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Julio Travieso. De El cuaderno de los disparates.

   De los duelos

Desde pequeño leí y me apasione con las aventuras de Los tres mosqueteros, siempre listos a tirar de la espada a la menor ofensa y enfrentarse a los hombres del cardenal Richelieu. Los mosqueteros fueron hombres alegres y fanfarrones que, en cualquier momento, podían perder la vida en sus duelos.

Con los años, leí otros libros de aventuras de los siglos anteriores al nuestros y en ellos siempre encontré a hombres valientes dispuestos a pelear por su honor y sus ideas. Algo me llamó la atención de aquellas lecturas. Los protagonistas podían morir por sus peleas o de viejos, pero nunca dieron señales de padecer de hipertensión, cardiopatías, úlceras, gastritis y demás enfermedades similares, tan comunes en nuestros tiempos. Freud no había nacido ni existía el sicoanálisis, pero si hubiera existido los sicoanalistas no hubieran tenido pacientes porque nadie se mostraba reprimido ni mostraba trastornos de la personalidad debidos a sus frustraciones.

Por supuesto, existían locos, pero locos de verdad, como los que conoció el marqués de Sade en el famoso asilo de Charenton. ¿ Estaba loco el marqués? Nada de eso. Era solo un hombre que se dejaba llevar por sus impulsos, sin importarle lo que pensaran de él, y daba libre cause a sus deseos y emociones.

Por cierto, la mayoría de las desgracias que padeció el  pobre marqués provinieron de su suegra, una aristócrata que le persiguió incansablemente hasta verle en la cárcel.  Si mi ley sobre el divorcio hubiese estado vigente entonces, Sade, divorciado, habría sido muy feliz.

Entre las decenas de acusaciones que se le hicieron jamás estuvo que fuera un hombre de personalidad reprimida.

En ese sentido, Sade y los mosqueteros fueron parientes cercanos. Todos dieron rienda suelta a sus emociones e impulsos, al igual que miles de personas de aquellas épocas.

Lo contrario sucede con el hombre moderno que además de soportar las constantes prohibiciones externas que le impone la sociedad, vive reprimido internamente y lleno de frustraciones. En el trabajo el jefe le grita, lo relega, le obliga a hacer lo que no quiere,  sus compañeros y conocidos se burlan y hablan en su contra, su amigo lo engaña con su esposa y él no puede hacer nada inmediato en contra, solo rumiar las ofensas a que ha sido sometido. Cierto que jura vengarse, pero en la práctica esa venganza nunca se consuma y él acumula, año tras año, ultraje tras ultraje, que le van royendo por dentro, consumiéndole el hígado, el estómago, el corazón, la mente y a los cincuenta años es un pobre diablo que, en cualquier momento, morirá de un infarto, de una hepatitis, de una úlcera sangrante, o se convertirá en un depresivo permanente que se suicida o arrastra una vida miserable llena de infelicidades. Y todo porque en el debido momento no supo responder a las humillaciones recibidas. Por supuesto, están los agresores que, supuestamente, viven tranquilos, pero ellos también, en algún instante, serán ofendidos por ofensores superiores porque en la sociedad humana (a diferencia de la de las hormigas) todos somos agredidos y agresores. Así, el pobre diablo, humillado durante toda su vida, se vengará en su mujer y en sus hijos a los que agredirá diariamente.

Los mosqueteros nunca pasaron por depresiones ni frustraciones. Nunca murieron por infartos, úlceras, nunca se sintieron angustiados, ni pensaron suicidarse.  

Todo era muy sencillo en su mundo. Me ofendes, conozco que murmuras de mí, desenvaino la espada y en guardia, miserable. Entonces, la adrenalina, la dopamina, la serotonina y otras hormonas se disparan, corren por todo el cuerpo y el mosquetero se siente estimulado. Concluido el duelo, en su cerebro no había una gota de represión ni de frustración. Era un hombre feliz que bebía, amaba, reía, peleaba y no permitía que lo ultrajaran, vejaran, insultaran.

 Por supuesto, podía morir en el combate, pero moría feliz.  Eso fue así y todo marchó sobre ruedas hasta que los tontos reyes, cobardes que jamás se batieron, para proteger a sus cobardes subordinados dados a las ofensas e intrigas, comenzaron a suprimir los duelos. Desde entonces, la humanidad cayó en la depresión y en la represión.

Conociendo todo eso, propondré y haré campaña para que se vuelvan a autorizar los duelos. Estoy seguro que mi proyecto será aceptado. Entonces, los ofensores, los difamadores, los calumniadores o los simples murmuradores se cuidarán de humillar, maltratar, y hablar mal de nadie.

Esto traerá efectos colaterales beneficios. En una sociedad como la actual, de timoratos y cobardones, surgirá toda una nueva generación de hombres valientes que defenderán su integridad y serán paradigmas para otras generaciones. Además, como no estamos acostumbrados a los duelos ni al uso de las armas necesarias, se crearán cientos de escuelas en las que se enseñarán sus técnicas y el manejo de ellas, con lo que aumentarán los empleos.

. Por supuesto, los duelos serán con armas, preferentemente la pistola, que solo requiere habilidad para el tiro. Nada de combates ( boxeo, karate, lucha, etc ) donde la fuerza bruta es la que se impone. En el caso de las personas mayores y discapacitadas pueden ser reemplazadas por un representante joven. Además, en este caso, existe la variante de un duelo en el cual habrá dos copas, una con un veneno y otra sin él. Los  contendientes solo tendrán que tomar una de las copas. La suerte decidirá quién vencerá y sobrevivirá.      

Cierto que, al principio, habrá unos cientos, quizá miles de muertos, entre los duelistas, pero ¿qué representa esa mínima cantidad frente a los millones de personas que tendrán una vida más feliz y sana gracias a los duelos?        

  Una objeción la hará el doctor Fuentes a mi proyecto, ¿que sucederá con las mujeres? Ellas nunca tomaron parte en duelos y combates y serían incapaces de hacerlo. Tonterías de una sociedad machista. Si pueden practicar todos los deportes masculinos, incluyendo los más rudos, también podrán batirse como cualquier hombre. Contra otra mujer o, incluso, contra un hombre. En el duelo lo importante es la habilidad del contendiente no su fuerza física.

Seguramente, las mujeres serán las más entusiasta seguidoras de este proyecto mío. En la actualidad, son las más ofendidas, abusadas y maltratadas y, por tanto, reprimidas. En el duelo encontrarán respuesta a las tantas agresiones que sufren a diario. Cuando los hombres sepan que una mujer le puede colocar una bala entre los ojos dejarán de molestarlas.  

Decidí no mostrarle mi proyecto al buen doctor Fuentes. Podría malinterpretarme y pensar que yo era un ser agresivo, cuando, en realidad, él lo sabe bien, soy el hombre más pacífico y dulce que se pueda hallar. Eso, por supuesto, no me impide ver lo que sucede en este mundo. Ya puedo escuchar sus objeciones: “ Demasiada violencia, demasiada sangre, no estamos preparados para tanta furia, al final se creará una casta de matones, diestros duelistas  que asesinarán con total impunidad y a los que nadie querrá enfrentarse. Entonces habrá más reprimidos que nunca”.  

Pobre Dr Fuentes. No sabe lo que dice. Él mismo es un reprimido más que no quiere escapar salir de su represión.

Al final, lo visité, como estaba establecido. Lo hallé muy deprimido y triste.

 - ¿ Cómo esta, Doc?

- He tenido días mejores – respondió y trató de sonreír.

Sin duda el pobre hombre estaba pasando por un mal momento. Me esforcé y traté de consolarlo.

- Así es, todos tenemos días malos, pero siempre pasan- le dije.

- No siempre – el pesimismo lo tenía bien agarrado por el cuello. Probablemente había sufrido una gran frustración y no podía salir de ella. Quizá su mujer lo había engañado o el director del hospital le gritó.

- Debe de tener optimismo -dije

Por un instante, estuvimos callados, pero yo podía sentir sus malos pensamientos, moviéndose por su cabeza.

  -En fin – dijo débilmente - ¿cómo va todo? ¿ cómo te sientes?

-Maravillosamente. Bien, con excelentes noticias.

- Me parece estupendo, pero ¿qué ha sucedido?

- Han prometido arreglar la calle de mi casa. Ya ni los carretones podían  cruzar por ella. Y el edificio de la esquina, el que se derrumbó hace cuatro años, matando a diez inquilinos, ¿ lo conoce?

- He oído hablar sobre él.

- Han decidido reconstruirlo. Allí todavía viven tres familias con peligro para sus vidas – sonreí satisfecho.

- Buena noticia, pero de ti, personalmente, ¿ qué me puedes decir? –el Doc me miró de frente. Había vuelto a entrar en su papel de psiquiatra – ¿Sigues escribiendo como terapia?

-Por supuesto que sí. Y es maravilloso.

- ¿ Y qué escribiste de nuevo?

El timbre del teléfono sonó, pero él no contestó. El sonido del timbre me recordó el quejoso ladrido de un perro.

-Bueno, algo sobre los duelos.

- ¿Los duelos? Seguramente habrá mucha sangre  y eso no es bueno para ti.

Sabía, sabía que me diría aquello.

- Yo te recomendaría otros temas, por ejemplo, los históricos. Siempre te ha gustado la historia y la conoces. Eso te tranquilizará.  

 Por supuesto que conocía de historia, de sus mentiras y falsedades. Precisamente la historia y los estudios históricos serían mi próximo proyecto, pensé, pero no le dije nada.

Nos despedimos, él deprimido, necesitado de un psiquiatra, yo alegre, quedando para un próximo encuentro. Al salir de la consulta, caminé aprisa. Estaba ansioso por llegar a la casa y comenzar  a dar curso al torrente de ideas que bullían y estallaban en mi cerebro.  Me sentía eufórico.

 Antes de escribir mi proyecto, me leí, por casualidad, un cuento de Mark Twain (1)  sobre dos duelistas franceses que me hizo comprender que algo faltaba en mi propuestas sobre las armas a utilizar. Estas no solo serán pistolas, espadas, sable, florete.  A elección de los duelistas deberá haber un amplio surtido de otras. En el caso de ofensas irreparables y odio intenso entre las partes, que solo concluirá con la muerte de uno de los combatientes, habrá también a su elección hachas, machetes, lanzallamas, ametralladoras, y hasta cañones ligeros.  Por supuesto, en estos casos el terreno de combate deberá ser muy amplio y al aire libre. Si los duelistas aceptan estas últimas armas y no tienen experiencia militar  tendrán que recibir preparación previa de parte de especialistas.

Algo importante también es que los duelos nunca se concertarán al amanecer pues se corre el peligro de que los combatientes se resfríen, comiencen a estornudar con lo cual su capacidad de pelear disminuirá notablemente.    

   

( 1) Escritor norteamericano de obras maestras cuando están bien escritas y otras pésimas y tontas cuando están mal escritas ( A.T)

Mi duelo con el Barón D`Artagnan

En la mañana mi ama de llave me anunció que un señor quería verme y me entregó su tarjera de presentación. En ella, sobre un escudo con dos espadas cruzadas, se leía Barón  D `Artagnan. Quedé muy sorprendido y ordené que le hiciera pasar inmediatamente.

Segundos después tenía ante mí a un hombre de unos treinta años, de mediana estatura, delgado, pero musculoso. Calzaba botas de cuero que le llegaban a media pierna, vestía un jubón marrón y unos calzones oscuros que se hundían en las botas. Sus cabellos, cubiertos con un amplio sombrero, le llegaban a los hombros. En la cintura llevaba, sujeta a un gran cinturón de cuero, una larga espada que arrastraba por el piso.

Al verme, se quitó el sombrero y se inclinó ceremonioso

- Bonjour, Monsieur – me dijo con solemnidad  

¿Quién era aquel hombre que vestía tan raramente?, me pregunté, ¿ otro de los tantos lunáticos que andan sueltos por la calle?

   - ¿ Qué se le ofrece, caballero?

 – Permítame que me presente, soy el barón D`Artagnan y vengo a verle por un asunto muy serio.

 Mi sorpresa aumentó.

- ¿ D`Artagnan, el mosquetero inventado por Alejandro Dumas?- le pregunté.

Al parecer, mi pregunta lo molestó porque me respondió con irritación, pero con control de sí mismo.

- Monsieur, usted se refiere a mi glorioso antepasado que vivió realmente y llegó a ser Mariscal de Francia, a quien el pillo de Alejandro Dumas quiso presentar como alguien inventado por él. Yo soy su descendiente y también mosquetero.    

- Qué curioso, yo creía que los mosqueteros dejaron de existir hace 400 años.

 Aquello lo molestó aún más y terminó por enfurecerlo.

- Monsieur, nuevamente se confunde. Los mosqueteros siguen existiendo como grupo y yo soy la prueba, solo que actuamos en la clandestinidad para que no nos descubran nuestros eternos enemigos, comandados ahora por el cardenal de New York.

No me quedó muy claro cómo era posible actuar en la clandestinidad y vestirse de una manera tan llamativa, pero no hice comentario. Tampoco entendí qué tenía que ver el cardenal de Nueva York con los actuales mosqueteros.

- ¿Y bien, caballero, qué desea de mí?

- Vengo a retarlo a duelo.

-¿A duelo? Soy partidario de ellos y me parecen muy bien, pero, permítame preguntarle ¿por qué motivo? No nos conocemos y, qué yo sepa, nunca lo he ofendido - hubo preocupación en mi voz.

-  A mí personalmente no, pero sí a mi antepasado que es como ofenderme a mí. Usted escribió que los mosqueteros eran unos petulantes fanfarrones y ese es un grave insulto tanto para mí, como para todos los otros mosqueteros, camaradas míos.

 Mi sorpresa creció al máximo. Efectivamente, yo había escrito algo así y se lo había mandado por e mail a Fuente Fontana. ¿ El muy charlatán,  chismoso, traidor, le habría reenviado el mensaje a aquel hombre? Por lo visto, tendría que batirme, pero con Fuente Fontana.

- ¿Cómo se enteró usted? –mi tono fue duro, casi agresivo – ese escrito lo envié confidencialmente a través de la red.

El Barón D`Artagnan sonrío sarcásticamente y me miró como si yo fuera un retrasado mental.  

- Monsieur, ¿ no sabe usted que en internet no existen secretos? Nosotros los mosqueteros, además de grandes duelistas, nos contamos entre los mejores hackers del mundo.

El Barón acarició la empuñadora de su espada y me observó con desprecio y arrogancia.

Aquella mirada me llenó de furor.

- De acuerdo, Sir, nos batiremos.

- De acuerdo, Monsieur. ¿Qué arma elige? – gritó

- ¿ Qué arma? –  no supe qué responder.

Yo nunca me había batido. Una cosa era proponer la reinstauración de los duelos y otra comenzar conmigo. Me quedé pensativo.  

D`Artagnan se veía nervioso y su mano no dejaba de tocar la empuñadura de la espada, preparado a tirar de ella en cualquier momento.

  -Mi arma, caballero, es el cañón- respondí resuelto.

-¿ El cañón?– D`Artagnan moderno hizo un gesto de asombro -¡ el cañón? ¡

- Sí, caballero, el cañón - la adrenalina corrió por mi cuerpo – el cañón ligero de retrocarga, de 16 pulgadas. Si soy yo quien elige, esa es el arma que quiero y exijo. Con otra no me batiré.

- Caramba, yo había pensado en la espada o en el mosquete, las armas clásicas de los mosqueteros – susurró  - ¿Y a qué distancia?

- Pues a veinte metros y al descubierto. Los dos dispararemos al mismo tiempo, a la orden de fuego.

-  Corremos el peligro de convertirnos en mantequilla quemada - su voz era un murmullo.

-Así es.

-   Lo mejor sería mosquetes a cien metros o en espadas cortas a primera sangre..

- Cañón o nada.

 D`Artagnan calló y suspiró. Finalmente se pasó por la cara un pañuelo de seda impregnado en perfume y pidió de beber.

Le ordené a Esperanza que le trajera mi jugo de cocacola, papaya y limón que él bebió de un golpe.  Después, sin pedir permiso, se sentó.

- ¿ Y, en verdad, usted escribió que los mosqueteros eran unos petulantes fanfarrones? – preguntó.

- No dije petulantes. Solo afirmé que eran alegres fanfarrones.

D`Artagnan sonrió.

- Ah, eso cambia la situación. Fanfarrones, que viene de fanfarria y de fan, somos todos. Yo mismo tengo muchos fans y no me molestaría si me llamaran fanfarrón.

-¿ Eso quiere decir? –pregunté ya más calmado.

- Que no hay ofensa, querido señor, si usted calificó a mi glorioso antepasado de fanfarrón. En ese caso no es necesario batirse y podemos ser amigos, tanto más que los dos somos partidarios de los duelos, una forma de regenerar y hacer feliz a la sociedad – El Barón D`Artagnan me abrazó con fuerza.

 Con satisfacción le devolví su abrazo.

- Quiero asegurarle que yo y todos mis camaradas mosqueteros modernos lucharemos y propagaremos en nuestros países su propuesta que demanda la reinstauración de los duelos. Creo que debemos organizar una ONG internacional para esa misión.  Usted pudiera ser el presidente y yo el vice.

No respondí y miré por la ventana del salón. En la calle unos chicos reñían y se golpeaban con palos y piedras.  

- Bien, piénselo. Estoy de prisa, pero en otra oportunidad hablaremos con más calma sobre ese y otros temas. Venga a verme y le contaré de nuestra sociedad secreta. Recibo todos los viernes a partir de las seis en Paris en el número 5  de la Rue du Fossés, a un costado del Panteón. También puede escribirme a www.duelosyespadas.com o a Barondartagnan@mail.cielbleu.fr  En la primera dirección imparto, todos los miércoles, a las cinco, clases de sablazos y contrasablazos.

Dicho lo anterior, el Barón D`Artagnan, después de hacer una ceremoniosa inclinación, se caló su gran sombrero y se marchó, arrastrando su espada.

A solas conmigo me dije que debía buscar la manera de evitar que hackers, como D’ Artagnan, entraran en mis correos. Si continúan haciéndolo tendré que retarlos a duelo.

Julio Travieso Serrano, reconocido escritor cubano, nació y vive en La Habana. Es también profesor y periodista. Su novela El polvo y el oro fue Premio Mazatlán de Literatura de México, finalista del Rómulo Gallegos de Venezuela, editada por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores.

   Ha sido profesor de la Universidad de La Habana e, igualmente, ha impartido docencia en España, Rusia y México. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Entre sus libros destacamos las novelas: Para matar al lobo,  1971, mención en el Premio Casa de las Américas y filmada por la Televisión Cubana; Cuando la noche muera, 1981, Premio de novela Cirilo Villaverde de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, también filmada por la Televisión Cubana; El polvo y el oro, Letras Cubanas, 1996, Premio Mazatlán de Literatura de México, Premio de la Crítica Literaria de Cuba, finalista del Premio Rómulo Gallegos de Venezuela y publicada en México, Cuba, España e Italia; Llueve sobre La Habana, 2004, traducida al ruso, al portugués y al inglés; El Enviado, 2010.