Ciudad de México, 17 de septiembre, 2022

Juan Manuel Roca

María Luisa Martínez

20 de septiembre, Ciudad de México

Queridos Juan Manuel y María Luisa

Me gustaría comenzar con ambos este intercambio epistolar que habrá de hacerse público en La Otra. Nuestras amistades datan de diversos periodos y con ustedes he compartido inquietudes y reflexiones sobre el quehacer de la revista. Yo comencé en una publicación periódica llamada Información Científica y Tecnológica (ICyT) allá por 1984. Fui reportero y redactor. Como resultado de ese periodo de hacer divulgación de la ciencia y la tecnología armé un libro que titulé Lectura del mundo nuevo. El poeta mexicano y filósofo, editor y miembro de La espiga amotinada, Jaime Labastida, afirmó en la presentación del libro que no había otro mundo nuevo desde el descubrimiento de América. Pero muchas de esas conversaciones y ensayos mostraban el asomo de un cambio profundo en la percepción del tiempo y el espacio, se gestaba ya la caída de la gran experiencia social del socialismo real y la ciencia y la conciencia corrían a grandes velocidades cibernéticas. Por esos años era necesario abrir el cráneo para explorarlo, pero a la vuelta de la esquina dejó de ser necesario, porque se podía estudiar desde fuera con la aparición de la tomografía axial computarizada y la de emisión de positrones. Se podía también conocer la historia futura de enfermedades de un sujeto aún no nacido, por la información que revelaba su líquido amniótico. Entramos en la era de la intimidad biológica del hombre, del peligro del mal uso de la información genética.

   Kundera hablaba de La insoportable levedad del ser, y se anunciaba el fin de los paradigmas y de la historia. A inicios de los años noventa Rusia abandonó Cuba y Estados Unidos apretó el bloqueo contra la isla, que ha vivido años de penuria. Europa se conformó en una comunidad económica, ahora fisurada por la salida de la Gran Bretaña, y el mundo de los pobres se convulsionó con guerras balcánicas, intervencionistas como en Siria y en África. Los nacionalismos reaparecieron y la defensa de las lenguas originarias marcaron la pauta de la memoria contra el olvido. El imperio es una obra en la que Ryszard Kapuscinski nos hace un recuento de ese final y de ese comienzo.

   ¿Qué ha cambiado en verdad en este mundo? ¿El hecho de que seamos una aldea global como lo anunció Marshall McLuhan, un mercado planetario, interconectado, dominado por la simultaneidad, la instantaneidad y lo efímero? Una vez le preguntaron a Ernst Jünger, muy cerca de cumplir su centenario y pasado el siglo XX, qué le impresionaba más de este tiempo y el respondió que la telepatía. El reportero pidió que se explicara y Jünger le contestó que cada mañana al despertar encendía su computadora y de manera automática entraba en comunicación con cientos o miles de mentes.

  La pandemia del coronavirus o covid-19 aceleró esa noción de quietud y de vértigo, de ausencia y de sobreexposición. Millones de niños pasaron dos años de sus vidas sin jugar físicamente con otros niños, millones de personas aprendieron a convivir en la distancia y millones de personas también descubrieron que se puede vivir con mucho menos de lo que normalmente gastan y consumen. La hibridez es un término que se vive como acto cotidiano, pero en la escritura ya habían comenzado a desaparecer fronteras o cuando menos a expandirse o a cruzarlas. Por ejemplo el periodismo narrativo, la narrativa periodística, la crónica en la poesía, y ahora vemos cómo la ciencia y sus metalenguajes sientan cabeza en la literatura aunque no ficcionen, y cómo los poetas emplean el instrumental científico en sus versos.

  Todo esto lo escribo para contarles que luego de la experiencia de Alforja, que duró once años y que se imprimió a lo largo de su existencia, apareció La Otra, Revista de Poesía, Artes Visuales y Otras Letras en el 2007, todavía con la convicción de aparecer en papel, con un tiraje de mil ejemplares que no lograban agotarse en un país, en ese momento, de más de cien millones de habitantes. 21 números quedaron impresos, luego se acabaron los apoyos y continuó circulando en su versión electrónica, algo que venía haciendo paralelamente desde los últimos años de Alforja, y por eso se llamó La otra gaceta, con el fin de poner a circular información y materiales más inmediatos. Ampliamos nuestra base de datos de correos electrónicos y la enviamos a alrededor de 50 mil destinatarios en el mundo. De mil ejemplares, de los cuales con suerte alcanzábamos a distribuir 500, pasamos al mundo de una oferta cincuenta veces mayor.

  Pero las preguntas que me hacía y me hago son ¿para qué?, ¿cuál podría ser la utilidad de armar números de poesía y de literatura, de reflexiones y de crítica en un mundo que se deja conducir por la inmediatez y el efecto, por los me gusta, por las diatribas o lo elogios fáciles? A quienes escribimos solo nos debería interesar escribir y publicar lo que hacemos, hacernos de lectores. Las publicaciones son también instrumentos de visibilidad, no sólo de quienes publican sino también de quienes las hacen. Suelen convertirse en herramientas de prestigio o de negocio. Pero una revista de poesía no es negocio, ¿dará prestigio? Las hay subvencionadas por las universidades, como por ejemplo Periódico de poesía de la UNAM, que cuenta con una plantilla de profesionales y con un presupuesto, pero hacer una revista al margen del mercado y de las instituciones, ¿para qué carajos sirve?

   Cerrar La Otra sería buena cosa para dedicar un poco más de tiempo a mis lectura y mis esfuerzos de escritura. Uno termina por ser más identificado como promotor y divulgador que como creador o escritor, pero hay algo interior, profundo que resuena a contraflujo, una especie de turbulencia existencial y ética que nos rebela contra esa complacencia y pensamos que lo inútil también es útil, que los actos y las conductas antimoda, que los silencios y los gritos en medio del barullo también dialogan con la masa y con esa otredad al margen de los reconocimientos y las medallas, de los reflectores y la historia. Una revista continúa siendo, en este contexto de plazas públicas donde la turba exalta o lapida, una concentración de energía para pensar y ver, para escuchar y decir aquello que no es lo que todos quieren oír y, quizás, lo que nadie quiere reconocer. Sí, están los libros, cierto, pero los libros se leen si se venden; si no, quedan en la marginalidad. Pero una revista es, me parece, un factor aglutinante de deseos de expresión, de comunicación, de polémica, de circulación de voces y de textos, de opiniones que buscan poner en crisis la realidad y las lecturas. De eso quería yo hablarles y pedirles que no nos dejemos solos, que reunamos fuerzas para pensar juntos y hablar de manera autónoma, para continuar emocionándonos con la inteligencia y la belleza, con bella inteligencia que no responde de manera vertical a los patrones, a la necesidad de preguntar y de entrar en diálogo con quienes aún mantienen la convicción de defender la libertad de ser y de pensar. Yo pienso, ilusamente con Jünger, que tal vez se pueda hacer la magia de la telepatía entre mentes que busquen el diálogo o deseen aprender a dialogar. Justo como yo lo estoy haciendo con ustedes, desde la pantalla de mi computadora, imaginándolos e invocándolos.

  Con mi abrazo fraterno

  José Ángel Leyva

   

25 de septiembre, Concepción, Chile        

Queridos José Ángel y Juan Manuel

Acepto con entusiasmo la idea de una correspondencia entre los tres. En primer lugar, porque mi amistad con ustedes dos es indisociable de las palabras y las letras; de letters, al modo de Anne Carson. En segundo lugar, porque uno de los géneros que más quiero es el epistolar; las cartas conjugan una confidencia íntima (abierta en este caso, ya que nuestras cartas serán publicadas), un deseo y una petición implícita, y también recogen esas minucias de los días en las que a veces nos perdemos, aspectos que me parecen insoslayables en cualquier forma de comunicación. Quizás, siguiendo la idea de Jünger que citas, todo se traduce en un ansia de telepatía, que muchas veces ha parecido una realidad concreta cuando nos encontramos en alguna conversación que nos urge.

¿Qué ha pasado en este tiempo para que el destino de La Otra sea lo que ahora nos convoca? Bueno, mucho ha pasado en estos casi tres años desde que comenzó la pandemia; el derrumbe de un mundo y el surgimiento de una nueva realidad han afectado no sólo el ámbito más privado de nuestras vidas, sino que también el curso de nuestras inquietudes intelectuales y sociales. Las publicaciones periódicas, como expresión de estas últimas, también se han resentido y han reclamado su derecho y su voluntad de cambio. Creo que hay que oír esa petición implícita de La Otra y manifestar a los cuatro vientos que la relación que la une a sus lectores no naufraga a la deriva. Deleuze dice que toda escritura es una carta de amor y eso creo que es esta correspondencia que iniciamos: una carta de amor a la revista. La Otra, como una vieja amante, aúna una enorme fortaleza a su aparente fragilidad y sabrá dar con la fórmula exacta para compensar los desmanes que causa el tiempo.

Preguntas sobre el sentido de continuar con el empeño de una revista de poesía y literatura. Creo que ya te he dado la respuesta, pero majaderamente repito que por amor. Creo que La Otra es en sí misma una carta de amor a la poesía y a la literatura en general, pero también a sus colaboradores y lectores, a sus destinatarios. Toda carta, y su soberana es la carta de amor, implica cercanías y lejanías; se funda en el deseo utópico de alcanzar al otro, de conmoverlo con su presencia imaginada y soñada, y su petición es ser leída con la misma emoción con la que fue escrita. Si esta respuesta no te satisface o no te parece un motivo suficiente para tantas fatigas, creo que la rebelión es siempre un buen motivo para seguir “peleando a la contra”, como señala el título de una compilación de textos de Bukowski que puede leerse como una autobiografía del autor. Y es que hay mucha autobiografía también en La Otra, mucha vida tuya, mucha historia de los autores que en ella publican y de sus lectores; creo que esas vidas y sus huellas no van a ceder tan fácilmente el paso a la muerte. En esa ventana utópica que ofrece una revista de las características de La Otra creo que no hay espacio para consideraciones prácticas y materiales. Es cierto que una publicación implica visibilidad y prestigio (dependiendo de qué se publica y dónde), pero también es una realidad que la poesía parece ser la menos rentable de las opciones disponibles, sobre todo en una revista de divulgación gratuita y que demanda muchos esfuerzos (algunos retribuidos en ocasiones incluso con indiferencia, cuando no con críticas gratuitas). No importa. No es ése el sentido de una revista que nació, según cuentas, a la sombra de Alforja, la elegida. Pero ya ves tú: Alforja dejó su legado, una herencia indesmentible, pero La Otra sigue aún en pie de lucha en su desquite personal.

Dirijo, como sabes, una revista científica hace ya unos años. Defiendo y valoro las publicaciones académicas; las considero necesarias para reflexionar, fundamentalmente entre pares y los lectores objetivos a quienes van dirigidas, sobre temas, problemas, autores y libros. Creo que las revistas que nacen fuera de la academia tienen también un lugar indiscutible en la generación y divulgación de conocimiento; su público es más amplio y heterogéneo, menos cerrado en sus fueros, que el académico. Y también pienso que las revistas que prescinden de una indexación determinada y de puntuaciones en índices de impacto tan exigentes debieran soñar con un (im) posible: aunar el pensamiento crítico con la literatura y, a su vez, masificar ese diálogo. No quiero decir que una publicación periódica sea una empresa quijotesca, aunque tiene harto de eso. Ni los comentarios elogiosos ni las diatribas bastan para sostenerla ni para desestabilizarla. Sí, los likes reconfortan, como dice un poeta de mi tierra, Thomas Harris, en “Nuevas formas de recepción”; que éstos vayan mermando hasta prácticamente desaparecer puede ser frustrante y un motivo de preocupación. Sin embargo, veo que esa encrucijada (y no hay que olvidar que todas las escobitas nuevas barren bien) es también una provocación. Siempre existe el desafío de permanecer en el amor.

Contesto tu carta, José Ángel, y pienso en las cartas de Juan Manuel. Ya nos dirá él qué piensa sobre estos asuntos. Ni decir que el tema ha ocupado su escritura largamente, sus cartas a esos apátridas “Nadie” hablan por sí solas. Quizás la respuesta esté en que, como creo que estamos de acuerdo, uno escribe algo, una carta o lo que sea, para traducirse a sí mismo y en busca de orejas que nos traduzcan. Para reconocernos o perdernos en ese diálogo, a veces silencioso y otras veces bullicioso, con nuestras obsesiones y fantasías.  

Creo que hay mucho de telepatía en esta correspondencia, porque creo que el amor es telepático y éste es un diálogo amoroso. Claro que acepto tu invitación a no dejarnos solos, estoy segura de que no lo estamos y que hay muchos quienes, como nosotros, se preocupan por la continuidad de La Otra y esperan su aparición. Las cartas tienen ese doble efecto de cercanía y distancia; quizás la distancia, que puede expresarse en una aparición menos frecuente (una vez cada dos meses) sirva para valorarla y quererla más. No te mortifiques, trataré de tampoco hacerlo yo. Esa frase, “no te mortifiques”, con la que siempre terminas tus diálogos conmigo, siempre me resulta muy querida y ahora la tomo prestada mientras espero tu respuesta y la de nuestro amigo colombiano. Un beso y un abrazo grande a los dos,

María Luisa Martínez.

27 de septiembre, 2022, Bogotá, Colombia

Queridos María Luisa y José Ángel:

Me agrada, aunque no tengo un carácter muy epistolar, escribir esta carta.

La verdad, tal vez esta creencia mía tenga mañas anti-macondianas, pues me siento al contrario del mitológico personaje de don Gabriel, algo así como un coronel retirado que no tiene a quién escribirle. Estos correos del zar y del azar parecen asuntos del pasado. Nadie, que yo sepa, titularía un libro “El coronel no tiene a quién chatearle”, o cosa parecida. Una novia celosa podría decirme, ajá, pero sí se anima a cartearse con “La Otra” a mis espaldas.

Y como de “La Otra” se trata, pues ahí va esta pequeña epístola.

Sé que es acucioso el grato llamado a aportar algunas líneas sobre algunos giros propicios para la revista, y que no se trata en este caso de una botella de náufrago, pues la idea de darle algunos giros a la publicación nace en un momento alto de su creación, no en un momento de desatinos.

El ánimo de esta revista es, como diría María Luisa, un “deseo de alcanzar al otro”, como quien dice a lectores, amigos y críticos.

Yo he seguido como lector y como, perdón por ostentarlo, colaborador de “Alforja”, la revista de “cromañón”, timoneada por la destreza de José Ángel.

Yo sólo pensaría en refrescar algunas propuestas de la revista con un desliz hacia algo que ya existe, pero podría reforzarse, como las artes plásticas, con el intento visual de que no sea algo que se vea como una muestra colectiva puramente estetizante.

Tal vez fuera bueno publicar más arte, con un mismo género o una misma técnica en cada número: dibujos, pinturas o grabados de un artista, o quizás de varios cobijados bajo un mismo tema, que le den un carácter más orgánico. Y que, como ya se ha venido haciendo, tenga un más claro carácter que le otorgue una entidad visual.

Casi que hacer una revista es hacer un compendio de cartas, de corresponsalías dialogantes.

Entiendo que sería fundamental una publicación de este carácter, aunque creo que su aparición podría ser más espaciada en el tiempo.

Creo con José Ángel que el carácter polémico, que contradictoriamente, según palabras del mismo José Ángel, debería ser “un factor aglutinante de deseos de expresión, de comunicación y de polémica”, debería ponerse más de relieve aún. Ese es un aspecto insoslayable y que me parece que se debería reforzar más allá del “ensalzamiento” o de la “lapidación” tanto de obras como de autores.

Ah, y conservar, como una parte importante de cada edición, una sección breve, que podría ser de cartas entre dos o tres autores sobre un tema, que no por necesario trate solamente asuntos eminentemente coyunturales. Y no sea única o casi privativamente centrados en certidumbres morales.

Pienso en el entrevero de hechos culturales, pero no solo de ellos, como lo decía Marta Traba en “Los héroes están cansados”, una buena pieza literaria inserta en la legendaria revista colombiana “Eco”, publicada en 1965 como una “Crónica de México”.

Impulsar, como lo veía la escritora argentina, “un arte producido a contrapelo de las consignas o los gustos oficiales”, cosa que ya ha hecho “La Otra”, pero que tal vez debiera ser más constante, como dice ella que lo hacían, entre otros, José Luis Cuevas o Gurrola o en la escenificación de “La cantante calva” o en el “Landrú” de Alfonso Reyes.

Creo que el valor documental de cartas y ensayos y demás textos polemizantes es algo que bien vale la pena retomar.

Me alegra la idea de que una revista de alto bordo cultural como “La Otra” no se arrulle en su gloria y que busque entre todos un giro como el que animan José Ángel y demás escritores y que de manera un tanto esquemática intento aprehender.

Va un abrazo entusiasta y fraterno,

Juan Manuel Roca.

27 de septiembre, 2022, Ciudad de México

Queridos María Luisa y Juan Manuel

Mi gratitud a ambos por responder esta misiva que aletea entre el escepticismo y la duda, entre el deseo y la invocación. Tenemos definitivamente que reanimar el diálogo, incentivar la polémica, atizar la conversación, perturbar el pasmo. Venimos, los tres, de países que han sufrido muchos los autoritarismos y las tragedias sociales. No obstante, sociedades muy ricas culturalmente hablando, sociedades que han logrado romper la inercia de las oligarquías y que se postulan hoy en día con políticas más o menos de izquierda. No es fácil transitar hacia horizontes más optimistas porque las izquierdas --o esto que hoy se nos presenta como izquierda-- suelen equivocarse ensoberbecidas con la cerrazón y la sordera que a menudo se traduce como miopía y falta de sensibilidad para advertir que el pensamiento requiere del disenso y de las inteligencias, del arte y de la literatura para enriquecer y aclarar el futuro, para fortalecer y construir ciudadanía, para reír y bromear como suele hacerlo ese sustrato llamado pueblo, ese por el que tanto hablan los políticos. La diversidad está en La Otra, aunque no sea la propia, o más bien porque nunca sea propiedad de nadie, porque el única incondicionalidad sea la rebeldía del propio pensamiento.

  Abrazos