Hilván

Susana Szwarc

Susana Szwarc (Quitilipi, 1954) es una de las poetas argentinas más destacadas de su generación. También ha publicado narrativa, teatro, literatura infantil, pero en toda la obra de Szwarc que uno ha tenido la ocasión de leer, por encima de las divisiones (cuántas veces artificiales) de los géneros, habita la voz de la poeta que siempre ha sido, es y, me atrevo a decir, será. La voz moldeada y original que ahora se ofrece, en una serie de poemas inéditos, al lector de La Otra.

Sobre ellos se proyectan, como sobre parte de la obra más reciente de la poeta argentina, dos sombras paradójicamente luminosas: las de Eliot y Celan. Con el autor de Amapola y memoria (cuya presencia recorría el anterior poemario de Szwarc desde su título, El ojo de Celan), la poesía de la argentina desmiente el consabido adagio de Adorno acerca de la posibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Así, los poemas que siguen son demostración de que, antes y después de la Shoá, el verso no es lo que condena, sino lo que reconstruye, lo que redime, lo que hilvana la realidad devastada por las tragedias del siglo. Y utilizo el verbo “hilvanar” de manera consciente, porque “hilván” (una de esas palabras simples, antiguas y llenas de verdad que los tiempos modernos parecen denostar y querer condenar al olvido) es la clave de bóveda de más de uno de los poemas que Szwarc entrega en esta ocasión (“Romance”, “Atajos”). Hilván, según la RAE, es la “costura de puntadas largas con que se une y prepara lo que se ha de coser después de otra manera”. Costura que, una vez completada, desaparece de la vista del observador -como en la poesía verdadera.

En los poemas que siguen, el símbolo (“Mi madre ve en las flores de su vestido/ las flores del vestido de su madre”, de “Batones/bastiones”) reata pasado y futuro con el hilo incierto pero firme del presente. Una imagen, la del re-unir, que es consustancial a la literatura de Szwarc: Trenzas se titula, de manera elocuente, una de sus obras narrativas. Y por esta vía, la poesía de la argentina confluye con el “correlato objetivo” que Eliot nos legó como única manera cierta de seguir encontrando sentido a la poesía, antes y después de cualquier tragedia. No cabe al poema otra función que la de rehacer el pasado que ya no. En poemas como “Romance” o “Voces” comprobamos cómo la reconstrucción del pasado (esto es, del existir) es posible en el poema y solo en este cobra sentido (“Silba y sostiene con su sonido el mundo”; un verso que daría para una larga reflexión, pues con él la poeta sitúa su voz en su tertiumgenus entre aquellos dos posibles modos del decir que Borges toma de la correspondencia de Stevenson para colocarlos como frontón de su Obra poética: “a man who talks, not one who sings”). Un sentido, sobra quizás decirlo, las más de las veces preñado de finitud, de dolor y de angustia, pero sentido al fin y al cabo.

En la poesía de Szwarc, y en los poemas que siguen de manera acusada, el existir aparece asociado a una idea femenina de circularidad, de ciclo, de repetición, que no es angustiosa, sino creativa y liberadora, como el lenguaje con sus a veces reveladores juegos: “De trompos y trampas”, “Batones/bastiones”.“¿Acaso no hay forma de liberarse/ de la repetición?” -se pregunta Szwarc en “De trompos y trampas” para acto seguido hallar respuesta en la humanidad del ojo que se ve reflejado en otro ojo- “Tal vez si se abrieran y cerraran los ojos/ fuera posible cubrir, descubrir, alguna fisura. ¿Y si al destapar los ojos se dieran/ con otros/ ojos/ que miran/ lejanos / ajenos (…)?”. En el caso del soberbio “Batones/bastiones”, la reiteración del espejo y la profundidad de lo doméstico (recordemos con Eliot, que también “las casas viven y mueren”) y en apariencia banal como un vestido de flores sirve para que la mujer recupere la memoria de la mujer (la madre de la hija) en un bucle espacio-temporal tan doloroso como real y definitivo. En “Atajos” leemos: “Cada tarde vuelve la pregunta/ ¿Si tuvieras que elegir un recuerdo? (…) El tiempo se entromete como una costurera que me acaricia. Cada vez otro hilván”. Y así el existir se encadena para revelarse descarnado y definitivo en el poema central del conjunto, “Dedicatoria”, cuyos versos resumen todo lo anterior con el laconismo del que solo es capaz el verso verdadero: “Las palabras/se deshojan/ ante una madre pequeña que dice: / rehacer”.

Luis María Marina

Romance

                             

Leves en el país lejano

en vagones subterráneos

a metros bajo tierra

(sin tumbas sin tambores).

 

Un cuerpo cae (lo veo y no alcanza

la mirada a detener

tú mí / caída).

Los golpes resuenan sobre el mismo cuerpo.

Después

alguien hará un hilván

sobre la mano.

 

Se estiran los dedos el lápiz

avisan nuevo surco en las frentes

vías a la vista que cada uno

puede recorrer.

- Ayer la música no me dejaba dormir.

- Ni a mí.

Sin ton ni son

más bien el ruido mantenía despierta

la madrugada y la palma

guarda todavía

tu hilván.

 

Una pierna se rebeló y no ayuda

el pie se niega a seguir

se agarra al suelo

 

En la caminata

honda bajo la tierra

encuentro un botón

lo atesoro

y escuchamos, sordamente,

largamente

romanzas

(número 1 número 2

Beethoven).

 

Los hubiera querido abrazar más fuerte.

 

Leves en el país lejano.

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Situación,  7

Me disperso: sigo alguna bandada ajena

la sigo tanto que llego a escuchar

sopranos sobre la hoja.

Dolor de cabeza  

Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante presión de los

nervios, la nuca empeñada en sufrir…

Antonin Artaud

En la madrugada busco una luz

pero hay un corte. 

Hasta en la calle, el pozo del mundo

está

ahí.

Alzo la vista: cielo cubierto,

ni una estrella. Tampoco una palabra.

En el silencio sostengo mi cabeza

pero se escapa, rueda como una pelota.

Duele.

Sin luz, sin celular, sin computadora, sin skype, sin facebook

intento oír el respirar de alguno.

No escucho. (¡No escucho!)

¿Si murieron? ¿Si todos murieron en este inmenso campo

 de exterminio que se desplaza, crece, oscurece?

Así, no hay pastilla –palabra– que alcance.

Levitación

La nieve se dispersa

y la gente del pueblo levita.

Sin embargo, no tienen el honor

de levitar

aquellos que –voraces – tragan

las tierras.

Curiosamente  (para vos, para mí)

ellos

dicen:

¿Qué tontería es esa de levitar?

¿Por tan pobres, tan livianos?

Se rascan las cabezas, se preocupan.

Lejos, nosotros, disfrutamos

esta forma de viaje.

Con las bocas abiertas

tragamos dulcemente

 humo.

Bicho

Casi cada atardecer,

y ahora mismo,

escucho a un búho o lechuza

o qué ave su haber irreconocible

u uuuú u uuuú u ug guguuuú

que me lleva al lado amargo de las cosas.

¿Lo escuchás vos también?

¿Sabés por qué se queja así?

¿Quién lo lastima?

¿Grita de miedo o  para asustarme?

¿Recordarme mi propia brutalidad, la vez

esa que te humillé sin saberlo del todo?

Tal vez sea el bicho del recuerdo

el que impide que nos alejemos

al otro mundo con la comodidad

de los buenos.

De trompos y trampas

 

El frasco de shampú, las cremas de enjuague,

la pasta dentífrica, los tápers  y  qué más aún

con sus tapas desparramadas

¿Quién deja  así el vacío

- no importa si más o menos lleno-

 y lo más grave

fuera de lugar?

¿Acaso no hay forma de liberarse

de la repetición?

Tal vez si se abrieran y cerraran los ojos

fuera posible cubrir, descubrir

alguna fisura.

¿Y si al destapar los ojos se dieran

con otros

ojos

que miran

-lejanos / ajenos-

el agua 

de la taza donde el hilo

resbala sobre la pared

y  el saquito de té

inmóvil

decolora algún mundo?

Batones/bastiones

Mi madre ve en las flores de su vestido

las flores del vestido de su madre

de donde salen las voces que le hablaban

cuando vivían

entreárboles.

Entre idiomas

se dicen esas cosas que no entiendo

que hacen que el vestido se vuelva

un mar de lágrimas.

Quisiera calmarla

pero ha quedado arropada en otra voz

me mira con ojos que me desconocen

por su boca dice vení te extraño

mientras veo cómo deja las sillas

sobre la mesa  

porque va juntando las flores

que siguen cayendo

una por vez

todas juntas.

Atajos

Cada tarde vuelve la pregunta.

¿Si tuvieras que elegir un recuerdo?

Salen  amapolas de tu memoria,

atajos,

una  melodía para tararear.

El tiempo se entromete como una costurera

que me acaricia. Cada vez otro hilván.

Quisiera sacarle la aguja que se guarda entre los dientes.

Mientras el linyera, Maimónides,

ida y vuelta, ida y vuelta,

pasea por una vereda

ida y vuelta, ida y vuelta,

levanta

un pétalo rojo.

Se le entremezclan los sonidos

de un saxo, del camión de la basura,

del paso de otra cerveza por su garganta.

Juntos, con tu voz,

me arrullan.

Dedicatoria

¿Y qué dice? Le gustaría saber.

¿Dice todo eso que leíste? ¿Dónde?

Manojo de hojas

no habrá de detenerse

hasta encontrar consuelo.

“La tuvo largo rato junto a su pecho

porque  –leería en voz alta- el sufrimiento inventado

es el más inconsolable, el más insensible a las palabras.”

Abraza las hojas. Que la lluvia o el sol

exageradamente  fuertes

no  lastimen.

Que se arruguen

se ajen

les caiga una gota

de café o aceite

no molesta. Es lo común de  la vida.

Lo único (único) grave es que se borre

alguna letra/algún nombre/ alguna frase

musical.

A punto de subir las escaleras

se detendrá.

Escucha una risotada

¿o  una queja?

Es  la sombra que deforma

y suspira

como  un bebé

siempre en brazos.

De amor amamanta

otro malentendido.

Las palabras

se deshojan

ante una madre pequeña que dice:

rehacer.

Rehacer el libro que vendrá.

Todavía eso no significa nada y lee:

“para las personas

que se parecen a todo lo bueno”.

Desasimiento

Quiero tocar

el hueso que te sobresale

y el dedo se asoma

a la barbilla de un gallo

se redondea como un huevo

moja el pan.

Quiero  tocarte el abdomen

y el viento sopla

de arena vos

desparramás mis ojos.

¿Movés las pestañas

el pecho

autómata

que simula

salar el caldo

ir más

al fondo

balancearte

hundir?

Cerradura

Aunque dicen que los hebreos usan un himnario

desde tiempos de Moisé, me sucedió

una sorpresa.

Desconocía la palabra himnario.

Solo “oíd el ruido de rotas cadenas” fue

mi Himno a la Alegría

cada vez

que  el sol pintaba las voces en éxtasis

y  uníamos cuerpos en alabanzas.

Oí. Oigan, oigamos. Sin conjeturas

o  sospechas.  

¿Por qué no habría de confiar si la música nos elevaba?

Solo que la palabra himnario se repetía de unos a  otros

y el libro no llegaba. ¿Sería un indicio aunque se hablara

de un himnario en la mismísima Biblia?

Ahora al menos sabemos: ninguna canción es sagrada.

Voces

Te pregunto si llueve todavía.

Una pregunta tan torpe como pretender,

ahora, desde aquí,

saber

si es de día o de noche,

como si se pudiera responder

así nomás

a ciertas cosas.

Es otro continente, me decís.

¿Acaso cambia algo si sigue lloviendo?

No es lo mismo, diría

y me acerco

más

a la ventana.

-Está oscurísimo.

-No se puede pretender otra cosa

a la madrugada.

(¿De dónde viene esa voz?)

Me alejo. Alguien se puso a silbar.

Silba y sostiene con su sonido el mundo.