El despertador detroza mi sueño y me devuelve al mundo real. Como recompensa yo destrozo el despertador contra un muro real. Me despierto a una hora en la que la mayoría duerme. Miro por la ventana mientras me deslegañi. El señor que pone las calles aún no ha venido. El cielo sigue negro, negro como el café que me tomo para afrontar el día que me espera. Me mantengo fáciles 10 minutos mirando al infinito, admirando las formas que toman los Choco Crispies flotando en la taza. Nada tiene sentido.
Café.
Ducha, ropa, cepillo, pasta, colonia, mochila, móvil, llaves, calle, parada, frío, autobús, bamboleo, bostezo, luna, frío, hospital.
Entrañables borrachines estirando el calor de un After amenizan el trayecto al mismo, y me hacen plantearme muchas cosas.
En los vestuarios nos cambiamos todos juntos, la vergüenza es un vicio no permitido en esta profesión. Se habla del partido de ayer, del nuevo vídeo friki de turno, de los que salieron ayer porque hoy libraban, de cómo tenemos el día… y fichas, muchas fichas. Campos de fútbol de fichas que, debido a nuestra ajetreada agenda, hay que soltar cuando nos vemos.
De blanco pringao, salimos a patear en los huevos al estrés y el cansancio.
Somos el ejército empijamado y estamos juntos en esto. Entramos en planta y cambiamos el chip. Cambiamos las risas por las sonrisas, las bromas por las ganas y el pasotismo por el interés. Estamos en el otro lado.
Lo primero que haces al llegar a un nuevo día de prácticas es escoger la enfermera que más te explique y aconseje.