Enola Gay
Luis Armenta Malpica
Versiones en blanco nieve
2.1 Con este gis de hielo
la cáscara y la carne
van : a confortarse :
Escribo con un dedo en la nieve
(la primera nevada, su principio)
una línea continua
que separe el bosque del infierno:
la llamo purgatorio
y se deshace.
¿Será que hasta los copos con los que Dios se viste
recuerdan a mi cuerpo la acción
de días atrás?
¿Será que toda página sin nieve en sus orillas
no puede ser mi diario de expiación
mientras esté en pecado?
¿Será que la pureza de los hombres
es un enorme témpano
que oculta
debajo de mis ojos
la escritura que debo reescribir
antes de dar un paso?
Escribo con mis labios
(su mudo escalofrío)
ese fin de mi carne
y con el cuerpo a ras
me dibujo unas alas que la nieve
me niega e inmoviliza.
¿Fueron todos mis actos una cáscara vana?
¿Fue el amor de la carne un gis
sin voz ni aliento?
Escribo desde lo hondo de este frío
que comienza a adormecer
desde las uñas
una línea que separe mi amor de mi otro amor
(principio y fin del mundo)
:
le llamo ser humano
:
entonces vuelo.
2.2 Lavar el tizne y poner
en blanco la memoria
es olvidar ( ) el frío
Esa luz que atraviesa la memoria
con sus copos derrota los restos de ceniza
que ensuciaran mis manos
al escribir de ti.
Sin embargo, ese frío
tan lento y prolongado
no se disipa solo.
Tenemos una antorcha en la cueva
y varios animales en camino.
No la nieve que viene
y ahora cae
sino que nos aguarda
si llegamos a casa
después de andar la noche.
El estruendo del miedo.
Así llegan a mí todos los animales que pronuncio:
con honda brevedad los ilumino.
Los paso con mi mano gis a gis
recuerdo tras recuerdo.
En esa barca devastada de mi diario
ellos se multiplican
y unen sus teas y antorchas
un incendio es mi voz
ante la gran nevada.
Pero ya no me olvido:
la nieve es mi manera de estar solo
con mis propias palabras.
2.3 La misma palabra [nieve]
que por saber leer un dios
no la escribe : (acumula) :
El corazón persigue lo que las manos
no pueden alcanzar.
Nos hemos dado cuenta de que la incertidumbre
es la mejor manera de estar
con lo que uno es
y no
con lo que quiere.
Y en eso que nos late
en la mirada que se queda vacía
también hay un ardor
y no
es el llanto.
Al círculo concéntrico que hace un golpe en el agua
le crece un capullo de nieve
que se ahoga
en sí mismo.
Y en esa dignidad que nos abraza
hay suficiente luz.
2.4 bautizamos el deseo y oponemos
la sal para lavarnos () el recuerdo
: () sin que el agua se congele () :
Se escuchan los relámpagos y es uno: la curva
del deseo tiene un brillo lejano
que nace en el instante de apretar un botón y hacerse
el beso. Ese fulgor tan rojo
nos hace levantarnos y salir de la cueva del miedo
de la armadura desollada de la carne
y habitar Hiroshima. Vemos caer un coágulo de nieve
la migración del agua y sus bisontes
del estrecho de Bering a la garganta estrecha
y pronunciar al aire todo
ese amor que nos congela y arde
: sus hermosos caballos
: sus bueyes en canal
: la carroña
: el estiércol.
Otra lágrima
r o s/z a
la estampida
que hicimos al regresar la vista y no mirarnos
justo por lo que somos (si no somos tan justos)
y encontrar en las sombras los ecos
de ese mar amarillo
que cae
que se desploma
que nos cubre en su manto
con toda su pasión
y con su réquiem.
Nos dejamos poseer por ese beso
esa ciudad
de uranio enriquecido
y ya no importan más los hermosos caballos
: sus bueyes en canal
: la carroña
: el estiércol
ese rinoceronte que se nos viene encima de tanto imaginarlo
y aplasta toda la realidad de lo que conocemos
(sea en Dogville o Altamira)
y por fin pronunciamos
con sus sílabas
blancas:
este mundo es un sitio
más seguro
porque existe
la muerte.
Poema sin cuadro héroe
Me queda algo de pan y queso en la mochila.
Un candil parpadea y miro el vientre oscuro del cachalote
que se traga mi miedo y posibilidades.
Recorro esos tizones que parecen formar a los mamíferos
y los óleos escurren de los hombres que están
agazapados en muros de metal. Ese frío que desprenden
los trazos de mis antepasados
hace una brisa extraña. Siento que se acelera
mi enorme embarcación
y con cada latido me parece que remo contra mi propia sombra.
Me refugio en las vísceras de mi B-29
y el aceite que escurre por mi frente es casi un copo:
nieve que pronto deberá tapizar los techos de Hiroshima
y hacer corto el camino hacia mi casa.
Allí me esperas tú, mi madre Enola Gay.
Madre deber cumplido. Casi doscientos años
dura el día que recorro con mis ojos más húmedos
y un botón en mis dedos. Ya gira la verdad con sus hélices lácteas
y vuelve en mí el dolor de mis cartílagos
la asfixia a mi garganta
ese deber
pendiente por no decirte Bob
mi G.I. Joe
mi joven Pieter Brueghel.
Envejecí de golpe en este vuelo.
Dejé de ser el comandante Tibbets para vivir en los Países Bajos
y saber que la felicidad está en la nieve
más blanca si más roja
tan caliente como mi propio cuerpo
madre magma y uranio.
Me hice mayor detrás de tu mirada
poseído de animal y sus derrotas
en el Rijksmuseum. Espero que sus aguas se separen
y junten de nuevo en la mirada y en ese verde olivo
madre guerra me estreches y consueles
por lo que vine a hacer.
Si página tras página (migaja tras la piedra)
vengo a cerrar un libro
que alguien me abra sus ojos de oliva
y de misil. Escribir este poema
me ha dejado el derecho de bautizarte madre
no como Enola Gay sino como yo mismo. La madre mineral
de Bob nunca será la guerra
tampoco su granito. La madre vegetal
con la que duerme Bob es un avión de guerra
pero no es el amor. La madre más animal
de Bob tiene mi propio nombre: el hombre
más pequeño de este océano.
Y si tú relincharas, Caravaggio
serías mi rosa eterna.
Si mugieras, G.I.
tendríamos un edén.
Sin embargo, nos dicen y casi lo anotamos
el único trabajo que hacemos en conjunto
es detonar la bomba: abrir el Paraíso
para nuestro país. Comenzar el infierno
del Imperio del Sol.
Nosotros nos quedamos justo al centro.
Ay, madre Fukushima
verás llegar la nieve desde el sueño
de Akira Kurosawa. Ay, madre Superfortress
no me dejes morir tan blanco y solitario.
Dame ese par de ojivas que Bob tiene en los ojos
como el último cuadro de toda mi existencia.
Que cuelgue de mis huesos
con su tizón y cal. Ay, madre corazón atómico
bríndame una plegaria
de uranio enriquecido. Y me abrace
completo y detonado
el animal que fui.
Amé todos los nombres como si fueran tuyos
y no me había fijado que ambos somos G.I.
Propiedad de la guerra. Su derrota.
Ahora sobra la nieve.
Ojalá tú me amaras
como amas a los hombres
(propiedad del deseo).
No hay más por recordar: dejo caer
de mí
todo el amor posible.
El mundo nunca ha sido un sitio
más seguro.
Ojalá estuvieras aquí
Busca un sitio más blanco que el amor
y levanta tus muros con su hielo. Con esa duda
fría que es sensible a la luz aun en la sombra
(muy lejos del elogio).
En su detonación el relámpago crece
nacido de una espora, de un helecho, de este fruto
de uranio. Y ya que estés allí
guarecido de todos
con la piel inflamada, enardecida
expuesto a la verdad mortífera y dantesca
que trae en sus minutos una duda
empieza: empieza por nacer
de otras palabras y hechos, de otra
madre rosácea e Hiroshima. Despierta de otros
ojos en su color más líquido. De un lagrimal
sin surcos ni represas. Cada copo
en tus dedos parará la ignición de tus latidos.
Corazón que será al mismo tiempo Altamira y pincel.
Bombardero en su segunda guerra contra el hombre.
Un cuadro inexistente para quien nunca amó.
Amar es una piedra que se cubre de nieve
para empezarlo todo. Busca que tal pureza se
caiga de tus ojos. Consigue que se quede como huella
en tu piel. Dibuja con tu dedo ese tizón de sangre en los labios
de otro hombre. Exige con tu trazo la existencia de ese alguien.
Figuraciones tuyas, que no sea como tú. Golpe o sombra
del viento, que sea lo que se afirma en el relámpago. Hielo
que transparente la curva de su luz. Ígneo
por ser eterno, pero al igual silente. Justamente habitado
por algo por decir. Kilo por kilo, arena. La historia
repetida de elevarse y caer de boca en boca. Muerte por voz
y asfixia. Nadie a un lado de mí. Ojo abierto hacia el bosque
y sus nacientes aves. Pinceles que vislumbren
lo que hay de Dios en dos. Queroseno
tal vez. Resina en las paredes. Sitio
limpio y seguro, cubierto de piedad. Ten
en cuenta que digo nada más lo imposible. Un
silencio tan blanco debe ser el final. Visto
así, qué importancia tendría observarme
en tus ojos
y derretirlo todo.
Ya no vives
aquí.
Surco al fin
el
r
e
l
á
m
p
a
g
o
.
Luis Armenta Malpica es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Expremio de Poesía Aguascalientes (1996), Premio Jalisco en Letras (2008), Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2011), Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2013), Premio Enrique González León (2016), Diplômed’ExcellenceLibrex en el Salón del Libro de Iași, Rumanía, Premio Jaime Sabines-GatienLapointe, Canadá-México (2017) y Cavaler al PoezieiCapitaleiMariiUniriIași, Rumanía (2018); finalista del Premio Internacional La Lira de Oro, de Ecuador, por Llámenme Ismael, y del Premio LetterarioInternazionaleCamaiore 2019 por ese mismo título en su edición italiana, entre otros reconocimientos.
Autor de veinticinco poemarios, siendo los más recientes Götterdämmerung. Antologieminime(Écrits des Forges, Quebec, 2015), Greetings to theFamily (Vaso Roto, España, 2016), Voința luminii (CronEdit, Rumania, 2017), ChiamatemiIsmaele (Filid’Aquilone, Italia, 2019) y Enola Gay (Vaso Roto, España, 2019). Libros y poemas de su autoría han sido traducidos al alemán, árabe, catalán, francés, gallego, inglés, italiano, maya, neerlandés, portugués, rumano y ruso.