-Análisis y comentario en construcción-
Ludwig van Beethoven
(1770 - 1827)
Symphonie Nr. 9 d-moll op. 125
1. Allegro ma non troppo, un poco maestoso
2. Molto vivace
3. Adagio molto e cantabile
4. Presto - Presto - »O Freunde, nicht diese Töne!« - Allegro assai
Gwyneth Jones, Soprano
Hanna Schwartz, Contralto
René Kollo, Tenor
Kurt Moll, Bajo
Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor
(Maestro del coro: Norbert Balatsch)
Wiener Philharmoniker
Leonard Bernstein
Grabación en directo
p. 1980 Polydor International GmbH, Hamburg
Deutsche Grammophon
MOVIMIENTO I. Allegro ma non troppo, un poco maestoso. Lo real. La materia y el universo. Los múltiples orígenes del tiempo.
Beethoven es un autor de famosos comienzos: cuántos conocen sólo el inicio de la 5ª o el de la 6ª, el inicio de su sonata "Claro de luna" o el del cuarto movimiento de su último cuarteto de cuerdas. Pero, difícilmente se me ocurre un inicio de obra más sobrecogedor que el de la 9ª Sinfonía. Un siglo después, el Zaratustra de Richard Strauss competirá con él para plasmar esta sensación cósmica de origen, este sutil big-bang de un universo musical.
Los astrónomos querrán ver aquí los procesos cosmológicos que lanzan las fuerzas entre galaxias, nebulosas, planetas en colisión, radiaciones que se escapan, incomprensibles bailes gravitatorios. Un geólogo soñará con las diferentes evoluciones posibles de los agregados de materia, formando grandes pompas de roca, de hielo, de agua, de gas, de cristal o de vacío; contemplará sus metamorfosis, sus fracturas, su belleza. Y así, el historiador las tensas paradojas y harmonías de la Historia; el antropólogo los hitos y entramados culturales; el biólogo las vertiginosas relaciones de los ecosistemas en dinámicos equilibrios; el químico, las formas; el físico, las fuerzas. Y quien no, los sentimientos.
Porque este movimiento es la construcción de un universo, mejor, de múltiples universos. Una y otra vez surge y se desvanece. En cada nuevo surgir, un nuevo detalle, casi trivial, arrastra la música hacia una nueva tensión, una nueva lógica. Un universo que surge de cada detalle: en cada detalle abandonamos el universo previo para sumergirnos en un lugar nuevo, en unas leyes nuevas. Es el caos.
¿Y es posible comprender el caos? ¿Es posible contemplar el fuego, su cariñoso calor, su fuerza amistosa, su sabia destrucción, su insistente indiferencia? ¿Es posible comprender y amar el caos? Nuestra mirada sonora va desde lo general a lo particular y no puede encontrar sino un firmamento de finas maravillas. Como al pasear por los salones y patios de la Alhambra, un color y una curva, un rumor sutil, un marco insólito, un paisaje incomparable. Detalle y conjunto, tal y como nos lo proporciona la naturaleza, del micros al macros.
Si nos vamos fijando en los pequeños detalles: esas curiosas asociaciones tímbricas que propone aquí y allá, los adornos que se dejan escapar entre las frases, los motivos aparentemente secundarios que se reparten por toda la orquesta. Diríamos que es algo nuevo, y que siempre ha estado delante: estos sonidos siempre los hemos escuchado, pero sólo ahora.
Si nos alejamos un poco, vemos que cada motivo viaja y tiende hacia una constante y misteriosa transformación. No hay, en casi ningún momento, auténticas melodías, sino ese desarrollo casi imposible de los motivos. Motivos que uno no sabe muy bien de dónde surgieron. ¿Realmente esto es lo que sonó hace unos segundos? ¿Y hacia dónde se dirige? ¿Y cómo hemos llegado aquí otra vez; pero, es realmente el mismo sitio? Y si seguimos un sentido, sentimos que se nos escapan otras transformaciones. Pura generación.
¡Ah, ya lo voy entendiendo! En realidad no hay orden. Todo empieza una y otra vez, y podría haber empezado en cualquier punto. Parece que tiene que ser así, pero podría ser de cualquier manera. Podríamos estar milenios escuchando todas las variaciones posibles, todos los comienzos posibles. Donde creíamos que se construía el terror surge la delicadeza, de una arista de la victoria surge la tristeza, la melancolía sigue a la curva de la impaciencia. Es como una melodía de timbres que se adelantara un siglo a su propio concepto. Has conseguido, afanoso Beethoven, hacernos comprender en quince minutos lo que en Mozart es un sólo instante, lo que en Bach es toda su obra. Has conseguido hacer humana la estructura intraducible de la música.
Y, llegado su momento (¿es este su lugar o es arbitrario?): el final. Si no fuera por el gran final del último movimiento de esta misma sinfonía, esta sería la mejor coda de la historia de la música. Alguien sospecharía que vuelve a ser el tema del origen, pero no lo creería; esto es algo nuevo. Lo que oímos ahora, acercándose, haciéndonos admitir que siempre estuvimos ahí, no puede ser nuestro origen; es algo distinto a todo lo escuchado antes. Es la idea misma del final. En este movimiento de incansables principios siempre había estado ahí, aún más único el final que el mismo principio. Es de una sencillez aterradora.
MOVIMIENTO II. Molto vivace. Lo imaginario. El goce. Las ilusiones del hombre, la historia, el progreso, la ciencia, la cultura. Las violencias y las pasiones.
Obstinación. ¿Qué otra palabra necesitamos para comprender todos los matices que, en su afán, el ser humano considera, aquí y allá, bien irrenunciables, bien intolerables? La ingobernable jovialidad propia; la insoportable dicha de los demás.
El segundo movimiento comienza de golpe con las tres notas que componen el minúsculo motivo sobre el que se levanta la primera parte. Poco a poco, el motivo se desarrolla y se repite creciendo y creciendo, alcanzando unas dimensiones que parecen desbordar toda contención. Cuando alcanza la cumbre, podríamos escuchar todos los ritmos a la vez, superponiéndose unos con otros.
No es difícil ver aquí la alegría bruta del hombre, el goce, el placer, la violencia, toda esa energía que surge del deseo humano y lo supera. La repetición, como un insistente resurgimiento, del motivo inicial aporta una sensación de colectividad, de individuos que se agregan unos con otros, formando una sociedad. Pero esa sociedad está desprovista de un ideal de progreso; en cambio, la oímos crecer con ritmo y medida, pero sin control. Al principio un poco, llega a su límite y desaparece. Comienza otra vez, llega un poco más lejos y desaparece una vez más. Hasta que por fin alcanza un nivel de ingobernabilidad patente.
Como por sorpresa (sorpresa esperada por al estructura del scherzo) irrumpe el tema de la segunda parte. Una melodía más diáfana, que nos recuerda a los sones pastorales de su 6ª. Las diferentes partes de la orquesta dialogan esta vez en un elegante juego de alusiones y respuestas. Es una música inquieta y alegre, pero sin llegar a la violencia de la primera parte. Es fácil ver ese bucolismo cuasi-militar que tanto le gusta a Beethoven, una inocente naturaleza, una inocencia pueril... sí, también, cierta estupidez.
Cuando resurge otra vez el tema de la primera parte, comprendemos que no hay diferencia alguna entre la alegría inocente y la alegría violenta, son igual de monstruosas. Las dos están dentro de esa vorágine de la naturaleza, de la sociedad. Al final, quedan las dos apelmazadas dentro de una coda tan vertiginosa como turbulento ha sido todo el movimiento.
MOVIMIENTO III. Adagio molto e cantabile. La intimidad. El pensamiento. El alma.
Probablemente, Beethoven haya estudiado precisamente para componer este tipo de música, la de este movimiento. Es la que más se parece a la música de los cuartetos, y me cuesta identificarla con otros adagios de su música anterior. No es cantabile, ni patética, ni rítmica ni polifónica. La armonía parece como flotar. Algo así consigue en la 6ª, pero es en los últimos cuartetos de cuerda cuando desarrolla esta música "flotante", que parece sobrevolar las ideas y los sentimientos como el espíritu de Dios.
Sinceramente, esta música me cuesta "traducirla", es decir, ¿qué imaginario proponer como explicación de estas estructuras? Precisamente he aquí lo más puro de la música que trabaja Beethoven. Podemos imaginarnos al autor leyendo, trabajando sus ideas, sus recuerdos. Esta música ES Beethoven; es Beethoven hablando consigo mismo, sincerándose ante nosotros. Y ¿qué sentimientos son estos? Tal vez, precisamente, lo que consigue aquí es trascender lo sentimental, trabajar en exclusiva la música, trabajar en exclusiva la belleza. Pero no cualquiera, la suya.
Y la firma de Beethoven viene en el tercer tema, discordante. Esos toques militares que se imponen sobre la serenidad que había creado en todo el movimiento. Es como si Beethoven comprendiera en este movimiento su grandeza y su miseria: el deseo y el trabajo con el que busca el valor de la música y del hombre, puntuado por su propia y brutal idiosincrasia. En medio de tanta meditación, Beethoven encuentra el modo de burlarse de sí mismo, y al mismo tiempo valorar la introspección en su justa medida.
MOVIMIENTO IV. Presto - Presto - Allegro assai. El lenguaje. La alegría. La libertad. El amor.
Clarto ¡Basta ya! Dice con autoridad el comienzo del último movimiento. Porque es, sin duda, una música que está hablando. Es la música dándonos una lección. Vuelven a aparecer los temas característicos de los cuatro movimientos (anticipando incluso el tema de la alegría), y los bajos "expresan" su opinión. Es como si la música quisiera tomar la palabra, hacerse palabra. Y cuando ya ha dicho todo lo que tenía que decir, empieza a construir el tema de la alegría, como si ya no fuera Beethoven, ni el pensamiento, ni el hombre, sino el ser de la música, quien tomara la batuta, quien compusiera. "Ahora os voy a explicar de qué va esto".
Primero construye el tema desde los bajos, poco a poco, añadiendo un matiz, otro matiz. Finalmente, consigue un tema contundente, un robusto "tutti" con el que sentar las bases. Luego, como insuflándole vida a un cuerpo de barro, lo deja ir, y el tema cobra vida propia y se desarrolla. Pero antes de que se desmande, resurge la autoridad y le impone su ley:
La palabra.
"Amigos dejemos estos tonos y elevemos un canto más grato y lleno de alegría" Son las palabras del propio Beethoven.
El bajo hace suyo el tema de la alegría, y la orquesta le acompaña sumisa con todo lo aprendido en los movimientos anteriores. Y ahora, el tema de la alegría vuelve a levantarse, orgulloso y brillante sobre el texto de Schiller en el coro. Y cada variante eleva el cántico hacia una cota aún más sublime, como si realmente la música estuviera dispuesta a echar abajo las puertas del cielo, e irrumpir en los salones de Dios.
En ese momento, se hace el silencio. La música empieza de nuevo con un tema inesperado. ¡Una vez más el canto patrio, la voz que tanto le subyuga a Beethoven! La alegría hecha cuerpo. De este canto heroico y patético se escapa una fuga imposible. Es como si la música llevara a cabo su última resistencia, su última destrucción, su descomposición. ¡Esto no será así nunca más! (Tal como luego oiremos componer en los últimos cuartetos de cuerda) La alegría desinstalándose a sí misma, el ser humano desinstalándose a sí mismo, el ser dispuesto a ser reiniciado.
Terminada la carrera, la música respira. Respira. Y resurge como el fénix, victorioso, el tema de la alegría en toda su gloria, integrando en las cuerdas la carrera misma.
Pero cuando creíamos haber terminado, vuelve la música a hablar como nos hablaba al principio del movimiento, como un verdadero padre que mirara cariñoso el juego de sus hijos. ¿Acaso creíais que esto era así, tan fácil, tan sencillo? Ahora es cuando vamos a hablar de la libertad, de la alegría, de la verdad, del lenguaje. Y es cuando comienza esa parte vocal que el público, sin Beethoven, tardó medio siglo en comprender.
La música se vuelve misteriosa, como si viajara de un mundo a otro y nosotros sólo percibiéramos algunos movimientos. Nos habla en lenguajes desconocidos. Se dirige a nosotros desde leyes aún no comprendidas. Eleva un universo distinto al que hemos pertenecido. Y desde ahí surge una vez más el tema de la alegría, empapado de originalidad, ¡amigos, esto no tiene nada que ver con cualquier sentimiento que hayáis experimentado, sino que es un regalo, desde un universo futuro, posible! La alegría desde el vacío del ser.
Entonces, después de habernos llevado a abismos insondables, la alegría vuelve, desciende, con un canto libre, juguetón, pero arrastrando una belleza sublime, una tranquilidad límpida, que una vez más podemos entender.
Ahora las voces se conocen, armonizan desde una individualidad independiente, ¡por fin esa soñada fraternidad!
Y es el momento del fin. Todo ha acabado. Todo va a comenzar: ¡Alegría, Alegría!
Esta es sin duda la mejor de todas las codas: libre y poderosa. Una explosión de júbilo que no ha alcanzado igual en la historia de la música.
Y obsérvese, como nos lo hacía observar Sergiu Celibidache, que las últimas notas que se escuchan son exactamente las mismas con las que empieza la 5ª Sinfonía, "la llamada del destino". De qué manera tan sutil, ha reconvertido la tormentosa relación de Beethoven con sus ideas para alcanzar este punto, donde destino y alegría, destino y libertad, se conjugan.
Luego vendrá el nuevo lenguaje, que son sus últimos cuartetos.
Abraham González de los Ríos Guillén. Diciembre 2011.