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Fragmento. El Jarama. Sánchez Ferlosio
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Los otros iban llegando a la venta. El de la camiseta a rayas iba el primero y tomaba el camino a la derecha.

Una chica se había pasado.

–¡Por aquí, Luci! –le gritaba–¡. ¡Donde yo estoy! ¡Aquello, mira, allí es!

La chica giró la bici y se metió al camino, con los otros.

–¿Dónde tiene el jardín?

–Esa tapia de atrás, ¿no lo ves?, que asoman un poquito los árboles por cima.

Llegaba todo el grupo; se detenían ante la puerta.

–¡Ah; está bien esto!

–Mely siempre la última, ¿te fijas?

Uno miró la fachada y leía:

–¡Se admiten meriendas!

–¡Y qué vasazo de agua me voy a meter ahora mismo! Como una catedral.

–¡Yo de vino!

–¿A estas horas? ¡Temprano!

Entraban.

–Cuidado niña, el escalón.

–Ya, gracias.

–¿Dónde dejamos las bicis?

–Ahí fuera de momento; ahora nos lo dirán.

–No había venido nunca a este sitio.

–Pues yo sí, varias veces.

–¡Buenos días!

–Ole buenos días.

–Fernando, ayúdame, haz el favor, que se me engancha la falda.

–Aquí hace ya más fresquito.

–Sí, se respira por lo menos.

–De su cara sí que me acuerdo.

–¿Qué tal, cómo está usted?

–Pues ya lo ven; esperándolos. Ya me extrañaba a mí no verles el pelo este verano.

Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama