Breve introducción basada en la “Ética nicomaquéa”
La Ética de Aristóteles tiene carácter teleológico, es decir, considera todo tipo de actividad como dirigida a la consecuencia de un bien o fin. Por ello define el bien como aquello a lo cual todas cosas tienden.
Para Aristóteles, los fines parecen ser diversos.
Lo que a Aristóteles interesa destacar es que existe una multitud de actividades que nos llevan a perseguir algún tipo de fin tienen una dimensión jerárquica ya que existen fines próximos que están subordinados a fines más remotos.
Según Aristóteles, lo que se trataría es de intentar descubrir si existe algún tipo e fin que sea deseado por sí mismo y al cual todos los demás estén subordinados.
Y es que, según él, si no existiera tal principio último al que todos tienden, entonces se correría el peligro de desembocar una cadena infinita de fines, y por ello, desembocar en el horror vacío. Por ello es necesario saber cuál es la naturaleza de ese fin último, así como saber cuál es la ciencia que lo tiene como objeto.
Aristóteles piensa que esta ciencia no puede ser otra que la Ciencia Política ya que esta persigue como fin lograr el bien para todo hombre, mientras que las demás artes no tienen esa dimensión universal.
La Política sería, por tanto, la ciencia que persigue como fin el bien del hombre en general (Bien Común).
El orden de la naturaleza el Estado es anterior al hombre. Pero en el orden del tiempo el hombre (la familia) es anterior al Estado. Por tanto la moral es base y principio de la política. La razón última en esta unión estriba en que ambas ciencias tienen un mismo objetivo: EL BIEN.
El bien del hombre y el bien de la sociedad son el mismo, pero tal y como se halla en el Estado ese bien es más noble.
Por lo que para Aristóteles la Ética es parte de la Política y la Política es el ente que se preocupa del bien más común. La Ética se interesa por el bien del hombre, más concretamente por el bien del hombre como ciudadano.
Hay un bien el que todos estamos de acuerdo: el bien supremo: La Felicidad.
Es decir, el bien último (bien supremo) al que se dirige toda actividad humana, y, que se persigue por sí mismo consiste, según Aristóteles, en la consecución de la Felicidad. La felicidad es el bien supremo porque la deseamos por sí misma mientras que los otros bienes (honra, saber, fama, salud) los escogemos siempre porque ellos nos podrían procurar la felicidad.
Para Aristóteles la felicidad consiste en el cumplimiento perfecto de la Naturaleza humana. Es un estado en el que esa naturaleza y sus aspiraciones esenciales logran su realización (potencia-acto) de conformidad con la verdadera jerarquía de los fines de la naturaleza.
La felicidad consiste en una actividad deseable por sí misma y no por causa de otra cosa. Y las actividades que se eligen por sí mismas son las actividades virtuosas, ya que lo que es bueno y honesto pertenece al número de las cosas que son deseables por sí mismas.
Esto implica que el hombre feliz es el hombre virtuoso.
Por ello, la felicidad es definida por Aristóteles como la actividad conforme a virtud.
La actividad específica del ser humano reside en la posesión del entendimiento lo que hace que en él predomine la actividad puramente contemplativa. Tal actividad es la más excelente y, además, la más continua, pues podemos contemplar continuamente más que hacer cualquier otra cosa.
Tanto la felicidad como la actividad contemplativa son realidades que se bastan a sí mismas, ya que el que lleva a cabo tal actividad nada saca de ella a parte de la contemplación, mientras que de las actividades prácticas obtenemos siempre algo, más o menos, a parte de la acción misma.
La vida más excelente, por tanto, es la vida conforme a la mente, ya que eso es primariamente el hombre. Esta vida será también, por consiguiente, la más feliz.
Para ser completamente feliz, el hombre contemplativo, tendrá necesidad del bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de los demás cuidados.
Ahora bien, todo esto no quiere decir que el hombre necesite una superabundancia de tales bienes materiales. Con recursos moderados se puede practicar la virtud, por lo que bastará con disponer de una medida sencilla de recursos materiales.
Para analizar la naturaleza de la felicidad habría que seguir una metodología que nos lleve a descubrir la esencia de la naturaleza humana y comprender cual es su función específica.
Analizando al hombre, Aristóteles, llega a la conclusión que sólo queda cierta vida activa propia del ente que tiene razón, y este, por un lado obedece a la razón y por otro, la posee y piensa.
Parece ser que la vida activa del ente que tiene razón es la función específica que define al ser humano (alma intelectiva). Por lo tanto, el hombre se define esencialmente por ser un animal racional.
Según Aristóteles, dentro de su capacidad racional habría que diferenciar entre lo que significa regirse por la razón (actividad práctica) y el entender según razón (actividad teórica).
Pues bien, cuando el hombre actúa rigiéndose por la razón daría lugar a la aparición de un ser que es virtuoso moralmente (virtudes éticas) y cuando actúa entendiendo según razón daría lugar a la aparición de un hombre virtuoso intelectualmente (virtudes dianoéticas).
Aristóteles separa de tal forma ambas clases de virtudes que llega a pensar que pueden poseerse unas y no tener las otras.
Por lo tanto y según Aristóteles, parece evidente que, únicamente aquellos hombres que fueran virtuosos, tanto desde el punto de vista moral como desde el punto de vista intelectual, podrían considerarse felices.
Siendo esto así, diríamos que la función del hombre es una cierta vida, y ésta una actividad del alma y acciones razonables, y cada acción se realiza bien según la virtud adecuada.
Para entender correctamente la definición aristotélica de la felicidad como actividad del alma según virtud hay que tener presente lo que dice acerca de lo que ha denominado como la función específica del ser humano. Y es que aunque es cierto que tal función se refiere al hombre como un ser racional, también es evidente que no estamos ante un ser puramente racional.
Aristóteles pensaba que en el alma humana existía una parte irracional y otra más racional.
La parte racional del alma realiza dos funciones: una nutritiva (aún no siendo específica del hombre, sí está presente en él) y otra apetitiva (tampoco específica del mismo pero sí presente en él).
La nutritiva no tendría nada que ver con la parte racional del alma y, por ello, tampoco con la virtud y la felicidad humana.
La parte apetitiva, sin embargo, aunque irracional, por tender a actuar como le apetece, y, por tanto, en muchas ocasiones, en contra de los designios de la razón; podría también seguir los dictados de tal razón obedeciéndola. En este sentido si tiene que ver la moral.
Por ello señala Aristóteles, que el vicio sería el resultado de la actuación en sí de la parte apetitiva del alma. Por su parte, la virtud (y, por tanto, la felicidad) es posible cuando la parte irracional del alma actúa de acuerdo con los designios de la razón.
Hemos visto que Aristóteles diferencia entre virtudes dianoéticas y virtudes éticas.
Las virtudes dianoéticas o intelectuales (ciencia, entendimiento, sabiduría) necesitan de la enseñanza y, por ello, requieren tiempo y estudio. Por ejemplo, para poseer la virtud de la sabiduría se necesita disponer de tiempo para el estudio y el aprendizaje. Son virtudes exclusivamente especulativas.
Las virtudes éticas (prudencia, arte), al contrario de las intelectuales, no son algo que se aprende estudiando sino que necesitan del hábito de la costumbre. No aprendemos a ser justos u honrados sino que nos hacemos justos y honrados a través de la práctica, la costumbre y el hábito. Por consiguiente, ninguna de las virtudes éticas existe en nosotros por naturaleza. Estas virtudes son especulativas y prácticas.
Según Aristóteles las cosas que son por naturaleza, son algo necesario. Afirma que en las cosas que son por naturaleza primero adquirimos la capacidad y después producimos la operación. Por el contrario en las cosas que no son por naturaleza primeo producimos la operación y después adquirimos la capacidad.
Con las virtudes éticas (morales) sucede lo contrario ya que primeramente tenemos que ejercitarlas para de ese modo poseerlas. No poseemos por naturaleza (como poseemos la vista o el oído) las virtudes de la justicia, el valor o la generosidad, sino que tenemos que ejercitarnos para poder poseerlas. Practicando la justicia nos hacemos justos y practicando la templanza nos hacemos templados.
Aristóteles define la virtud moral como el término medio entre el exceso y el defecto. El término medio puede referirse a las cosas o referirse a nosotros. Cuando se refiere a las cosas, entonces tal término medio es lo igual entre los extremos y es algo aceptado por todos. Cuando se refiera a nosotros, aunque sea término medio entre exceso y defecto, sin embargo, tal término medio no es lo mismo e igual para todos ya que estamos ante algo en lo que intervienen las acciones y las pasiones.
Tanto en las acciones como en las pasiones pueden estar presentes el exceso y el defecto. Por ejemplo, una pasión nos puede llevar a ser temerarios (exceso, no temer lo que se debe) o nos puede llevar a ser cobardes (defecto, temer a lo que no se debe).
Pues bien, lograr un término medio entre estos dos extremos es lo que constituiría, según Aristóteles, la virtud moral.
El hecho de que las virtudes morales tengan que ver con las pasiones y las acciones es lo que explica, según Aristóteles, que no sea fácil alcanzar la virtud moral del término medio. Y es que debemos considerar aquello a lo que nos sentimos más inclinados por exceso y por defecto y “tirar” en sentido contrario para hallar el “medio”. Por lo que se puede decir que la virtud es un hábito selectivo.
Por todo lo dicho, los elementos del obrar ético del hombre serían: la noción del término medio, la recta razón y la prudencia.
Si bien es cierto que la prudencia no es la única virtud, también es cierto que ninguna otra virtud se puede dar sin prudencia. Las virtudes éticas, todas, deben estar moduladas por la prudencia que es el conocimiento necesario para poder conducirse por la vida.
Con la prudencia se dan las demás virtudes éticas. Cuando la razón determina lo que hay que hacer, es entonces cuando la prudencia designa los medios adecuados para conseguir los fines.
La prudencia es un saber hacerse con uno mismo.
También el placer, según Aristóteles, parece estar asociado de un modo muy íntimo a nuestra propia naturaleza. Parece que también es la máxima importancia para la virtud moral y por consiguiente para la felicidad, ya que todos los hombres persiguen lo agradable y rehúyen lo molesto.
Él mantiene que todos aspiramos al placer porque todos deseamos vivir. Y dado que la vida es una actividad y cada uno se ejercita en aquello que más ama, de ahí que el placer, al perfeccionar la actividad, perfeccione también la vida y, por ello, todos lo deseen.
Según Aristóteles, cada placer está íntimamente unido a la actividad que perfecciona. Esto quiere decir que cada actividad es intensificada por el placer que le es propio.
Aristóteles, afirma que cada animal tiene un placer que le es propio y éste suele corresponderse con la actividad propia que le define. Uno es el placer del caballo, otro el del perro y otro distinto el del hombre.
En el caso del hombre la cuestión es menos definida: una misma cosa agrada a unos y molesta a otros. Ahora bien, ello no implica, según Aristóteles, tener que defender el relativismo moral ya que de lo dicho parece inferirse que daría lo mismo un placer bueno o malo ya que todo dependería del modo como cada uno lo percibiese.
En este contexto, Aristóteles, diferencia entre los placeres vergonzosos, propios de hombres corrompidos, y placeres buenos y propios del hombre virtuoso. Para diferenciar unos de los otros, Aristóteles, señala que hay que tener muy en cuenta lo que es la actividad específica del ser humano. Únicamente los placeres que acompañen a este tipo de actividad serán placeres buenos y propios del hombre. Los demás serán secundarios y no esenciales para la consecución de una vida feliz.
Todo lo dicho respecto a la felicidad, virtud, placer, vida moral, etc., necesita de la voluntad.
La voluntad siendo algo distinto al saber es indispensable, pues toda actuación moral para poder elevarse ha de ser una actuación querida, deseada, por tanto, una actuación de la voluntad, porque la voluntad es el principio de la actuación.
También la elección es algo voluntario, no es ni apetito, ni deseo, ni siquiera es una opinión, aunque bien es cierto que no todo lo voluntario es susceptible de elección.
Por lo tanto, toda acción ética es una acción de libre albedrío en cuanto que el principio de obrar está en nosotros mismos. Nuestra voluntad empleada en el día a día para vivir una vida moral.
Como bien dice Aristóteles: “Porque una golondrina no hace verano, ni un sólo día, y así tampoco hace venturoso y feliz un solo día o un poco tiempo”.