Colegio San Viator
Filosofía.
Profesor Martín De la Ravanal G.
Taller de actividades de comprensión lectora y ejercicios de reflexión – Cuarto medios A y B
TEXTO 3: LA FILOSOFÍA ES APRENDER A MORIR.
AUTOR: LUC FERRY.
LIBRO: “APRENDER A VIVIR. FILOSOFÍA PARA MENTES JÓVENES.
AÑO: 2007
La pregunta evidente “¿qué es la filosofía?” es una de las más controvertidas que conozco. La mayoría de los filósofos actuales siguen dándole vueltas sin lograr ponerse de acuerdo en cuál es la respuesta.
Cuando cursaba mis últimos años de bachillerato, mi profesor me aseguraba que se trataba “simplemente” de “formar nuestro espíritu crítico con vistas a la autonomía”, de un “método de pensamiento riguroso”, de un “arte de la reflexión” que hundía sus raíces en una actitud basada en el “asombro” y el “planteamiento de preguntas”. Éste es el tipo de definiciones que aún hoy seguirás encontrando diseminadas por los manuales de iniciación.
A pesar de todo el respeto que me inspiran personalmente las definiciones de este tipo, debo decir que no tienen mucho que ver con el fondo de la cuestión.
Es cierto que es deseable que en filosofía se reflexione. Que, a ser posible, se piense con rigor, en ocasiones incluso siguiendo un método crítico o planteando preguntas. Pero todo eso no es nada, absolutamente nada específico. Estoy seguro de que a ti mismo se te ocurren muchísimas otras actividades humanas que requieren del planteamiento de preguntas, o en las que uno debe esforzarse por argumentar lo mejor que sabe sin que ello implique que uno tenga que ser filósofo.
Los biólogos y los artistas, los médicos y los novelistas, los matemáticos y los teólogos, los periodistas e incluso los políticos reflexionan y se plantean preguntas. Sin embargo no son, que yo sepa, filósofos.
Voy a proponerte que nos alejemos de esos lugares comunes y aceptes provisionalmente, hasta que lo veas con más claridad por ti mismo, otro enfoque.
Partiremos de una consideración muy simple, pero que contiene el germen de la pregunta central de toda filosofía: el ser humano, a diferencia de Dios – si es que Dios existe – es mortal o, por decirlo como los filósofos, es un ser “finito”, limitado en el espacio y en el tiempo. Pero a diferencia de los animales, es el único ser que tiene conciencia de sus límites. Sabe que va a morir y que también morirán sus seres queridos. No puede evitar hacerse preguntas ante una situación que, a priori, resulta inquietante, por no decir absurda o insoportable. Y, evidentemente, ésta es la razón por la que en primer lugar se acerca a las religiones que le prometen la salvación.
Quiero que comprendas bien esta palabra – salvación – y también que entiendas como las religiones intentan hacerse cargo de las cuestiones que suscita. De hecho, lo más sencillo para empezar a definir la filosofía es, como tendrás ocasión de comprobar, ponerla en relación con el proyecto religioso.
Abre un diccionario y verás que el término “salvación” designa ante todo “el hecho de ser salvado, de escapar de un peligro o de una gran desgracia”. Muy bien, pero ¿de qué catástrofe, de qué peligro pretenden ayudarnos a escapar las religiones? Ya conoces la respuesta: evidentemente, se trata de la muerte. Ésta es la razón por la que todas se esfuerzan, de modos diversos, por prometernos la vida eterna, por asegurarnos que un día volveremos a reencontrarnos con aquellos que amamos, familiares, o amigos, hermanos o hermanas, maridos o esposas, niños o bebes, de los que la existencia terrena, ineludiblemente nos va a separar.
Para Luc Ferry es la muerte la fuente última del impulso filosófico. Aquí vemos a la muerte retratada en la película de Ingmar Bergman “El séptimo sello”.
Hay que reconocer que esta idea tranquiliza bastante. En efecto, después de todo, ¿qué es lo que deseamos? No estar solos, ser comprendidos y amados, que no nos separen de nuestros seres queridos; resumiendo, no morir y que ellos tampoco mueran. Ahora bien, la vida real acaba frustrando un día u otro, todas esas esperanzas. Por eso, hay quien busca la salvación poniendo su confianza en un Dios y unas religiones que le aseguran que la alcanzará.
Pero para aquellos que no están convencidos, para los que dudan de verdad de estas promesas, el problema sigue ahí. Y es justamente donde la filosofía, por así decirlo, toma el relevo. La muerte en sí – este aspecto es crucial si quieres entender lo que es el campo de la filosofía – no es una realidad tan sencilla como por lo general se suele creer. La muerte es lo que atormenta a ese desgraciado ser finito que es el hombre, porque sólo él es consciente de que su tiempo es limitado, de que lo irreparable no es una ilusión, y puede que le haga bien reflexionar sobre lo que debe hacer en su corta vida. Edgar Allan Poe, en uno de sus poemas más famosos, encarnó esta idea de la irreversibilidad del curso de la existencia en un animal siniestro, un cuervo encaramado en el alféizar de una ventana, que sólo sabía decir y repetir una única fórmula: Never more (“nunca más”),
Lo que Poe quería decir con esta imagen es que la muerte pertenece al ámbito del “nunca más”. Es, en el seno mismo de la vida, lo que nunca volverá, lo que irreversiblemente sustituye a un pasado que uno no tiene oportunidad alguna de recuperar algún día. Puede tratarse de unas vacaciones de nuestra infancia, de lugares o amigos de los que uno se aleja para no volver, del divorcio de nuestros padres, de las casas o escuelas que una mudanza nos obliga a abandonar, o miles de otras cosas. Aunque se trate de la desaparición de un ser querido, todo aquello que pertenece al ámbito del “nunca más” forma parte del registro de la muerte.
Si lo consideras desde este punto de vista, verás qué lejos está la muerte de poder definirse exclusivamente como el final de la vida biológica. Para vivir bien, para vivir en libertad, para ser capaces de amar debemos, en primer lugar y ante todo, vencer el temor, o, mejor dicho, los temores, ya que las manifestaciones de lo irreversible son diversas. Es en este preciso punto donde existe entre religión y filosofía una discrepancia fundamental.
El filósofo escéptico Michel de Montaigne enseñaba que la filosofía consiste en “aprender a morir”.
Al no lograr creer en un Dios salvador, el filósofo es, ante todo, aquel que cree que conociendo el mundo, comprendiéndose a sí mismo y a los demás, en la medida de que nos lo permite nuestra inteligencia, se puede llegar a superar los miedos, pero más que desde un fe ciega, desde la lucidez. En otras palabras, si las religiones se definen como la salvación a través de Otro (Dios), por la gracia de Dios, podríamos definir los grandes sistemas filosóficos como doctrinas de salvación por uno mismo, sin la ayuda de Dios.
En opinión de muchos filósofos el miedo a la muerte nos impide vivir bien. No es sólo que genere angustia. A decir verdad, la mayor parte del tiempo ni siquiera pensamos en ella, y estoy seguro de que no te pasas días meditando sobre el hecho de que los hombres son mortales. Pero si dotamos el problema de mayor profundidad, parece que la irreversibilidad del curso de las cosas, que es una forma de muerte en el corazón mismo de la vida, amenaza todos los días con arrastrarnos hacia una dimensión del tiempo que corrompe la existencia: la del pasado donde se alojan los grandes destructores de la felicidad que son la nostalgia y la culpabilidad, el arrepentimiento y los remordimientos.
La filosofía – todas las filosofías, por muy distintas que sean las respuestas que intentan aportar – también prometen ayudarnos a escapar de estos miedos primitivos. Comparte con las religiones, al menos en origen, la convicción de que la angustia nos impide vivir bien: no es ya que nos impida ser felices, es que tampoco nos deja ser libres. Éste es un tema omnipresente entre los primeros filósofos griegos: uno no puede ni pensar en actuar libremente cuando está paralizado por esa inquietud sorda que genera, por muy inconsciente que sea, el miedo a lo irreversible. Se trata, por tanto, de invitar a los seres humanos a “salvarse”.
Pero, como ya habrás comprendido a éstas alturas, esa salvación no puede proceder de Otro, de un ser trascendente (lo que significa “exterior y superior” a nosotros), debe provenir de nosotros mismos. La filosofía quiere que nos aclaremos recurriendo a nuestras propias fuerzas, con la simple ayuda de la razón o que, al menos aprendamos a utilizarla como es debido. Con audacia y con firmeza.
Filosofar en lugar de creer supone en el fondo – al menos desde el punto de vista de los filósofos, que no es el de los creyentes – preferir la lucidez al confort, la libertad a la fe. En verdad se trata, en cierto sentido, de “salvar el pellejo” pero no a cualquier precio.
Aunque la búsqueda de una salvación al margen de Dios esté en el corazón de todo gran sistema filosófico, aunque éste sea su objetivo final y último, no se podría alcanzar sin pasar por una reflexión profunda en torno a la inteligencia de lo que es – lo que, por lo general, solemos denominar teoría – y por lo que habitualmente llamamos ética.
La razón es fácil de entender.
Si la filosofía, al igual que las religiones, hace de la reflexión sobre la finitud humana su fuente más originaria - del hecho de que nosotros, simples mortales, tenemos los días contados y que somos los únicos seres en el mundo plenamente conscientes de ello - se desprende que no podamos eludir la cuestión de qué debemos hace en ese tiempo limitado. A diferencia de los árboles, las ostras o los conejos, no dejamos de hacernos preguntas sobre nuestra relación con el tiempo, sobre cómo debemos emplearlo o en que debemos ocuparlo, tanto si es por un lapso breve, la hora o la mañana que viene, como si se trata de un periodo más largo, el mes o el año en curso. Inevitablemente, quizá con ocasión de una ruptura, de un suceso brutal, acabamos preguntándonos qué hacemos, que podríamos o deberíamos hacer con nuestra vida.
En otras palabras, la ecuación “mortalidad + conciencia de ser mortal” es un cóctel que contiene el germen de todos los interrogantes filosóficos. Filósofo es aquel que, ante todo, piensa que no estamos aquí “de turismo”, para divertirnos. O mejor dicho, aunque en contra de todo lo que acabo de afirmar, acabará llegando a la conclusión de que lo único que merece la pena ser vivido es la diversión, esta certeza será el resultado de un pensar, de una reflexión y no de un reflejo condicionado. Lo que implica que ha tenido que recorrer tres etapas la de la teoría, la de la moral o la ética y finalmente, la correspondiente a la conquista de la salvación o la sabiduría.
Simplificando, se podría formular así el proceso: lo primero que hace la filosofía por medio de la teoría es hacerse una idea del “terreno de juego”, adquirir un conocimiento mínimo del mundo en el que se va a desarrollar nuestra existencia. ¿Qué parece ser hostil o amistoso, peligroso o inútil, armonioso o caótico, misterioso o comprensible, bello o feo? Si la filosofía consiste en la búsqueda de salvación, en la reflexión en torno al tiempo que va trascurriendo y que es limitado, no puede por menos que comenzar por hacerse preguntas sobre la naturaleza del mundo que nos rodea. Toda filosofía digna de tal nombre parte, por tanto, de las ciencias naturales que nos develan la estructura del universo: la física, las matemáticas, la biología, etcétera, pero asimismo de las ciencias históricas que arrojan luz sobre la historia de los hombres. “Aquí no entra nadie que no sea un geómetra” decía Platón a sus discípulos refiriéndose a su escuela, la Academia, y después de él ninguna filosofía ha pretendido jamás economizar medios a la hora de obtener conocimientos científicos. Pero debemos ir más lejos y preguntarnos también por los medios a nuestro alcance para conocer. Por lo tanto, la filosofía intenta, más allá de las consideraciones que forman parte de las ciencias positivas, comprender la naturaleza del conocimiento mismo, entender los métodos de los que se sirve. Por ejemplo: ¿cómo descubrir las causas de un fenómeno? Pero también se fija en los límites de la disciplina. Otro ejemplo: ¿Se puede demostrar la existencia de Dios?.
Estas dos preguntas, la de la naturaleza del mundo y la referente a los instrumentos que dispone la humanidad para llegar a conocer, también constituyen una parte esencial de la vertiente teórica de la filosofía.
Pero, evidentemente, además de por el terreno de juego, por el mundo y la historia en los que transcurrirá nuestra vida, debemos preguntarnos por el resto de los seres humanos, por aquellos con los que nos ha tocado jugar. Y no es ya por el hecho de que no estemos solos, sino porque, como demuestra algo tan simple como la educación, no podemos subsistir tras nacer sin la ayuda de otros humanos, para empezar de nuestros padres. ¿Cómo vivir con los demás, qué reglas de juego adoptar, cómo comportarnos de forma “vivible”, útil, digna, de forma simplemente justa en nuestras relaciones con los demás? De ésta cuestión se ocupa la segunda parte de la filosofía, una parte ya no teórica sino práctica que deriva, en un sentido amplio, de la esfera de la ética.
Pero ¿para qué conocer el mundo y su historia, para qué esforzarse en vivir en armonía con los demás? ¿Qué finalidad o qué sentido tienen todos esos esfuerzos? Además, ¿hay que buscarle un sentido? Todas esas preguntas, junto a otras del mismo tenor, nos remiten a la tercera esfera de la filosofía, la que se ocupa, como ya habrás podido deducir, de la salvación o de la sabiduría. Si la filosofía etimológicamente es “amor” (“philo”) a la “sabiduría” (“sophia”), debería autoanularse para dejar sitio, en la medida de lo posible, a la sabiduría misma, que es, sin duda, el fundamento de todo filosofar. Pues el ser sabio no consiste, por definición, en amar o buscar el ser. Ser sabio supone simplemente vivir sabiamente, feliz y libre en la medida de lo posible, tras vencer, finalmente, los miedos que la finitud despierta en nosotros.
TEXTO 3: LA SABIDURÍA DE LOS MITOS.
AUTOR: LUC FERRY.
LIBRO: “APRENDER A VIVIR II”.
AÑO: 2009
Centenares, incluso millares de obras y artículos se han consagrado a la única cuestión del estatus de los mitos griegos: ¿Hay que clasificarlos bajo el epígrafe “cuentos y leyendas”? ¿O en la sección religiones? ¿Al lado de la literatura y la poesía? ¿O mejor en las esferas de la política y la sociología? La respuesta que aporto en este libro es muy clara: en primer lugar y ante todo, la mitología, tradición común a toda una civilización y religión politeísta, no es por ello menos una filosofía hecha relato, un intento grandioso con intención de responder de manera laica a la cuestión de la buena vida por medio de lecciones de sabiduría vivas y carnales, vestidas de literatura, poesía y epopeyas, y no enunciadas dentro de argumentaciones abstractas. En mi opinión, es esta dimensión indisolublemente tradicional, poética y filosófica de la mitología la que hace que todavía tenga para nosotros interés y encanto.
La mitología nos suministra mensajes de una profundidad sorprendente, perspectivas que abren a los humanos las sendas de una vida buena sin recurrir a las ilusiones del más allá, una manera de enfrentar la “finitud humana”, de plantar cara al destino sin sostenerse en los consuelos que las grandes religiones monoteístas pretenden aportar a los hombres apoyándose en la fe. La mitología esboza, tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, los lineamientos de lo que he denominado una “doctrina de la salvación sin Dios” una “espiritualidad laica”, o si se quiere todavía con más simplicidad, una “sabiduría para los mortales”. Representa de este modo un intento admirable con vistas a ayudar a los hombres a “salvarse” de los miedos que les impiden acceder a una buena vida.
Para comprender bien esta articulación entre mitología y filosofía, para medir el significado y la importancia de las lecciones de vida que van a aportar las dos, cada una a su manera pero ligadas entre ellas, hay que partir de la idea de que a los ojos de los griegos el mundo de los seres conscientes, de las personas, se divide antes que nada entre mortales e inmortales, entre hombres y dioses.
La principal característica de los dioses es que escapan a la muerte: en cuanto nacen (pues no han existido siempre), viven eternamente y lo saben, por lo que según los griegos son “bienaventurados”. Por supuesto, de vez en cuando pueden tener problemas, como Hefestos (o Vulcano) cuando descubre que su mujer, la sublime Afrodita, diosa de la belleza y el amor, le engaña con su compañero de guerra, el terrible Ares (Marte). A veces los bienaventurados son desgraciados. Sufren como mortales, experimentan pasiones como ellos: amor, celos, odio, ira,…suelen mentir y ser castigados por el dueño de todos, Zeus. Pero al menos hay un sufrimiento que desconocen y es sin duda el más funesto de todos: aquél que está ligado al miedo a la muerte, pues para ellos el tiempo no cuenta, nada es definitivo, irreversible, irremediablemente perdido, lo que les permite afrontar las pasiones humanas con una altura de miras y una distancia a las que nosotros no podríamos aspirar. En su esfera todo puede acabar por arreglarse un día u otro.
Nuestra principal característica, simples humanos que somos, es a la inversa. Al contrario que los dioses y los animales, somos los únicos seres de este mundo que tienen plena conciencia de lo Irremediable, por el hecho de que vamos a morir. No solamente nosotros, sino además también los que amamos: nuestros padres, nuestros hermanos y hermanas, nuestras mujeres y nuestros maridos, nuestros hijos, nuestros amigos… Constantemente sentimos que el tiempo pasa y que, sin duda, a veces nos aporta mucho – la prueba: amamos la vida -, pero inevitablemente también nos quita lo que más queremos. Y aunque parezca mentira, somos los únicos que notamos con una intensidad sin igual que en nuestras existencias hay, incluso antes del término último que es la muerte propiamente dicha, lo irreversible, lo irreparable, lo “nunca más”.
Los dioses no padecen nada de esto y con razón, ya que son inmortales. En cuanto a los animales, en la medida en que podamos valorarlos, apenas piensan en esos asuntos, y si a veces son conscientes un instante fugaz, es sin duda de forma muy confusa y sólo cuando el fin es inminente. Por el contrario, los humanos son como Prometeo, uno de los personajes más importantes de la mitología: piensan “por anticipado”, son “seres de lejanías”. Siempre tratan más o menos de anticipar el futuro, reflexionan sobre ello, y como saben que la vida es corta y escaso el tiempo, no pueden evitar preguntarse qué hay que hacer…
Hay dos formas de enfrentar nuestra “finitud”. Se puede en primer lugar intentar tener hijos o como se dice con mucha propiedad, una “descendencia”. ¿Cuál es la relación de esa descendencia con el deseo de eternidad que alumbra en nosotros la contradicción entre la certeza de la muerte y el placer de la vida? En realidad es muy directa, pues sabemos muy bien que a través de nuestros hijos, algo de nosotros continúa sobreviviendo más allá de nuestra desaparición. En lo físico y en lo moral: los rasgos del cuerpo y del rostro, así como los del carácter, se encuentran siempre más o menos en aquellos que hemos criado y amado. La educación siempre es una transmisión y toda transmisión es en cierto modo una prolongación de uno mismo que nos rebasa y no muere con nosotros. Dicho esto, sean cuales sean la grandeza y las alegrías de la vida de los padres – las preocupaciones también…- sería absurdo pretender que basta con tener hijos para acceder a la vida buena. Menos aún para superar el miedo a la muerte. Todo lo contrario. Pues esta angustia no nace principalmente de uno mismo sino que atañe a los que amamos, empezando por los hijos.
Así pues, es necesaria otra estrategia: la del heroísmo y la gloria que proporciona. He aquí la idea que se esconde detrás de esta convicción singular: el héroe que lleva a cabo acciones impensables para los simples mortales – como Aquiles, Ulises, Heracles, Jasón – escapa al olvido que normalmente engulle a los hombres. Se aleja del mundo de lo efímero, de lo que no tiene más que un tiempo, para entrar en una especie, si no de eternidad, a menos de perennidad que lo asemeja en cierto modo a los dioses. No hay equivoco: esta gloria, en la cultura de los griegos no es equivalente de lo que hoy podríamos llamar “notoriedad mediática”. Se trata de otra cosa, más profunda, que procede de esa convicción que atraviesa toda la antigüedad según la cual los humanos están en competencia permanente no sólo con la inmortalidad de los dioses, sino también con la de la naturaleza. Intentemos resumir en unas palabras el razonamiento que sirve de base a este pensamiento crucial.
En primer lugar hay que recordar que, en la mitología, al principio, la naturaleza y los dioses son una sola cosa. Gea por ejemplo, no es sólo la diosa de la tierra ni Urano el dios del cielo o Poseidón el del mar: son la tierra, el cielo y el mar, y a los ojos de los griegos está claro que estos grandes elementos son eternos al igual que los dioses que los personifican. Tratándose de la naturaleza, esta perennidad está, además, prácticamente demostrada y se puede verificar experimentalmente. ¿Cómo se sabe? Al menos, en un primera aproximación, mediante la simple observación. En efecto, todo en la naturaleza es cíclico. Invariablemente, el día sucede a la noche, y la noche al día; el buen tiempo acaba siempre por llegar después de la tormenta, como el verano después de la primavera y el otoño después del verano. Los principales acontecimientos que marcan la vida del mundo natural evocan, por así decirlo, nuestros recuerdos. Siempre van a volver a ocurrir, no los podemos olvidar. Por el contrario, en el mundo humano, todo pasa, todo es perecedero, la muerte y el olvido terminan por llevárselo todo: las palabras que se pronuncian así como las acciones que se llevan a cabo. Nada es duradero… ¡salvo la escritura! Así es, los libros se conservan mejor que las palabras, mejor que los hechos y que los gestos y si, por sus acciones heroicas, por la gloria que proporcionan, uno de los héroes – Aquiles, Heracles, Ulises u otro – logra convertirse en el protagonista de una historia u de un relato literario, entonces sobrevivirá en cierto modo a su desaparición, aun cuando no fuera más que por el recuerdo que permanece en nuestras mentes.
Sin embargo, a pesar de la fuerza de convicción subyacente a esta apología de la gloria hecha perenne mediante la escritura, la cuestión de la salvación – lo que nos puede salvar de la muerte o, al menos, de los miedos que ella suscita – no está todavía zanjada.
De ahí el interrogante fundamental, el interrogante al cual es preciso responder si queremos comprender al mismo tiempo el sentido filosófico y el hilo conductor más profundo de los mitos griegos: si la descendencia y el heroísmo, la filiación y la gloria, no permiten afrontar la muerte con más serenidad, si no proporcionan un acceso verdadero a la vida buena, ¿Hacia qué sabiduría dirigirse? Ésta es la cuestión más importante, cuestión que la mitología va a legar, por así decirlo, a la filosofía. En muchos de sus conceptos más antiguos, y en el principio de su historia, la filosofía no será más que una continuación de las ideas de la mitología por otras vías: las de la razón. Unirá de manera indisoluble las nociones de “vida buena” y sabiduría a la de una existencia reconciliada con el universo, con lo que los griegos denominan “el cosmos”. La vida en armonía con el orden cósmico, he aquí la verdadera sabiduría, la vía autentica de salvación en el sentido de lo que nos salva de los miedos y nos hace así ser más libres y abiertos a los demás.
En la mayor parte de la tradición filosófica griega hay que imaginar el mundo antes que nada como un orden magnífico a la vez que armonioso, justo, bello y bueno. Eso es exactamente lo que designa la palabra cosmos. En opinión de los estoicos, por ejemplo, a los que con mucha razón se refiere el poeta latino Ovidio en sus Metamorfosis (obra en la que reinterpreta los mitos que tratan del nacimiento de mundo) el universo se asemeja a un organismo vivo magnífico. Para hacerse de una idea de ello, puede comparársele casi enteramente con lo que un médico, fisiólogo o biólogo descubre cuando diseca un conejo o un ratón. ¿Qué es lo que ve? En primer lugar, que cada órgano esta maravillosamente adaptado a su función: ¿hay algo mejor que un ojo para ver, que los pulmones para oxigenar los músculos, que el corazón para irrigarlos de sangre? Todos estos órganos son mil veces más ingeniosos, más armoniosos y también más complejos que todas las maquinas concebidas por los hombres. Pero, además, nuestro biólogo llega a otra conclusión: ve que el conjunto de esos órganos, que ya considerados por separado son asombrosos, forma un todo coherente, “lógico” – en el sentido de lo que los filósofos estoicos denominaban el logos: el ordenamiento coherente del mundo y el discurso sobre él- infinitamente superior a todas las invenciones humanas. Desde ese punto de vista, hay que reconocer que la creación de un animal, siquiera el más humilde, una hormiga, un ratón o una rana, está todavía en nuestros días fuera del alcance de nuestros laboratorios científicos más sofisticados.
La idea fundamental aquí es que en ese orden cósmico, que más adelante desvelará la teoría filosófica – veremos cómo, según los grandes relatos mitológicos, Zeus acabará por imponer ese orden en el transcurso de las guerras que deberá dirigir contra las fuerzas del caos – cada uno de nosotros posee su sitio, su “lugar natural”. Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consisten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para acoplarnos en él. Debemos encontrar nuestro lugar en la vida y retornar a él so pena de no estar en condiciones de cumplir nuestra misión en el seno del universo y de ser entonces desgraciados: he aquí un mensaje que la filosofía griega, al menos en su mayor parte, va a poder extraer de la mitología.
Detrás de esta voluntad de adaptarse al mundo, de encontrar su justo lugar en el seno de todo orden cósmico, se esconde en realidad una idea más oculta que se acerca a nuestro interrogante sobre el sentido de la vida de los mortales, de los que saben que van a morir: el mensaje consiste en pensar que el cosmos es eterno. Una vez incorporado al cosmos, una vez que su vida entra en armonía con el orden cósmico, el sabio comprende que nosotros, hombrecillos mortales, no somos en el fondo más que un fragmento suyo, un átomo de eternidad, por así decirlo, un elemento de una totalidad que no podría desaparecer, de modo que, en última instancia, la muerte deja de ser un problema para el sabio auténtico porque ya no tiene nada verdaderamente real. O mejor dicho, no es más que el paso de un estado a otro, un paso que como tal, no debe asustarnos más.
De ahí el hecho de que los filósofos griegos recomienden a sus discípulos que no se contenten con palabras, que no se limiten a meros discursos abstractos, sino que practiquen concretamente ejercicios que tiendan a ayudar a los mortales a liberarse de los miedos absurdos ligados a la muerte a fin de vivir en “armonía con la armonía”, es decir, en consonancia con el cosmos.
Está claro que eso no es más que una formulación completamente abstracta y, por así decirlo, reducida de esta sabiduría antigua. En la realidad de la vida humana, el trabajo que consiste en adaptarse al mundo consta de múltiples facetas. Es un trabajo singular en todos los sentidos del término, una tarea fuera de lo común: sólo los que aspiran a la sabiduría van a comprometerse, y ésta tarea al “común de los mortales”, precisamente le es ajena. Pero también es una empresa singular en el sentido de que cada uno de nosotros debe comprometerse por su propia cuenta y a su manera. Ninguno puede, en nuestro lugar, recorrer el itinerario que conduce a vencer sus miedos para adaptarse al mundo y encontrar en él su lugar. El objetivo último, formulado de manera general es la armonía, pero cada individuo debe buscar su forma de conseguirla. Encontrar su senda, que no es la de los otros, puede por lo tanto constituir la tarea de toda una vida.
ACTIVIDAD 1: COMPRENSIÓN DE LECTURA – DISEÑO DE ESQUEMAS CONCEPTUALES.
A partir de las lecturas analizadas diseña un esquema conceptual que permita entender visual y sencillamente el contenido común de éstas dos lecturas. Recuerda que debes comenzar utilizando una palabra central (elemento de importancia común en los dos textos) luego vincularlas con los otros términos centrales (conceptos indispensables para comprender los textos) finalmente los ejemplos, las particularidades, las aplicaciones, etc. Va desde lo más universal a lo particular, utilizando una jerarquía (discriminar lo más importante de lo menos) y explicando las relaciones de manera simple (uso de palabras enlace). Comienza subrayando en el texto las palabras más relevantes y las oraciones más significativas. Luego determina tu palabra central y comienza a diseñar el esquema. PUEDEN OCUPAR UN MÁXIMO DE 20 PALABRAS.
SE EVALUARÁ:
Conceptos y terminología. 4 PUNTOS.
Relaciones entre conceptos. 4 PUNTOS
Eficiencia visual: 2 PUNTOS.
Presentación y formalidades: 2 PUNTOS.
ACTIVIDAD 3: EJERCICIO DE EXPOSICIÓN DE IDEAS Y DEFENSA ARGUMENTAL.
Reúnanse en equipos de cinco personas (máximo). Preparen una presentación oral donde: 1) expongan las 5 ideas más importantes para comprender ambos textos 2) presenten de manera resumida el argumento central del autor. 3) planteen 3 preguntas o inquietudes fundamentales que inviten a reflexionar 4) elaboren una crítica del argumento del autor 5) relacionen estas ideas con las actitudes y significados que le damos actualmente. RECURSO DIDACTICO: PAPELÓGRAFO.
MODO DE EVALUACIÓN: Rubrica.
GRADO: DIOS (5 puntos) | GRADO: MORTAL (2 puntos) | GRADO: VEGETAL. (0 puntos) | |
ASPECTOS ORALES Y COMUNICATIVOS | Utilizan un vocabulario preciso, se expresan con fluidez, buen volumen y claridad en la voz. Buena expresión no verbal. Todos participan. | Utilizan un vocabulario adecuado. Hay fluidez pero no hay buen volumen ni claridad en la voz. Rígidez en la expresión no verbal. Todos participan | No manejan el vocabulario. Interrupciones, lapsus. No se escucha bien, no hay claridad. Estáticos. Algunos participan. |
Comprensión del tema y las lecturas. | Manejan el sentido preciso de los textos y lo presentan claramente. Identifican y conocen los conceptos relevantes. Muestran reflexión y crítica ante lo leído. No chamullean ni se van por las ramas. | Manejan el sentido global del texto y lo presentan suficientemente. No identifican todos los conceptos relevantes. Poca reflexión y crítica ante lo leído. No chamullean ni se van por las ramas. | No manejan el sentido global de los textos. No manejan los conceptos relevantes. No hay sentido d crítica o reflexión. Chamullean. |
Apoyo didáctico | Utilizan el papelógrafo de manera eficiente, con claridad visual y buena presentación. | Diseñan el papelógrafo pero no tiene claridad adecuada. No hay una utilización activa. | No utilizan el papelógrafo. No se entiende su contenido. Esta presentado inadecuadamente. |
ACTIVIDAD 2: EJERCICIO DE REFLEXIÓN Y APLICACIÓN DE CONCEPTOS.
En el siguiente ejercicio te solicitamos que vayas especificando el significado de cada concepto según lo que leíste en cada texto y lo que vimos en clases. Luego, que lo compares con la actitud o significado que presenta dicha idea o concepto para nuestra cultura y sociedad actual. SE EVALUARÁ: formalidades (ortografía, redacción, caligrafía): 2 Puntos. Manejo conceptual: 4 puntos. Claridad explicativa y argumentativa: 4 puntos. SIGAN EL MODELO PROPUESTO.
CONCEPTO. | SIGNIFICADO (TEXTOS Y CLASES) | ACTITUD CULTURAL O SOCIAL |
MUERTE | ||
VIDA BUENA | ||
ESPIRITUALIDAD. |
Filosofía – Cuarto medio A y B 1