Gregg Braden
LA MATRIZ DIVINA
Un puente entre el tiempo, el espacio, las creencias y los milagros
editorial irio, s.a.
M Título original: T
HE
ATRIX Traducido del inglés por José Vergara Varas Diseño de portada: Tequila Design
© de la edición original
2006 Gregg Braden
Publicado inicialmente en inglés en el año 2007 por Hay House, Inc., en Estados Unidos. Para oír la radio de Hay House, conectar con www.hayhouseradio.com
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IVINE
Sólo tengo una pequeña gota de conocimiento en mi alma. Deja que se disuelva en tu océano.
Rumi
Toda la materia tiene su origen y existe en virtud de una fuerza... Debemos presuponer la existencia de una Mente inteligente y consciente tras esa fuerza. Esta Mente es la matriz de toda la materia.
Max Planck, 1944
Con estas palabras, Max Planck, el padre de la teoría cuántica, describió el campo universal de energía que conecta todo lo que existe: la Matriz Divina.
La Matriz Divina es nuestro mundo. También es todo lo que existe en nuestro mundo. La Matriz Divina somos nosotros y todo lo que amamos, odiamos, creamos y experimentamos. Al vivir en la Matriz Divina, somos como artistas expresando nuestras pasiones, miedos, sueños y deseos más íntimos por medio de la esencia de un misterioso lienzo cuántico. Pero nosotros somos ese lienzo, así como también somos las imágenes que aparecen en él. Somos la pintura, así como también somos los pinceles.
En la Matriz Divina, somos el recipiente en el que existen todas las cosas, el puente entre las creaciones de nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior, y el espejo que nos muestra lo que hemos creado.
Este libro ha sido escrito para aquellos que deseen despertar y tomar conciencia del poder de sus mayores pasiones y de sus más profundas aspiraciones. En la Matriz Divina, tú eres la semilla del milagro, y también eres el propio milagro.
INTRODUCCIÓN
Acercaos hasta el borde. Podríamos caernos. Acercaos hasta el borde. ¡Está demasiado alto! ACERCAOS HASTA EL BORDE. Y ellos se acercaron. Y él los empujó. Y ellos volaron.
Con estas palabras, se nos está dando un buen ejemplo del poder que nos espera cuando aceptamos aventurarnos más allá de los límites de lo que siempre hemos creído que era verdad. En este breve diálogo del poeta contemporáneo Christopher Logue, un grupo de iniciados se halla en una situación muy distinta a la que ellos esperaban.1 En lugar de simplemente estar en el borde, gracias al impulso de su maestro, se encuentran de repente más allá de él, de una manera sorprendente y for- talecedora. En este terreno inexplorado, ellos se experimentan a sí mis- mos de otra manera, y allí descubren una nueva libertad.
En muchos sentidos, las páginas siguientes son una exploración de lo que está más allá de ese borde. Describen la existencia de un campo de energía —la Matriz Divina— que es el puente entre nuestro mundo interior y el mundo exterior, así como el recipiente de todo lo que exis- te. La existencia de este campo tanto en las más pequeñas partículas subatómicas como en las distantes galaxias cuya luz acaba de llegar hasta
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nosotros, y en todo lo que hay en medio, cambia lo que hasta ahora pensábamos acerca de nuestro papel en la creación.
Para algunos de vosotros, lo que vais a leer representará una visión totalmente nueva de cómo funcionan las cosas. Para otros, será una reconfortante síntesis de la verdad que ya conocéis o que al menos sos- pecháis. Para todos, sin embargo, la existencia de una red fundamental de energía que conecta vuestros cuerpos, el mundo y todas las cosas abre la puerta a nuevas y poderosas posibilidades.
Estas posibilidades sugieren que somos mucho más que simples observadores experimentando un breve lapso de tiempo en una crea- ción que ya existe. Cuando contemplamos la «vida» —nuestra abun- dancia material y espiritual, nuestras relaciones y trabajos, nuestros más profundos amores y nuestros mayores logros, y también nuestros mayores miedos y carencias—, puede que también estemos mirando en el espejo de nuestras creencias más básicas y a veces más inconscientes. Las vemos a nuestro alrededor porque se han manifestado a través de la misteriosa esen- cia de la Matriz Divina, y para que eso ocurra, la propia conciencia tiene que desempeñar un papel crucial en la existencia del universo.
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OMOS LOS ARTISTAS Y TAMBIÉN LA OBRA DE ARTE
Por muy inverosímil que pueda parecer esta idea, se halla justa- mente en el centro de las mayores controversias entre algunas de las mentes más brillantes de la historia reciente. En una cita extraída de sus notas autobiográficas, por ejemplo, Albert Einstein afirmó que somos esencialmente observadores pasivos viviendo en un universo preexis- tente sobre el que tenemos poca influencia: «Allí fuera está este inmen- so mundo –dijo–, que existe independientemente de nosotros los huma- nos y que se alza ante nosotros como un gran y eterno enigma, pero que es accesible, en parte al menos, a la inspección y al pensamiento».2
En la actualidad, muchos científicos comparten esta misma visión. Éste no es el caso de John Wheeler, un físico de la Universidad de Princeton y colega de Einstein. Wheeler nos ofrece una visión radical- mente distinta de nuestro papel en el universo, y lo hace con gran claridad y audacia. «Teníamos esa vieja idea según la cual el universo está allí
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INTRODUCCIÓN
fuera y aquí está el hombre, el observador, separado del universo por una gruesa plancha de vidrio.» Refiriéndose a los experimentos de fina- les del siglo
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que demostraron que el mero hecho de observar algo ya lo modifica, Wheeler continúa: «el mundo cuántico nos enseña que para observar un objeto tan minúsculo como un electrón tenemos que rom- per esa plancha de vidrio: tenemos que pasar al otro lado... De modo que nos vemos obligados a eliminar la vieja palabra observador y colocar en su lugar la palabra participante».3
¡Qué gran cambio! En una interpretación radicalmente distinta de nuestra relación con el mundo, Wheeler afirma que es imposible que podamos ser meros observadores del universo que nos rodea. Los expe- rimentos de la física cuántica muestran que el mero hecho de mirar algo tan pequeño como un electrón —simplemente centrar nuestra aten- ción en lo que esté haciendo durante un instante— cambia sus propie- dades mientras lo estamos observando. Los experimentos sugieren que el propio acto de observación es un acto de creación, y que la concien- cia es la autora de esa creación. Estos resultados parecen respaldar la teoría de Wheeler de que ya no podemos considerarnos simples obser- vadores que no afectan al mundo que están observando.
Considerarnos partícipes en el proceso de creación en lugar de sim- ples transeúntes que pasan un breve período de tiempo en el universo requiere una nueva percepción del cosmos y de su funcionamiento. Esta nueva visión fue articulada en una serie de libros y ensayos por el tam- bién físico de Princeton y colega de Einstein, David Bohm. Antes de su muerte en 1992, Bohm nos dejó dos revolucionarias teorías que ofrecen una visión muy distinta del universo y de nuestro papel en él.
La primera fue una interpretación de la física cuántica que preparó el terreno para el encuentro de Bohm con Einstein, y para su posterior amistad. Fue esta teoría la que le abrió la puerta a lo que Bohm llamó «la operación creativa de niveles subyacentes de realidad».4 En otras palabras, creía que existen dimensiones más elevadas o más profundas que sustentan todo lo que sucede en nuestro mundo. Son estos niveles más sutiles de realidad los que dan origen a nuestro mundo físico.
Su segunda teoría era una explicación del universo como un siste- ma unificado de la naturaleza, con conexiones que no siempre son obvias. Cuando trabajó en el Laboratorio de Radiación Lawrence, de la
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Universidad de California, Bohm tuvo la oportunidad de observar pequeñas partículas de átomos en un estado gaseoso especial llamado plasma. Comprobó que cuando las partículas se encontraban en este estado de plasma, se comportaban menos como unidades individuales y más como si estuvieran conectadas entre sí y formasen parte de un todo mayor. Estos experimentos prepararon el terreno para su revolucionaria obra, La totalidad y el orden implicado. Publicado en 1980, es probable- mente el libro por el que más se recuerda a David Bohm.
En este libro, que propició un cambio de paradigma, Bohm plantea- ba que si pudiésemos ver el universo en su totalidad desde una perspec- tiva más elevada, los objetos en nuestro mundo aparecerían de hecho como la proyección de algo que está sucediendo en otra dimensión que no podemos ver. Él consideraba que tanto lo visible como lo invisible eran expresiones de un orden mayor y más universal. Para diferenciar estas dos dimensiones, las llamó «implicada» y «explicada».
Las cosas que podemos ver y tocar, y que parecen estar separadas en nuestro mundo —como las rocas, los océanos, los bosques, los ani- males y la gente— son ejemplos del orden explicado de la creación. Sin embargo, por muy distintas que puedan parecer unas de otras, Bohm sugirió que están unidas por vínculos que no podemos percibir desde nuestro punto de vista. Creía que todas las cosas que aparentan estar separadas forman parte de un todo mayor, que él llamó el orden implicado. Bohm usó la analogía de un río para mostrar tanto la diferencia entre el orden implicado y el explicado como la ilusión del estado de separación: «En este río, uno puede ver un continuo movimiento de formas, vórtices, ondas, salpicaduras, etc., que evidentemente no tienen ninguna existencia independiente».5 Aunque estas formas de agua pue- dan parecernos entidades separadas, Bohm las veía como entidades ínti- mamente unidas y profundamente conectadas entre sí. «La superviven- cia transitoria de estas formas implica únicamente una independencia rela- tiva y no una existencia absolutamente independiente», afirmó.6 En otras palabras, todas son parte de la misma agua.
Bohm usó ejemplos como éstos para expresar su convicción de que el universo y todo lo que hay en él —incluidos nosotros— forma parte de un gran orden cósmico. Para resumir esta visión unificada de la naturaleza,
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INTRODUCCIÓN
Bohm simplemente afirmó: «Este nuevo tipo de percepción podría tal vez llamarse Totalidad Integral en Continuo Movimiento».7
En la década de los setenta del siglo pasado, Bohm presentó una metáfora aún más clara para describir este universo disperso pero unifi- cado. Al reflexionar sobre la naturaleza interrelacionada de la creación, quedó cada vez más convencido de que el universo funciona como un gran holograma cósmico. En un holograma, cada parte de un objeto contiene al objeto en su totalidad, sólo que en una escala menor. (Para aquellos que no estén familiarizados con el concepto de holograma, pro- porcionaré una explicación detallada en el capítulo 4.) Según Bohm, lo que vemos como nuestro mundo es de hecho la proyección de algo más real que está teniendo lugar en una dimensión más profunda de la crea- ción. Este nivel más profundo es el original, el orden implicado. En esta visión del «tal como es arriba, así es abajo» y «tal como es en el interior, así es en el exterior», las formas están contenidas dentro de otras for- mas, completas en sí mismas, pero a distinta escala.
La elegante simplicidad del cuerpo humano nos ofrece un buen ejemplo de un holograma, uno que ya conocemos. El ADN de cualquier parte de nuestros cuerpos contiene nuestro código genético —la estruc- tura completa del ADN— para el resto del cuerpo, no importa de qué parte provenga. Tanto si tomamos una muestra de nuestro pelo, de nuestras uñas o de nuestra sangre, la estructura genética que nos hace ser quien somos siempre está presente en el código... siempre es la misma.
Al igual que el universo está siempre pasando del orden implicado al orden explicado, el flujo entre lo invisible y lo visible es lo que cons- tituye la corriente dinámica de la creación. Esta naturaleza constante- mente cambiante de la creación era lo que John Wheeler tenía en men- te cuando dijo que el universo era «participativo» —es decir, incom- pleto y siempre respondiendo a la conciencia.
Curiosamente, así es como funciona el mundo según las antiguas tradiciones de sabiduría. Desde los Vedas, que según algunos historia- dores se remontan a cinco mil años antes de Cristo, hasta los Manus- critos del Mar Muerto, de hace dos mil años, hay una visión de que el mundo es, de hecho, el espejo de cosas que están sucediendo en una dimensión superior o en una realidad más profunda. Por ejemplo, al comentar las nuevas traducciones de unos fragmentos de los Manuscritos
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del Mar Muerto conocidos como Cánticos del Sacrificio Sabático, los tra- ductores resumen su contenido: «Lo que ocurre en la tierra no es más que un pálido reflejo de una realidad superior».8
La implicación tanto de la teoría cuántica como de los textos anti- guos es que creamos el patrón sobre el que se basarán las relaciones, los trabajos, los éxitos y los fracasos del mundo visible. La Matriz Divina funciona como una gran pantalla cósmica que nos permite ver la energía no física de nuestras emociones y creencias (nuestra ira, nuestra cólera y nuestro odio, así como nuestro amor, nuestra compasión y nues- tra comprensión) proyectada en el entorno físico de la vida.
Al igual que una pantalla de cine refleja sin juzgar la imagen de aquello que ha sido filmado, la Matriz parece proporcionar una superfi- cie imparcial para que nuestras experiencias interiores y nuestras creen- cias puedan ser vistas en el mundo. A veces consciente y a veces incons- cientemente, «mostramos» nuestras más verdaderas creencias sobre todas las cosas, desde la compasión hasta la traición, a través de la cali- dad de las relaciones que nos rodean.
En otras palabras, somos como pintores expresando nuestras pasio- nes, sueños y deseos más profundos a través de la esencia viva de un misterioso lienzo cuántico. Sin embargo, a diferencia del lienzo de un pintor normal, que existe en un solo lugar en un determinado momen- to, nuestro lienzo es la sustancia de la que todas las cosas están hechas —se halla en todas partes y siempre está presente.
Llevemos un paso más allá la analogía pintor/lienzo. Tradicional- mente, los pintores están separados de su obra y usan sus herramientas para transmitir una creación interior a través de una expresión exterior. Dentro de la Matriz Divina, sin embargo, la separación entre el arte y el artista desaparece: somos el lienzo, así como las imágenes que aparecen en él; somos las herramientas, así como el artista que las está usando.
La idea misma de crear desde el interior de nuestra propia creación recuerda un poco a esos dibujos animados de Walt Disney en blanco y negro de las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. Primero veíamos la mano del artista dibujando a un conocido persona- je como Mickey Mouse en un cuaderno. La imagen iba cobrando vida a medida que la dibujaban. Entonces Mickey comenzaba a crear sus propios
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