Claudia [M.] Sánchez Cadena, nació en 1985, estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Fue becaria de poesía en el Festival Interfaz-ISSSTE. Ha colaborado en La Jornada Semanal y en las revistas Monolito, Liebre de fuego y Río arriba.

JUEVES

La mañana debe seguir gris;

el té, guardado en su tibieza,

es lo único que flota en la cocina.

Cuesta mucho levantarse

cuando la vida es una piedra

sin esquinas afiladas a las cuales asirnos.

Cuesta tanto despertar

de un sueño que nos lleva

a un lugar menos miserable que la existencia.

El aire debe permanecer gris,

tan irrespirable, tan ajeno a nosotros

como una canción perdida en la cabeza.

Como cada jueves por la mañana

me preparo un té,

una nube tibia de especias atraviesa mi cuarto,

cambia de lugar y continúa extendiéndose,

amenazante,

justo como la mañana.

DÍA HÁBIL

Un día dejé la estufa encendida,

a la manera de Plath,

fue un gran absurdo desperdiciar el gas,

tan preciado en el mundo,

y yo, con tan pocas monedas en los bolsillos como anhelos.

Otro día contemplé mi gran caída desde un puente,

pensé en el ruido de mis huesos,

pero temí, sobre todo,

causar un gran escándalo,

demasiado ruido para mí.

En otra ocasión,

como esos deseos de película ante fuentes claras y brillantes,

tomé muchas pastillas de un frasco pequeño y reluciente,

eran para la presión y no sucedió nada memorable

más que un vómito acuoso sobre el piso reluciente de la habitación.

El último día,

siempre hay un último,

comencé a trabajar de 11 am a 9 pm,

un suicidio ejemplar,

sin estertores o manchas para arruinar un bello paisaje.

ESQUIRLAS

tus manos

supieron abrir la noche

mostrándome las estrellas

supieron calentar la nieve

tocando sólo las ventanas

supieron

sabrán

abrirme la tierra

arrancando la flor

ClarisseNicoïdski

Una grieta crece desde mi tobillo izquierdo hasta la sien,

creí que no me rompería más,

que el dolor disminuiría, madre;

voy coleccionando cicatrices que no quiero soltar.

Caminamos juntas,

los baches hieren nuestros pies,

descubrimos afiladas esquirlas

que llevamos cosidas a los huesos.

Formas veredas con las piedras

que te han endurecido la piel, madre,

cortas espinas a los tallos de las flores;

allanas mi camino con tu jardín de lavandas y orquídeas:

manto suave y mullido.

Nuestros pequeños infiernos se incendian,

cosecha boreal de cuchillas bordean nuestros labios;

en la maraña que crece en mis pulmones

quizá encontremos los hilos que nos unen.

En la maraña que crece entre mis pulmones

las palabras se tropiezan y hieren,

trastabillan, se ocultan punzantes,

parvada de cardenales que revolotean.

Guarda las lágrimas, dices,

cualquier sitio es bueno,

esconde la tristeza del otro lado del sol

para tejerla con los dedos.

En las mañanas más brillantes bebemos café,

oscuro como nuestros ojos,

las puntas de las madejas se enredan

en nuestros cabellos quebradizos,

urdimbre de lana y ceniza;

vamos desenredando nuestros ovillos a la par.

Y vamos tejiendo nuestro camino,

cargamos nuestros hilos,

los cortamos y desenredamos,

los enterramos en la humedad de la tierra

para destejernos poco a poco en el mundo.

MARGEN

Edificar un puente

para llegar a algún lugar,

tomar el café de la medianoche,

contemplar la decadencia

a una distancia prudente,

mirar mi casa,

extrañarla,

junto a la tibieza de la gata

y la gotera que está sobre mi cama.

Construir un puente y llenarlo de macetas

para recordar el camino de regreso,

llevar conmigo la raíz de la albahaca,

la cacerola despostillada,

hogar del pachycereusmarginatus,

llorar algunas lágrimas falsas

al extrañar la tierra de mi patio,

las plantas,

el cielo mohoso,

la calma de la madrugada.

Sentarme a la orilla del puente

para mirar el infinito,

creer que es necesario viajar para añorar la patria,

pensar en el concepto de patria,

en los vínculos afectivos,

creo que es mejor despatriarse

y dedicarse a regar las plantas.

INCENDIO

Un hedor de grietas sacude al silencio.

 Contra el único muro en pie se estrella un ave.                                                          

La huella de su sangre —bermejo hilohistórico —

es emblema de devoción.

Rocío Cerón

Quemar un cuerpo tres veces:

sobre la sombra,

junto a un puente,

bajo el sol de mediodía,

como quien toma un paseo para fotografiar el paisaje.

Violar un cuerpo tres veces:

dejar una estela infecta,

un profundo olor a hierro

que se deshace bajo el vuelo de los insectos.

Seguir el camino,

volver al trabajo en traje gris y sonrisa,

pancarta de las buenas familias;

continuar con la caminata cotidiana,

bajo días azules y esplendorosos.

Dejar que la lluvia se lleve todo;

borradura que permea la memoria.

 Un cuerpo, objeto y trazo inconcluso,

atraviesa nubes altas y transparentes,

un charco sucio de agua,

la flor salvaje en la carretera.

Un cuerpo,

este cuerpo inerte camina a casa.

CYTOTEC

El último sonido en la pantalla

se fue hace mucho tiempo.

Una pastilla redonda y blanca sobre mi lengua:

“Es algo de cinco minutos”, dijo el doctor.

Cinco camas

cinco mujeres

cinco gritos

No estuviste ahí para guardar mi aliento.

Un coágulo sobre el sucio azulejo;

un círculo me quemaba la boca,

dolor y temblor en uñas y dientes.

Hay otras formas de conocer el paraíso.

Seis semanas fueron suficientes

para que te soltaras de mí.