“Cartas a un amor ausente”
Octava Carta
Perla León
Querido Sebastián:
Días después de mandar mi carta, caí enferma, no soportaba tener fiebre y estar todo el día en cama llena de trapos húmedos. Fue una semana fastidiosa, tomar infusiones con aromas y sabores tan desagradables, caldos tan insípidos y mucha, mucha agua. Lo único bueno de todo es que dormí bastante, te soñaba todo el tiempo, unas veces estábamos en un lago nadando y disfrutando del sol, otros días íbamos tomados de la mano, sin decir nada, pero sosteniéndonos como si necesitáramos estar anclados a la tierra antes de que la magia del amor nos elevara a lo desconocido. Eran muchas las ocasiones en que la fiebre era tan fuerte que temí no curarme, no volver a verte, sentí tanto miedo a morir y no poder despedirme de ti.
Tal vez esa desesperación me llevaba a imaginarte, recuerdo que te sentí a mi lado acariciando mi mano, no podía verte, no podía escuchar, sólo sentía. Fue tan real, tan hermoso.
Mis fantasías se hicieron tan grandes que hablaba con tu presencia, sabía que no era real, no respondías, sólo sonreías, pero era agradable verte. Al recuperarme pregunté si había recibido carta alguna, a lo que me dijeron que nada había llegado. De alguna manera desee estar enferma otra vez y así poder seguir viéndote.
Con el paso de los días, fui olvidando mi desesperación porque llegaras a tocar la puerta, verte de nuevo y que sonrieras como tanto me gustaba, que susurraras en mi oído lo mucho que me amabas, poco a poco la ansia por estar nuevamente a tu lado iba desvaneciéndose.
Pasó tanto tiempo que cuando me di cuenta ya no dolía pensar en tu ausencia, ya podía sonreír ante los recuerdos sin molestarme o llorar, decidí que si tú no querías comunicarte, dejaría que te olvidaras de mí.
Aunque para mí fuera imposible…
De verdad que ya no dolía, ya no lloraba por las noches pensando que tu amor por mí se había acabado, acepté el hecho de que en tu vida sólo fui alguien pasajero. En mi mente agradecí todo lo que vivimos y todo lo que me diste, me enseñaste el amor y la felicidad, y tal vez nunca amaría con la misma intensidad que a ti, pero fue bueno.
Yo te di mi amor, mi alma siempre se quedó a tu lado y aunque pedir tu amor y tu alma a cambio me parecía lo más justo, tú tenías todo el derecho de quitármelos cuando quisieras, lo que no podías era correr de tu lado mi amor, yo tenía todo el derecho divino de seguir amándote, aunque tú ya no lo hicieras de vuelta.
No fue fácil llegar a este punto, incluso hoy día duele mucho, al principio sentía que mendigaba mi amor, que debía ser más fuerte y que así como tú alejabas tu amor de mí, así debía ser yo…
Sin embargo ¿cómo saber si todo lo que pensaba era cierto? Sólo en mi mente estaba, yo era la que inventaba mil razones, nada de lo que yo sabía venía de ti. La tortura la creaba yo.
Era un poco injusto pensar que me habías dejado de amar, injusto para ti porque tal vez tenías problemas, problemas realmente grandes y en lugar de esperar por ti, de aguantar los malos vientos, dudaba. Pero mi carta nunca había sido respondida… ¿qué podía pensar?
Ahora me alegro de haber pensado así, de aceptar a tiempo que la culpa de mi dolor era sólo mía, que tú nada podías hacer ante las adversidades de la vida. Entendí que la imaginación es poderosa… y más la de un corazón enamorado.
Tuya, Paloma.