Alvaro Mata Guillé
Del libro: “Más allá de la bruma”
1
Las mariposas
se asomaban con las sombras,
como un centelleo entre las nubes que bajaban,
como espectros. Quisimos ir con ellas,
pero un relámpago,
que iluminaba los falos de la luna,
el ulular de los búhos y el arrastrar de cadenas,
nos detuvo. No había a dónde ir,
no corría el sol, ni el agua,
no llegaba todavía la niebla. Nos sentamos,
bajo el árbol de las orejas,
a esperar,
hurgando los huesos de los libros,
sus voces. Los ojos,
tomados por la baba,
desollaban el sueño y la sombra,
las manos aferradas a las púas,
las cuencas negras y las ojeras,
los dientes tirados en las fosas, contaba Jorge,
diciendo que nuestros enojos venían de lejos,
de un tiempo sin tiempo,
de otra parte,
del monólogo en el espejo de Arvo,
del brillor en el sótano,
en el desierto,
en el adobe,
en la otra orilla,
de un lugar sin lugar
.
En ese entonces,
se veía sin mirar,
ni el viento,
ni el miedo,
sólo lo indiferente. Fue
un antes de antes de llegar el umbrío,
de que las hojas se ampararan en las sombras,
y las mariposas
.
2
La oscuridad
relampagueaba en el ulular de las antorchas,
palidecía la luna,
la niebla se filtraba junto al frío,
con las voces y el murmullo de los cerros. Las mariposas,
colgadas del árbol,
flotaban junto a las orejas, los escritos, los libros,
leían la luz de los muertos entre los cedros,
en los almendros,
en los vanos de las gradas,
en la ceniza
:
hablaban del origen del origen
del vacío,
de la tristeza y el desaliento,
de violaciones, de golpes,
del tránsito de fuego y los elementos terrestres,
de un lugar sin nombre,
de fragmentos. En
ese antes del antes,
los hijos nacían de sí mismos,
eran lo otro,
se ataba y desataba lo venido. Todo
estaba escrito, todo dicho,
los rostros se asemejaban a los días,
mutaban en las cosas
:
en la sombra de la flor en el árbol,
en las ramas,
en las nubes. Se sabía
del polvo,
del vuelo de los pájaros en las fosas,
que escondidos en la nieve,
entre los pétalos de piedra, aleteaban junto a una serpiente sin alas,
junto a la flor meciéndose en el árbol. Jorge murió,
una de sus tantas veces,
en un mes de mayo, en marzo, en octubre,
en abril,
tirado en una tina, convertido en ceniza,
yéndose con las hojas en el fuego en el aire. Desde entonces,
el murmullo del río baja hacia la penumbra,
se une a un pájaro de plumas verdes,
a una tortuga verde
que corretea por la selva
encendiendo una hoguera
también verde
.
En los escombros,
como un centelleo,
quedó el llanto en el cerco,
en la viga en las paredes,
en el mar,
en el valle
,
en la lejanía
.
3
el horizonte
se deshace en la luz de la sombra
entenebre
,
la lluvia se esconde en la ladera,
persigue al cielo disfrazado en la lumbre,
la oscuridad se pega a los charcos,
al barro,
a los arbustos
,
el viento mueve el fulgor,
se desliza como un reflejo suspendido en el tiempo
,
la filigrana solar
torna diáfana la penumbra
.
El enjambre de luz, el llanto en el cerco en el río,
el rostro encubierto por las sombras,
y las mariposas,
desaparecen sumidos en el crepúsculo,
en el recuerdo
.
Mathías,
partió hace algún tiempo,
como Eunice lo hizo en los adentros del Neva
y Jorge desvaneciéndose en el fuego del polvo
en el aire, Carlos,
se fue en una tarde,
en una noche,
en el sótano, en el frío,
en el aliento
:
Eunice,
se desdibujó en el ahogo,
en el polvo de Jorge entre los gatos, Mathías
balanceándose en el columpio,
arriba de la cornisa; Carlos,
volaba con su paraguas de alas naranja,
tomaba un té,
brincaba por los tejados
.
Lo escrito
quedó en algunos libros,
en notas dispersas,
en los nombres que deletreaban las voces
;
el silencio, las brujas,
el pasillo,
enclaustrados como fantasmas en los cuartos,
en el viento,
en la bruma
.
4
Cansadas,
las mariposas se habían marchado con las sombras,
los cedros y los almendros,
dejando algunos libros,
algunas frases,
algún recuerdo. Era un día,
de otro día de otro,
de una mañana tras otra,
cuando el invierno llegaba con las lluvias
y la ceniza desteñía los troncos,
a la neblina entre los árboles,
a los roedores, a los arbustos. No
se distinguía el sol,
tampoco la tarde,
ni el horizonte,
estábamos solos
,
quedaban algunos pájaros aleteando en las fosas,
el silencio
,
lo ausente
.
Del libro: “Un país sin nombre”.
En una laguna muerta
De niño
me preguntaba por la niebla mezclándome en ella, dejándome ir en el letargo que abrazaba el polvo,
era un tiempo sin tiempo:
lo ajeno, la nostalgia,
yo mismo reapareciendo en la lejanía, en el cerro que desdibujaba las cuevas de la bruja, en los brazos de los árboles dirigiéndose hacia las lomas,
diluidos en la bruma,
en el vacío
;
había unas pocas calles
recorridas por el sol y el rumor de algunos fantasmas,
voces de sombras que salían de las casas,
un antes de un antes inmerso en la penumbra,
confundido en el silencio,
al que percibía mientras buscaba (en el cúmulo de cosas,
el polvo, la lluvia, el viento)
cuál era mi rostro,
cuál mi voz
una sombra
;
nací en un lugar sin nombre,
el país de los ausentes decía Jorge Arturo,
el pueblón le llamaba Eunice Odio,
un lugar que no era un lugar decía yo
.
En las noches imaginaba lugares distantes,
veredas,
callejones,
sonidos que pernoctaban en las aceras,
escapando entre los bosques,
un dejarse ir vislumbrando en lo lejano,
un perderse
;
la misma sensación de nostalgia reaparecía al contemplar el brillor que parpadeaba en las montañas,
en las casas al lado de la bruma que encubría los surcos
entre los árboles,
el exilio,
la distancia
;
sumido en la llovizna,
buscaba un algo del algo,
estando allá estaba aquí,
todo era todo:
ajenidad, sueño,
minutos transformados en lo incierto,
el mutismo que iba al pasado en busca de respuestas,
pero las respuestas no son respuestas,
son ópalos que se pierden sin brillo en el abismo,
diluyéndose como la lluvia en los cerros,
esperando la venida de los muertos,
lo que dicen en nosotros,
mientras llega la niebla
.
Casi al amanecer,
quedando todavía unas estrellas, con el viento detenido y también la lluvia,
continuaba deambulando por los barrios de mi barrio:
reaparecía el desierto,
unos cerros dormidos,
el murmullo de cantos que apenas escuchaba,
ritos caminando hacia el vacío
;
el allá era el aquí,
iba y venía era el otro:
la sombra, la niebla, lo ausente,
el pasado regresando a la lejanía,
el todo en el todo,
la sombra, la niebla,
lo ausente
.
El mutismo se sumergía en la indiferencia,
pasaban las cosas sin pasar :
un pájaro, una nube,
el sol de nuevo entre las calles envejeciendo,
un perro arrastrando las cadenas,
un grito, un pájaro,
una nube
;
perseguía el crepúsculo,
buscaba un fantasma,
la extrañeza,
el origen del origen en el polvo,
pero nada había
.
Del libro: “Sobre los fragmentos”
29.
Todo
vuelve al mismo sitio:
la ciudad con el escozor de su brillo,
el rumor que bosqueja el río en los bosques de musgo, alejados del
cielo en el agua de piedra:
el centelleo opaca el sopor en las sombras,
el vislumbre de las luces,
el murmullo empozado en el riachuelo al lado del llanto en el cerco, junto a los pétalos mecidos en las nubes y las ramas que cercenan los árboles
y su luto:
la noche está afuera,
es adentro,
permuta en el sigilo de pasos de noche,
en los surcos que agrietan el párpado,
en las urnas,
en el humo de barro del humo
(busqué los pájaros en los árboles
y los muertos se habían ido,
solo apareció un perro con cadenas que corría hacia el monte
traspasando el herrumbre que goteaba en las columnas
-los gritos en las puertas,
el rumor en los sepulcros,
en los nichos clausurados-
golpeando la arena del túmulo de polvo
la ceniza
la sal de la estatua derruida en la nieve
los barrotes de la iglesia,
las calles de susurros inundadas por una flor de pétalos de piedra
desmoronándose en los caminos
en los cerros,
en la arena del rostro en el viento
en las alas de un dios muerto),
la noche es afuera,
está adentro,
muta sin mutar en el crepúsculo
(los árboles
venían detrás de nosotros
con los pájaros
con los grillos,
buscando el nacimiento del eco
y la sangre de un becerro muerto florecía en el ara en las piedras, en la lumbre de la sangre en las velas, las manos y uñas del sudor del lodo en la carne y el altar del sacrificio,
junto a la casa de los venados
que recibía los rezos y ofrendas en silencio,
en ese lugar
donde nace el sol
y la sombra baña la espalda del cerro
y lo quema,
donde nace el viento
y las cosas vuelven sin volver
al principio),
la historia es bruma,
vacío,
el vacío en la sombra,
yo mismo en el umbrío, en la flor que transparenta en la laguna de piedra,
en el llanto de los pétalos en el árbol,
en el ladrido del perro arrastrando las cadenas en el trecho, en el monte al lado del cerro, entre huesos y ramas escondidas en las nubes
en los ojos de las urnas.
Los insectos ululan en el jardín prohibido,
camino hacia la laguna muerta,
en busca de las estrellas de granito:
la vida aquieta la vida
la nada se disgrega en la nada
en la niebla,
en el viento.
Del libro: “Más allá de la bruma”
1
Las mariposas
se asomaban con las sombras,
como un centelleo entre las nubes que bajaban,
como espectros. Quisimos ir con ellas,
pero un relámpago,
que iluminaba los falos de la luna,
el ulular de los búhos y el arrastrar de cadenas,
nos detuvo. No había a dónde ir,
no corría el sol, ni el agua,
no llegaba todavía la niebla. Nos sentamos,
bajo el árbol de las orejas,
a esperar,
hurgando los huesos de los libros,
sus voces. Los ojos,
tomados por la baba,
desollaban el sueño y la sombra,
las manos aferradas a las púas,
las cuencas negras y las ojeras,
los dientes tirados en las fosas, contaba Jorge,
diciendo que nuestros enojos venían de lejos,
de un tiempo sin tiempo,
de otra parte,
del monólogo en el espejo de Arvo,
del brillor en el sótano,
en el desierto,
en el adobe,
en la otra orilla,
de un lugar sin lugar
.
En ese entonces,
se veía sin mirar,
ni el viento,
ni el miedo,
sólo lo indiferente. Fue
un antes de antes de llegar el umbrío,
de que las hojas se ampararan en las sombras,
y las mariposas
.
2
La oscuridad
relampagueaba en el ulular de las antorchas,
palidecía la luna,
la niebla se filtraba junto al frío,
con las voces y el murmullo de los cerros. Las mariposas,
colgadas del árbol,
flotaban junto a las orejas, los escritos, los libros,
leían la luz de los muertos entre los cedros,
en los almendros,
en los vanos de las gradas,
en la ceniza
:
hablaban del origen del origen
del vacío,
de la tristeza y el desaliento,
de violaciones, de golpes,
del tránsito de fuego y los elementos terrestres,
de un lugar sin nombre,
de fragmentos. En
ese antes del antes,
los hijos nacían de sí mismos,
eran lo otro,
se ataba y desataba lo venido. Todo
estaba escrito, todo dicho,
los rostros se asemejaban a los días,
mutaban en las cosas
:
en la sombra de la flor en el árbol,
en las ramas,
en las nubes. Se sabía
del polvo,
del vuelo de los pájaros en las fosas,
que escondidos en la nieve,
entre los pétalos de piedra, aleteaban junto a una serpiente sin alas,
junto a la flor meciéndose en el árbol. Jorge murió,
una de sus tantas veces,
en un mes de mayo, en marzo, en octubre,
en abril,
tirado en una tina, convertido en ceniza,
yéndose con las hojas en el fuego en el aire. Desde entonces,
el murmullo del río baja hacia la penumbra,
se une a un pájaro de plumas verdes,
a una tortuga verde
que corretea por la selva
encendiendo una hoguera
también verde
.
En los escombros,
como un centelleo,
quedó el llanto en el cerco,
en la viga en las paredes,
en el mar,
en el valle
,
en la lejanía
.
3
el horizonte
se deshace en la luz de la sombra
entenebre
,
la lluvia se esconde en la ladera,
persigue al cielo disfrazado en la lumbre,
la oscuridad se pega a los charcos,
al barro,
a los arbustos
,
el viento mueve el fulgor,
se desliza como un reflejo suspendido en el tiempo
,
la filigrana solar
torna diáfana la penumbra
.
El enjambre de luz, el llanto en el cerco en el río,
el rostro encubierto por las sombras,
y las mariposas,
desaparecen sumidos en el crepúsculo,
en el recuerdo
.
Mathías,
partió hace algún tiempo,
como Eunice lo hizo en los adentros del Neva
y Jorge desvaneciéndose en el fuego del polvo
en el aire, Carlos,
se fue en una tarde,
en una noche,
en el sótano, en el frío,
en el aliento
:
Eunice,
se desdibujó en el ahogo,
en el polvo de Jorge entre los gatos, Mathías
balanceándose en el columpio,
arriba de la cornisa; Carlos,
volaba con su paraguas de alas naranja,
tomaba un té,
brincaba por los tejados
.
Lo escrito
quedó en algunos libros,
en notas dispersas,
en los nombres que deletreaban las voces
;
el silencio, las brujas,
el pasillo,
enclaustrados como fantasmas en los cuartos,
en el viento,
en la bruma
.
4
Cansadas,
las mariposas se habían marchado con las sombras,
los cedros y los almendros,
dejando algunos libros,
algunas frases,
algún recuerdo. Era un día,
de otro día de otro,
de una mañana tras otra,
cuando el invierno llegaba con las lluvias
y la ceniza desteñía los troncos,
a la neblina entre los árboles,
a los roedores, a los arbustos. No
se distinguía el sol,
tampoco la tarde,
ni el horizonte,
estábamos solos
,
quedaban algunos pájaros aleteando en las fosas,
el silencio
,
lo ausente
.
Del libro: “Un país sin nombre”.
En una laguna muerta
De niño
me preguntaba por la niebla mezclándome en ella, dejándome ir en el letargo que abrazaba el polvo,
era un tiempo sin tiempo:
lo ajeno, la nostalgia,
yo mismo reapareciendo en la lejanía, en el cerro que desdibujaba las cuevas de la bruja, en los brazos de los árboles dirigiéndose hacia las lomas,
diluidos en la bruma,
en el vacío
;
había unas pocas calles
recorridas por el sol y el rumor de algunos fantasmas,
voces de sombras que salían de las casas,
un antes de un antes inmerso en la penumbra,
confundido en el silencio,
al que percibía mientras buscaba (en el cúmulo de cosas,
el polvo, la lluvia, el viento)
cuál era mi rostro,
cuál mi voz
una sombra
;
nací en un lugar sin nombre,
el país de los ausentes decía Jorge Arturo,
el pueblón le llamaba Eunice Odio,
un lugar que no era un lugar decía yo
.
En las noches imaginaba lugares distantes,
veredas,
callejones,
sonidos que pernoctaban en las aceras,
escapando entre los bosques,
un dejarse ir vislumbrando en lo lejano,
un perderse
;
la misma sensación de nostalgia reaparecía al contemplar el brillor que parpadeaba en las montañas,
en las casas al lado de la bruma que encubría los surcos
entre los árboles,
el exilio,
la distancia
;
sumido en la llovizna,
buscaba un algo del algo,
estando allá estaba aquí,
todo era todo:
ajenidad, sueño,
minutos transformados en lo incierto,
el mutismo que iba al pasado en busca de respuestas,
pero las respuestas no son respuestas,
son ópalos que se pierden sin brillo en el abismo,
diluyéndose como la lluvia en los cerros,
esperando la venida de los muertos,
lo que dicen en nosotros,
mientras llega la niebla
.
Casi al amanecer,
quedando todavía unas estrellas, con el viento detenido y también la lluvia,
continuaba deambulando por los barrios de mi barrio:
reaparecía el desierto,
unos cerros dormidos,
el murmullo de cantos que apenas escuchaba,
ritos caminando hacia el vacío
;
el allá era el aquí,
iba y venía era el otro:
la sombra, la niebla, lo ausente,
el pasado regresando a la lejanía,
el todo en el todo,
la sombra, la niebla,
lo ausente
.
El mutismo se sumergía en la indiferencia,
pasaban las cosas sin pasar :
un pájaro, una nube,
el sol de nuevo entre las calles envejeciendo,
un perro arrastrando las cadenas,
un grito, un pájaro,
una nube
;
perseguía el crepúsculo,
buscaba un fantasma,
la extrañeza,
el origen del origen en el polvo,
pero nada había
.
Del libro: “Sobre los fragmentos”
29.
Todo
vuelve al mismo sitio:
la ciudad con el escozor de su brillo,
el rumor que bosqueja el río en los bosques de musgo, alejados del
cielo en el agua de piedra:
el centelleo opaca el sopor en las sombras,
el vislumbre de las luces,
el murmullo empozado en el riachuelo al lado del llanto en el cerco, junto a los pétalos mecidos en las nubes y las ramas que cercenan los árboles
y su luto:
la noche está afuera,
es adentro,
permuta en el sigilo de pasos de noche,
en los surcos que agrietan el párpado,
en las urnas,
en el humo de barro del humo
(busqué los pájaros en los árboles
y los muertos se habían ido,
solo apareció un perro con cadenas que corría hacia el monte
traspasando el herrumbre que goteaba en las columnas
-los gritos en las puertas,
el rumor en los sepulcros,
en los nichos clausurados-
golpeando la arena del túmulo de polvo
la ceniza
la sal de la estatua derruida en la nieve
los barrotes de la iglesia,
las calles de susurros inundadas por una flor de pétalos de piedra
desmoronándose en los caminos
en los cerros,
en la arena del rostro en el viento
en las alas de un dios muerto),
la noche es afuera,
está adentro,
muta sin mutar en el crepúsculo
(los árboles
venían detrás de nosotros
con los pájaros
con los grillos,
buscando el nacimiento del eco
y la sangre de un becerro muerto florecía en el ara en las piedras, en la lumbre de la sangre en las velas, las manos y uñas del sudor del lodo en la carne y el altar del sacrificio,
junto a la casa de los venados
que recibía los rezos y ofrendas en silencio,
en ese lugar
donde nace el sol
y la sombra baña la espalda del cerro
y lo quema,
donde nace el viento
y las cosas vuelven sin volver
al principio),
la historia es bruma,
vacío,
el vacío en la sombra,
yo mismo en el umbrío, en la flor que transparenta en la laguna de piedra,
en el llanto de los pétalos en el árbol,
en el ladrido del perro arrastrando las cadenas en el trecho, en el monte al lado del cerro, entre huesos y ramas escondidas en las nubes
en los ojos de las urnas.
Los insectos ululan en el jardín prohibido,
camino hacia la laguna muerta,
en busca de las estrellas de granito:
la vida aquieta la vida
la nada se disgrega en la nada
en la niebla,
en el viento.
Nosotros, los inmersos. Un asomo a la poética de Álvaro Mata Guillé.
Alexis Romero
Han existido y existen escritores cuyos textos testimonian sus lealtades y fidelidades a los resplandores y sombras de sus infancias. Álvaro Mata Guillé, poeta costarricense, gracias a sus poemarios Debajo del viento, Más allá de la bruma, Un país sin nombre, Sobre los fragmentos, Una serpiente sin alas… nos permite corroborar su pertenencia a dicha familia. Un poeta nacido en un país dotado de ríos, montañas, lluvias diarias(casi secretas), convulsiones políticas, urbanizaciones balcánicas, hogares gobernados por el silencio y el frío, patios que esconden mitos y leyendas. Un país que fracasa cuando intenta ignorar sus misterios. Un país donde es verdad y realidad la bruma y su oscuridad, el viento y lo subterráneo, el rezo y su sombra, la escasa claridad y la decadencia de la potencia de nombrar.
Sabemos, nos han dicho los humildes del pensamiento, que toda primera lectura es substantivamente superficial. No obstante, apenas la iniciamos en los libros de este autor, notamos que las modas literarias están ausentes en cada uno de sus registros. La paciencia nos invita a leer, pensar, comprender y sentir cada poema, cada libro. Sabes que estás leyendo lo contemporáneo, pero escrito desde un lugar entre dos reinos: el odio y una mínima luz de la sombra. Lo contemporáneo, pero nombrado con el lenguaje de los eternos monasterios, donde los signos y el misterio describen la realidad. La mano, la boca y el oído que escriben y limpian cada línea, son las de una persona insatisfecha y furiosa con lo perenne; buscadora de resquicios, de semillas originales, de conversaciones debajo de los árboles, de la intimidad de las piedras, de los evangelios del viento, de una bruma limpia de mentiras y tragedias familiares.
Álvaro Mata Guillé escribe un solo libro, pero con nombres distintos. Su metafísica fundacional: Un espejismo: Costa Rica: Ese Infierno, Purgatorio y Paraíso, que le dicta cada línea que escribe y escribirá. El poeta lo sabe, lo niega, lo acepta; lo combate, pero siempre brota derrotado. Y con esa voz del derrotado, del vencido por la tierra que oyó su primer llanto, construye una isla donde aglutina sus obsesiones, persecuciones, acosos de la realidad. La complejidad humana asumida desde la ingenuidad e inocencia de un alma que busca afincarse, apoyarse de un árbol habitado por los pájaros de la religación, comunión y quietud de vivir. Pero, y lo disyuntivo es su permanencia, su respiración, lo gobierna la inquietud de vivir.
En todos sus libros no hay días ni noches específicos, sino cualesquiera. Una forma de gobierno de lo incierto. Las tardes son insignificantes, vulgares, aturdidas. Manda y demanda lo subrepticio, lo que habita y cohabita debajo. Incluso debajo del viento. Nada está a la vista. Todo es materialmente irreal, sombra, bruma, halo, líquido… Esas existencias sustantivas: penumbra, árbol, lluvia, vacíos, vislumbres, posibilidades, pájaros, madre, padre, tía, abuelos, país, montañas, amigos, son excusas para describir las pérdidas, los desmoronamientos, la perennidad, la soledad creciente y definitiva, los temores bíblicos, los legados familiares, el rechazo por la cultura de los connacionales, amantes de lo que niega necesaria normalidad civilizatoria. Su mirada se detiene en las repercusiones de la sombra en las calles, el tiempo, en los susurros, en ese alguien que siempre espera y lo dice: Nosotros, inmersos en la opacidad del corredor, en lo eterno. La realidad mezclada con lo mágico, con eso superior a los significados. Andar resguardado, protegido, custodiado por algunas oraciones, algunos rezos entre la bruma. Una realidad de fantasmas, de encuentros, saludos y conversaciones con seres inconscientes del cuerpo, ciegas frente al otro; una conversación con la niebla, el humo, el polvo, el vaho. Siempre se habla con los idos, con los que aún no tiene un lugar aquí o allá: seres encarcelados en lo indeciso, en lo ambiguo, en la sombra vestida de lumbres.
Costa Rica, una metonimia de América Latina. Costa Rica: el país donde lo sentimental y afectivo lo dicta el eco del aleteo de las mariposas. Del aleteo viene su tragedia, su falsa modernidad, su despertar tardío…, parece decirnos la poesía de uno de sus hijos. Sin embargo, esa descripción minuciosa de los entresijos espirituales y materiales de semejante nación, no sólo es para ella, sino también para todo lo latinoamericano. Es una triangulación singular: es el encuentro trágico y dramático de la quieta belleza, la barbarie de la política y la inquietud del pensamiento pro civilización. Encuentro, leído en los poemas, donde siempre triunfa una segunda manifestación cultural. Y es la constatación de ese triunfo, uno de los hilos invisibles de la poética de este autor.
Podríamos pensar en un escultor del pesimismo, después de hundirnos en una segunda lectura de todos sus libros. Dedicarnos absurdamente a buscar los indicios del optimismo y despedirnos usando el rechazo. Pero si este hundimiento te ha permitido, como lo hacen los grandes buceadores, emerger y respirar, y luego volver a sumergirte, habrás visto al corazón que observa y nombra lo que subyace a este panorama que arrasa hasta con los dones de los desiertos. Y te habrás topado con una sombra que lee la Biblia, con brillos tímidos intentando volver, un valle por donde transitan los muertos, sus muertos; el amoroso asomo de alguien, el trino de un pájaro con el pico destrozado, la filigrana solar como la flor del encierro, el silencio larvario en el aleteo de las mariposas…Todo esto oculto, en espera, debajo de las leyendas familiares, el hogar, la casa, el portal, el patio, el odio…Allí, aquí, allá, donde el silencioso gobierno del odio dicta las palabras de la mañana, la tarde y la noche. Eso sí, sólo dicta palabras que llegan muertas al hogar del lenguaje, el espíritu. Un espíritu sentado en un antiguo banco de un antiguo parque, desde el cual contempla que
Todo
Sigue oscuro mientras escribo
Y espero.
En efecto. Porque quien ama el lenguaje, vive esperando sus instrucciones. Instrucciones celestiales, dicen los humildes.
Álvaro Mata Guillé. Escritor, San José, Costa Rica.
Algunos de sus libros: “Una serpiente sin alas”, Colombia; “Un país sin nombre”, México; “Más allá de la bruma”, México; “La niebla y lo ausente”, antología, Argentina; “Separata. Breve Antología”, México; “Debajo del Viento”, Argentina y Venezuela; “Escenas de una tarde”, Costa Rica y Brasil. Escribe regularmente artículos de crítica cultural para la revista Libros y Letras (Colombia).
Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía (México, Costa Rica, Argentina, Guatemala, España, Colombia) y del área internacional del Festival Internacional de poesía Abbapalabra (México); Director de la revista Contra el tedio (México); Director del proyecto A la orilla del lago (Estado de México) buscando renovar los vínculos sociales desde la poesía.
Con su grupo Baco teatro-danza dirigió las obras: “La señorita Julia” de August Strindberg; “El jardín de las Delicias” de Fernando Arrabal; “Pasado en Claro” de Octavio Paz; “Informe negro” de Franciso Hinojosa; “Esta es la historia de un fracaso más” de Rafael Cadenas; “Escenas de una tarde” de Álvaro Mata Guillé y “Antes que Anochezca” de Liliana Mouesca. Como actor participó en los cortometrajes “La otra lápida” y “La Novia”, dirigidas por chileno Esteban Zabala, en el papel principal.