“Cartas a un amor ausente”
Sexta Carta
Perla León
Querido Sebastián:
En los días siguientes a tu partida descubrí algo terrible.
Con tu presencia en mi vida dejé de ser independiente. Ya todo lo hacía por ti, incluso mi respirar era tuyo.
Me di cuenta que enamorarse era más arriesgado de lo que creía, pues intenté darte todo y en el camino olvidé ser yo misma.
Para no pensar en tu partida, comencé a buscar un pasatiempo, mi objetivo sería intentar tener una vida sin necesitarte de esta manera tan enfermiza.
Y que quede claro, mi amor por ti no disminuía, no me pesaba quererte tanto. Sólo no quería amarte más de lo que me podía amar. Porque si alguien no se valora ¿cómo puede apreciar a otro?
Al no tenerte conmigo me di cuenta de mis errores, pude ver que entregarte todo de mí era contraproducente.
No puedes dar todo de ti y seguir siendo la persona de la cual se han enamorado.
Mis intentos fueron desastrosos, pero me ayudaron a definirme como persona y mujer. Pasé horas en la cocina, intentando no quemar todo, analizando bien qué comidas llevaban sal y cuáles azúcar. Y tratando de comprender cómo es que existían personas que disfrutaran cocinar.
Mi nana me dijo:
-Piensa que cocinas para tu amor.-
Pero decidí no hacerlo porque te desprecié por un momento.
Si supieras la tortura que es cocinar y aún así me obligaras a ello, pondría en duda tu amor por mí, pero incluso eso no era la razón principal: Si al cocinar pensaba en ti, me haría fallar en mi propósito de vivir para mí.
En las tardes intenté pintar. Salí al jardín y pinté el árbol donde nos besamos por vez primera, pero me pareció que el real era mucho más hermoso después de ver mi horrible dibujo.
Aún así lo colgué en mi habitación como una señal de que estaba logrando mi objetivo. El horrible dibujo me hizo ver que nunca sería un artista y en lugar de sentirme mal, me hacía sonreír al descubrir algo de mí.
Costura, jardinería, decoración de interiores, en fin… Hice muchas cosas, unas me gustaron, otras odié, pero de todas aprendí y eso fue bueno.
Mi padre se desesperaba y salía con más frecuencia de casa que antes, pero sus sonrisas estaban llenas de orgullo al verme tomar mis responsabilidades con tanta decisión.
Cada día fui descubriendo la mujer que era y me agradaba lo que veía.
Me gustó darme cuenta que tenía más de mí de lo que había imaginado y me hizo reflexionar que los límites se los pone cada quien. Cada persona es responsable de lo que logra o no. No hay más.
Y aunque iba a pasitos de caracol, sentí que daba saltos de liebre en mi vida. Y eso me hacía inmensamente feliz.
Ya todo en mi vida era bueno, sólo tú me hacías falta.
Tuya, Paloma.