la mediocridad
como norma de vida
Samuel Vásquez
Al conocer al poeta Hans Magnus Enzensberger uno tiene la experiencia de sus cualidades vitales más visibles: desmarcación, curiosidad, movilidad, humor, ironía, que se transfieren claramente a su obra poética y ensayística. Su comportamiento desmarcado crea incómodos interrogantes a los funcionarios diplomáticos y culturales. A la embajada de Alemania le pareció un riesgo más allá de lo conveniente su viaje a Santa Fe de Antioquia en las actuales circunstancias de orden público del país, en especial las de Medellín. Su diálogo en la Universidad de Antioquia creó temor e incertidumbre en las directivas del Festival de Poesía por lo que su pensamiento móvil e imprevisible pudiera alcanzar a decir en una institución con una agitada “anormalidad académica” (eufemismo usado para designar la efervescente actividad política e ideológica del estudiantado).
Durante nuestro viaje a Santa Fe de Antioquia inquirió la opinión de cada parroquiano, degustó todas las frutas de aquel paraíso vegetal, indagó por cada nombre de los árboles, probó las comidas típicas, atravesó caminando el “fantástico” Puente de Occidente, “obra magnífica de la administración liberal” (como reza en una de sus torres), y compró festivamente “La Alegría de Leer” a un pequeño librero en la plaza principal, quien agradecía que sus libros se vendiesen tan lentamente porque así podía leerlos mientras tanto.
Samuel Vásquez: Naces en Alemania, en 1929, es decir, vienes a un mundo lamentablemente histórico política y económicamente…
Hans Magnus Enzensberger: Nací en Baviera en una familia clase media de una burguesía un tanto culta, con muchos libros, y, como se sabe, eran tiempos difíciles. Nací en el año de la gran crisis económica, y desde que me acuerdo ya existía el fascismo alemán nazi. Tuve la fortuna de que mis padres no fueron nazis. Es un caso de pura suerte porque uno no elige esas cosas. Tampoco fueron antifascistas militantes ni nada por el estilo, pero mantenían una cierta distancia con respecto a ese régimen, casi por talante de clase. Su actitud fue “con esa gente no, esa gente no se invita a la casa”.
En aquel entonces era obligatorio pertenecer a la organización de juventudes nazis. Me pusieron uniforme y el estilo de la escuela era bastante autoritario. Pero no sé por qué, a mí no me gustaba aquello, no por motivos políticos sino viscerales. Me decían, “hay que hacer eso”, “hay que hacer lo otro” en una forma castrense, puesto que aquella organización era muy militarizada. Siempre en comandos, en fila, en marcha.
SV: Una de las primeras rudimentarias manifestaciones de independencia en la infancia es el ejercicio de la desobediencia. En la izada de bandera en el colegio de jesuitas, adrede me salía de la fila y el prefecto tenía que indicarme cada lunes, delante de todo el estudiantado, que debía alinearme en la fila. Era una expresión precaria y efímera de independencia que se repitió en cada izada de bandera durante algún tiempo. El que no es desobediente en la infancia será un militante o un servil en su edad adulta. Y esa desobediencia primaria deberá ser transformada con los años en insumisión.
HME: Sí. Mucho de lo que se hace en la vida está determinado, en mayor o menor grado, por las experiencias de la infancia. Cuando me calificaron de antiautoritario, se podría hablar de un “anarquismo burgués”, de una actitud no militante en el sentido partidista, casi de un placer por la controversia, por la contradicción. La raíz de todo esto podría encontrarse en un hombre determinado por una experiencia generacional, que, como dije, fue afortunada, porque muchos otros cayeron en la trampa y, más o menos, se convirtieron en jóvenes nazis y después tuvieron muchas dificultades para sacarse todo eso. Bueno… siempre he tenido mucha suerte porque incluso me tocó vivir la guerra aérea en Nüremberg que fue desvastada casi totalmente por el bombardeo.
Fue un alivio cuando acabó todo aquello. A tal punto que en aquel entonces veíamos a los norteamericanos más como libertadores que como ocupantes
- ¿Qué edad tenías?
HME: Diecisiete años al final de la guerra. En los últimos meses me reclutaron y pretendían que yo me convirtiera en un defensor de la patria, una patria que ya no existía, que era una ruina.
-- Acabada la guerra, ¿qué haces?
HME: Hubo un interregno casi anárquico, puesto que no había más un gobierno alemán. Un periodo que me gustaba mucho, sin gobierno, sin universidad, sin escuelas, sin nada. Un periodo muy interesante. Como sabía un poco de inglés me hicieron intérprete para los norteamericanos y los ingleses, lo que era muy atractivo para un joven. Al final trabajé como barman en la Royal Air Force de los ingleses y tenía la ventaja de que me enteraba un poco del mundo exterior. Se carecía de todo. Mantenía a mi familia y eso me otorgaba una gran confianza. Eso duró unos dos años y luego continué el bachillerato, la universidad…
-- Ingresas a la universidad y ¿qué estudias?
HME: Realicé estudios “a la carta”. No seguí un programa determinado para obtener una licenciatura. No me interesaba eso, sino idiomas, filosofía, psiquiatría, lingüística, pero de un modo casi arbitrario, caótico, sin la pretensión de hacerme profesor.
--Y, ¿cuándo empiezas a escribir?
HME: Muy joven. A los quince años tal vez, pero todo lo he roto porque no valía nada.
-- ¿Y cuál fue ese poema o ese poeta que te incitó, que te provocó a hacer poesía?
HME: Bueno, fueron las lecturas de la infancia. Yo era omnívoro. Leía todo sin discriminación, y por eso no tuve jamás un maestro central, un único maestro, sino un montón de lecturas, una mezcla de todo. Después, por supuesto, ciertos poetas fueron muy importantes para mí. Brecht y Gottfried Benn, por ejemplo, entre los nacionales contemporáneos, la poesía barroca y los metafísicos ingleses se sumaban en una mezcla totalizadora ya que conocía algunos idiomas que me hacían accesible también la literatura latina, inglesa o francesa. Había que aprovecharse de todo.
--Desde entonces has sido exclusivamente poeta y ensayista…
HME: Sí. Sólo he tenido empleo dos veces en la vida, por un año cada vez. El primero en la radio, como redactor de un programa cultural, no para hacer carrera, sino porque pienso que es importante conocer los medios de producción desde el interior, cómo funciona la maquinaria, cómo es esa industria cultural. Después no quise más ocupar una posición de ese tipo, sino, más bien, vivir como francotirador. No me gusta estar en una posición institucional.
--Siendo un escritor independiente, ¿cómo te mantenías en una situación económica como la de Alemania de postguerra?
HME: Con un poco de suerte pude mantenerme inicialmente. Después la cosa funcionaba porque las condiciones para una profesión como la mía no eran malas. En la Alemania post-nazi había una gran necesidad de reconstrucción no sólo física, sino también moral, política, cultural, y los escritores fueron muy importantes para el país, para su coyuntura. Un país muy acomplejado, muy incierto de su identidad, tenía que encontrar una fuerza autocrítica y los escritores jugaron un papel primordial en esto. Hoy todo eso se ha acabado porque en el pluralismo ese enfoque no se da, ya que nada es importante. El pluralismo tolerante e indiferente que admite también a la literatura, no le da ese tipo de peso que tuvo en la postguerra. Fue muy conflictivo todo porque había también necesidad de amnesia, ya que una población dos terceras partes nazi no quería ser confrontada con aquella larga historia de crímenes. En los años cincuenta se dio una situación muy polémica con esos jóvenes que gritaban “así no se puede”, “fuera con los viejos”, “se acabó la cosa”, e incluso se presentaron con evidencias de crímenes, etcétera. Fue una situación especial porque en el fondo la literatura no siempre tiene ese tipo de influencia y de autoridad nacional. En aquel entonces, por falta de medios, la literatura fue muy importante.
---En nuestros días el “pluralismo” se ha convertido en la mejor coartada del hombre sin estilo, sin pensamiento, sin visión. En este “pluralismo” todo adquiere el mismo relieve y nada se distingue con suficiencia sobre lo demás: nada es tan importante que merezca mayor atención que una banalidad. En la igualdad que este tipo de “pluralismo” procura, ningún deseo merece mayor atención que un simple gusto. Al igualar deseo y gusto suprimimos el motor de toda transformación individual y social: la pasión. El pluralismo de moda trata de eliminar la discusión y sobre todo la humana necesidad de discernir, de separar el grano de la paja.
HME: El pluralismo ha teñido todos los ámbitos sociales y la forma de entender las relaciones personales. Hay que inventarse un propio modo de vida, ya no hay reglas generales que funcionen para todos, por eso hay que crear un código personal de comportamiento sexual y familiar para que cada uno tenga el suyo. Con suerte cada cual encontrará un tipo de persona con quien convenir y compartir estas reglas. Esto es más importante que la atracción erótica. Está bien tener un romance de tres días y fuera, pero para convivir plenamente hay que respetar las reglas mutuas que no se dan de forma automática, sino que se construyen individualmente. Esto está lleno de riesgos y por eso fracasan muchos. Somos libres y eso es muy grave.
-- Afortunadamente la inspiración poética no es constante y eso le permite al poeta bailar, pensar o beber…
HME: Sí. Un gran riesgo de la producción poética es la sobreproducción. Sucede que alguien que ha alcanzado cierto saber, cierto profesionalismo, tiene la tentación de seguir haciendo siempre lo mismo, lo que sabe cómo se hace, y cae en la repetición y la rutina. Por eso prefiero no publicar colecciones de poesía una tras otra, cada año. Hay que mantener silencios también. Hay que callarse a fin de que, cuando uno recomienza a escribir poesía después de esa abstención, la cosa no sea idéntica a la anterior. Hay poetas que sacan poesía como si fuesen espaguetis, siempre hacen la pasta del día.
-- Hasta convertirse en poetas profesionales, lo que casi siempre es la muerte de la poesía misma…
HME: Sí. Es un riego grave. Por ese motivo me ocupo de otras cosas. Doy la espalda a la poesía haciendo ensayos, obras de teatro, otra cosa, para mantener cierta frescura, una cierta invención, un tono distinto.
--El Ensayo es demasiado profundo, riguroso y extenso para ser considerado como Crítica. Es demasiado breve y libre para adaptarse a cualquier sistema filosófico. Al no adoptar metodología alguna su verdad no alcanza el unanimismo de la noción científica. Su verdad es poética y por ello, aunque imposible de homologar, es más perdurable.
HME: Sí. Es más libre. Puede asumir mayores riesgos porque el filósofo y el científico siempre tienen que comprobar su teoría, y eso es definitivo en su sistema. Esta es una aspiración que no comparte el ensayista porque no sabe de antemano lo que va a decir, lo que va a pensar. Eso me gusta más. Y también, desde el punto de vista del estilo, el ensayo es multiforme, no está encasillado en ningún género, se mueve de manera mucho más libre por razón de su estilo ya que comprende aspectos narrativos, aspectos filosóficos, técnicas de collage, introduce citas, lo que es muy importante.
Cuando escribo un ensayo, por ejemplo, no hago el recorrido por toda la literatura antecedente como los académicos, con una larga bibliografía y gran cantidad de notas. No necesito de tantas notas porque en los problemas difíciles que trato estoy buscando claridad, es decir, no escribo para ser leído exclusivamente por especialistas. Eso también está determinado por los medios de publicación. En Alemania tenemos esos grandes semanarios como Spiegel, y me gusta publicar en ese tipo de medios en vez de la revista especializada, y así alcanzo un gran público en tirajes de un millón de ejemplares para un ensayo suficientemente largo.
-- En Latinoamérica el Ensayo ha sido el medio más adecuado para tratar de reconocernos a nosotros mismos. Acá la Filosofía es la esquina donde se encuentran los lugares comunes, y ya sabemos que la Historia “es el revés del traje de los amos”, como dice Char. El Ensayo ha sido aquí, la forma más cercana y poética de imaginar un posible mundo nuestro, una imposible identidad…
HME : Y a veces uno no sabe bien si es ensayo o cuento. El caso de Borges, por ejemplo, ¿qué es eso que escribe? ¿Cómo se define eso? No es el cuento clásico porque siempre hay una muy importante carga intelectual o filosófica. Me gusta Borges. Cautiva porque tiene todo el rigor de la literatura y la plena libertad del ensayo en el pensamiento.
--El Ensayo es una de las comprobaciones de que la sensibilidad es capaz de conocimiento o, también, que el conocimiento es sensible…
HME: Me parece interesante esa confluencia de conocimientos que en la universidad son rigurosamente separados: “la facultad tal”, “la facultad de”. No saben los unos de los demás, están totalmente compartimentados. Obviamente siempre hay un conflicto con la academia porque los académicos, al menos en Alemania, desprecian pero también admiran al escritor que se mueve con tanta libertad.
- -Ese afán cientifista difundido a través de la universidad, los ha llevado a investigar la realidad desmembrándola en sus partes, desgarrando un fragmento de la totalidad para facilitar su estudio y análisis, nos ha impuesto durante años defectos de observación inimaginables. Tratan la realidad como un motor que se desmonta en sus piezas para examinarlo mejor, pero olvidan que así el motor no anda, no funciona. Los científicos se han dado cuenta de que cuando aislaban una célula para estudiarla a través del microscopio, ya estaba deformada, lo que nos condujo por mucho tiempo a relatar como verdadera una realidad deformada…
HME: En Física también es conocido ese defecto de observación y, por supuesto, la objetividad es concepto relativo, no existe en realidad una objetividad total. Aún, cuando trata de problemas sociales el sociólogo se comporta como si estuviese por fuera de la sociedad, como si fuese marciano. Olvida que él es parte del problema. Cuando uno hace lo que se llama crítica social, siempre hay que pensar que uno forma parte de lo que está describiendo, que es una reflexión también y eso conduce a una cierta ironía, porque no se puede pretender estar por encima del asunto.
--Acoger un punto de vista es tacharse a sí mismo, no participar. Se nos ha hecho creer que esa visión perspectivista ajena y distanciada es mucho más importante y justa que participar y vivir esa realidad.
HME: Estando adentro se obtiene otro tipo de perspectiva.
--Este método cientifista de compartimentar la realidad también ha llevado a intelectuales y profesores a dividir las expresiones entre apolíneas y dionisíacas, a dividir el cerebro en dos hemisferios que separan tajantemente las emociones y la razón. Sin embargo, parece difícil encontrar un acto exclusivamente racional.
HME: Bueno, a mí no me gusta la poesía que se hace especialista del sentimiento, de la emoción, porque es artificial también. Es como si los poetas fuesen trabajadores especializados en la materia. El cerebro también tiene emociones, de hecho es su centro. En la antigüedad se pensaba que el corazón era la sede de las emociones, pero hoy no pensamos de esa manera porque todo el cuerpo piensa, y todo el cerebro comparte las emociones e incluso los instintos.
Yo digo, por ejemplo, que el órgano sexual mayor del hombre es el cerebro. No quiere decir que hay que prescindir del pene, pero la cosa interesante está acá (señala su cabeza). Sin el imaginario sería poco interesante.
--Algunos escriben con la esperanza de que la escritura sea una especie de partitura en donde el lector lea la nota precisa que ellos decidieron de antemano, y así obtener una interpretación afinada, justa y única del texto. Aunque imaginación viene de imagen ahora se han vuelto antónimas, contrarias. Se puede usar la palabra como imagen de la realidad para que el lector la reconozca como en un espejo tardío, pero también se puede usar la palabra como motivación, como estímulo para que el lector improvise un pensamiento o un sentimiento encima de la palabra escrita, como en el jazz, y aún podría usarse la palabra como imaginación motivante de alguna visión hacia el futuro.
HME: Sí. Yo pienso que siempre hay colaboración entre esas partes. El arte no es un monólogo. Produce en el espectador, en el lector, algo imprevisible, es decir, hay muchas reacciones distintas a un mismo texto y esa libertad de lectura es para mí muy importante. Es un error pensar que yo puedo dictarle al lector una manera de leer la obra. A veces sucede que el lector me advierte algo en el texto que yo no sabía.
---Malraux dice que el arte no es un monólogo soberano sino un diálogo invencible.
HME: Sí. Cada uno aporta al texto una experiencia propia. La lectura en este sentido es un acto anárquico que no se puede controlar. La interpretación única y justa no puede existir. Eso es cosa de ciertos teóricos.
(La conversación es interrumpida por las directivas del Festival de Poesía que tienen programado un almuerzo con todos los poetas invitados al evento y el alcalde de Medellín. Invitado a sentarse en una silla reservada para él al lado del alcalde, se niega con firme cortesía porque “me siento mejor entre ustedes”).
--Roto el hilo de la conversación podemos hablar aleatoriamente de lo que nos venga en gana. El alcalde como todos los gobernantes del mundo dicen representar al pueblo, a la democracia, pero la democracia apenas simula “realizarse” en unas elecciones cada cuatro años. La gente siente necesidad de cambio, pero resultan eligiendo a los mismos o a otros peores, porque esas son las escasas alternativas a las que son sometidos los electores, ya que los candidatos a elección son escogidos por los mismos grupos que participan del Poder. Y el cambio, si lo hubiere, es tan lento que no se alcanza a percibir, no se alcanza a vivir.
HME: Las elecciones sirven para que se vayan los que estaban gobernando. La alegría por las elecciones es siempre así. El pueblo nunca se alegra por los que han ganado, se alegra de que por fin se les pida cuentas a los que han perdido. El placer de las elecciones es verles la cara a los perdedores. Es muy sano que se cambie, que no sean siempre los mismos los que salen en televisión. Que vengan otros. Si realmente va a ser mejor es algo que, por supuesto, no se sabe, pero al principio hay un momento de satisfacción. Ustedes, ustedes que han promulgado esas estúpidas leyes, ahora lo pagarán. Un veinteañero de hoy no se puede imaginar cómo era Alemania en 1950. Es inimaginable. Todas las costumbres sexuales, lo que se podía o no se podía decir, todos los tabúes, cómo trataba un profesor al alumno, un médico al paciente, un policía al ciudadano. Todo eso ya no existe. Para que esas cosas cambien tiene que haber ruido. No cambian por sí solas. Por tanto, tiene que haber una minoría activa que diga: ¡basta ya! Aunque también alboroten y hagan tonterías, con consignas estúpidas. Pero hace falta una conmoción. Sólo funciona con esa conmoción. Es necesaria, porque de no ser por la conmoción quizá aún hoy seguiríamos igual. La burocracia creía que era la dueña de todo, del Estado autoritario y todo lo demás. Eso no podía seguir así. Era superfluo y sólo había que dar un empujón. Alguien dio ese empujón y el castillo de naipes se derrumbó. Que fueran los de izquierda con sus consignas, ¡qué más da! Lo importante es que ocurrió.
--Ante la carencia de verdadera selección en los candidatos a las elecciones, hemos terminado entronizando una “clase mediocre” en el Poder. Tanto el poder político como el poder cultural están ahora en manos de los mediocres quienes tienen doctorados en intrigas, sonrisas, dossier e índices de gestión.
HME: Se ha elegido la mediocridad como norma de vida. Hemos optado por el medio. La selección se ejerce contra los de abajo, como siempre, pero ahora también se ejerce contra los de arriba. Vivimos una pluralidad en donde hacemos convivir las ideas y las personas más contradictorias. El escándalo ya nos produce aburrimiento, la transgresión a lo establecido es apenas un divertimento. Hemos creado una clase de rebeldes domesticados y las personas piensan de igual manera porque nos hemos nivelado por el medio. No hay ideologías, no hay ideas lúcidas que nos puedan guiar. Los gobernantes y la educación son deficientes y estamos complacidos con nuestra mediocridad. Si se alcanzara a tener conciencia de esta situación, el derrumbe sería inimaginable.
[…]
--En los pocos días que has estado entre nosotros, ¿qué has podido ver de nuestra apabullante realidad?
HME: He visto escasamente tres sitios: Bogotá, Medellín y Santa Fe de Antioquia, y ya son tres cosas muy diferentes. Tengo la impresión de que uno de los problemas del país puede ser que la unificación de Colombia es más un proyecto que una realidad, porque el Caribe, la selva, el altiplano, los Andes, la costa pacífica, son muy distintos, e incluso la diferencia entre Bogotá y Medellín es muy fuerte, muy, muy fuerte.
Otra cosa que llama la atención es que tenemos la costumbre de pensar políticamente en el imperialismo norteamericano en Latinoamérica. En Colombia probablemente hay mucha penetración de grandes capitales a nivel económico, pero en el modo de vida, en lo que se ve, la influencia norteamericana es menor que en otros países. En Venezuela, por ejemplo, es más visible. Aquí no hay yanquis, no se ven. Hay mucho producto nacional que se consume aquí. Este país no parece colonia norteamericana. No sé si es cierto, no conozco los mecanismos de auto protección que puedan existir, probablemente los norteamericanos evitan meterse por sus temores con respecto al narcotráfico, la guerrilla, el orden público. Dicen que el Departamento de Estado advierte a los norteamericanos para que no viajen acá, y eso puede ser una buena cosa (risas). Hay también ciertos mecanismos de autodefensa de la propia identidad: tengo la impresión de que los colombianos poseen un sistema de inmunización que no los hace víctimas fáciles de la colonización.
--De dónde nace tu interés por Latinoamérica. Has traducido poesía de este continente, has escrito sobre Bartolomé de las Casas, has vivido en algunos países latinoamericanos…
HME: Ah, sí… curiosamente creo que se debe a la poesía, porque tenía unos amigos chilenos en la Universidad de Friburgo que me trajeron un texto de Neruda, desconocido entonces en Europa. Era un tono, un estilo que no conocía. Con mi español de aquella época -mucho peor que el de hoy- y la ayuda de ellos, hice una traducción de Residencia en la Tierra. Es este el curioso caso de aprender un idioma en la poesía. Después, a través de otras cosas, amistades, amores, y también un interés político, fui atraído por la Historia. Leí La Conquista de México, Bernardino de Sahagún, Bartolomé de las Casas, y cosas por el estilo. Andaba por América Latina para mirar porque los países de Asia y África me parecían mucho más difíciles de conocer y de entender. Al menos en América Latina tenía la ventaja del idioma, de la literatura, y un cierto fondo de conocimiento histórico. Así, se me hacía más fácil venir acá. Me gustaba. Sensualmente me gustaba. Especialmente Cuba. Estoy encantado con Cuba, con todo, con su música, con la actitud de la gente, etcétera. Y esta atracción, que es cosa del gusto, convive en curioso paralelismo con un interés político por la aventura cubana.
Ese interés por América Latina me ha quitado la idea de que es un bloque homogéneo, porque Cuba, Argentina, Chile, Perú, son mundos distintos y no se puede generalizar respecto a ellos. Es muy sugestivo entender que México es una nación con sus propios problemas. Los europeos tienen la tendencia a homogeneizar y a creer que ya sabemos qué es América Latina. No. No se sabe. Brasil, por ejemplo, es un continente aparte.
--Además de Neruda ¿qué otros autores latinoamericanos has traducido al alemán?
HME: El más importante fue César Vallejo que, para mí, es el poeta más grande del continente. Como editor también hice ciertas cosas, metí la mano en la primera traducción al alemán de Euclides da Cunha. En Alemania se traduce mucho la literatura latinoamericana, no sólo el boom, sino docenas de autores. Por supuesto, se traduce menos poesía. Por obvios motivos los novelistas ganan la partida.
---En “El Hundimiento del Titanic” se logra una rica polisemia para referirse, sin aclararlo, a la situación cubana, alemana, al libro, a la nave misma en donde se viaja.
HME: La metáfora no tiene un sentido unilateral, cada metáfora es ambigua, polisémica. Fue escrito en La Habana, cuando estuve viviendo en Cuba. Todo el mundo conoce la historia del Titanic, algo que me permitió ser mucho más libre a la hora de escribirlo. En el poema hay un texto sobre Berlín que en aquel momento, antes de la caída del muro, era una isla como Cuba. En Europa, en todo caso, no deberíamos hablar de naufragio. Nosotros estamos en una isla habitable. Los africanos son los náufragos de hoy en día.
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--Tu obra “El Filántropo” se ha traducido al español. ¿Cómo ha sido tu relación con el teatro?
HME: No soy un gran hombre de teatro porque en él sólo hay dos posibilidades: o uno vive dentro del teatro, es decir, comparte la vida de los actores, come con ellos, bebe con ellos, hace el amor con ellos, disputa con ellos, o uno se queda fuera del ámbito estrictamente teatral. Yo no soy capaz de vivir con ellos. Son todos un poco neuróticos, muy vanos. Yo no puedo. Probablemente mi talento para el teatro es muy relativo. Me gusta como lugar en donde se pueden producir cosas, pero no soy un gran dramaturgo, no me hago ilusiones. Lo utilizo más bien para lograr cosas que no se pueden hacer de otra manera.
--Beckett dice que hacer teatro es atreverse a fracasar como ningún otro se atreve. Y en otro lugar dice: “Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
HME: He sufrido en la vida pública con algunos fracasos rotundos. Especialmente en el teatro he sentido el fracaso como si cayera una guillotina sobre mí. Con un libro no pasa esto. Si fracasas se ve aparecer el fracaso poco a poco, pero en las obras de teatro el fracaso se presenta de manera radical, cortante. En fin, los éxitos se olvidan, pero los fracasos quedan en el recuerdo. Y es interesante el aprendizaje de mis fracasos en el teatro porque te conviertes en una persona que sufre una enfermedad contagiosa o algo parecido. Todos te evitan […]
Medellín, junio de 1999