Coronavirus en tiempos de biopolítica
Pilar Calveiro
Michel Foucault nos enseñó a observar las prácticas penales como un capítulo de la anatomía política. Es decir, que lo que vemos en ellas está ocurriendo, de otras maneras, en el conjunto de la sociedad.
Aunque el aislamiento en los sistemas penitenciarios es de larga data, en la gubernamentalidad neoliberal se ha retomado no solo en las instituciones concentracionarias como Guantánamo sino, sobre todo, en las atroces prisiones de seguridad máxima. El aislamiento aséptico que en ellas se administra –con cama, baño, consulta médica e incluso televisión, pero sin personas con las que hablar o tocarse- desnuda el intento de aislar y neutralizar asépticamente no solo a los prisioneros sino a la sociedad en su conjunto.
Y he aquí que hoy tenemos, en vivo, la aplicación de las formas más radicales de aislamiento, no ya sobre algunos sino sobre todos y a nivel global; cada sujeto en su propio receptáculo, sin contacto con nadie más, como escenario “ideal” de “autoprotección”. Cada uno debe permanecer encerrado consigo mismo, en su propia “celda”, aislado preventivamente del resto, en una suerte de repetición e inversión del mecanismo. Si la prisión aísla al sujeto “contaminante” para “preservar” a la sociedad, ahora cada uno de nosotros se aísla sobre sí mismo para protegerse de todos los demás como posible fuente de contaminación. La contaminación ha proliferado y todo otro es eventualmente contaminante. Esto es lo que estamos viviendo, de hecho, en el tratamiento de la pandemia del Covid-19, con ciertas variaciones según los Estados.
Y junto al encierro, propiciándolo y multiplicándose: el miedo, componente nuclear de esta gubernamentalidad asfixiante en la que nos encontramos. Este ha sido el instrumento para garantizar no solo el aislamiento, sino el autoaislamiento voluntario e incluso exigido por gran parte de nuestras sociedades para protegernos de la expansión de un nuevo virus que no sabemos controlar. Todo ello nos obliga a pensar, a preguntarnos dónde estamos, a dónde nos han llevado y nos hemos llevado nosotros mismos, de una u otra manera.
Es necesario tratar de desenmarañar esta situación, compleja, que comprende distintas dimensiones y no admite respuestas simples ni reduccionistas. Para ello paso a recuperar algunas de ellas –las que me parecen más evidentes de lo que ha estado circulando- y lo hago por ahora a partir exclusivamente de la información periodística de los días recientes, sin mayores pretensiones explicativas.
1.Nos dicen que el coronavirus es altamente contagioso, por lo que podría alcanzar más del 60% de la población, y sobre esos cálculos es que ha “saltado” la emergencia global. Sin embargo en China, país con 1 395 millones de habitantes y que fue sorprendido por la epidemia, los contagios alcanzaron, hasta el 28 de marzo de 2020 –cuando ya se considera detenida la etapa epidémica-, a 81 394 personas, principalmente en la región de Hubei, que cuenta con una población aproximada de 40 millones. Esto representaría a 0.2% de su población y 0.006% de la población total de China. Se dirá que la infección alcanzó a muchos más pero que estos han resultado asintomáticos y representan el 80%. De acuerdo pero, por una parte, quienes son asintomáticos no significan un problema y, por otra, aun así, estaríamos hablando de que la cifra total de infectados, es decir transmisores, alcanzaría al 1% de la población de Hubei y el 0.030% de la población total del país. Seguimos ante cifras insignificantes que ponen en cuestionamiento la idea de un contagio en las proporciones enunciadas, sobre todo considerando que China ya ha detenido la etapa de epidemia y se asume que ha superado el brote.
Veamos Italia, que es el caso más agudo y tiene aterrorizada a Europa. Italia tiene 60 millones de habitantes (60 359 546 para ser exactos) y reporta a la fecha (28 de marzo de 2020) un total de 92 472 casos confirmados, lo que representa el 0.15% de la población, es decir, un índice de contagio menor que el de Hubei pero mayor que el de China. Siguiendo el mismo razonamiento se podría pensar que existe un 0.75% de italianos contagiados pero asintomáticos que, sin embargo, podrían estar a su vez contagiando a otros. El caso es distinto porque los contagios no se han detenido sino que van al alza pero, aun así, no nos hablan del 60% de contagio que se teme.
Ahora bien, la población mundial, según estimaciones de Naciones Unidas alcanza a 7 700 millones de personas. Al momento actual se encuentran infectadas 571 678. Se trata del 0.007%. Es cierto que, a nivel mundial, podríamos decir que apenas estamos iniciando la fase más aguda de crecimiento de casos, aunque el efecto China no es secundario ya que representa 18% de la población mundial, casi una quinta parte.
Se trata, nos dicen, de aplanar la curva, de impedir la saturación del sistema de salud. Es comprensible, pero eso ocurre con cifras mucho menores, gracias al abandono de la salud pública después de décadas de neoliberalismo. Porque si los cálculos se hicieran sobre una tasa de 60% de contagio, de la cual el 15% requeriría atención –es decir un 9% de la población total- y 5% serían casos graves -3% de la población total- estaríamos hablando de 3 600 000 y 2 millones respectivamente para el caso de Hubei, y cifras semejantes para muchos países, ciertamente aterrorizantes. Con muchísimo menos nuestros sistemas estarían superados. Y esto es lo que resulta atemorizante para estados de los más diversos signos y sistemas de salud públicos y privados.
En un contexto aparentemente “menor”, con un total de 37 mil muertes hasta la fecha, sin embargo la ONU advierte que: “Si dejamos que el virus se propague como incendio forestal… matará a millones de personas” (Guterres, LJ[1], 20/3/2020: 7). Por ahora, esta afirmación no se entiende, al menos a la luz de los datos disponibles.
Entiendo que estos cálculos, desde el sentido común, hechos por alguien que no tiene la menor formación epidemiológica, no pueden compararse con la elaboración de modelos matemáticos complejos, realizados por los especialistas. Sin embargo, algunos expertos también han cuestionado esos modelos. El virólogo argentino Pablo Goldschmidt afirmó: “Hay algo muy raro aquí… Desde el primer día dije que las cuentas no daban… la autoridad internacional les empuja la mano (a los gobiernos) con las cifras de mortalidad que ponen los peritos de la OMS que hacen cuentas matemáticas” (Goldschmidt, Infobae, 28/3/2020) que a Goldschmidt no le cierran. No me considero capaz de evaluar ningún modelo matemático pero creo que sería esperable que los cálculos de los expertos fueran congruentes con lo cualquiera de nosotros puede observar en términos empíricos.
No obstante, a pesar de que las cuentas aún son confusas, al 28 de marzo, ya hay más de 3 mil millones de personas confinadas a nivel global (LJ, 27/3/2020: 3), muchas de ellas en aislamiento forzado decretado por algunos Estados de Europa, Asia y América. ¿Por qué y para qué? No se pueden responder aún estas preguntas ni creo que estén disponibles los elementos para poder hacerlo, pero considero importante no perderlas de vista. Adelanto sin embargo que no tengo una visión conspirativa del problema; creo más bien que nos falta información, que ocurren un sinnúmero de cosas simultáneamente y subterráneamente mientras se desarrolla la pandemia y que, como desarrollaré más adelante, la emergencia sanitaria se aborda desde el código social imperante, que es biopolítico e inmunitario.
2. Según la información con la que se cuenta, el Covid-19 afecta principalmente a viejos y enfermos, es decir a la población que se considera una carga social para los sistemas de salud y de previsión. Pero las medidas para atacarlo también perjudican marcadamente a los pobres, por las condiciones de restricción de la vida económica que han creado en especial algunos Estados, que suspenden sus medios básicos de subsistencia durante el periodo de excepción. Otro de los grupos más vulnerables en esta emergencia es el de los migrantes indocumentados, presentados previamente como amenazas potenciales para la economía, y ahora como “peligrosos” para la salud pública. A las deportaciones inmediatas prometidas por Estados Unidos, al cierre de fronteras de Europa, se suman las condiciones de hacinamiento en las estaciones migratorias y campamentos de refugiados del mundo. Todo ello hace que esta población quede en condiciones de indefensión y más expuesta al contagio que el resto. Es de resaltar que, en el marco de esta contingencia identificada como tan peligrosa, la Unión Europea y Estados Unidos han cancelado la aceptación de refugiados; suspenden la admisión de personas “por razones humanitarias”, poniendo en evidencia los límites de su noción de humanitarismo.
En el curso de la última semana, cada Estado –en especial los más ricos- ha llamado a sus connacionales para hacerse cargo de ellos y no más; se suspende el ingreso de los no ciudadanos o residentes. Se replica así la clasificación ciudadanos/nuda vida que ha organizado la política de Occidente. En consecuencia, los países poderosos y con mayores recursos contarán con posibilidades de tratamiento mayores y con tasas de mortalidad más bajas, como se está verificando en el caso de Alemania y otros países.
La defensa de la Salud, como una especie megavalor, se pone por encima de cualquier otra consideración, sin observar que el aislamiento preventivo de unos se hace a costa de la exposición de otros –trabajadores de servicios básicos y de la salud-, y no siempre en razón de la vulnerabilidad efectiva de cada grupo. Asimismo, el rebasamiento de los sistemas de salud, deteriorados por décadas de neoliberalismo, con equipos y personal insuficientes, “obliga” a elegir a quién salvar la vida y a quién abandonar a su suerte (Tejeda, LJ 20/3/2020: 7), naturalizando y neutralizando prácticas de selección de la vidas bajo un argumento “técnico”: la falta de recursos médicos. Opera así, aparentemente por vía del virus pero, en realidad, por el tratamiento social de la pandemia, una selectividad social de la vida, según la cual, mientras profesionales y trabajadores calificados funcionan desde sus casas y se protegen (sean viejos o jóvenes), otros mantienen la sociedad en funcionamiento y otros más pierden toda posibilidad de subsistencia y resultan librados a su suerte. Todo esto se podría pensar casi como una suerte de limpieza social y selección de las vidas, en clave claramente biopolítica.
3. El efecto económico de la pandemia es devastador, probablemente más costoso en cuanto a sus consecuencias humanas que la propia enfermedad. Hay que partir del hecho de que la economía global ya estaba en una situación de estancamiento, que se evidencia, se profundiza pero también se enmascara con la pandemia. Desde antes, teníamos unas “políticas de austeridad, una profunda desigualdad, el dominio del capital financiero y la concentración de poder del mercado en pocas corporaciones” (Nadal, LJ 19/3/2020: 17). La especulación se impuso entonces sobre los otros sectores de la economía, generando altos niveles de desempleo, junto al deterioro de los servicios de salud y educación y la destrucción del medio ambiente hasta límites insostenibles. Todos estos elementos son inseparables de los efectos y las causas de la actual pandemia, algunos de los cuales recrudecerán a partir de ahora. Según la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo habrá una pérdida de ingresos globales de 2 billones de dólares (Serrano et al, LJ 20/3/2020: 5) y habrá que ver quiénes quedan en pie al cabo de los meses. Es cierto que las bolsas caen pero cuando eso ocurre algunos pierden y otros, los menos, ganan enormes cantidades.
Es plausible pensar que con todo esto habrá un realineamiento de las potencias a nivel global, según como salgan de esta crisis que, aunque golpeó inicialmente a China, no parece que vaya a beneficiar particularmente a Estados Unidos. Muy por el contrario, es previsible una profundización de su declive.
El shock que ahora representa la pandemia para muchas de las economías especialmente periféricas, impedirá o dificultará de manera extrema cualquier proyecto de crecimiento alternativo al modelo neoliberal. Para México, por ejemplo, investigadores de la UNAM estiman que las medidas tendrán un costo de 900 mil millones de pesos solo por la reducción del consumo (Alegría, LJ, 22/3/2020: 16). Ahora, con la emergencia sanitaria, los pequeños comerciantes, los trabajadores informales y buena parte de los que no lo son verán disminuidos o simplemente desaparecidos sus ingresos. Todos los que vivían alrededor del turismo han visto desaparecer sus percepciones, mientras la industria hotelera da “permisos sin goce de sueldo, descansos solidarios o vacaciones a la mitad de su salario” para “no dejar tan desprotegidos a los trabajadores, pero tampoco asumir compromisos que no podrán pagar” (sic) (Vázquez, LJ, 21/3/2020: 25). Parte de la industria maquiladora de México ha cesado actividades abonando solo la mitad de los salarios a sus empleados, como resultado de la suspensión de actividades de las plantas armadoras de Estados Unidos (Martínez, Figueroa, Briseño y Sánchez, LJ 22/3/ 2020: 22). Por su parte, las grandes automotrices anunciaron paros técnicos o cierres temporales y las líneas aéreas efectúan recortes salariales. También en Chile anuncian la ruptura de las obligaciones contractuales para los empleados que no pueden asistir a sus puestos de trabajo.
A la desaceleración de las economías sobrevivirán los grandes corporativos, con pérdidas provisionales pero con la garantía de una mayor concentración aún, una vez acabada la pandemia. Gran parte de los pequeños comerciantes y productores quebrarán, sin posibilidad de resistir el periodo de “cuarentenas” decretadas como obligatorias por los Estados. Por otra parte, el comercio y las actividades informales, que han proliferado en la gubernamentalidad neoliberal, no tendrán la menor posibilidad de subsistencia durante la crisis pero, una vez concluida, retornarán en mayor número y en condiciones de mayor fragilidad. Los niveles de desocupación aumentarán en el mundo –la OIT estima que están en riesgo mucho más de los 25 millones de empleos que calculó inicialmente (LJ, 27/3/20202: 3)- profundizando la polarización social del ingreso y la desigualdad ya escandalosa de por sí. En síntesis, saldremos de esto con un sistema mucho más injusto aún y cada vez más inviable para las mayorías y para el planeta.
4. Grupos de poder, gobiernos y medios de comunicación despliegan discursos bélicos y verdaderas políticas del miedo frente al actual “enemigo virósico”, para impulsar el aislamiento de poblaciones enteras, en aras de lo que llaman su propia seguridad. Angela Merkel, así como el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, han afirmado que esta es la más grave circunstancia que han enfrentado sus países desde la Segunda Guerra, Emmanuel Macron aseguró que “estamos en guerra”; Donald Trump y otros hablan del virus como un “enemigo invisible”; analistas y periodistas califican la situación como un “holocausto” (Cordera, LJ, 27/3/2020: 17) y otros como “genocidio”, asociando la pandemia con fenómenos del todo diferentes. Todo ello ha dado lugar a un Estado de excepción global y Estados de sitio policiales y autoritarios en muchos países –opción a la que México se ha resistido muy dignamente, aunque con un pronóstico reservado, por el momento-. Esta excepcionalidad ha sido aceptada pasivamente e incluso reclamada por la propia población para que el aparato estatal la “defienda” del “enemigo”, en esta “guerra” contra el virus, que activa una suerte de “reflejos” autoritarios profundos, azuzados por los medios y sostenidos por la propia sociedad. En el contexto de esta lógica bélica y autoritaria, se celebran los sistemas de control y represión más radicales, dirigiendo la furia contra quienes no obedecen las órdenes restrictivas, en lugar de pensar en alternativas verdaderamente colectivas y de protección de los más débiles.
Rápidamente los gobiernos más reaccionarios instalan estados de sitio de facto, como ha ocurrido en Bolivia, en Chile y Ecuador para detener los procesos sociales de desobediencia. En México, en disonancia con las políticas nacionales mucho más precavidas, el gobierno panista de Querétaro se apresuró a aprobar un reglamento que fija sanciones para las personas que estuvieran infectadas con coronavirus y desobedecieran el aislamiento una vez que este se establezca: prevé, por ejemplo, que las autoridades podrán realizar visitas de revisión física a los domicilio para verificar el acatamiento de las cuarentenas, así como la vigilancia policial de los inmuebles donde estén personas con Covid 19, de hospitales y de centros de salud (Chávez, LJ 21/3/2020: 27).
Una vez más, podemos verificar que, a partir de amenazas existentes, el Estado las utiliza para alargar su brazo y legitimar su violencia.
A partir de todo ello podemos decir que si bien es improbable que el virus haya sido creado con una intención de control político y poblacional, sin embargo las redes de poder global han ido construyendo un escenario que nos coloca en estado de shock –en el sentido trabajado profusamente por Naomi Klein-, un estado en el que la aceleración de los acontecimientos no nos permite ver, comprender ni responder. Una situación de “guerra” contra un enemigo invisible, que amerita toda excepción, facilitando el control político y poblacional.
Cada sociedad construye su percepción de qué entiende por enfermedad y las formas de tratarla. No es casual que, en el contexto de la gubernamentalidad neoliberal, el tratamiento frente al coronavirus recurra a las figuras de la guerra, al uso del miedo y al aislamiento como dispositivos para controlar el mal, ya que todas estas son variables constitutivas del neoliberalismo. Es lo que ha estado ocurriendo en nuestras sociedades ante diferentes “amenazas”, también presentadas como globales –terrorismo, crimen organizado y otras- que se vienen construyendo de esta manera desde los años 90.
Creo que esta coyuntura, en la que más de 3 mil millones de personas permanecemos confinadas y asustadas, bajo estados de excepción, abrirá una nueva fase de la globalización neoliberal, una profundización de la misma y no un retorno a lo nacional. Ampliará la penetración de lo público por los intereses privados; no me parece previsible un fortalecimiento de los Estados sino su adecuación para hacerse cargo de los costos que representan las emergencias… especialmente para las empresas. Acelerará la declinación de Estados Unidos y lo obligará a cierta multilateralidad con otras potencias igualmente autoritarias. Concentrará aún más la riqueza, dejando en el abandono económico, social y sanitario a grandes masas de población, en una auténtica biopolítica de selección de la vida –que mata y deja morir simultáneamente-. Propiciará el aislamiento social, las relaciones virtuales y a distancia, con el consecuente deterioro y precarización de las relaciones laborales y de los vínculos interpersonales. La “sana distancia” puede convertirse en un paradigma aterrador de los vínculos entre las personas, asumidas como posibles agentes infecciosos.
El aislamiento que hoy se practica va de la mano de políticas inmunitarias, que consisten en cerrar el cuerpo individual -o social-, para impedir la entrada de agentes “peligrosos” que pudieran desintegrarlo. Nuestra sociedad es una sociedad inmunitaria y así estamos reaccionando frente a este virus, de la misma manera que lo hacemos frente a otros “peligros”, que supuestamente vienen siempre de afuera. Pero ya Espósito nos advertía sobre los riesgos del “síndrome inmunitario”, que va construyendo barreras sucesivas para contener aquello que se concibe como amenaza biológica, social o ambiental. Nos decía que: “La inmunización, a altas dosis, es el sacrificio del viviente, esto es, de toda forma de vida cualificada, en aras de la simple supervivencia.”[3] Y tal vez en ese lugar es donde nos coloca no este virus sino la forma que tiene nuestra sociedad de lidiar con él. Sin embargo, estos son apenas los designios del poder, que no todo lo abarcan. Frente a ello hay también múltiples resistencias; se abren alternativas de aprendizaje y otras formas de organización de la vida.
En estos tiempos del coronavirus, las resistencias no se ven demasiado, pero no desaparecen. Siguen silenciosamente y retornarán más tempranos que tarde. Hay muchas y muy variadas resistencia pero, por lo pronto, es necesario resistir al aislamiento manteniendo y profundizando los vínculos de solidaridad, por todos los medios posibles. Es preciso reconocer y enfrentar el miedo en compañía de los otros, con los otros y para los otros; frente a las prácticas inmunitarias, construir comunidad. Es necesario cobijar, de alguna manera, a los que han quedado desprotegidos. Pero también aprovechar la disminución del ritmo vertiginoso de la producción y la devastación como una oportunidad. Adueñarnos de los espacios de “encierro” para pensar, intercambiar y construir pueden ser formas de la resistencia. Hoy más que nunca es necesario observar, detenernos y aprender de esto absolutamente nuevo que está ocurriendo: reconocer el poder gigantesco que se cierne sobre nosotros pero que también se está cayendo a pedazos, y en esa caída tal vez encuentre su propio límite.
Pilar Calveiro Garrido es argentina, residente en México desde 1979, adonde llegó como exilada después de haber permanecido detenida-desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada, entre mayo de 1977 y octubre de 1978. Es licenciada, maestra y doctora en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se desempeña como profesora investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en el marco de la licenciatura en Ciencia Política y Administración Urbana y la Maestría para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México desde el año 2001 y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias desde 2018. Trabaja principalmente en las líneas de violencia política, memoria y resistencias. Todas estas temáticas vinculan su trabajo con las violaciones a los derechos humanos así como con las prácticas sociales para defenderlos y ampliarlos. Ha recibido el Premio Konex 2014, por su producción general, y el Premio Nacional de Ensayo Político, otorgado por el Ministerio de Cultura de la República Argentina en 2015. Ha presentado numerosas conferencias así como publicaciones en diferentes idiomas. Entre sus libros individuales vale la pena destacar Poder y desaparición (Buenos Aires, Colihue, 1998, traducido al francés, al italiano y al portugués), Redes familiares de sumisión y resistencia (México, UACM, 2003), Familia y poder (Buenos Aires, Libros de la Araucaria, 2006), Política y/o violencia (Buenos Aires, Norma Editorial, 2006; Siglo XXI, 2013) y Violencias de Estado (Buenos Aires, Siglo XXI, 2012), Resistir al neoliberalismo (México, Siglo XXI, en prensa).
[1] LJ, se refiere al periódico La Jornada de México.
[2] Sergio González Gálvez es un diplomático, recientemente fallecido, que se desempeñó profesionalmente en las cuestiones de desarme y la proscripción de armas nucleares en América Latina.
- [3] Espósito, R. (2009). Comunidad, inmunidad y biopolítica. Madrid, España: Herder, p. 115.