“No te despegues del bebé las primeras horas, los primeros días.. Que toque tu piel, duerme con él, que pueda sentirte pegadita a él, que podáis por fin conoceros. Ponle pasión”. Este es el consejo que siempre doy a mis amigas futuras mamás que me preguntan. Porque en esos primeros días se forma algo muy importante que durará para siempre: el apego. Ese lazo de unión especial y único que no se forma con ninguna otra persona, que surge en la relación madre-hijo y que te hace sentir cosas muy especiales y únicas. La “Teoría del apego” fue elaborada por el psicólogo John Bowlby tras estudiar las dificultades que presentaron los huérfanos y sin hogar tras la Segunda Guerra Mundial. Su principio más importante declara que un recién nacido necesita de la existencia de esta relación para que su desarrollo social y emocional se produzca con normalidad. Estas relaciones son muy amplias, pero las más importantes son las de asegurar la supervivencia de la cría, darle seguridad, autoestima, fomentar la empatía y la posibilidad de tener una comunicación emocional privilegiada, así como refugiarse en situaciones de angustia o confusión para sentirse seguro. Esa inicial dependencia se transformará con el tiempo en independencia.
Pero no siempre es fácil. Influyen muchos factores externos que pueden dificultar el proceso como el tipo de parto, nuestra recuperación, el desajuste hormonal o los llamados cólicos del lactante. Y ya que nombro los famosos cólicos, aprovecho para decir que, tras mi experiencia, éstos no tienen nada que ver con los aires mal expulsados o con los gases a medio camino. El llanto inconsolable de esas primeras semanas que padecen algunos niños y sufren sus asustados papás va más con la adaptación al medio nuevo o la inmadurez. Que quede claro que es una opinión personal tras analizar y comparar varios casos.