Cecilia Romana

Selección de poemas del libro

LOS MESES LEJOS


Días de veda

Las horas cuando te vas pasan tan lentas…

Samuel Beckett


Mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre.

5

(I)

Voy por mi tercera ronda

de whiskies.

Debo andar por la octava

de ultimatums.


5

(III)

Porque si me ama y no lo amo,

mala noticia. Si lo amo

y no me ama,

malísima.

Y si estamos de acuerdo en algo

será que estás viendo otra película.


7

(I)

Si yo tuviera su edad

estaría preocupada

por el dolor de columna

no por las columnas

del Palacio Acosta Lara.

Pero yo no tengo su edad.


7

(II)

Si él tuviera mi edad…

‒a quién quiero engañar:

no me hubiera enamorado de él

si él tuviera mi edad.


8

(I)

Cuenta la historia que Gervasio Méndez fue un poeta triste.

Tiene un lugar en la galería de bustos de Plaza Constitución.

Camino por Artigas en dirección al puerto.

Le escribo: nunca pensé en escuchar al río, quizás porque tampoco

tuve nunca la necesidad

de esperar a nadie.

A Méndez lo llamaban el poeta del dolor. Su cuerpo

quedó paralizado a los cuarenta y seis años.

Soy poeta- Tengo cuarenta y seis años.


8

(II)

Miro a mi hija en el río.

Tira piedras

lo más lejos que puede.

Por momentos se da vuelta y me pregunta:

¿Estás escribiendo?

‒Sí.

¿Qué escribís?

Tira piedras. Habla sola.

Escribo sobre la distancia y sobre hablar.


9

(I)

Solo Dios sabe cuánto lo extraño esta mañana

de octubre que hace frío. Cuánto lo extrañé ayer

cuando dejó de hablarme. Mañana

que será otro día de silencio completo. Porque una noche

medio borracho me dijo

que había escrito sobre nosotros

y aunque estaba medio borracho fue contundente

conmigo: escribí sobre nosotros. Éramos un barco.

Es entendible que se haya olvidado de esa noche.

Es más, puede olvidarse de todas las noches

que lo esperé muerta de frío pensando que iba a llegar

y no, no vino. Es entendible y quizás hasta sea justo,

pero esa noche me dijo que había escrito

sobre nosotros, aunque estaba medio borracho,

escribió sobre los dos y dijo: éramos un barco.


9

(II)

Estoy en el río.

Escribo sin ver

‒el sol me ciega.

Qué fuerza ciega

echaste a andar, Manuel.


10

(I)

Una enzima aglutinante

mantiene unido al deseo

en tiempo y espacio.

Para la naturaleza

nueve mil quinientos

sesenta y seis kilómetros

no son absolutamente nada.


10

(II)

En el cementerio municipal

volví a la fosa común de la fiebre

de 1871: huesos y nombres

hechos uno en la tierra como hizo Dios con el pan.

Él desde su isla dirige el tiempo y la espera,

tal vez solo para evitar

que nos convirtamos en seres anónimos.


11

Prefería los poemas de amor.

Como era algo que nunca había vivido,

se sentía

inmerso en una novela de Cendrars.


12

Me acuerdo, yo me acuerdo

de tu pelo, de cómo relucía.

No ha sido al fin tan fácil ni feliz…

Sergei Esenin

Me acuerdo, Manuel,

de los primeros correos que escribiste

y que enviaste

con una semana de diferencia. Me acuerdo de tu pelo

que me pareció

demasiado largo para un hombre de tu edad

‒pero en realidad

yo no sabía nada de pelo,

mucho menos de hombres de tu edad.

Solías usar el pelo hasta los hombros

partido al medio

como el de una sibila que no quiere

entregar por nada del mundo

los libros que esconden la sabiduría del mundo.

Ya de mayor

corriste la raya

un centímetro al costado

y todo se fue al mismísimo demonio,

igual que las promesas de las sibilas.

Me acuerdo de cada nombre que me ponías

porque decías que era exagerada

y yo

no era exagerada: yo te amaba con locura. Me acuerdo

de tu dedo mayor

apuntando al lente de la cámara. De tus críticas destructivas:

lo arruinas todo cuando explicas, Cecilia.

Nada fue fácil entre nosotros, desde el principio,

hay que aceptarlo:

eras cineasta. Yo era la nada misma.

Y eran correos, Manuel, correos, no versos.

Correos que me enviabas cumplidamente

y yo leí,

cumplidamente,

pero demasiado tarde, como suelo hacer

con todo lo que importa en la vida.


13

Tenías nombre de navegante

y la capacidad de arrancarme desde el pecho

esa perspectiva pobre de futuro

con la que había nacido.

Esa era la parte que me tocaba. Yo lo sabía

y vos lo sabías mejor que yo,

pero obstinado, como hiciste todo en tu vida,

también quisiste corregir esas líneas.

Es que a vos te gustaba Yeats y las hojas en blanco.


14

Hablo en pasado

porque todo con él quedó

en el tiempo más difícil de conjugar.


17

(II)

Pero yo sí te amaba: eso es lo terrible.

Te amaba y me dejé avasallar

por tus compromisos

‒supuestamente importantes

cuando habías fundado una escuela

del qué me importa lo importante.

Haz lo que yo digo, no lo que yo hago.

El amor no es solo ciego. El amor es

un incapacitado total.


18

Yo no conocía de él sino la cara amable,

como Mallarmé conocía al grillo inglés: dulce y caricaturista.

Él, por lo que supe después, era un hombre paciente

que para todo tenía la excusa de la vejez.

Extremadamente locuaz al principio,

comenzó a enmudecer luego

como otra especie de grillo, el que está muriendo.

En honor a la verdad digo que tuvimos días buenos

y quizás hasta mejores, por eso mismo, hubo días en los que pensé

que sin él yo no sabía escribir, no iba a poder leer,

ni preparar la cena, mucho menos

lavar los platos. Llegué a extrañarlo de una forma

desgarradora: así de indolente como era para todo,

había sido capaz de quitar un nudo de mi espalda

‒un nudo enquistado ahí por años de años‒.

Conmigo se presentó de la mejor manera.

Tanto así que no le encontré

defectos hasta mucho tiempo después.

El grillo, quién lo diría, es letalmente destructivo

respecto de sus congéneres. Lo que no se sabe

a ciencia cierta es si extrañamos al insecto

o la estación del año en la que canta.


19

Te parecías demasiado a ese globo brillante del video de Spike Jonze

que nunca me animé a decirte que me gustaba: vos

me tomabas por analfabeta del cine ‒amén de tantos rubros‒

y habría sido un deshonor para Jonze que yo dijera:

me gusta Spike Jonze o me gusta Watanabe o a veces me largo a llorar.

Un globo brillante persigue a una chica por la casa.

Está medio desinflado. Se acerca al ventilador de techo.

Vos pensabas que mi amor era como el aire.

Pensabas que el tiempo podía descabezar la memoria:

vos humanizabas al tiempo.

Te parecías demasiado a ese globo: brillante, siempre a punto de estallar,

siempre

empujando el deseo más arriba,

contra las últimas hélices que existen

que son las del cielo.


20

(II)

Una maestra de poetas me dijo: no hagas un libro corto.

Entonces

junté dos libros

y me presenté a un premio y lo gané.

Un maestro de cineastas me dijo: no aceleres los acontecimientos.

Entonces

traté de ser paciente

y no le hable por un tiempo.

A quién quiero engañar: yo soy una buena alumna

pero no tengo paciencia.


23

Está la estación en que cae la fruta y está el hombre que cambia

sus formas de un día para otro.

Están los signos zodiacales y hay una manera de escapar de ellos

siendo católica.

Están los buenos, están los extranjeros, los que quieren darte clases,

los que te enamoran, los cobardes.

Está la idea de reencarnación, la del karma, la de la unidad del alma.

Está el sino judío y la providencia cristiana.

Hay hombres para todo.

Hay mujeres solo para un hombre.


24

(mi número, el número de mi padre)

Y pese a todo, pienso en vos y no puedo parar de llorar.

Pero no lloro por vos,

lloro

por ese chico de pelo grueso y raya al medio

que trajo rosas

a la casa de mis padres

y encontró la puerta cerrada. Por todos los chicos

que encontraron mi corazón cerrado como esa puerta

y pensaron que se me iba a pasar

y no

no se me pasó nunca.

Ahora que pienso en vos y no puedo parar de llorar,

lloro

por Diego, por Marcelo, por Raúl,

lloro por Carlos,

lloro

por el que me agarró del brazo y lloró como un bebé: no me dejes,

por favor, no me dejes

y yo lo dejé igual.

Lloro

por los que esperaron mis correos,

por los que tocaron un timbre que no sonaba.

Lloro por mí.

Vos corré, Manuel,

con esas piernas infinitas,

corré, Manuel,

ponete a salvo de mi amor,

mi amor,

corré.