“La conjuration antichrétienne”,

La Temple Maçonnique voulant s’élever sur le ruines de l’Eglise Catholique

Editions Saint-Rémi

La conjuración anticristiana

Mons. Henri Delassus

CAPÍTULO XXVIII

CORRUPCIÓN DE LAS COSTUMBRES

Il nostro è un gran partito porco

“… no queremos más mártires; por lo tanto, no hagamos mártires, sino popularicemos el vicio en las multitudes. Que ellas los respiren por los cinco sentidos, que ellas los beban, que ellas se saturen de él. Promoved corazones viciosos y no tendréis más católicos”.  

“… una ingeniosidad increíbles para, a partir de ahí, llevar a las mujeres a vestirse de manera más indiscreta.

         Para alcanzar el objetivo de Voltaire, la secta sabe bien que no basta derribar el poder temporal de los Papas, ni incluso intentar lo posible y lo imposible para obtener un Papa que les sea colaborador; es necesario alcanzar a las almas. Es en ellas que la idea cristiana debe ser sofocada, en que debe morir. Continuando viviendo en las almas, un día u otro, necesariamente, ella rehará las instituciones a su imagen. Ahora bien, las almas no pueden ser verdaderamente muertas sino por medio de la corrupción, por la corrupción de las costumbres, y sobre todo por la corrupción de las ideas. Por eso el jefe oculto de la Alta Venta dio la misión expresa de alterar las ideas y depravar las costumbres; y esto, principalmente, en relación a esta doble fuente de la vida cristiana: la juventud laica y la juventud eclesiástica. Ella [la Alta Venta] empleó en esta tarea todo el tiempo de su existencia. No hay duda de que después de ella, otras logias fueron encargadas de continuar su obra. Nosotros la veremos, ¡oh tristeza!, por demás floreciente como para dudar de ello.

         Dos meses después de su llegada a Roma, el 3 de abril de 1824, Nubius escribió a Volpe: “Sobrecargaron mis hombros con un pesado fardo, caro Volpe. Debemos promover la educación inmoral de la Iglesia”.

Catorce años más tarde, el 9 de agosto de 1838, en una carta escrita de Castellamare a Nubius, Vindice, hablando de las puñaladas distribuidas por los carbonarios, muestra la inutilidad de eso y recuerda que la misión de ellos es enteramente otra: no son los individuos, es el viejo mundo, es la civilización cristiana que ellos deben matar:

“No individualicemos el crimen; a fin de hacerlo crecer hasta las proporciones del odio contra la Iglesia, debemos generalizarlo. El mundo no tiene tiempo para dar oídos a los gritos de la víctima, él pasa y olvida. Somos nosotros, mi Nubius, solamente nosotros que podemos suspender su camino. El catolicismo no tiene tanto miedo de un estilete bien afilado cuanto a la monarquía; pero esas dos bases del orden social [el catolicismo y la monarquía] pueden venirse abajo bajo el peso de la corrupción; jamás nos cansaremos de corromper. Tertuliano decía con razón que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Está decidido en los consejos que no queremos más mártires; por lo tanto, no hagamos mártires, sino popularicemos el vicio en las multitudes. Que ellas los respiren por los cinco sentidos, que ellas los beban, que ellas se saturen de él. Promoved corazones viciosos y no tendréis más católicos”.  

El consejo fue comprendido. Desde los primeros días de la Restauración, la secta, para recuperar el terreno perdido, se dedicó a depravar, corromper en gran escala. Bajo el Imperio, Voltaire y Rousseau no habían encontrado compradores ni lectores, por la buena razón de que la reimpresión de sus obras estaba prohibida como atentado a las buenas costumbres y a la razón política. La secta hizo inserir en la Constitución la libertad de prensa, y luego se puso a la obra. Ella reorganizó la venta ambulante que supo hacer funcionar con tanta utilidad a fines del siglo XVIII, multiplicó las ediciones de Voltaire y las fraccionó, para colocarlas al alcance de todos. Después, no cesó de popularizar el vicio bajo todas las formas; pero jamás actuó con tanta audacia, con una voluntad tan manifiesta, como en esos últimos años. Es justamente ahora que las poblaciones lo respiran por los cinco sentidos, que lo beben, que se saturan de él. Todas las influencias directivas del espíritu público, la escuela y la caserna (los cuarteles militares), los cargos públicos, y el parlamento, la prensa y las administraciones comunales, municipales y gubernamentales concurren fraternalmente para llevar siempre más lejos la depravación pública[1]1.

 “Considerad bien la República y el espectáculo que ella ofrece, decía recientemente Maurice Talmeyer. Ella sufrió sobre todo una dominación, la dominación masónica. ¿A dónde la llevó esa dominación? ¿A una transformación política y social? No. ¿Nos habría dado ella por lo menos la libertad? Mucho menos. Pero, ¿cuál es entonces la obra de la república masónica? Una obra de pura depravación. Pornografía del libro[2] 2, del teatro[3] 3, de los salones, del periódico”.

Todo ese mundo y todas esas cosas, y muchas otras, conspiran a favor de quien quiere llevar más lejos la corrupción universal. El Estado ve esas cosas y, lejos de reprimirlas, las favorece. ¡Cuántas pruebas podríamos ofrecer a ese respecto! El día 26 de noviembre de 1901, era inaugurada en Montmartre la estatua del judío Henri Heine, que ejerció tan funesta fascinación sobre la sociedad del Segundo Imperio y que decía: “Es necesario, en vez de continencia y rigorismo, retornar a la alegre licencia, instituir saturnales, practicar, a través de la libre unión, el mejoramiento estético del animal racional”. En enero de 1902, Leygues, Ministro de Educación, imponía a las jóvenes, como preparación para el certificado de conclusión del curso primario, la lectura del “Ensayo sobre las Costumbres”, de Voltaire.

Un mes antes, un proceso era dirigido contra un dibujante que había llevado la licencia a sus últimos límites. Uno de los testigos pudo decir: “En el liceo yo era educado en el amor al paganismo. En la Escuela de Bellas Artes me enseñaron el culto del nudismo. El Estado es, pues, el único responsable por mi inclinación afrodisíaca”. ¡Cuantos otros testimonios podrían ser agregados a esos!

La educación que debe ser dada a los hijos de las clases menos favorecidas es tan corruptora cuanto aquella dada a los artistas. Libros de una obscenidad desbordante son colocados en las bibliotecas de las escuelas, dados como premio. Se ven grabados obscenos por todas partes, pero particularmente en las puertas de los liceos y de las escuelas. Se intenta alcanzar por sorpresa a los jóvenes piadosos, en los mismos locales en que van a practicar sus devociones[4]4. Fueron insertadas en cruces y en otros objetos de piedad fotografías de una inconveniencia indignante. Esos objetos son vendidos en las puertas de las iglesias, a las cuales acuden numerosas peregrinaciones, por vendedores que presentan como muestras objetos semejantes, conteniendo vistas de monumentos religiosos. Fue Le Fígaro quien señaló el hecho en enero de 1892. Agregaba que colegialas jóvenes recibían en las cercanías de una estación de tranvías, pequeños folletos intitulados: Pour Dieu! – Pour la Patrie!, que aceptaban sin desconfianza y que contenían una serie de suciedades indescriptibles. No existe, en tal propaganda, ninguna especulación comercial, ningún beneficio material. Es el envenenamiento calculado, como los Cuarenta querían. Los cabarets y los malos lugares se multiplican libremente; y se desarrolla en ese momento una actividad y una ingeniosidad increíbles para, a partir de ahí, llevar a las mujeres a vestirse de manera más indiscreta. Todas las asociaciones son aprovechadas para esparcir a través de la prensa, en todas las clases sociales, el conocimiento y la concupiscencia de las peores intemperancias. Para no hablar sino de las últimas, el “caso Syveton” y el “caso Steinheil”, fueron publicadas las más desvergonzadas confidencias. A lo largo de columnas enteras pudieron ser leídas torpezas que no habrían sido toleradas, hace algunos años, en el más licencioso pasquín. ¡Cuántas personas, que no habrían querido leer ese folletín, leían las noticias! Durante semanas, jóvenes obreros, colegiales, jovencitas, toda la adolescencia y la juventud de Francia pudieron revolcar sus malos instintos en esa literatura repugnante. ¿Quién estaba ahí para agarrar la ocasión y de ella aprovecharse para dirigirse a los diarios, que quieren obsequiar a sus lectores con todo lo que puede sobrexcitar la curiosidad malsana y propagar el vicio?

         Podemos decir que los poderes públicos actuales no se contentan en tolerar la

inmoralidad bajo todas sus formas, ellos la instituyen. Hace ya mucho tiempo, en el Consejo Municipal de París, una propaganda incesante es hecha a favor de todo lo que es vicio y purulencia moral. Ella terminó, en 1904, en una verdadera revolución en la policía de las costumbres, que podríamos llamar de policía destructora de las costumbres. Un programa enteramente nuevo de reglamentación fue basado en un informe presentado al Consejo Municipal por un consejero francmasón, el FF Turot. Ese informe recuerda todo lo que se podría exhumar de entre los paganos y los bárbaros, no solamente para justificar la depravación, sino para glorificarla; él la compara con los rigores del cristianismo, pensando en quitar el brillo de éste. La organización práctica debería seguir esa teoría. Ella la siguió. La prostitución se hizo libre, legítima, oficial, fue organizada y protegida. Casas de encuentros en que todas las facilidades, todas las ocasiones de corrupción son ofrecidas a las madres de familia, fueron abiertas después de ese estímulo oficial. El número de ellas luego ultrapasó ciento cincuenta. Y el informante vino a decir al Consejo Municipal: “Visitamos muchas de esas casas. Encontramos ahí mujeres pertenecientes a todas las condiciones sociales: mujeres de médicos, mujeres de abogados, mujeres de artistas …” Esas casas, en lo que dice respecto a la complacencia y a la protección de las autoridades, están colocadas en pie de igualdad con las empresas comerciales, industriales o intelectuales más verdaderamente respetables”.  

        El Parlamento rivaliza en celo con el Consejo Municipal. Él elaboró la ley del divorcio. Año tras año éste la amplió. Escucha a aquellos que le piden la abolición del casamiento civil y la unión libre. Ésta es considerada como el último beneficio que debe proceder del principio puesto en el Renacimiento: el derecho a la felicidad individual, buscado por la conciencia individual. “La unión libre, dice Briand, ¿Por qué no? En la expectativa de que ella fuese legitimada y legalizada, la administración militar extendió a las ‘compañeras’ de los jóvenes soldados los auxilios que eran concedidos a las mujeres legítimas”. 

Después el Consejo Municipal, después las Cámaras, y ahora la Universidad.

¿Están las autoridades académicas bien seguras de las consecuencias que podrán resultar para la moralidad pública de enseñanza que acaba de ser implementado? ¿No obedecieron, también ellas, a las sugestiones masónicas?

En 1901, el senador Bérenger y el profesor Fournier constituyeron la Sociedad de Prevención o de Profilaxis Sanitaria y Moral.

Fournier expuso así el objetivo de esa sociedad: dirigirse a la juventud, y en particular a los jóvenes de los liceos y colegios de jóvenes y niñas, a los patronatos de jóvenes obreros y obreras, para enseñarles a conocer las peligrosas dolencias que constituyen consecuencia del libertinaje. Hay asociados que, así como Pinard, quieren que esa enseñanza sea dada desde la escuela primaria.

La sociedad tiene como medios de acción distribuidores de folletos, carteles expuestos a la vista de todos, conferencias públicas con proyectores y figuras de cera.

En los liceos y colegios de jóvenes y niñas habrían cursos especiales, a los cuales los jóvenes serían admitidos apenas con el consentimiento de los padres. Pero, ¿quién impediría a los excluidos de ser instruidos por sus camaradas o sus colegas?

El Boletín de la sociedad, en el acta de la reunión del 11 de enero de 1904 (pág. 4), informó que en la reunión plenaria del consejo superior de la Universidad, el rector Liard, cuestionado por el decano de la Facultad de Medicina, respondió: “No solamente debemos, sino que es necesario dar esta educación a los jóvenes; y asumo el compromiso de empeñar todos mis esfuerzos para que todos los alumnos del Estado reciban esa enseñanza, condicionado a la aprobación de sus padres”. Todos los alumnos del Estado: esto luego significará todos los jóvenes de Francia, puesto que el monopolio de la enseñanza no debe demorar en hacerse absoluto. “Así, agrega el profesor Pinard, pudimos hacer que la Universidad aceptase el principio de las conferencias colectivas” (Ibid., p. 35). Esto como respuesta a los que decían que tal enseñanza no podía ser dada sino en particular.

El abad Fonssagrives, admitido a hablar en una de las reuniones de la sociedad luego después de la publicación de su libro L’Education de la Pureté, hizo esta observación: “Vuestra enseñanza es incompleta, teniendo por objetivo único la intimidación, y podrá producir deplorables efectos sobre ciertas imaginaciones. O entonces es completa, comprendiendo los medios preservativos y podrá justamente ser tachada de inmoral”.

La enseñanza completa absolutamente no preserva. En el aula abierta del curso ofrecido el 31 de enero de 1902, el profesor Landouzy pudo hacer esta observación: “¿Es verdad que los alumnos de medicina, en contacto desde el inicio con las dolencias venéreas, no ignorando los riesgos que corren, son menos atacados que sus colegas de Derecho y de Letras?”

Esa enseñanza es, pues: 1° inútil; 2° soberanamente inmoral. ¿Qué pensar de los que quieren imponerla a toda la juventud de Francia? ¿Qué pensar del éxito obtenido en la obra de desmoralización emprendida por la Francmasonería para que hombres bien intencionados – pues ellos existen en esta sociedad – crean que se llegó al punto en que sea necesario generalizar un tal enseñanza?

En fin, esa enseñanza no corresponde al deseo de Vindex, a su afirmación: “¿Es la corrupción en larga escala que emprendemos?”

A esa enseñanza dada en los liceos, en las escuelas y patronatos laicos, se juntó otra en plena calle, que los poderes públicos no ignoran, pero al cual no oponen ningún obstáculo, si bien que, de tiempo en tiempo, derramen lágrimas sobre la disminución de la natalidad en Francia.

En la sesión del 13 de noviembre de 1908, se discutía en la Cámara de Diputados el presupuesto del Ministerio del Interior. Gauthier de Clagny pidió la palabra:

         “Gustaría, dice, destacar la obra detestable llevada a cabo en los grandes centros obreros por la Liga de la Generación Consciente, de la cual participa Robin, antiguo director de Cempuis, subvencionada hasta ayer por el Consejo General del Sena.

“Esa Liga, a través de folletos que tengo en manos, a través de conferencias, predica en los hogares obreros el derecho al amor libre e indica los medio de evitar hijos. Los folletos contienen descripciones infames, imágenes obscenas, consejos abominables para las mujeres y las jóvenes. Es una obra de envenenamiento social.

“No sé si el Ministerio Público se encuentra desarmado ante esa propaganda desastrosa, si los poderes públicos pueden impedirla, pero digo que es imposible que el gobierno de la República, preocupado con la grandeza del país y de su futuro, se desinterese por esa situación”.

Gauthier de Clagny entregó a Clemenceau, que fingía gran desilusión, un dossier.

― Yo lo estudiaré, dijo él. Y fue todo[5]5.

Cuatro años antes se realiza en París una Exposición Internacional sobre higiene y el jurado otorgó una medalla de oro a un producto cuyo prospecto se intitulaba: “Felicidad para todos”. He aquí los nombres y las cualificaciones eminentes de los miembros de la comisión bajo cuyo patrocinio ese trabajo pudo obtener la solemne recompensa: Presidente, Gerville-Réache, diputado; Viceprecidente, Chavet, senador; Dubois, diputado; el presidente del Consejo General del Sena; el presidente del Consejo Municipal de París; Mesureur, director de Asistencia Pública; Messimy, diputado; Rivet, senador … Y otros…

El 4 de diciembre de 1904, Piot, senador de Côte-d’Or, dirigió al Presidente del Consejo una carta en que llamaba su atención para el siguiente hecho: en las puertas de París, las municipalidades prestan salas de las alcaldías para reuniones que preconizan las teorías maltusianas.

Paul Robin, el hombre de Cempuis, bien parece ser un personaje oficial. Él disfruta de una copiosa pensión. Fundó un diario y un comité, que nuestros gobernantes no pueden ignorar, para propagar en las familias las doctrinas inmundas, en las cuales la indignación pública no le permitió iniciar a los niños de la Asistencia Pública. El 20 de noviembre de 1905, su liga pronunció una conferencia pública en la sala de las Sociedades de los Científicos, bajo la presidencia de Eugène Fournière, encargado de un curso de economía social en la Escuela Politécnica.

Algunos días antes, en Charonne, el alcalde local colocó una de las salas de la alcaldía a disposición de Paul Robin y sus amigos. Su diario notició que un gran número de médicos, farmacéuticos, herboristas, parteras estaba a disposición de los que quisiesen colocar sus enseñanzas en práctica.

Él publica los nombres de esas personas. Los conferenciantes garantizan que la propaganda recluta diariamente numerosos prosélitos entre los obreros, y que las campañas son ganadas por las doctrinas maltusianas.

Ahora, por todas partes, esos misioneros de la corrupción predican y trabajan. Parecen obedecer a una dirección común. Pierret proporcionó informaciones tristemente curiosas a respecto de esa materia, en el último Congreso de la Sociedad de Economía Social. Los fascículos del 1 y 16 de abril de 1908 de la Réforme Sociale publicaron el respectivo memorial, que tiene por título L’OEuvre Maçonnique de la Dépopulation en France [6] 6. Tales informaciones establecieron de manera perentoria que el movimiento neomaltusiano es deseado por la Francmasonería. Ella proporciona los teóricos, los propagandistas y también los ejecutantes, esto es, los ministros, los administradores, los directores de escuelas. Ella presta sus templos para que se hagan conferencias sobre la “libre maternidad”. Ella publica esas conferencias.

Uno de los miembros más dedicados de la Liga Francesa Antimasónica, Emile Pierret, autor de diversas obras muy conocidas sobre economía social, acaba de publicar un libro abundantemente documentado sobre las causas de la caída de la natalidad en Francia; ese libro, que es el resumen de un informe hacho en el año pasado, al Grupo de Estudios de París de la Liga Francesa Antimasónica, demuestra hasta la evidencia que el flagelo que sufrimos no es engendrado solamente por las condiciones sociales y morales de la vida francesa, pero también y sobre todo es resultado de una verdadera conjuración organizada por la masonería. 

Pierret prueba que, con el alto patrocinio de ella, con el concurso confesado de los más eminentes personajes del partido masónico, fueron fundadas asociaciones que tienden a ese fin criminal: alentar la caída de la natalidad en Francia. El FF Robin está ahí rodeado por todo un grupo de políticos cuyos nombres son tristemente conocidos del público: Aulard, Henry Bérenger, Séailles, Lucipia, Merlou, Fernand Grenh, Trouillot, Jaurès, el presidente Magnaud, etc… Y Emile Pierret explica cómo tomó contacto con ese movimiento en una reunión de la “juventud laica” presidida por Havet, del Instituto, y cuyos principales oradores eran nada más y nada menos que Anatole France, de la Academia Francesa, el diputado Sembat, al no menos diputado Ferdinand Buisson, que presidió durante largo tiempo a los destinos de nuestra enseñanza oficial.

He aquí los FF y los masonizados de alto linaje, a los cuales se refiere el FF Robin[7]7.

Actualmente se pone seriamente la cuestión de abolir el matrimonio civil y de declarar el amor libre. Conocemos la teoría de Briand, Ministro de Justicia, sucesor de Aguesseau. Briand considera que el matrimonio moderno debe ser visto como un vulgar contrato de arriendo, por ejemplo: arrendamiento de tres, seis, o nueve años, o incluso menos, a voluntad de las partes.

         Le Play dice que los hombres son corrompidos por las instituciones. “Esas palabras, escribe Lacointa, son, en relación a nuestro país, de una verdad tanto más impresionante cuanto es realmente para corromperlo que una secta satánica lo dotó de las instituciones que actualmente posee[8] 8, porque ella sabe mejor que nadie que el medio más seguro de formar generaciones impías consiste en favorecer, a través de las peores excitaciones, los impulsos bestiales y anárquicos de la naturaleza humana”.

Vindice no mentía cuando decía: “Es la corrupción en gran escala que emprendemos”.

Para que ella sea profunda y durable es preciso que descienda de lo alto. La Gran Logia comprendió bien eso; así, ella se empeñó en corromper la aristocracia. ¡Cuántos escándalos ella nos da hoy en día! ¿Bajo el imperio de cuáles sugestiones?

         En la carta que ya mencionamos varias veces, Piccolo-Tigre no sólo exhortaba a incorporar a las logias al mayor número posible de príncipes y nobles, él quería que se dedicasen a corromperlos. 

“Una vez que un hombre, dice él, incluso un príncipe, sobre todo un príncipe, comenzara a ser corrompido, estéis persuadidos de que él no se detendrá en la caída. Hay pocas costumbres, incluso entre los más moralistas (le agradaba expresarse así), y se camina muy de prisa en esa progresión” (esto es verdadero). Tal vez no fuese imposible encontrar en esas líneas la explicación de la caída de muchos príncipes contemporáneos, y tal vez de aquellos de entre nuestros reyes que, por sus costumbres, desalaron Francia y la Iglesia, porque no es desde hoy que existe la Francmasonería; ella siempre tuvo el mismo objetivo y siempre recurrió a los mismos medios de acción.

En los días actuales, quién no ve a qué excesos de mundanismo es llevada la nobleza por los diarios mundanos, tales como el Figaro, el Gaulois, y otros. ¿Alguna vez se preguntaron quién los inspiraba a ese respecto?

         En nuestra sociedad cristiana, la mujer, con la mirada fijada en María, mantiene en la familia, en la sociedad, el aroma de la pureza. La virtud que emana de ella envuelve al hombre, incluso el vicioso, lo fuerza a una cierta moderación y algunas veces llega incluso a sacarlo de su corrupción. La secta sabe bien eso; por eso ella emplea sus mejores esfuerzos en arrastrar el sexo en el lodo. Vindice no nos deja ignorar esas cosas. “Últimamente oí, continua él, a uno de nuestros amigos reírse de una manera filosófica acerca de nuestros proyectos y decirnos: Para rebajar el catolicismo ES NECESARIO comenzar por suprimir a la mujer. Esa frase es muy verdadera en un sentido, pero puesto que no podemos suprimir a la mujer, corrompámosla”. ¿Los liceos para niñas no fueron creados con la intención de responder a esa palabra de orden?

¿No fue el mismo pensamiento que dictó los decretos de Combes, que cerraron todos los establecimientos mantenidos por las religiosas? Las religiosas, en las aulas, y después en las reuniones dominicales, inspiraban a las jóvenes el respeto a sí mismas, la decencia y la pureza. Fue a través de las madres religiosas que las crearon, que la fe y las costumbres cristianas se mantuvieron en tantos hogares, a pesar de todas las excitaciones y seducciones. Diseminadas por todas partes en nuestras ciudades y villas, ellas eran el más poderoso obstáculo a la gran empresa de corrupción perseguida por la secta. Esta resolvió hacerlas desaparecer. Nos preguntamos por qué aberración nuestros gobernantes pudieron así escoger como primeras víctimas esas mujeres tan dedicadas a todo el bien, tan veneradas por las poblaciones entre las cuales se encontraban. No hubo error, hubo cálculo[9]9.

.         No hemos podido decir todo respecto de este asunto de la corrupción de la mujer y de la corrupción por la mujer. Es bueno, sin embargo, advertir a las familias a tomar cuidado con quiénes se introducen en ellas, a vigilar sobre lo que sucede. En día 7 de diciembre de 1883, el diario Emeute de Lyon escribía: “Es hora de reforzar nuestros batallones con todos los elementos que abrazaran nuestros odios … Las jóvenes serán poderosas auxiliares; ellas irán a buscar a los hijos de familia hasta en el regazo de sus madres para llevarlos al vicio e incluso al crimen; ellas se harán criadas de las hijas de los burgueses para poder inculcarles las pasiones vergonzosas … Hay todavía otro trabajo útil que incumbirá a esas auxiliares mujeres, en medio de ciertas familias enemigas; pero nada diremos a ese respecto, por motivos obvios. Tal podrá ser la obra de las mujeres unidas a la revolución”.

El primer autor de la ley que creó los liceos para niñas, el judío Camille Sée, declaró que la obra de la descristianización de Francia no alcanzaría pleno éxito sino cuando todas las mujeres hubiesen recibido la educación laica. “En cuanto la educación de las mujeres, dice él en un informe a la Cámara en 1880, no termine con la instrucción primaria será casi imposible vencer los preconceptos, la superstición, la rutina” (léase: las tradiciones católicas, el dogma, la moral). Y el FF Bienvenu-Martin, Ministro de la Instrucción Pública, regocijándose por haber ocupado sus vacaciones parlamentarias con la inauguración de numerosos liceos y colegios para niñas, ofrecía esa razón para su júbilo: Se trata de transformar las almas femeninas”. 

         En enero de 1906, el renegado Charbonnel tuvo una entrevista con el mismo ministro. La Rison la publicó.

“Viajo bastante, dice el ministro, por una causa que tengo profundamente a pecho, la educación de nuestras jóvenes. Fui a inaugurar numerosos liceos y colegios para uso de ellas. Sacamos a la mujer del convento y de la Iglesia”.

El hombre hace la ley, la mujer hace las costumbres”. Oyendo esas palabras, dice Charbonnel, no me sentí alegre”.

Aun aquí la iniciativa fue tomada por las logias.

El 6 de septiembre de 1900, la Asamblea del Gran Oriente de Francia reencaminó “al estudio de las logias la búsqueda de los medios más eficaces para establecer la influencia de las ideas masónicas sobre las mujeres, intentar arrancarlas de la influencia de los sacerdotes y crear instituciones aptas para atender ese objetivo”[10]10.

Para la ejecución de ese deseo y otros semejantes, el Consejo de la Orden envió a todas las logias una circular (n° 13), fechada el 15 de diciembre de 1902, diciéndoles: “El poder del clericalismo fue desarrollado y consolidado gracias a la mujer, y es justamente gracias a ella que ese poder maléfico se mantiene y se ejerce. Es necesario, pues, oponer a la mujer alimentada con ideas falsas y supersticiones ridículas, la mujer fuerte, la mujer masónica, que conozca nuestros principios y nuestras aspiraciones y las inculque en nuestros hijos”.

Hay una cosa aun peor de que esas que acabamos de ver, más revolucionaria y más satánica. Vindice, después de haber dicho: “Corrompamos a la mujer”, agregaba: “Corrompámosla con la Iglesia: Corruptio optimi pessima. Es la corrupción en larga escala que emprendemos: la corrupción del pueblo por el clero y del clero por nosotros, la corrupción que debe conducirnos un día a colocar a la Iglesia en la sepultura. El objetivo es suficientemente bello para tentar a los hombres como nosotros. El mejor puñal para herir a la Iglesia en el corazón es la corrupción. ¡A la obra, pues, hasta el fin!”

         Se pusieron a la obra. Que un sacerdote sea corrupto o que el pueblo crea que lo es, es más o menos la misma cosa para el efecto que la secta tiene en vista: propagar el vicio, dando a entender que la virtud es imposible, que todos los hombres sin excepción se entregan a sus pasiones y que allí donde parece que él es más comedido existe apenas la hipocresía. 

Así, desde la Revolución de 1830, el sacerdote fue representado en los teatros y en los romances como un ser lleno de torpezas. Esos procedimientos escandalosos, que son intentados la mayor parte del tiempo para permitir a los diarios de la secta imputaron al clero los vicios más vergonzosos, tuvieron inicio al fin del Segundo Imperio, y fueron retomados después que la República se hizo masónica. Era necesario, no obstante, tanto cuanto fuera posible no contentarse en calumniar; corromper efectivamente sería bien mejor; y por eso fue elaborada la ley obligando a los seminaristas al servicio militar, que entrega al inocente levita a las promiscuidades de la caserna; y como un año de caserna no producía el efecto deseado, lo obligaron a dos años y lo hicieron asistir a conferencias pornográficas.

Vindice no estaba hablando solo, como acabamos de oír. Al mismo tiempo, o casi, Quinet, profesor en el Colegio de Francia, promovió la edición de las obras del inmundo luterano Marnix de Sainte-Aldegonde, y la justificó con esta razón en el prefacio que escribió: “Aquel que se propone a desenraizar una superstición caduca y maléfica como el catolicismo, si tiene autoridad, debe antes que nada apartar esa superstición de los ojos del pueblo y hacer su ejercicio absolutamente imposible, al mismo tiempo en que elimina toda esperanza de verla renacer. Para realizar esa esperanza, se trata no solamente de refutar el papismo, sino extirparlo; no solamente extirparlo, sino que deshonrarlo; no solamente deshonrarlo sino, como quería la ley germánica contra el adulterio, “SOFOCARLO EN EL LODO” (págs. 31 y 37)11[11].

¡Qué enorme honra para el catolicismo tener tales enemigos, y verlos reducidos a emplear y a divulgar tales medios con la esperanza de vencer nuestra resistencia!

Scipion Pertrucci, secretario de Mazzini, pintaba bien a sus FF cuando, en abril de 1849, decía a Paul Ripari: “Il nostro è un gran partito porco; questo in familia lo possiamo dire. Nuestra asociación es un gran partido de puercos. Esto,  en familia, podemos decirlo”

[N. Del T.] FF =  Frères franc-maçons.


[1] 1 Y la familia, ¿queda libre de reproche? Para señalar apenas un único punto un día indicado por La Libre Parole, como no espantarnos con la increíble libertad dejada a los jóvenes en las playas. “Acompañado de un extranjero, yo me encontraba en uno de esos últimos días en una playa normanda. Delante de nosotros, un enjambre alegre de jóvenes y jovencitas hacían resonar la sala de juegos con sus continuas carcajadas. Comenté a mi compañero las reflexiones que ese espectáculo me sugería. “Es forzoso reconocer, me dijo entonces el extranjero, que tenéis en Francia una manera de educar a vuestras hijas deplorable bajo todos los puntos de vista. La joven francesa disfruta, durante tres largos meses, de una libertad casi completa. En medio de los jóvenes, sus compañeros de todos los instantes, ella nada, cabalga, juega tenis, anda en bicicleta y a la noche descansa de todas las fatigas del día bailando como una enferma. En cuanto eso, las madres, en la playa, bordan tapices. El verano llega al fin. Entonces, ¡atención! A la primera señal, vuestras hijas deben retomar a sus posiciones; ellas deben abstenerse de dar dos pasos fuera de casa si no estuviesen acompañadas de la nana … Regocijaos de contar todavía con ángeles en un régimen admirablemente hecho para engendrar demonios”.

[2] 2 Un novelista atribuyó como post-scriptum de su última obra estas palabras: “¡Que humillación la mía! ¡Delante de mí, mi hermana degradada por mi libro! ¡Promover el vicio y llamar a eso  psicología, naturalismo, humanismo, he aquí toda la carrera literaria francesa! Lo que puede hacer y en lo que puede transformarse un pueblo cuya inmundicia histérica es el único alimento intelectual. Una literatura como la nuestra es el mayor elemento de corrupción y de decadencia social que puede existir”.

[3] 3 El novelista u otro escritor corruptor se dirige a cada uno de vosotros, solo a solo, cara a cara. El dramaturgo pone su infamia en palabras que vuelan de boca en boca y de las bocas para los oídos del público. Y si allá existiese apenas lo que se declama. Por los ojos, así como por los oídos, el espíritu se embriaga de cosas cada vez más inconfesables. Los teatros más considerados por el público son hoy aquellos en que se exhiben mujeres desnudas, aquellos en que la grosería y la impudicia del espectáculo substituyen la insuficiencia del talento. En esas condiciones, ¿no es triste verificar que los teatros de la capital obtuvieron, en esos últimos años, 45 a 50 millones de francos? Al teatro vino a juntarse el cinematógrafo (aparato inventado en 1895 por los hermanos franceses Lumière, capaz de reproducir en una tela el movimiento, por medio de una secuencia de fotografías), y el cinematógrafo ambulante, que pasa de ciudad en ciudad, de villa en villa. En París, el cinematógrafo tiene cinco millones de espectadores. La compañía general de los fonógrafos y cinematógrafos tienen una renta neta de cinco millones.

[4] 4 Cada tanto tiempo el jefe de policía envía a los comisarios de policía de París una circular, concitándolos a abrir investigaciones contra aquellos que exponen imágenes contrarias a las buenas costumbres. Podemos decir: pura hipocresía; porque, al día siguiente de una prisión, verificamos la presencia de los mismos diseños en las mismas vitrinas; y cada día el diseño se presenta más obsceno y la exposición más cínica.

Un congreso internacional para combatir la inmoralidad fue realizado en Colonia, el día 26 de octubre de 1904. Además de Alemania y de Austria, estaban representadas Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos, Dinamarca, Suiza y Francia.

El pastor Weber, presidente, abrió ese congreso con un discurso sobre los temibles progresos del envenenamiento de la sociedad a través de la literatura inmunda. Se oyeron, entonces, los informes de los delegados de las diferentes naciones sobre la situación y sobre las respectivas leyes de sus países. Fue Béranger, senador, quien presentó el informe sobre la situación de Francia. No existe ningún país en el cual la literatura inmoral se haya esparcido tanto. Una petición con 210.000 firmas, pidiendo una ley contra esa plaga, fue enviada al presidente del Consejo. ¿Para cuándo esa ley? Los delegados de las otras naciones registraron casi todos, el hecho de que la onda impura que se esparce sobre ellas viene principalmente de Francia.

         ¿Es esto cierto? ¿No sería más verdadero decir que fue sobre Francia que la Francmasonería, que tiene su centro en los pueblos protestantes, llevó a efecto su más poderoso esfuerzo?

[5] 5 En 1902, una comisión extraordinaria fue instituida para estudiar las causas y los remedios del mal del decrecimiento poblacional mostrado por las estadísticas. Foville, que participó de la comisión, cuenta su historia. Al cabo de un año, se dejó de convocarlo. “Falta dinero”, decían, y la administración rechazaba orgullosamente aquel que el doctor Javal le ofrecía. Uno de los folletos, del cual acaba de hablar Gauthier de Clagny, redactado por un antiguo institutor oficial, lamenta no encontrar en el campo la misma acogida de la ciudad y esto porque la población del campo es más religiosa; las mujeres de la ciudad, dice él, no tienen, como las del campo, “el miedo del pecado”. “La experiencia le enseñó, dice aun él, que el canto es un medio de propaganda tan fecundo cuanto las memorias y libros antiguos. El cita el título de una canción publicada en la Bibliothèque Ouvrière Socialiste. En su opinión, sería necesario imprimir millares de ejemplares de esa canción, seguida de consejos y de indicaciones. “Es necesario sobre todo indicar los lugares en que los preservativos más baratos pueden ser encontrados y organizar estoques un poco por todas partes, en las casas de las personas devotas y sinceras”.

[6] 6 He aquí la conclusión de la monografía publicada por la Réforma Sociale:

Hubo oportunidad para registrar: 1° que es en el gobierno de la Restauración, tan devoto a la Iglesia, que terminan los nacimientos normales es, con la era volteriana de Julio, el número de nacimientos comienza a ser ultrapasado por el de muertes; 2° que un crecimiento de la natalidad acompaña el Segundo Imperio, favorable a la religión, y la República conservadora, es decir, de 1863 a 1882; 3° que, al contrario, una profunda caída de la natalidad data de la república anticlerical, dando, en lugar de los 130 nacimientos de 1813 a 1822, dos tercios a menos, de 1893 a 1902, es decir, apenas 43.

[7] 7 No se debe creer que sea apenas en Francia que la secta anticristiana propaga la inmoralidad. En una de las sesiones del Congreso Católico Alemán, el Diputado Roeren tuvo el coraje de decir: “Los desastres causados por la inmoralidad que se esparce y por la propagación de la literatura obscena en la juventud son incalculables; el mal produjo tantos estragos que es la salud del pueblo alemán entero que está en juego.

“No puedo, ni sería necesario decir, todos los dossiers que poseo, pero puedo aseguraros que son pavorosas las perspectivas que se abren sobre el abismo de la corrupción en todos los estratos de la población y – lo que es más triste aún – todas las fajas de edad están contaminadas. La propagación de los escritos inmorales es enorme, la obscenidad que encierran diabólica; un solo de esos factores es bastante, en las manos de personas jóvenes y fáciles de conmover, para conducirlas necesariamente al pecado y a la perversión sexual, que, en consecuencia, engendran los vicios más repugnantes. 

“No hace mucho tiempo que, en una pequeña logia de Alemania, fueron requisadas 500.000 fotografías obscenas: 60 casas alemanas viven apenas de esa vergonzosa industria. Simultáneamente a los escritos o a las imágenes, las representaciones obscenas crecen en petulancia”.

[8] 8 27 de julio de 1884 – Es establecido el divorcio.

         15 de diciembre de 1904 – Es autorizado el casamiento entre cómplices adúlteros.

         13 de julio de 1907 – El interregno impuesto a los divorciados antes de casarse es nuevamente  abreviado.

         5 de junio de 1908 – El divorcio de derecho es concedido después de tres años de separación.

         5 de junio de 1908 – Los hijos adulterinos son legitimados.

[9] 9 Lo que sorprende es que una sugestión tan larga, tan continua, tan perseverante, tan intensa, no haya producido resultados aun más alarmantes. Es necesario reconocer que nuestro país y el pueblo de Francia tuviesen de reserva una provisión de moralidad muy considerable, para resistir durante tanto tiempo a semejante tratamiento

[10] 10 Acta de la Asamblea de 1900, p. 166.

[11] 11 No es inútil observar que en 1903 el gobierno de la República conmemoró e incluso hizo conme--morar por los niños de las escuelas el centenario del nacimiento de Edgar Quinet.