El hornero es un ave conocida tambi{en con el nombre de casero en Tucumán y Entre Ríos, caserito caserito en Santiago del Estero y Catamarca y alonsito en Corrientes.
Y para hablar de él, nadie mejor que él mismo:
Estoy seguro que si presentara mi candidatura sería el más votado, ya que soy el pájaro más popular de la Argentina. Soy casi símbolo de este país. También vivo en Paraguay, Uruguay y Bolivia, pero mi ciudad preferida es Buenos Aires. Canturreo por sus plazas y parques y los poetas me han dedicado muchos versos.
Los argentinos me quieren mucho y me dejan instalar mi casita donde más me guste, incluso sobre la de ellos. Creen que si la hago en una estancia, allí no caerá nunca un rayo y que es un honor que yo me instale en sus campos. Además dicen que donde yo vivo no entra la mala suerte. Todo esto hace que disfrute de paz y pueda habitar en el lugar que mi institnto considere el mejor.
Como soy trabajador y entusiasta, siempre estoy un poco apurado, cosa que no está muy bien porque como dicen los sabiehondos “hay un tiempo para todo”.
Entonces descanso y les cuento: no tengo colores llamativos, mi pecho es claro y mi dorso rojizo; soy un pájaro humilde y fiel, arquitecto, albañil y cantor. Prefiero los sitos húmedos o próximos al agua; allí encuentro el alimento y también la materia prima para mi casa. Por eso me encantan Buenos Aires con su gran río, y las pampas cuya inmensidad de ayuda a sentirme libre. Además me divierto entre el ganado picoteando las larvas, gusanos e insectos. También me conformo con granos o frutas, que abundan en estas tierras, porque no quiero alejarme de mi hogar-refugio.
Con mi pareja, con la que comparto la vida entera, soñamos y construimos nuestra casa. Podemos levantar varios nidos, esperando la llegada de nuestros hijos; y donde no hay árboles que nos sirvan de base, usamos hasta los postes de los cables eléctricos o telefónicos.
La gente me conoce por mi obra y por mi canto. “Mi obra” se parece a un antiguo horno de pan; de allí viene mi nombre. Con delicadeza de artesano elijo el barro y compurebo su textura, hasta que logro el grado de calidad más adecuado. Una vez que encontré la consistencia ideal, lo mezclo con hojas, raíces y pajitas, y lo transporto con el pico hasta un kilómetro de distancia. Voy y vngo como un avión de carga. Lo agrego a la obra, dejo secar y así queda terminada mi casita, construída con un material muy parecido al adobe, como el que usaban los gauchos para levantar sus ranchos, ¿no me habrán copiado a mí?.
El tamaño de mi casa es el de una cabeza de hobre, un poco cabezón; le pongo una cantidad grande de barro, para darle solidez; comienzo por las paredes y las levanto hasta una altura de veinte centímetros. Antes de terminar y colocar el techo, les cuento cómo construyo un cuartito secreto. Vista desde arriba, mi casita parece un caracol. Al frente tiene un hall de entrada que siempre mira al norte, lado de donde sopla el viento más caliente; nunca al sur, que es lado de los vientos fríos y de donde má azota la lluvia. Inmediatamente detrás, levanto una pared que separa el recibidor del cuartito secreto. Allí en lo íntimo, aislado del mundo exterior, con el que me comunico por un pasillito estrecho, guardo mis huevos o mis polluelos. Una vez, terminado el techo puede llover, tronar o merodear algún enemigo; mis huevos o mis pichones estarán muy protegios.
Claro, no les conté lo mejor: ¿Qué más educativo y dulce que las tradiciones o las narraciones que los padres les cuentan a sus hijos? En algunas de las que se relatan en Argentina, o soy el protagonista.
Por ejemplo, dicen que soy muy cristiano, porque dejo de trabajar el sábado por la tarde hasta el lunes, día en que reanudo mi obra,como pide Dios. Esto hace que los hombres sientan por mí gran afecto, que yo les retribuyo con mi canto felíz.
Del libro CUENTOS QUE CUENTAN, Soy el hornero, Ediciones Nuevo Siglo, S.A. 1999