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Algunas cuestiones en torno a la clínica psicoanalítica con niños
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Tomaremos como eje de este trabajo los siguientes interrogantes:

-          ¿Qué particularidades adquiere la demanda en la consulta por un niño?

-          ¿Cuál es el lugar de los padres en el análisis de su hijo?

-          ¿Cuál es la especificidad de la instalación y el despliegue de la transferencia?

-          ¿Cómo pensar la posición del analista en el tratamiento de un niño?

Para comenzar a plantear alguna de estas cuestiones, me parece oportuno citar a Freud:

“En su análisis (el del niño) el método de la asociación libre resulta insuficiente, y la transferencia representa un papel completamente distinto, ya que el padre y la madre reales existen todavía al lado del sujeto. Las resistencias internas que combatimos en el adulto, quedan sustituídas en el niño por dificultades externas. Cuando los padres se hacen substratos de la resistencia, suelen poner en peligro el análisis, e incluso el desarrollo del mismo, por lo cual se hace a veces necesario enlazar al análisis del niño cierta influencia analítica de los padres…” (1)

 

La consulta por un niño.  El lugar de los padres.

Ya desde el inicio, nos encontramos con una particularidad en la clínica con niños: la consulta, la pregunta o el pedido al analista, es establecido por los padres y no por el niño. Por lo tanto, nos encontramos –como dice Freud- con una presencia real de los padres, que tendrá sus consecuencias en relación a la transferencia y al desarrollo del tratamiento.

La transferencia natural del niño se juega sobre los objetos parentales, aquellos adultos sobre los cuales éste supone o deposita un saber. Para los niños (y desde la posición de dependencia respecto del adulto) sus padres son la fuente de todo saber, les suponen un saber “todo”, sin fisuras.

Cuando los padres llegan consultando por su hijo, es porque en algún punto ya no pueden sostener este lugar de saber sobre él. Algo del saber que ellos portaban se ha quebrado: algo no puede ser respondido.

El padecimiento o la inhibición que presenta el niño los conmociona, los angustia, produce una vacilación y motiva la consulta.

En “Dos notas sobre el niño” Lacan sostiene que el síntoma del niño está en posición de responder  a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. El síntoma como representante de la verdad puede representar la verdad de la pareja parental, pero también puede estar en relación a la madre, y en este caso, el niño realiza la presencia del objeto en el fantasma. De esta forma, el niño aliena en él todo acceso posible de la madre a su propia verdad.

A partir de esto podríamos detenernos a pensar sobre las consecuencias de la intervención analítica, del acto analítico; no sólo sobre el niño, sino en sus padres.

Si en el transcurso de un tratamiento se produce o se empieza a esbozar un cambio de posición del niño, los padres  recibirán los embates de este cambio, y tal vez intentarán hacerse escuchar en el tratamiento de su hijo.

Tal vez pueda formularse que en el tratamiento con niños nos encontramos frente a una doble dimensión de la escucha: por un lado, la escucha clínica del discurso parental, del relato de los padres –no sólo aportando datos de la historia de su hijo- sino permitiéndoles desplegar el relato de su propia historia, tratando de escuchar el lugar que el niño ocupa en este discurso, así como la trama simbólico-imaginaria que espera al niño –en el mejor delos casos- antes de su nacimiento; y por otro lado, tratando de detectar aquello que de ese discurso parental el niño pone en juego en su juego; cómo responde a ese lugar que ocupa,  qué coincidencias, fracturas y contradicciones aparecen, cómo queda ubicado respecto al deseo de la madre, por ejemplo.

 

“…la operación analítica requiere intervenciones que implican recurrir a los padres estando o no el niño en análisis. Intervenciones cuya guía será dada al analista por la lectura que éste haga del discurso predominante: desde el lugar en que es emitido y quien lo sostenga” (2).

 

El juego y la transferencia

Cuando hay una consulta por un niño, algo de la cuestión del “jugar” se ha corrido. Es decir, si hay compromiso corporal, no hay juego allí: niños que se lastiman o que lastiman a otros,  por ejemplo.

El niño que deja de jugar, de alguna manera “pone el cuerpo” ofreciéndose como objeto.

Y en este punto, es necesario volver a uno de los interrogantes iniciales: ¿Cuál es la posible intervención del analista, allí donde –como señala Freud- del  lado del paciente la asociación libre es insuficiente?

Puede pensarse que la intervención del analista, a nivel del niño, opera restableciendo el campo lúdico, es decir, posibilitando el jugar, abriendo esta “otra escena” donde el niño pueda emerger como sujeto, y deje de responder con su cuerpo a las demandas parentales.

El juego es el marco en el que el niño arma su campo subjetivo, pone una distancia al otro, una mediación al goce del otro, que posibilita el armado de su singularidad.

“Al considerar lo lúdico como punta de lanza del saber textual, permite establecer la serie (en este caso lúdica) con la que el niño hace lazo, y así mismo produce  transferencia. En la medida en que le atribuye al analista un saber jugar, inaugura el sujeto supuesto al saber desplegable hasta advenir en un juego cualquiera y con cualquiera.” (3)

Es decir que es en el juego, y a por medio del juego, que el niño crea el artificio de la transferencia.

 

Posición del analista:

Luego de haber planteado algunas cuestiones en torno a la especificidad del análisis con niños, podemos pensar que el dispositivo freudiano se mantiene, al menos en lo que a la posición del analista se refiere (en relación con la abstinencia); pero el otro extremo de la operación se ve trastocado, ya que además de que la asociación libre es insuficiente del lado del niño, nos encontramos con la cuestión del juego (y el dibujo, y la escritura), interviniendo además –y muchas veces decisivamente- los decires de los padres “presentes”.

Es necesario señalar también, que los niños se encuentran en la primera vuelta de su constitución subjetiva, y esto pone de relieve la importancia de la niñez, no porque anteceda a la adultez, sino porque allí se está escribiendo la historia que el neurótico leerá retroactivamente. Desde esta perspectiva, la infancia puede ser pensada como ese tiempo que sólo será significado “a posteriori”.

Cuando un analista es convocado ante las diversas dificultades que pueden aparecer en el armado de esta trama, opera en el andamiaje donde advendrá el sujeto, siendo muchas veces, a partir del juego, testigo de momentos clave de lo que podría denominarse “alumbramiento subjetivo”.

Por eso, y en medio de las particularidades, dificultades y desafíos que plantea la clínica con niños, podemos pensar que aquello que se espera del analista, a través de su posicionamiento, de sus variadas maniobras (“poniendo el cuerpo” en el juego, interviniendo en relación a los padres, etc.) es esencialmente, y en definitiva, que pueda sostener la apuesta por ese sujeto a advenir.

 

                                                                                                                          Lic. Valeria Prohens

 

Referencias:

1)          Freud, Sigmund: “Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis” (1932), Lección 34: “Aclaraciones, aplicaciones y observaciones” pag.3185. Obras Completas. Tomo III. Ed. Biblioteca Nueva.

2)          Hiller, Rebeca: “Niños y analistas en análisis” pág. 99  (1994) Ed. Homo Sapiens.

3)          Donzis, Liliana: “ Jugar, dibujar, escribir…Sobre el psicoanálisis con niños” pág 116 (1988)Ed. Homo Sapiens.