también por la ratificación fundada en la aquiescencia de Chiapas que no ha protestado en el espacio de 61 años y de Soconusco que tampoco lo ha hecho en el período de cuarenta.

El que reflexione fría y desapasionadamente sobre ese asunto, tiene que deducir que, dados todos sus antecedentes y consideradas todas sus faces, no era tan fácil como podría suponerIo algún político visionario, hacer triunfar los derechos de Guatemala en el campo de una discusión razonada y serena, y demostrar que Chiapas y Soconusco deben formar parte de su territorio y serie restituidos. Y no sólo no era irrecusable y evidente el derecho, sino que era imposible ir a conquistar esas provincias y arrebatarlas a México por la fuerza de las armas. Si nuestro derecho hubiera sido indiscutible y evidente, si Chiapas y Soconusco hubieran levantado su voz contra México, pidiendo auxilio a Guatemala, y protestando contra aquél, podría comprenderse que, antes de que tantos años pasaran sobre esos sucesos cubriéndolos con un velo de autoridad y de respeto, Guatemala hubiera hecho un esfuerzo para rescatar y sostener ese territorio, por más que siempre hubieran sido muy desiguales las fuerzas y los elementos entre México y Centro América, y con mayor razón, entre México y Guatemala, una de las pequeñas nacionalidades que brotaron a consecuencia del fraccionamiento de la patria centroamericana, ocurrido en días nefastos de dolorosa memoria, y cuya reconstrucción debiera ser el ideal acariciado con ardor por todos los que sienten dentro de su pecho las palpitaciones de verdadero patriotismo de un corazón sinceramente liberal. Pero, con títulos a los que se pueden oponer razones poderosas, con reiteradas manifestaciones de todo género por parte de Chiapas y Soconusco de que quieren pertenecer a México y de que no quieren, bajo ningún concepto, formar parte de Guatemala, porque sólo les dejó luctuosos recuerdos de la época de la dominación española y de los años funestos en que dominó el partido servil, a cuyos manejos se debe esa separación como uno de tantos males que ha ocasionado al país; y después de que más de sesenta años han pasado sobre esos sucesos, que se levantara Guatemala a vestir sus arreos militares para ir en son de guerra, sin elementos y con fuerzas muy inferiores, a conquistar Chiapas y Soconusco, sería, excusadme la expresión, señores Diputados, una locura digna de ser ridiculizada por la pluma de Cervantes si ese ridículo no fuera el ridículo de una patria que debemos querer con veneración e idolatría, y si el escenario de esa locura no tuviera que levantarse sobre ríos de sangre del pueblo guatemalteco al compás de los lamentos de la más cruel desolación. No hay pueblo que sea pequeño, no hay elementos que sean escasos cuando se trata de una causa verdaderamente nacional, de sostener y luchar por la independencia, de rechazar una temeraria agresión, de tomar la defensa del territorio y de las instituciones. Cuando de eso se trata, los pueblos son invencibles o saben sucumbir con gloria y acabar y reducirse a escombros y a volcanes de huesos antes que ceder y que humillarse; y si de algo parecido se hubiera tratado, o se tratara alguna vez, estoy seguro de que todos los guatemaltecos se alzarían simultáneamente a pelear gustosos por la Patria, a regar con su sangre los campos de batalla y a morir con honor antes que ver infamada o escarnecida su bandera. Y yo por mi parte, señores Diputados, protesto que llegado ese día, pereciera mil veces con honra en mi puesto, que es el puesto del peligro, al frente de mis soldados y a la cabeza de todos mis amigos, antes que consentir en una infamia; que, antes que las balas enemigas, acabaría yo con todos los que se negaran cobardemente a sacrificarse luchando por la Patria, y antes incendiaría a Guatemala con mis propias manos y atizaría el fuego con mi aliento, sin que quedara piedra sobre piedra, que consentir en verla humillada y conquistada, porque antes de dejar hollar su territorio habría que pasar sobre mi cadáver y sobre el cadáver de todos mis fieles compañeros. Pero en momentos tan solemnes como este en que debo hablar con toda la ingenuidad de mi carácter, es preciso reconocer que una guerra por adquirir Chiapas y Soconusco estaba muy lejos de mirarse aquí como una causa nacional, como una de esas guerras populares que encuentran eco y despiertan entusiasmo en los sentimientos de la multitud, que interesan al pueblo cuya sangre es siempre la primera que se derrama, y que se emprenden y sostienen con ardimiento e inquebrantable decisión. Como nunca, desde la Independencia, se había poseído a Chiapas, y la actual generación nació y ha crecido estando ya poseída por México, poco o ningún interés podía excitar su adquisición: los geógrafos y los historiadores no sólo extraños sino también los nacionales que figuran en el partido conservador, ni la mencionaban como parte de nuestro territorio, de modo que nada habría que hubiera sido acogido con más frialdad y desaliento y con mayor impopularidad, que una lucha emprendida por recobrar una provincia que no quería pertenecernos, de cuya reconquista no íbamos a sacar ningunas ventajas y de la que nunca esta República se había hallado en posesión. Por el contrario, de la parte de México estaban todas las ventajas: no sólo es superior en población, en elementos y en riqueza, sino que nosotros debíamos llevarle la guerra y la agresión, y él defenderse, defendiendo una causa que allá sí es simpática y popular, la causa de Chiapas que pide a México que la sostenga; de Chiapas que siempre, desde la Independencia, ha sido poseída por él; de Chiapas que figura en todas sus constituciones como parte integrante del territorio; y  que por lo mismo, todos los gobiernos consideran como un imposible, como un ataque a su constitución y como una traición al país, renunciar o siquiera poner su propiedad en tela de juicio. Chiapas ha compartido siempre la suerte de México en sus días de gloria y de bonanza y en sus días de infortunio y calamidad: México no podía abandonarla, no podía prescindir de ella ni aparecer dudando de su derecho, y tenía que agotar todos sus recursos y sus fuerzas por conservarla y defenderla, considerando como una ofensa irreparable toda tentativa de cualquier procedencia que tuviera por objeto arrebatársela. Júzguese, pues, si habría la más remota posibilidad de lograr un buen éxito por la violencia de las armas. Porque es preciso repetir, y sobre ello deseo que la Asamblea se sirva fijar mucho su atención, que Guatemala jamás desde la independencia ha poseído el territorio disputado, ni tenía la más lejana probabilidad o esperanza de poseerlo, de forma que, en la realidad para el país la cesión ha sido puramente de nombre, nada se ha cedido de hecho porque la cesión supone un derecho claro y evidente en lo que constituye, y supone que se tiene la posesión real y tranquila de la cosa poseída. Se ha cedido lo que nunca tuvo la República, ni podía tener, ni le convenia tener: se ha prescindido de un derecho ilusorio y efímero, el derecho de disputar la propiedad de  Chiapas y Soconusco, derecho no solamente utópico, sino perjudicial porque alimentaba la intranquilidad en el interior, la desconfianza en el exterior y los odios entre dos pueblos vecinos y hermanos, y sin poder jamás dar un resultado favorable a Guatemala, sólo servía para hacerle perder aquello de que estaba en efectiva posesión por tener la gloria de conservar el privilegio de mantener una discusión infecunda sobre lo que nunca se había poseído y nunca se podía poseer.

Para formarse juicio cabal de la exactitud de estos conceptos, es necesario recordar que el territorio de Chiapas y Soconusco es limítrofe al territorio que Guatemala, ha poseído sin disputa. Si los terrenos en cuestión hubieran estado en el centro de México, sin contacto con el territorio de que Guatemala se hallaba en posesión, habría sido de menos importancia dejarle en pie porque, aunque ese estado de incertidumbre tuviera otros graves inconvenientes, al fin siquiera no se corría el riesgo de ir perdiendo lo cierto por buscar lo dudoso e imposible, ni el de provocar conflictos que se hubieran desenlazado en ruina y desgracia para Guatemala. Pero los límites entre esta República y la de México no se fijaban nunca porque asomaba, siempre que de ello se trataba, la disputa de Chiapas y Soconusco, exigiendo México que se consideraran como parte de su territorio y negándose Guatemala a admitirlo; y lo que resultaba de allí era que los límites quedaban siempre indecisos, que a causa de esa indecisión, los términos de Soconusco se iban ensanchando todos los días sobre el territorio de Guatemala, y que terrenos y poblaciones que en 1821 y aún en 1842 eran reconocidos como indudablemente guatemaltecos, hoy eran mexicanos: que a cada momento aparecía una nueva pretensión y una nueva disputa, y que de día en día se cercenara la extensión que efectivamente pertenecía a Guatemala, la que el Ejecutivo había recibido para velar por su  conservación e integridad, aquella de que tenía obligación de dar estrecha cuenta. Cada uno de esos hechos que Guatemala considerase como una usurpación, daría lugar a explicaciones y reclamos que no serían atendidos porque se sostendría que los territorios sobre que versaran pertenecían a México, y para sostener esa afirmación se acudiría a la incertidumbre de los linderos, a la falta de una línea clara y decisiva y a la obscuridad que eso engendrara embrollando la situación en el más intrincado laberinto. Yesos reclamos y esas explicaciones excitarían más y más los resentimientos, fomentarían la amistad y prepararían enormes dificultades y conflictos cuya trascendencia pueden calcular y apreciar debidamente no los que viven de teorías en los espacios imaginarios, expuestos como el antiguo y sabio rey de España a perder la tierra por contemplar el movimiento de los astros de los cielos, sino los que sienten diariamente las fatigas y palpan todas las dificultades prácticas del Gobierno; aquellos sobre quienes pesa toda la responsabilidad, y que ser los primeros para afrontar los peligros de cualquiera situación, sino que tienen además que responder de la propiedad de los ciudadanos y de la sangre de los soldados que cae sobre su cabeza cuando inconsiderada o temerariamente provocan una lucha en que la razón es dudosa, en que ninguna es la ventaja aún cuando se obtuviera buen éxito, y en que, para colmo, es imposible que éste se consiga. A  México nada importaba que la cuestión se prolongase eternamente porque él estaba en antigua y pacífica posesión del territorio disputado y no corría riesgo de que el suyo se le cercenara, sino que tenía, por el contrario, probabilidades de que esa posesión se fuera ensanchando: Guatemala no sólo no tenía la posesión, sino que estaba expuesta cada vez a nuevas pérdidas, de modo que cortar la cuestión era para ella el vital interés, era urgente e imprescindible, y a ella por consiguiente, tocaba trabajar y trabajar sin descanso con ese objeto.  

Por eso es que muchas veces se ha sublevado mi conciencia y no he podido escuchar con la sonrisa del desprecio, a los que se parapetaban en la dignidad nacional para clamar contra la idea de prescindir de Chipas y Soconusco. La dignidad nacional no permitía que se abandonara un derecho ilusorio a una faja de terreno de que nunca se ha estado en posesión, y sí podía consentir en que se contemplara indiferentemente la pérdida de aquello de que realmente se había poseído, pérdida que sería cada vez mayor y que ocurriría, a causa, y como consecuencia natural de la indecisión de fronteras, y por sostener un derecho ilusorio, quimérico y ridículo! Los que así invocaban la dignidad de Guatemala, los que de ese modo eran tan celosos de la honra nacional, los que ese alarde hacían de patriótico orgullo, en vez de clamorear incesantemente, debieron haber abandonado el hogar y la familia, abrazar el arma y situarse en la frontera comenzando por conquistar primero todo aquello de que hubiéramos estado en verdadera posesión y se hubiera perdido sólo por perseverar en ~l capricho de disputar un derecho que ningún utilidad reportaba y que era imposible obtener. Mas ese falso patriotismo, bueno sólo para engendrar dificultades, nada hace jamás en beneficio del país, esquiva todos los compromisos, evade todos los peligros, se sustrae a todo sacrificio, y creando una atmósfera de preocupación, sólo impide que hagan el bien aquellos que pueden hacerla, aquellos que sin restricciones se consagran exclusivamente a estudiar y promover la felicidad de la República, aquellos en fin que, dando más valor a la práctica y a los hechos que a las palabras y a las fórmulas, consultan concienzudamente lo que de veras conviene a la prosperidad de la Nación.

Puesto que había de prescindirse de esa cuestión estéril, era mil veces preferible, era indispensable hacerla sin ninguna indemnización pecuniaria. No se había de decir que nuestro silencio se había comprado con dinero, ni que se había hecho una cesión indebida a trueque de un puñado de oro. Si no era debido y digno prescindir de la cuestión, no se volvía tal por recibir en recompensa una cantidad, cualquiera que ella fuese; y si era político, conveniente y exigido por los intereses de Guatemala poner término a la discusión sepultando para siempre en el olvido las pretensiones que antes formulara, había que hacerla de una manera enteramente decorosa, sin nada que pudiera traducirse por la venta del territorio, sin nada que con apariencia de fundamento pudiera dar margen a la torpe sospecha de que los que intervenían en la negociación manchaban sus manos con el contacto del metal, sin nada que hiciera rebajar el mérito de la conducta de Guatemala y la hiciera aparecer cotizada en un mercado. La República y el Gobierno en su nombre han prescindido de la disputa porque se debía prescindir: no se ha vendido porque no se podía vender, porque si sostener la pertenencia de Chiapas y Soconusco hubiera sido realmente una de aquellas cuestiones de honra y de dignidad, en que la transacción es imposible, la honra y la dignidad no hubieran quedado satisfechas con ningún precio, sino muy escarnecidas y mancilladas; y con indemnización o sin ella, jamás se hubiera prescindido.

No me preocupa, señores Diputados, ni me acobarda ni impresiona lo que puedan decir los sistemáticos enemigos de mi administración. Ellos reprueban mi proceder, ellos, valiéndose de medios ruines, han sembrado de estropiezos mi camino para que no pudiera llegar al desenlace que por fortuna he alcanzado, ellos gritarán que mi conducta es indigna y falta de patriotismo. Las apreciaciones de su criterio, lejos de molestarme, son para mí motivo de la más grata satisfacción. Si el paso que he dado fuera perjudicial para Guatemala, si fuera deshonroso para el Gobierno y para mí, ellos habrían procurado facilitármelo, ellos lo hubieran encomiado y hubieran hecho que se me prodigaran por él las mayores alabanzas. Ellos lo reprueban y vituperan porque saben que ese paso inaugura una era de paz y de tranquilidad para Guatemala, porque saben que él me creará un título de gratitud y de aprecio de mis conciudadanos, y que merced a él, podrá un día nuestra historia escribir mi nombre en el libro en que escribe los nombres de los buenos servidores de la Patria. Que los enemigos, pues, me censuren y reprueben, ni me admira ni lo deploro: lo deseaba y lo agradezco. ¿Cómo no han de reprobar mi conducta si ella cierra el paso a las locas maquinaciones que fraguaban, aprovechando la frialdad de nuestras relaciones con México a causa de la malhadada cuestión de límites? ¿Cómo no han de irritarse contra mí, si a la sombra de esa cuestión y con pretexto de ella, sembraban en la República la alarma y la intranquilidad, derramando falsos rumores de rompimiento y de guerra, desalentando así el comercio, haciendo desmayar la industria,  dificultando o imposibilitando las transacciones y quitando el crédito y la confianza? ¿¿Cómo no han de reprobar mi proceder, si se acababa un asunto que explotaban porque veían en él un obstáculo para que el Gobierno pudiera consagrar directa y exclusivamente su atención al progreso y engrandecimiento del país? ¿Cómo no han de vituperar mi conducta  si en cuanto se ha sabido que estaba concluida la cuestión, han desaparecido las dudas y temores, se restablece el crédito y se animan las empresas, pierde el capital su timidez, abandonando la obscuridad de los rincones en que asustadizo se refugia en los días de alarma para aparecer de nuevo dando vida y movimiento a la especulación; y si ya se preparan grandes mejoras para el país basadas en la tranquilidad y en la paz? Enhorabuena sí, que ellos me vituperen: su reprobación es uno de los mejores timbres y uno de los títulos que mejor abonan la oportunidad y necesidad de la medida que adopté y de haber procedido como procedí.

Pero si no temo las injustas y mal intencionadas censuras de mis enemigos, sí temo y respeto la censura y reprobación de mis amigos, de los hombres que conmigo se han comprometido en la grande obra de la regeneración y progreso del país. Y mis amigos me habrían censurado con justicia y habrían tenido razón para vituperarme y maldecirme si exponía los destinos y el porvenir del país en una empresa desatentada y en una guerra temeraria. Habrían tenido razón para maldecirme si, por un mal entendido sentimiento de pueril amor propio y de falsa dignidad, me empeñaba en sostener un derecho fantástico, acarreando al país males reales y ruina positiva; y si por el loco proyecto de reconquistar lo que nunca se ha poseído, ni se puede ni nos interesa poseer, lanzaba al país a los horrores de una lucha desventajosa. Ellos, mis amigos, me pedirían cuenta con razón de sus fortunas arruinadas y de sus intereses destruidos, me pedirían cuenta de la sangre inestimable de los hijos del pueblo vertida inútilmente: me pedirían cuenta de la viudez y la orfandad de un sinúmero de víctimas y de la desolación y luto de la sociedad, y entonces, con razón, sobre los escombros se levantaría vengadora la imagen de la Patria para excecrar mi nombre y maldecir mi memoria; porque obedeciendo a una necia preocupación la había precipitado, invocando la dignidad, en el abismo de la humillación: porque había sacrificado la fortuna y la vida de sus hijos empapando su suelo en sangre infecunda y ahogando los gérmenes de felicidad que brotaban lozanos de la simiente de la idea liberal! Hoy tengo la complacencia de que está muy lejos de mí la censura de mis amigos: he tenido que hacer un sacrificio, pero ese sacrificio encuentra en la opinión y en el aprecio de ellos y en el bien que reporte a la Patria, que es el objeto de mi adoración y mis afanes, abundante compensación.

Acabo de decir que, para terminar esta cuestión, he tenido que hacer un sacrificio, y tengo que agregar ahora, que ha sido el sacrificio más costoso de mi vida, [a]y que para resolverme a él he necesitado de un esfuerzo extraordinario de dominio sobre mí mismo y de resuelta abnegación. No, de ninguna manera que después de reflexionar sobre el asunto, apartando de mí toda preocupación y desentendiéndome de todo prejuicio, dudara de la necesidad y procedencia de la medida que adopté; pero sí que se agolpaba a mi imaginación todas las contraridades que me podría ocasionar, todas las versiones que habían de hacerse y todas las detracciones miserables que me habían de perseguir. Nuestros políticos habían afirmado que el derecho de Guatemala a Chiapas y Soconusco era indiscutible: que ese derecho tenía que ser reivindicado, y que el orgullo nacional exigía que jamás se hiciera ninguna concesión en el particular y que jamás se renunciase a ese derecho ni al título a que él daba lugar. Y esa opinión fué infiltrándose y difundiéndose en los hombres del país que ya, sin examen, la aceptaban y se la transmitían los unos a los otros. Una gran mayoría sin conocer la cuestión, sin estudiar sus antecedentes, sin fijarse en las circunstancias, sin tener verdadera conciencia del negocio, y sin tomarse el trabajo de considerarIo desde su origen y profundizarIo en sus detalles, adoptó aquella opinión, y se fue formando así una especie de tradición que se hacía eco de las palabras de los primeros que se ocuparon del asunto, tradición de cuyas prevenciones tampoco mi administración ha estado exenta.

Con ese antecedente, todo e! que hablara de sostener los derechos de Guatemala a un territorio desconocido para casi todos y cuya historia les era completamente ajena, halagaba la vanidad, apareciendo sostener los fueros de! orgullo nacional; y todo el que, por el contrario, viendo la cuestión en su verdadero aspecto, trata de ponerle un límite, renunciando a la discusión sobre la propiedad de Chiapas y Soconusco, tenía que exponerse al desprestigio, a ser acusado de falto de patriotismo y ¿por qué he de reservarlo?, a ser acusado tal vez de debilidad o de traición. Por más, pues, que la conciencia, inspirándose en la verdadera conveniencia del país, aconsejara renunciar a esa disputa inútil, y a asegurar de ese modo los límites, la tranquilidad y el bienestar de Guatemala, se levantaba para sofocar su voz, la voz de la conveniencia personal y del propio interés, presentando e! grave peligro a que se exponía, de perder el poder y la popularidad el que así lo declarase con franqueza, el que tuviera la patriótica audacia de acometer la empresa de dar ese paso decisivo y atrevido. Yo he hecho, señores Diputados, lo que antes ningún otro Gobierno se resolvió a hacer: he prescindido de una cuestión de que no quisieron prescindir ni Pavón, ni D. Luis Batres, ni Aycinena. Y no es que yo tolere la comparación con ninguno de los corifeos del partido servil, que tantas desgracias ha traído al país, que con sus desaciertos y sus iniquidades provocó la separación de Chiapas y que, uniéndose al Imperio de México, sancionó esa separación y dió la más desconsoladora idea de sus tendencias y de su dignidad. El partido servil en 1854, en las conferencias que precedieron al tratado que se proyectó con D. Juan N. de Pereda, había reconocido ya la incorporación de Chiapas y Soconusco: si aquel tratado no se concluyó, si la cuestión no quedó terminada, si no se dió entonces la solución que yo he dado ahora, sino que se introdujo, para esquivada, la reclamación del pago de la deuda de Chiapas, como condición precisa para la renuncia de los derechos de Guatemala, y con el propósito manifiesto de que las otras bases no fueron admitidas, no fué por obedecer a un sentimiento de delicadeza nacional, ni porque esa conducta procediera de un generoso impulso de no cercenar el territorio, ni lastimar el orgullo y dignidad de Guatemala. Fué porque, como si ese partido estuviera condenado a causar sólo desgracias, sin tener el valor de reparadas, y a no poder prestar ningún servicio al país ni hacer hacer algo que fuese merecedor de imperecedera gratitud, asaltó al Gobierno el temor de que con ese paso su impopularidad llegara al colmo y se desbordara la medida de su desprestigio.

Yo no he temido arrostradas por más que en mi interior haya tenido que experimentar terrible lucha. Muchas veces han batallado allí la conciencia del deber con la repulsión que me inspiraba la idea de que el pueblo, interpretando y acogiendo mal mi proceder, me retirara, no el poder que no ambiciono, y de que tantas veces he querido prescindir, sino su estimación y su confianza, y me considerara, aunque no fuera más que por un momento, desleal a los intereses de la Patria. Pensaba por una parte en que la infamia de mis enemigos llegaría hasta vociferar que estaba vendido al oro mexicano y que podía ser tan miserable como ellos que, a trueque de dinero, pudiera vender el territorio, y quitar a Guatemala un derecho verdadero y efectivo. Pensaba en que me tacharían de debilidad, suponiéndome como han supuesto ya, mil planes absurdos respecto de vender el territorio al Gobierno de los Estados Unidos: que había de mi parte una condescendiente debilidad, o que mi resolución era hija del momento, debida a supuestas negativas y a pretendidas resistencias. Pensaba en que ese paso se prestaba más que otro cualquiera a ser explotado por la maledicencia y la calumnia, a siniestras interpretaciones y torpes conjeturas que me exhibieran como ingrato a la causa de la República y como conculcador de los derechos del pueblo. Pensaba en que, acaso una opinión injusta se declararía contra mí, manchando mi nombre por hacer lo que yo consideraba el más inestimable servicio hecho a mi Patria y pensaba en que esa deshonra caería sobre la limpia frente de mis hijos, pedazos de mi corazón y delicia de mi vida, a quienes no ambiciono dejar riquezas ni poder, sino la preciosa herencia de un nombre sin mancilla y de la gratitud del país, conquistada por la conducta patriótica y leal siempre de su padre. Yo quiero que ellos puedan alzar siempre su cabeza con la altivez de la inocencia, que nadie pueda señalarlos con el dedo por una acción infame de su padre, que al repasar mi historia la encuentren siempre digna y consecuente, que respeten mi nombre y bendigan mi memoria, por ser el nombre y la memoria de un buen servidor de Guatemala y puedan tener orgullo de ser hijos del que fué buen hijo de su patrial Hice lo que no hizo Pavón y lo que no hicieron Batres ni Aycinena, porque creí que debía 'hacerlo, y porque teniendo ante mis ojos la idea del deber, hago siempre lo que creo que debo, sin fijarme en lo que otros cualesquiera hicieron o dejaron de hacer.

No intento sincerarme de la calumnia que se levante suponiendo que he podido ser comprado, pues hay imputaciones tan infames que da miedo de contagiarse con su infamia, deteniéndose en ellas un instante, aunque no sea más que a pulverizarlas, porque son como vívoras que hieren el pie con que se les aplasta. A los que me atribuyan debilidad y crean que mi decisión fué inspirada en los EE.UU. por circunstancias imprevistas, responderé con el testimonio de innumerables amigos políticos y de amigos personales, aun de los que pertenecieron a la Administración anterior, que conocen cual ha sido mi resolución desde hace ya algún tiempo, que saben que al pedir a la Asamblea autorización especial era con el firme propósito de prescindir de Chiapas y Soconusco, y que pueden decir, que con ellos he hablado extensamente de este asunto, presentándoles en apoyo de mi resolución las mismas ideas y los mismos argumentos que ahora he tenido el honor de someter a la Asamblea. Les responderé también que en notas oficiales de la Secretaría de Negocios Extranjeros, anteriores  mi salida del país y dirigidas al que era Ministro de Guatemala  en Washington, se dijo con instrucciones mías, que conforme a lo que se le había manifestado en otras comunicaciones, Guatemala había deseado siempre y deseaba entonces con sinceridad que se terminase la cuestión pendiente de los límites de su territorio con los EE. UU. Mexicanos; y que si se lograba que esa cuestión se resolviera por medio del arbitramento se realizaría un anhelo que el Gobierno había tenido constantemente. Allí mismo se consiguió que éste no se preocupaba por los términos del veredicto que el árbitro pronunciara, pues aun con todas las probabilidades de que fuera adverso, se habría conseguido siempre la inmensa ventaja de que, sin que pudiera hacerse ningún cargo fundado o infundado, quedarían claramente fijados para el porvenir, los límites de los dos países, removidas las continuas dificultades a que su incertidumbre daba lugar, y contenidas las usurpaciones constantes que venían efectuándose todos los días en la parte de que Guatemala había tenido no interrumpida  posesión. Y esa nota publicada aunque indebidamente, porque era dirigida a la Legación por el Ministro de Relaciones, y sin órdenes e instrucciones de éste no podía darse a luz, acredita cuáles eran las tendencias y los propósitos del Gobierno y patentiza que su conducta era consecuente y que estaba en perfecto acuerdo y armonía lo que se decía públicamente con lo que se consignaba en esos documentos confidenciales, destinados a permanecer en el secreto en la Legación y confiados a la reserva del Ministro.

El cargo de debilidad por el arreglo concluido es el cargo más injusto que se me puede formular porque, apartando una modestia que en esas circunstancias sería dañosa e inconveniente, debo decir que pocos habrían tenido el valor de dar ese paso que acabo yo de dar. Yo he comparado muchas veces las emociones que se sienten un día de combate al entrar en acción, y las impresiones que he sentido al arrostrado todo por tomar la decisión de firmar ese convenio que, aunque tan útil y tan indispensable para Guatemala, podía ser para mí fuente de amarguras y desengaños; y tengo que confesar que he necesitado de más energía y resolución para darlo que para entrar a tomar parte en la batalla entre el fuego mortífero del enemigo. Hay en los combates cierto entusiasmo, cierta excitación febril que empuja y arrebata, y reduce a pequeñas proporciones todos los peligros: hay la perspectiva de un nombre célebre para el que pelea con denuedo, hay la esperanza del triunfo y el halago de los honores y esplendor de la victoria; la misma idea de caer bajo las balas y sucumbir en el campo de batalla se presenta rodeada de la aureola simpática de la inmortalidad: se muere con gloria y se conquista un título para vivir en la memoria de la posteridad con el renombre que dan el valor y el heroísmo. Mas, para firmar a sangre fría un convenio que, por más provechoso que sea al país, puede acarrear al que, siguiendo la inspiración de su conciencia se decide a hacerla, calumnias de toda especie, el desamor y el desprestigio, y tal vez la nota de deslealtad, de ingratitud y de traición, no se ofrece ninguno de aquellos atractivos; la mano vacila, el corazón duda algunos momentos, y si al fin se hace, es después de sufrir los estragos de la lucha violenta de las más fuertes y opuestas impulsiones.

En esa lucha, señores Diputados, fué más poderosa al fin la fuerza de mi conciencia que la de mi tranquilidad y conveniencia personal. Por servir a mi patria había sacrificado mi salud y mi reposo, había prescindido de mi familia y había expuesto, sin consideración ninguna, mi existencia. Por servirla, he hecho también lo que me quedaba por hacer, lo único que no había hecho antes de ahora, exponer mi honor y mi nombre que quiero tanto más cuanto que son el honor y el nombre de mis hijos, tesoro inestimable que han de recibir de mí para conservarlo con la mayor veneración; y exponer el prestigio y la popularidad con que me ha honrado siempre este pueblo generoso, cuya felicidad y engrandecimiento es y fué siempre para mí la más ardiente aspiración.

Y no me he arrepentido un solo instante ni me arrepiento de lo que hice, sino que, por el contrario, me enorgullezco y felicito. Tengo la conciencia de que he cumplido mi deber, de que he prestado a mi patria un servicio, y al saber el entusiasmo con que aquí se recibía la noticia del convenio ajustado, y al ver las demostraciones con que este pueblo tan querido para mí, me recibía al regresar del desempeño de la misión que me propuse, como si quisiera atestiguarme que hacía plena justicia a mi lealtad y queeconocía la dignidad de mi proceder, me he sentido extraordinariamente conmovido, me ha parecido pequeño el sacrificio, y me he sentido con nuevas fuerzas para hacerla otras mil veces si fuera necesario, y para hacer por él si los hubiera, otros mayores en recompensa de su cariño y adhesión.

La cuestión que tanto ha preocupado a Guatemala está por fin fenecida, está firmado ya el tratado definitivo de límites que en las bases [b]del 12 de agosto se estipuló que se concluiría en México; en él se ha demarcado ya, de entero acuerdo y sin necesidad de arbitro amento, la línea divisoria y, buscando la mayor claridad  y fijeza en los límites, se ha procurado establecer por una y otra parte equitativas compensaciones, y viene a ser sometido a vuestro examen y consideración. Tendremos ya una línea segura, fija y bien determinada: dos pueblos de la América, dos pueblos vecinos y hermanos que no han de enemistarse ni exponerse a teñir su  suelo con su sangre en una lucha fraticida por una faja de terreno, que poco o nada necesitan. Cuando llegue la hora de dejar la Presidencia, ya la podré dejar tranquilo: no devolveré al pueblo Chiapas y Soconusco, porque no los recibí al entrar al poder; lo que sí recibí y ya no devolveré es el funesto legado de la cuestión de límites con México que era el desasosiego y la intranquilidad del país; y si no devolver ese legado de calamidad es un cargo, me estimaré feliz con soportarlo.

Señores Diputados; al presentaras todos los documentos en que consta el arreglo celebrado, permitidme os encarezca que los examinéis con toda calma y que presida a vuestras deliberaciones la más amplia libertad, sin miramiento ni consideración de ningún género, porque no se trata de halagarme a mí, que puedo haberme engañado, y cuya personalidad puede desaparecer en un momento u otro, sino de servir desinteresada y valerosamente a la Patria, que en cualquier tiempo, podrá pediros cuenta a vosotros y a vuestros hijos de la decisión que adoptéis.

Tenéis en vuestras manos el asunto más grave que se haya sometido a la Asamblea. Si, en representación del país y puesta la mano sobre vuestro corazón y vuestra conciencia, aprobáis mi con ducta, tendré una indecible satisfacción; pero antes de hacerlo, reflexionad que compartís conmigo toda la responsabilidad, que os hacéis solidarios de ella ante el tribunal de la opinión de la historia, que tiene que abrir sus páginas para esta cuestión, y escribir en ella líneas gloriosas de alabanza o líneas de ignominia, de reprobación para todos los que hayan tenido participación en ella. Hoy es tiempo todavía: proceded con firmeza y con lealtad, sin contemplaciones que más tarde no se pueden alegar sin cubrirse de baldón.

Si, por desgracia, el paso que he dado no merece vuestra aprobación, si creéis que perjudica o deshonra al país, en mi nombre y en nombre de Guatemala os lo suplico, reprobadlo con entereza y libertad para no sufrir sus consecuencias y no comprometer vuestra reputación por un rasgo de imprudente condescendencia o de pusilánime debilidad, ni hacer pasar al país por algo que sea indebido o vergonzoso, y que os acarrearía eterna pesadumbre y tremenda responsabilidad. Si vuestros votos son adversos a la negociación yo me refugiaré en la rectitud de mi conciencia: levantaré mi frente sin rubor porque no he tenido otro móvil que hacer el bien de Guatemala; no pesará sobre mí, que hice cuanto pude hacer, ninguno de los males que sobrevengan por dejar en pie esa cuestión, y aguardaré sereno y resignado el juicio imparcial de la posteridad y las apreciaciones de la historia.

Guatemala, diciembre 19 de 1882.

]. Rufino Barrios.

[a]hasta demagógico suena

[b]¿Sin permiso lo hizo?