La reforma rompe la unidad cristiana de la Edad Media y da lugar al Concilio de Trento (1545–1563).
Es un movimiento intelectual, de origen italiano, que se difunde por toda Europa y cuyo máximo impulsor había sido Francesco Petrarca. Los humanistas reinstauran el saber griego y, sobre todo, romano, mal conocido durante la Edad Media. A tal fin, recatan del olvido textos clásicos que yacían manuscritos en bibliotecas conventuales o palaciegas, y los publican con gran pulcritud. Paralelamente restauran la visión del hombre y del mundo que poseía la antigüedad grecorromana, e imitan en sus escritos (poéticos, pero también históricos, filosóficos, morales, geográficos, científicos y oratorios) el estilo perfecto de aquellos modelos. Impulsan el estudio del latín, y también del griego, y pugnan por que las lenguas vulgares de sus países, que ellos suelen cultivar también, alcancen la majestad y perfección de la latina.
Frente al pasado cultural teocéntrico sitúan al hombre en el centro de sus preocupaciones, en un intento de que alcance en la tierra la máxima dignidad.
El movimiento humanístico se vio enormemente favorecido por la invención de la imprenta. Y se extendió en los siglos XVI y XVII.
El más importante humanista español de este siglo fue Elio Antonio de Nebrija (1441–1522), gran latinista, el cual, en 1492, publicó su Gramática castellana, que es la primera gramática de un idioma vulgar impresa en Europa.
El llamado Siglo de Oro de la literatura en lengua castellana es, en realidad, un período de ciento sesenta y cuatro años, que abarca desde la proclamación de Carlos I como rey de España, en 1517, hasta la muerte de Calderón de la Barca, en 1681. Dentro de este período pueden distinguirse dos movimientos culturales, artísticos y literarios, de los cuales cada uno se desarrolló en una centuria distinta:
El Renacimiento es uno de los movimientos artísticos de mayor prestigio en todas las épocas. Ya de por sí su nombre es eufónico y contiene, además, un significado noble. La palabra renacimiento procede de «renacer», «volver a nacer», por lo cual sugiere un período de sombra o de muerte entre dos nacimientos: el primer nacimiento se asocia a Grecia y Roma en la Edad Antigua; el segundo nacimiento (el Renacimiento) es la resurrección de la cultura grecolatina, olvidada o desatendida durante la Edad Media.
Sin embargo, el Renacimiento no surgió en todos los países al mismo tiempo ni tuvo los mismos caracteres ni igual implantación. En el caso de España, el espíritu renacentista no se impuso hasta el reinado de Carlos I (1517–1556), a pesar de que durante el siglo XV se había producido una serie de cambios en la mentalidad y en la cultura que tuvieron reflejo en la literatura.
El Renacimiento español tuvo dos fases bien diferenciadas:
Acaso sea la palabra apertura el término que defina el espíritu renacentista con mayor exactitud:
Tal apertura se torna en hermetismo oficial a raíz del Concilio de Trento, cuando España se erige en defensora de los dogmas católicos. A partir de ese momento se desarrollan en literatura las tendencias nacionales, cuyos máximos exponentes son el resurgir de la épica, la aparición de la novela picaresca y el desarrollo de una literatura religiosa que culminó en la mística.
El Renacimiento fue la época de formación de los grandes estados nacionales. La aplicación de la pólvora permitió a los reyes crear modernos ejércitos y afianzar su poder frente a la nobleza. La monarquía absoluta se fue imponiendo como forma de gobierno.
La sociedad renacentista mantuvo la división medieval en tres estamentos: nobleza, clero y estado llano. La separación entre los estamentos no fue, sin embargo, tan rígida y se introdujeron además distinciones de carácter económico. Así, dentro del estamento de la nobleza se distinguía entre grandes, títulos, caballeros e hidalgos, según la cuantía de sus rentas. La literatura nos ofrece numerosos casos de hidalgos empobrecidos que, aun así, conservaban los privilegios propios de su estamento: don Quijote es uno de ellos.
La expulsión de los judíos en el año 1492 y las guerras de religión crearon una segunda diferenciación social. Frente a los conversos o cristianos nuevos (judíos convertidos al cristianismo) se afirmó el sentimiento del cristiano viejo, entendiendo por cristiano viejo a todo cristiano que carecía de antecedentes judíos o musulmanes. Este sentimiento tuvo tal importancia que muchos gremios exigían a sus afiliados demostrar su limpieza de sangre, es decir, su condición de cristiano viejo. Autores como Fernando de Rojas, Fray Luis de León o Mateo Alemán tuvieron antecedentes judíos, lo cual pudo haber influido tanto en su concepción del mundo como en su producción literaria.
La cultura renacentista siguió marcada por la huella que imprimieron los humanistas, de modo que continuaron los estudios clásicos, en especial durante la primera mitad del siglo XVI. La generalización de la imprenta, inventada por Gutemberg a mediados del siglo XV, procuró a estos estudios una difusión que era inconcebible en épocas anteriores. Para comprender el sentido universalista de la cultura del Renacimiento basta un ejemplo: el Lazarillo de Tormes se publicó a la vez en Burgos, Alcalá de Henares y Amberes (Bélgica).
La literatura castellana del siglo XVI registra diversas influencias externas, que son un reflejo más del universalismo renacentista. Entre ellas cabe destacar las siguientes:
Junto a estas influencias externas hay un desarrollo de la literatura de tradición castellana, como es el caso de los libros de caballerías, que siguen el modelo del Amadís, y surgen a la vez algunos productos genuinamente hispanos, como la novela picaresca.
La producción literaria del siglo XVI es vastísima, y, por tanto, son multitud los temas que se tratan. Entre ellos, los más frecuentes son:
Naturalidad y selección resumen el ideal estético del Renacimiento. La naturalidad y el afán de hacerse entender fomentan el gusto por la expresión llana y sencilla, presente, por ejemplo, en el Lazarillo de Tormes o en las obras de Teresa de Jesús.
La armonía que el Renacimiento busca en la naturaleza, en el hombre y en el arte se refleja también en Literatura:
La lengua literaria alcanza su mayor esplendor en la literatura mística, cuyo objeto es describir la unión espiritual entre el alma y Dios. Esta unión origina sentimientos que los propios místicos consideran inefables, es decir, que no se pueden explicar con palabras. Por eso, los místicos recurren a símbolos y sus obras se pueblan de paradojas, metáforas, comparaciones y otros recursos literarios.
A finales del siglo XVI, el poeta sevillano Fernando de Herrera critica la naturalidad expresiva de los autores renacentistas e introduce una poesía artificiosa, culta y afectada que anuncia el Barroco.
En el Renacimiento se produce una profunda renovación de la lírica que afecta tanto a los temas como a la forma de los poemas.
Durante el primer cuarto de siglo se sigue cultivando la poesía cancioneril y alegórica. Pero en 1526, el poeta Juan Boscán se entrevista en Granada con el embajador veneciano Andrea Navagiero, quien le insta a que emplee en castellano los metros italianos. Boscán sigue su consejo y comienza a escribir sonetos, canciones, tercetos encadenados y octavas reales, empleando para ello el verso endecasílabo.
No fue Boscán el primero que empleó en castellano el verso endecasílabo. Ya en el siglo XV, Micer Francisco Imperial y el Marqués de Santillana habían intentado sin éxito adaptar al castellano las formas métricas italianas. Ahora, en cambio, el ejemplo de Boscán es seguido por Garcilaso de la Vega, quien instaura una corriente de poesía de corte italianizante que se impuso sobre la poesía tradicional castellana, compuesta a base de versos de arte menor y de versos dodecasílabos (de doce sílabas).
Garcilaso de la Vega logró transmitir al endecasílabo castellano la musicalidad que caracterizaba a los endecasílabos italianos compuestos por Petrarca. Combinó además con acierto los versos endecasílabos con los versos heptasílabos e inventó algunas estrofas, como la lira, que tuvieron especial fortuna durante el siglo XVI. En liras están escritos algunos de los poemas más bellos de la poesía castellana.
De Garcilaso surgen dos corrientes en la segunda mitad del siglo XVI:
Una consecuencia inmediata del sentido nacional y patriótico que impera en la España de Felipe II es el resurgir de una épica culta, formada por obras en las que se recogen asuntos heroicos de la época.
Los poemas épicos más destacados son La Austriada, de Juan Ruiz, y La Araucana, de Alonso de Ercilla. El primero tiene por objeto ensalzar la figura de don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, héroe de Lepanto; el segundo narra acontecimientos de la conquista de Chile, muchos de ellos escritos en el propio campo de batalla.
En el siglo XVI se desarrollan dos corrientes espirituales cuyas manifestaciones poéticas entroncan con la poesía de Garcilaso, con la poesía cancioneril y con los métodos de análisis de los sentimientos que tienen su origen en la poesía de Petrarca. Estas dos corrientes son la ascética y la mística.
Ambas corrientes son resultado de la inquietud espiritual de la España del siglo XVI y se manifiestan con especial intensidad en el segundo Renacimiento, es decir, durante el reinado de Felipe II. Es en esta época cuando las dos figuras cumbre de la mística española, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, intentan transmitir sus experiencias místicas mediante la literatura.
Las obras acéticas y místicas no forman, en realidad, un género literario. Los autores ascéticos y místicos escriben tanto en verso como en prosa. Incluso, a veces, escriben comentarios en prosa sobre lo que quieren decir en sus versos. No obstante, la unidad temática de estas obras y sus peculiaridades aconsejan diferenciarlas de otras obras escritas en verso y en prosa. Por eso, suele hablarse del género de la literatura religiosa.
También el teatro evoluciona de forma notable durante el siglo XVI. La distinción entre teatro religioso y teatro profano sigue vigente durante toda la centuria.
El paso es una pieza muy breve que se incluía en la representación de obras más largas y dramáticas con el fin de avivar el interés de los espectadores. En él se presenta una situación cómica que suele estar protagonizada por un personaje simple: el bobo. Del paso surgirá, en el siglo XVII, el género del entremés.
En el siglo XVI se produce un florecimiento de tres modalidades de prosa: la prosa didáctica, la prosa histórica y la prosa de ficción.
La prosa didáctica. Los escritores erasmistas defendieron una literatura útil y verdadera, que sirviera para educar, y criticaron las obras de ficción, a las que consideraban mentirosas e inmorales. Por ello cultivaron diálogos sobre temas diversos y colecciones de refranes, dichos y sentencias. Entre los diálogos cabe destacar el Diálogo de la lengua, de Juan Valdés, y La perfecta casada, de fray Luis de León.
La prosa histórica. La magnitud de las empresas españolas en el siglo XVI fomentó la creación de obras de carácter histórico. Entre ellas destacan las que refieren asuntos de la conquista de América. Quienes participaron en tales acontecimientos se convirtieron a veces en historiadores espontáneos y crearon relatos llenos de viveza y de frescura. Entre los historiadores de Indias destacó Bernal Díaz del Castillo, autor de la Verdadera historia de los sucesos de la conquista de Nueva España.
La prosa de ficción. El panorama de la prosa novelesca o de ficción en el siglo XVI es muy variado. Junto a géneros que perviven de épocas anteriores, como la novela sentimental o la novela de caballerías, surgen otros nuevos, como la novela pastoril, la novela bizantina, la novela morisca o la novela picaresca.
La palabra Renacimiento implica un concepto de resurrección, de algo que sale de nuevo a la vida. Esa nueva vida es el mundo pagano: Grecia y Roma.
El Renacimiento fue un fenómeno general y homogéneo que afectó a todos los órdenes del ser humano.
Como expresión literaria española se dio en el siglo XVI. Dentro de los límites más indispensables que de una manera más reducida configuran su fisonomía, interesa encuadrarlo en una doble vertiente:
En su aspecto espiritual o ideológico, se le conoce también con el nombre de humanismo. Viene a ser, en esencia, este movimiento el reverso de la mentalidad anterior a los siglos V al XV.
En efecto, al terminar la Edad Media, el entibiamiento del fervor religioso y la novedad de los acontecimientos históricos (descubrimientos geográficos y científicos, hallazgo de enormes tesoros culturales) engendraron un sentimiento de orgullo e independencia que acabó por desmoronar las concepciones tradicionales medievales.
Tres nuevos puntos de vista, sobre otros tantos temas capitales, como el hombre, la vida y la naturaleza, sufrieron una honda transformación.
Por ese camino, el hombre llega a valorar excesivamente todo aquello que provenga de su noble condición humana: se tendrá plena confianza en la razón (atreviéndose, en ocasiones, a prescindir de las verdades reveladas –Lutero–), se analizan con manifiesta complacencia sus reacciones personales sentimentales (como se advierte en la producción lírica del amor platónico) y se justificarán los instintos, haciendo caso omiso de la moral (el derecho maquiavélico).
Como consecuencia lógica, se prefiere cantar la vida y más aún la jocunda satisfacción de gozarla. Se hace norma el credo horaciano del carpe diem (aprovecha el día). En efecto, el renacentista centra el gozo en el disfrute del momento presente, ya que el otro, el escatológico, el posible, tan afirmativamente asegurado en la Edad Media, o decididamente no existe o, al menos, se desconfía de su existencia. En todo caso, como otros epicúreos, concluyen: Dum vivimus, vivamus (Mientras vivimos, vivamos).
Esta nueva valoración de la naturaleza hallará su expresión artística en la glosa de los temas horacianos del Beatus ille y de la Aetas aurea, así como en las abundantísimas alusiones al paisaje (locus amoenus) que adquiere la categoría de protagonista.
Si en su contenido espiritual el Renacimiento, o mejor dicho el Humanismo, acuñó estas características específicas, en su aspecto estético o formal, en el literario, encarna unas notas típicas que configuran su fisonomía.
Así, en la Edad Media, la cultura quedó recluida casi exclusivamente en los monasterios, mantenida por clérigos; ahora en el Renacimiento, cultivada por los humanistas (de humanus = culto, educado), alcanza mayor proyección en cortes, palacios, centros de estudio.
Al latín medieval, llamado despectivamente latín culinario, sucede el latín de los escritores –el latín culto–, que toman por modelos a los de la antigüedad clásica: Cicerón, Virgilio, Horacio…
Pero precisamente por imitar a los clásicos que usaron su lengua vernácula en sus escritos, en el Renacimiento se concedió la máxima importancia al idioma vulgar, por otra parte fruto espontáneo de la naturaleza.
La entusiasta aceptación de los modelos clásicos despertó un enorme deseo de lograr también en la creación literaria una armoniosa belleza formal. La «fermosa cobertura», desdeñada por los escritores medievales, pasará en este momento a preocupación estética de primer plano.
La única e inexhausta fuente de inspiración será la naturaleza, bien directamente –culto al paisaje–, bien a través de las versiones idílicas de la literatura clásica. En este sentido, el Renacimiento rehabilitó los principales temas de la época pasada: los relatos mitológicos y el bucolismo pastoril.
De todos los géneros literarios, la poesía fue el primero que asimiló íntegramente la estética del Renacimiento mediante la imitación directa de os poetas italianos (sobre todo Dante y Petrarca) por Juan Boscán.
Desde Dante y Petrarca, los grandes escritores italianos habían encontrado el camino para expresar la nueva sensibilidad: el endecasílabo, «nuevo, divino instrumento, criatura perfecta y siempre virginal, flauta y arpa, dulce violín de musical madera conmovida», en expresión de Dámaso Alonso.
Y es que la nueva poesía italiana entrañaba, al mismo tiempo, renovación de:
Las viejas estructuras métricas y temáticas cedieron ante el empuje y vitalidad de las nuevas concepciones en las que cabía todo un mundo de ideas y de temas nuevos, que se polarizan en torno:
El poeta, antes envuelto en las puras abstracciones de la tradición trovadoresca, descubre el mundo de su «yo», de su intimidad, y adquiere conciencia, al mismo tiempo, de la belleza del mundo exterior, reflejo de la Suma Belleza.
Este triple mundo temático encuentra adecuada expresión formal en las nuevas estrofas: soneto, octava real, terceto, lira y silva.
La influencia de Dante en España es evidente en Micer Francisco Imperial. Pero el dantismo se vincula a los nombres de Juan de Mena y del marqués de Santillana.
En Santillana hay tanta influencia petrarquista como dantesca. Rastro de Dante encontramos en la Elegía a don Enrique de Villena, en El infierno de los enamorados y La Comedieta de Ponza, mientras se muestra petrarquista en gran parte de sus 42 sonetos «fechos al itálico modo», en los que triunfa el sentimiento amoroso.
Juan de Mena es el autor español más influido por Dante, especialmente en su Labyrintho.
Sin embargo, la influencia de Dante en España es inferior a la que ejercieron Petrarca o Boccaccio.