LA  CALANDRIA  HACE  LA  CORTE

                                                        Hugo Esteva

Habrá visto que a la calandria le gusta andar con la cola parada. Sobre todo cuando va a avanzar sobre una presa o sobre algún otro pájaro. Después capaz que la baja, especialmente si tiene que disparar. Pero mientras anda en público y tiene que mostrarse, hacer alarde con la cola es una costumbre que no se le va ni con los años.

Con el asunto de estar viuda y andar vestida de negro, es como si nuestra Calandria tuviera que multiplicar su capacidad histriónica (histriónica, que tiene que ver con histérica, claro) y menear un poco más la cola. Así pasó el día en que -son sus dichos- se apareció el fantasma del Pingüino, vestido de viento Sur, mientras ella anunciaba el futuro de su corte. Y no tuvo ningún empacho en mostrar dónde la había inyectado una enfermera, como si no debiese guardar un poco de decoro de pájara/reina.

En cambio, no muestra nada del juego cuando se trata de armar su corte. Como mínimo, dado su origen plebeyo, tendría que haber hecho de la suya una monarquía federal. Pero no, insiste y profundiza el centralista camino unitario que señaló –hasta con su corbata celeste- el difunto Pingüino. Más que nunca, todas las decisiones vienen de arriba. Si nuestra “democracia” siempre digitó los cargos, ahora hasta la militancia se digita y se paga con dinero de las cuentas “federales”. Es decir, plata de la Nación que, a la manera norteamericana, es el único sentido “federal” que le queda al gobierno. Así la sofística reinante, ese modo de no llamar a las cosas por su nombre.

A los caranchos con que se ha rodeado, a las palomas/ratas, a los gorriones/ratones, a los loros voceros y a las vengativas urracas, la Calandria ha agregado ahora un pavo en la corte. Grandote, de enrulado moco fláccido, inútil salvo para el reiterado parloteo, ni siquiera es un pavo real. Se encrespa igual, aunque luzca menos, en sus paseos galantes que  la Calandria festeja a ojos vistas; pero ni siquiera tiene los lujosos colores de los coludos que se estilaban en los parques pretenciosos de nuestras viejas estancias. Este es un pavo común, pura pluma inflada, de esos que enflaquecen de golpe cuando tienen que salir disparando. Pavo de ridículo nombre presuntamente premonitorio, remoto descendiente quizás de aquellos con que los indios de Nueva Inglaterra aplacaron la hambruna de los colonos del Mayflower y que, junto al maíz y al zapallo, son los únicos sobrevivientes nativos de tanta generosidad. Porque los agradecidos inmigrantes al país del Norte no dejaron vivo ni uno solo de esos indios en el Este, en el Medio Oeste, ni casi en el Oeste tampoco.  Lo que no obsta para que los norteamericanos vengan ahora a exportarnos los “derechos humanos” de nuestros propios indígenas (los que el afecto español preservó, mezcló y respetó), doctrina de dominación mundial si la hay.

El riesgo -pronosticado ya por otros más lúcidos que este sencillo observador- es que una vez ungida de nuevo, la Calandria se quiera volar y nos deje al Pavo de regalo. Pero, claro, allá ellos, se dirá.

El que no anda tan tranquilo con esta perspectiva es el hornero. Porque mientras la Calandria le hace la corte al Pavo, él tiene que seguir yugando cada día más para ganar lo mismo, que sirve cada día para menos. Además, como es criollo y sólo ha sabido de república, se encrespa cada vez que oye decir –y observa, porque no es sonso- que esto se está convirtiendo en una especie de monarquía bastarda, donde deciden unos pocos, ordinarios como la monarquía que organizan. Así, con  ese intríngulis, fue como se lo cruzó al tero, que literalmente volaba de bronca y le largó sin esperar pregunta:

“Indignado estoy, amigo, pero indignado de veras.

No soy como los gallegos, pura bulla y más miseria,

Pidiendo para no hacer, sin más fin que la protesta,

Bailando como muñecos, con puras ideas viejas.

                        *

Acá la cosa está que arde porque ésta sueña despierta:

Perdió el juicio, está dopada, sólo ve lo que le muestran.

Anda tan mal la señora que hace creer que es una reina

Meneando lo que Natura le dio, se agregó, o se resta.

                        *

Mire, hornero, los monarcas tienen que  ser cosa seria,

No compare a esta piruja, duquesa del medio pelo.

Que no tenga oposición, que se maneje “a piacere”,

No indica sino que, pronto, lo poco vivo se muere.

                        *

No quisimos ver lo chico, se fue agrandando, agrandando,

Hemos criado el mamarracho que  al final nos está ahogando…

Y así andamos hoy, paisano, más tristes que el tango “Uno”.

Todos seremos culpables, no se va a salvar ninguno.

                        *

Organice, amigo hornero, usted que es trabajador.

Ponga orden, no se achique, siga buscando al mejor…

¿O espera que arreglen algo de lo que ya han desastrado

Entre una Calandria viuda y un Pavo desaforado?”

        Levantó vuelo el tero y así, solo, de guapo, le pegó un viaje y un susto a un carancho enorme que le andaba maliciando el nido. Entonces el hornero pensó que no podía perder la esperanza.