Platicando por teléfono con mi compadre, cordobés quien vive en Bogotá y es periodista de los buenos, me dice que va a estar unos días en Córdoba. Le digo que tengo por ahí un boleto de avión gratis y que me gustaría verlo para compartir una de esas comidas que solo se dan en Veracruz. Les digo a mis hijas que la posibilidad de que Aeroméxico haga bueno mi boleto con tan corta anticipación es casi nula. Para mi sorpresa, después de seguir las instrucciones y mandar un correo a CAPA que es el Centro de Atención a Pasajeros Afectados, recibo la confirmación de mi vuelo.

 

 

Viajar de California a Córdoba por un fin de semana es una idea que solo se le ocurre a alguien tan atolondrado como yo. Manejo de mi casa a Tijuana, vuelo de Tijuana a México y mi sobrina-ahijada me lleva con su amiga del Distrito Federal directamente a un restaurant en la esquina del portal, lugar que debería ser considerado patrimonio de la humanidad no solo por una cocina que ya quisieran los franceses y españoles sino además por un servicio que no por profesional deja de ser sabroso y amigable.

 

 

No he de ser el único mexicano que dice que la plaza de su pueblo es la más bonita del mundo pero creo que yo sí tengo razón, el portal de Córdoba es una verdadera maravilla, y ahora que hicieron un espectáculo de luz y sonido sobre el palacio municipal pues...  ¿qué le puedo decir? Horas sentado en el carro rumbo a Tijuana, más horas en el avión a México, aún más en la carretera a Córdoba y muchas más disfrutando una de esas pláticas sabrosas que uno quisiera que no se acabaran nunca.

 

 

Al día siguiente hay buffet en el portal, le pregunto a la señora que hace las picadas si son dietéticas, me dice que no me preocupe, que nada engorda, que todo es light. Dos días no dan tiempo para visitar a mi hermana ni a mis sobrinos ni a tantos amigos y amigas con los que me gustaría departir, ya habrá otras oportunidades.

 

 

La comida-cena en casa de la familia de mi compadre es otra de esas experiencias que no se olvidan y es que la sazón italiano-jarocha que ponen sus hermanas en la cocina no cabe en un libro de recetas. Hicieron Bacalao a la Vizcaína que es uno de sus platillos favoritos. Departir con un señor como el papá de mi compadre es no sólo un gusto sino un honor, desde mi adolescencia siempre me hizo sentir en casa en su casa porque así es este señor mas bueno que el pan de su panadería con el que por cierto, me hice las mejores tortas de bacalao que he probado en mi vida.

 

 

Los hermanos de mi compadre me platican sobre los excesos de un gobernador tropical que parece salido de una novela de García Márquez, mire usted que eso de que la Universidad Veracruzana esté demandando al gobierno del estado para que le pague lo que por derecho debió de recibir de la federación es cosa de cuentos de Las Mil y Una Noches, ¿pensará este señor mandarse a hacer una alfombra voladora con tanto dinero?

Regreso a México, en otras cosas nos ganan los gringos pero el servicio de autobús en México es muy superior al de Estados Unidos, cosa que no pierdo oportunidad de decirles a los gringos y que han corroborado los que han tenido la suerte de viajar a nuestro país.

 

No quiero platicarle que me dejó el avión por que va usted a pensar que soy más burro de lo que en realidad soy, y peor si le platico que de las 3 veces que he ido a visitar a mi compadre, una en Miami, una en Bogotá y ésta en Córdoba, 3 veces me ha dejado el avión, una de ida y dos de regreso. Mi madre decía que yo siempre ando en las nubes, espero, por el bien de mis hijas, que no sea hereditario.

 

 

Regreso a ésta tierra de gringos cruzando el nuevo puente peatonal que une el aeropuerto de Tijuana con San Diego. Cuando leí sobre el CBX (así se llama este asunto) me enteré de que el estacionamiento de largo plazo cuesta 10 dólares por noche y el de corto plazo no más de 16 por día. Al llegar, me dijeron que el de largo plazo estaba lleno. No hubo tiempo de echar bronca, me estacione en el de corto plazo.  

 

Bajo del avión y sigo a la gente que de seguro va a recoger sus maletas, agarro la mía y la llevo a una banda de rayos equis donde hay más militares que civiles. Leo un cartel que dice más o menos “Si va para el CBX no debe usted estar aquí”, le digo a un militar con uniforme camuflajeado (a de ser para que no lo podamos ver) que voy al CBX, me dice que tengo que dar la vuelta, regresar por donde vine y luego salir a la izquierda en lugar de la derecha. Parece que me está contando la historia de mi vida. Ahora, de regreso y con tiempo, logro que me cobren lo que considero justo y que es la tarifa de largo plazo.

 

 

La izquierda, la derecha, la izquierda, calle de nombre raro, avenida Siempreviva, vuelta en U, vuelve a empezar y llega al 905. Pero yo no quiero ir al 905 sino al 5 que es el que me lleva a mi casa le digo al gringo sentado en la caseta a la salida del estacionamiento; sí, me dice él, pero el 905 lo lleva al 5 o al 805. Mi teléfono está totalmente descargado y yo sin GPS puedo acabar regresando a Córdoba. Hay una camioneta detrás de mí y no tengo tiempo de pedirle al encargado que me vuelva a dar unas instrucciones que tendrían sentido para alguien menos desprovisto de brújula que yo. Avanzo y salgo a una calle grande, desierta, no veo donde estacionarme para esperar a que se cargue el GPS, lo único que se me ocurre hacer es bajar la velocidad lo más que puedo y dejar que la camioneta gris que ya salió del estacionamiento me rebase y emprender su persecución con la esperanza de que también vaya al 905.

 

 

Por algún milagro del santo de los desorientados llego al famoso 905, como acabo de cruzar la frontera, sé que para el sur está México y mi casa está para el norte pero ¿Este? ¿Oeste?  El GPS sigue sin funcionar y hago lo único que me parece sensato, continuar mi persecución de la camioneta gris. Le dimos para el Oeste y después de varias millas de incertidumbre veo el letrero que dice que a la derecha está el 5. ¡Bien camioneta gris! Ya me siento en casa. El gusto de sentir la proximidad de mi familia se mezcla con la nostalgia inmediata, y es que así es esto de tener pedazos de corazón repartidos en diferentes lugares.

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