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ELEGGUA EN ISLA TORTUGA -SPANISH
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ELEGGUA EL TRAMPOSO EN LA ISLA TORTUGA -UN CUENTO DE HADAS PARA ADULTOS

 

 

"¡Deja de romper  espejos! Sólo rompe  límites. El espejo está hecho para reflejar todo lo contrario ". 

-Oliverio Álvarez. 

 

"Exiliado, encontré  la ciudadanía en la república de mi cuerpo... 

las alas en sus hombros eran realmente mis manos". 

-Vuong; 

Ocean. 

 

-para Piers Anthony y William Shakespeare, talentosos y honorables- 

 

 

 

Después de que, durante la próxima Víspera de Todos los Santos, te levantes de tu cuna tamaño gigante y  hecha de labor a retazos, un bostezo ronco pero riente (como de león en cama), oh lector de este cuento, te despertará tras haber dormido toda la noche sin ningún tipo de ropa de lecho (algo no acogedor, visto que de vez en vez el atizador de tizones de Su Divina Alteza nos la pone difícil a fin de que devengamos avezados, avancemos), mientras que, además, tu cuerpo físico habrá permanecido esas horas nocturnales a mitad fuera de la misma; y, también, en virtud de haber recobrado la consciencia demasiado temprano en la madrugada, oh lector de este cuento, te sentirás deprimido, ya que tu cerebro no estará por lo tanto generando norepinefrina, pues el mismo habrá contado conque no estarías velando durante esa etapa, sino soñando -que es para lo que esa substancia sirve. Así que, por medio de un retroceso zigzagueante, corretearás  a todo galope (y no a trote corto), oh, lector de este cuento, a lo largo de un lahar roturado por el labriego Lorenzo (una reencarnación del linajudo regidor Alarico) hasta el lago rotulado “Anlagen” e instalado dentro del calderón de un cráter extinto, para una entrevista con el enredador saltabardales Eleggua (quien, mientras que en realidad nunca se le vió rechazando a un simpatizante suyo, con todo trata a sus dialoguistas como un negociante hace con respecto a los efectos de otro mercader, de modo que siempre creará una fachada de reserva frente a sí mismo de tal manera que pocos serán capaces de descubrir que él es un dios -el de la broma sin burla por antonomasia). Tú, digamos, oh lector de este cuento, habrás siempre pensado de Eleggua, el Pícaro redomado y rematado, como de alguien a quien, oh lector de este cuento, habrías de admirar en virtud de su giro kinético distinguido: un mohín tenaz (lo cual significa que él  va siempre a darse cuenta de lo que supones, pero, mientras no seas un comisario comunista, le agradarás de todos modos), en particular con respecto a la original disposición, bajo sonrosadas mejillas sonrojadas –a saber, consumidas por una comezón sin mesura por rasurarse lo imberbe-, de las comisuras de sus labios (y de paso hay que decir que el resplandor característico de la atención plena -descartado por los seres humanos- será su "Alcance" -eso lo cual es considerado su agridulce "aura"-: un acíbar, un almíbar, de amaranto trascendental, visionario, sí, una vitalidad universal, católica, catódica, que incluirá su bazo, su vesícula biliar, las glándulas situadas encima de sus riñones, y la doble uve constituída por su esternón y sus clavículas); y esta vesica piscis será su traje: jubón casual de seda índigo (que es un coleto marrón al revés hecho de cuero de alce) llevado fuera de descuidados bombachos de terciopelo escarlata encarnado (o, mas bien, carmín carmesí), junto a pies descalzos como los de una Carmelita, y habla cual un aplauso que fuera el croar alveolar -es decir, un estertor estentóreo, el estrépito de una  trepidación estruendosa- de un tucán según el estilo de los fenómenos que prevalecen a la caída de la noche incluyendo esa muy suya carcajadita sofocada hasta ser ahogada -esto es, contenida entre dientes (de leche)-, que altera su semblante de ser un disfraz a través del cual se puede entrever la emisión de una inmediatez saludable, incontaminada y translúcida, a un mero camuflaje camaleónico; y, ya que ahora le ha dado por triscar junto a ti, oh lector de este cuento, busca determinar de dónde en su cuerpo el sentimiento de simpatía proviene con más fuerza de ingenio -quiero decir, su informal especie de potencia carente de disuasión de la información (entretanto que hoy y ahora los caudillos han extraviado el sentido de auténtico poder, de la fuente genuina del tal) y asimismo fuera de foco en lo que toca a cualquier evento salido de vuestro encuentro mutuo, puesto que él adentrose en el mismísimo por una razón bastante contra~distinta a la que hubiérais todos esperado: ¡la travesura! De hecho, será con un destello vivaracho que él deberá sonreír a sus discípulos y a ti. En verdad, desde el inicio de tu sexualidad impartida por él, tú, oh lector de este cuento, experimentarás una sensualidad sin esfuerzo generada entre ambos -una " presión a medias" que permitirá entre vosotros conversaciones significativas en cuanto a flujo, y facilitará el ampliarlas hacia cada uno de los rumbos de la brújula con una caprichosa empero suave esencialidad, por la razón de que él deberá demostrar su realidad indubitable a través de una disposición suya de acortar la duración de su vida, y de su maestría para permanecer contigo, oh lector de este cuento -y ello es exactamente lo mismo que la iluminación al fin alcanzada por un aprendiz de ocultismo místico. Ahora bien, él será ágil como una sílfide aunque de ninguna manera frágil, y con el destino en sus manos para ti de una Gran Esperanza, él resultará ser un entrenador excelente en medio de la ralea de estudiantes a la que ningún otro educador sabrá cómo hacer frente. Él les mostrará a los alumnos el arte del encaramamiento: "Si usted, oh discípulo, es excesivamente voluminoso de alcancía, a su vez será demasiado vacilante para lograr la cosa". Tú, oh lector de este cuento, habrás aprendido para entonces que ser crédulo requiere extremo acicate concerniente a obtener los requeridos resultados, y, sin embargo, le pondrás por nombre a Eleggua (el diablillo mayúsculo o geniecillo por excelencia) Emperador de los Elfos debido a que se ha de mostrar bien capaz de detectar las vibraciones de verduras sonrientes y de setas besadoras, y de los nomeolvides y los pensamientos, tal como lo hará patente su glosa: "¡Este céntrico huerto de follaje perenne es increíble! ¡Su delicuescencia manifestándose como copas de  troncos de fanerógamas (o columnas hechas de cantos rodados y cementadas con guijarros) son algo de ensueño risueño!"Image Sin duda, oh lector de este cuento, vas a cagarte de pánico de que las briznas de hierba en el jardín giren hacia él en Confesión, aunque, oh lector de este cuento, tú deberás darte cuenta de que las cosas verdes que crecen en el antedicho vergel QUIERAS O NO aceptarán la absorción en la belleza de adolescente sin género definido conocido como el avispado Eleggua. Además, él -el zángano Eleggua- es un ser dotado de cimbreo sobrenatural y líneas límpidas -exactamente como las Hadas que residen en el espino albar tan bueno para la lipólisis y contra la arritmia. Por otra parte, oh lector de este cuento y tus amigotes, creeréis que él es Señor de Vampiros como consecuencia de cierto estrategia de desaires desplegada por él para, simplemente por medio de seguir siendo, someter a los egos egoístas atávicos (por ejemplo, los mostrados en los diseños de las verdes ánforas de los  bereberes dóciles y de los berberiscos bárbaros, comoquiera que el Ego le ganó la apuesta a la Sapiencia por doquier sobre la faz del globo terráqueo) en aquellos futuros tiempos (en los cuales te hallas) cuando la clarividencia no será considerada tan incisiva como la lógica y la objetividad (aunque nunca tampoco, por supuesto, amenazada de jaque mate); y esta contingencia demostrará ser... ¡lo que ha de estimular a esos egos en especial y a todos los otros en general a subsistir (de acuerdo con el diseño del Intelecto Divino denominado “deixis anafórica”)! -aún así, estos egos particulares no podrán jamás ser admitidos en la idiosincrasia del ladino Eleggua por cuanto las peculiaridades de ellos no serán suficientemente memorables para tal cosa -a saber, para satisfacer el estadio oral freudiano del mencionado duende de casa dolada -Eleggua (a otros, por ser mascotas de los Condes vampíricos, permitirán éstos últimos el gusto de más jugosos medios de vida, y, de arranque, un barbitúrico para el beriberi del que adoloridas habrán adolecido desde la adolescencia)... y también hay que contar con el hecho de sus desplazamientos -aparentemente pausados pero inmediatos- tan semejantes a los de los chupasangres de Anne Rice. Ambos estaréis, Eleggua y tú, como lo dije ya, en un peristilo que me ha de recordar a mí, vuestro autor, de los pintorescos paisajes tiroleses, y que constituirá vuestra umbría privada en el holgado mundo: un temenos (τέμενος) en el sentido de original del término: estancia pagana, sobre el cual el desperdigante crepúsculo va a escanciar (o más bien a derramar desparramadamente) cromas hialinos; un waena cuyos pormenores no concordarán de ninguna manera con las exigencias de la estenosis (teniendo en cuenta que los tales detalles no han de ocupar capacidad alguna) y cuyo teatro solerá ser tan cautelosamente cribado por la censura que es sin telecomunicación recognoscible que todos sus cuadros representacionales llegarán a transmitirse a través de las ondas masivas. Ahora bien, pese a que chispeantes farolas de mercurio le faltarán, oh lector de este cuento, formularás una descripción topográfica de aquesta ciudad alrededor tuyo -empezando por la encrucijada de la calleja Pasarela y la avenida Parihuela en donde el susodicho parque central va a encontrarse ubicado- a fin de que tu vida personal rebote a la normalidad (es decir, sin Yo Superior, sin ningún Eleggua por listo que sea -con tu homeostasis únicamente). Por ende, un búho enano de entre los volátiles alados se arrojará en picado (pero sin alevosía, puesto que ni un águila ni un azor es) bajo la apariencia de una estrella fugaz caleidoscópica dentro de un seto rompevientos constituído por tejos severos y aún así encantadores, y cuyos rizomas de hormigón armado a través del pavimento de la calzada causarán a los ajetreados viandantes tambalearse dando tumbos (parecido a lo que ocurre con las Ruinas de la Dordogne) -porque ha de decirse que es aquí que un hogan navajo octogonal fuera mentalmente construído por Eleggua, gran granuja aún entre los peores bergantes y más malandrín que todos los demás perillanes, para sí mismo como hogar, en medio de un estacionamiento yermo de mandarinas aledaño a un aparcamiento baldío de granadas perteneciente a la decrépita Aldehuela Abandonada situada justo en el oasis sede del Desierto Deshabitado-; y la mencionada lechuza partirá en tres mitades con su atropellada quebradura esotro Otero: el designado como Cero por culpa de su cumbre redonda, esto es, el cerro situado entre dos valles de la Sierra del Intervalo Velado tan similar al muro incoloro e inexpugnable de  Aigüestortes.  "Este autillo strigiforme es tu subconsciente o espíritu familiar", habrá entonces de explicarte el truquero mayor Eleggua al respecto, "y, en el ínterin, tu tótem de naguales incluye, además del pigmeo tecolote, tucúquere o ñacurutú, un lince de cola de plomada, un gato Manx sin ninguna, una araña cabeza de gato (o sea, una Araneus gemmoides), un jaguarundi o gato nadador, y un pez gato albino gigante (de paso, los laberintodontos deben su apodo a sus sensacionales colmillos en forma de cuchillo y a la configuración eferente de sus tejidos más confinantes). En cualquier caso, hay que subrayar que tu sabio subconsciente se comunica sin problema con todos sus solapados tocayos que constituyen tu Yo Total, ya que ninguno de ellos es un Leptailurus serval cuyo servilismo cerval le obligue a sorber, para que llegue a ser su saliva, la savia de la planta conocida como sorbo, o la de la salvia, ni la del saúco, ni tampoco las de los tocones de sauces llorones y de álamos temblones (ambos últimos de pésimo talante puesto que les tocó ser talados y taladrados de lado)". "Y tú mismo, ¿quién eres?", le preguntarás al tunante Eleggua pronunciándote desde lo que Castaneda denominara Punto de Encaje -un ónice engarzado en oricalco, una gema engastada en platino. Él proferirá, cual profusa andanada de venablos, los ulteriores vocablos en réplica: "Tén la seguridad de que un vínculo de nomenclatura e identidad  prevalece entre nosotros dos. Esto dicho, yo soy Nuestra Divina Alteza. Y Nuestros Nombres -o Mis Nombres-, indefectiblemente  tanto timoratos como temerarios: Ganesha el védico,  Ksitigarbha, Jizo Bosatsu y Tláloc (a saber, el Ave de la Tormenta Occidental y  patrón del Limbo a donde los Infantes Difuntos van -es decir, el psicopompo Fohat~Hermes, pues es un fiat cada hormona, significando  ‘yo incito a actividad’. Loki y Seth en adición si lo prefieres, pero bajo ningún concepto un déspota como Porfirio Díaz y, ¡nones!, yo no padezco de porfiria aunque lo hayas pensado)". Una parte de ti, oh lector de este cuento, experimentará respecto a esta singular contingencia  lo que el psicólogo Gosling llamara atesoramiento de residuos conductuales (acaparamiento), y, simultánea y diáfanamente, una apreciación de cómo el intelecto habrá llegado a ser, en lugar de un preguntón (lo cual sería según su naturaleza), más bien algo extralocal: una investidura importada del porfiado Demonio al interior de nuestra esencia anímica  -sus antebrazos mantenidos en  tirabuzón, sus muslos en un bamboleo ininterrumpido que me hace pensar que sus muñecas y sus calcañares, puestos en Polvorosa, estarán hechos de un extraño extracto vaporoso u otro. Sin embargo, ante tal acaecimiento, Eleggua, el mayor de los bribones, bateando ocho veces un óbolo opalescente oval (el cual no se tratará del chakra nacarado cuyo tanteo somático es con la libido, ni del iridiscente que, posterior al próximo~pasado, de continuo conseguirá establecer un armisticio entre el mundo no~paradisíaco tan gemebundo y las fuerzas hedónicas de la fluidez de los ángeles, ni tampoco el polícromo siguiente en orden -que deberá en algún momento establecerse a sí mismo como figura de lienzo para salvaguardia de los demás compañeros suyos, esos vórtices productores de vértigo de la vorágine aural-, sino un tornasolado planetesimal Plutino), maullará dirigiéndose a ti: "Has de visitar a continuación, portando contigo una exquisitez exigente, la Isla Tortuga -cuyo sobrenombre es ‘América, el País de  Melancolía Gozosa’-, porque, ¿cuántas veces cruzaste llaves y mandobles con San Pedro y con Plotino teniendo como propósito al llevarlo a cabo que algún mentecato delirante aceptara como Evangelio la Verdadera Verdad y no el Cristianismo u otra cosmovisión cualquiera, y ni siquiera incluso ningún sistema de creencias en absoluto? Pues bien, por el contrario, cariño, exhibiendo ahora un diferente comportamiento al que manifestaste en Eurasia -uno menos meloso allá-, en América vas, hacia alguien entrañable, su castaño cabello de telaraña empapada en llovizna, aunque ora sobremanera ensortijado gracias a sus tantísimos volantes agitados por los vientos, a decidirte a desgreñarlo inclusive más, y también las pestañas en coulisse de sus rasgados órganos oculares de centelleante pórfido avellanado, y a frotarle e incluso restregarle esa fisonomía suya de fino grano color canela, y a impregnarle ovovivíparamente la sinhueso con una ósculo pérforo~cortante de tu propia lengüeta bífida de víbora pérfida”. Y de veras en dirección al sitio referido vas a encaminarte buceando sin lentitud a través del Piélago Astral que demarca esa tierra lenticular de la luciérnaga piel roja y del murciélago millonario: primero a lo largo de la vertiente de la torrentera Risita Tonta, entonces cruzando la sulfúrica aunque sedada Bahía de las  Sirenas Sibilinas que sin cesar silban las sílabas de Sibelius y entonan las de César Franck, y, ultérrimamente, por medio de un bautismo o inmersión en la vasta y profunda alberca del Océano del Vacío que sin parar rocía, acompañándose con rayos y relámpagos y tronidos -todos los tres azotadores-, las vestimenta de la briosa y aventurera (e inclusive violenta con lo del Niño) esposa de San Simón Cirineo: Silvia, la Brisa de Sotavento, no con atunes, sino con escuelas de escuálidos tiburones y otros escualos de la misma calaña, con cardúmenes de famélicos calamares provistos de ventosas sobre su octavo brazo, y con bancos de andarines -o, más precisamente, reptantes-, ávidos, demacrados,  deshidratados delfines del Amazonas (botos), hasta repletar los retículos elásticos de mi atarraya y de mi jábega: vosotros nunca habéis sido testigos de una resaca de una índole tal, una que se os acercará aproximándose en marejada imantada crecientemente exigente y sin coagulación, durante su terminación en crestas ondeantes como banderas, de la acetilcolina que pudiera contener su oleaje de plástico y espejeante mucílago -una terminación conjurada mediante la injuriosa evocación "¡implosión retroactiva!" (la cual es igualmente un perjurio) por los sortílegos de la octava del Solfeo-, pues que la Parca -la Sota de la Muerte-, en todo caso, no tiene peso alguno en el universo onírico donde moramos, de modo que Ella, en esta ocasión, sintiendo escalofríos sin consentirlo, se morderá las uñas  para al menos admitir que de todos modos el Tiempo tarde o temprano sí deberá desprenderse del Ser (aunque nunca en su totalidad) recurriendo a un diafragma o esfínter neumático, en las comarcas en donde cada pesadilla siempre deberá galvanizar una buena cantidad de la Fuerza; y, por otro lado, las quimeras espolearán, mi amigo, una megalópolis onírica como las que dan sus títulos a  dos novelas (ninguna de Juan Nepomuceno Rulfo Vizcaíno): La Ciudad de las Sombras Doradas por Tad Williams, y La Búsqueda Soñolienta del Desconocido Kadath por Howard Phillips Lovecraft (los párvulos como ellos generan sólo ondas encefálicas theta -como Piaget lo puso: "Ojos que no ven, corazón que no siente") -con esto, vosotros dos os desviaréis de seguir en sintonía:  -tú, oh lector de este cuento, cuando una Nodriza Rolliza salida de un cuadro de Botero Rubens te haya de urgir a que te conviertas en  un detective arqueólogo de universos paralelos, montarás al Traqueteante (un tren de pensamientos); él subirá al Merlino Montaraz (un vimana siempre remontado en vuelo de la imaginación) por toda la calle Diagonal de Barcelona (amoblada con bustos dobles de caballeros);  la soslayada Broadway de Nueva York;  y San Vicente, la sesgada de Los Ángeles. Después, Freya~Oyá, la de la lúgubre carroza fúnebre halada por un par de felinos domésticos -pequeños, afelpados y gritones- procedente del mural Dualidad de Rufino Tamayo, y vestida en túnica talar de lona tejida con hebras de lana entrelazadas con hilos de lino sobre una piel impecable (sin pecas ni lunares ni verrugas ni arrugas vetustas ni tan siquiera vestigiales), Image le escanciará a Eleggua, forajido, hidromiel efervescente en una taza toby con el rostro del borrego negro de la familia (las cabezas de ganado lanar que pastan forraje) para que éste último, con su contrapunto de lóbregos lamentos (compuesto por lobezno que plañidero aulla locamente cuandoquiera que su dueño lo ahuyenta; por alaridos de laringe vocinglera de loro -o los de la de su antecesor el lagarto-; por mis carrillos que cañonean como un carillón que doblara por ti, quienquiera que seas que rehusas leer este cuento; por el hervor browniano de una mar que, rabiosísima, con arrebatadas acometidas arremete contra los arrecifes y farallones de coral porque son robustos y por ende ellos devienen embestidas las cuales no reconocen a, así virtualmente rebelándose ante, la supremacía del mar; y por los ruidos que capta el radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico),  le concilie el sueño a ese, refinado hasta el final, rufián de rufianes: Eleggua. "Maná Hana!", sollozará  ella en hawaiano: "¡brujería!". No obstante, "Cihuacochiz", en seguida la misma Freya, vestal de la Luna, gimoteará en náhuatl: "duerme con una mujer". "Geg dy Cau!", hará pucheros Eleggua en galés para responderle con un apropiado requiebro: "¡cállate!". "Vamos a terminar esta historia aquí", lloriqueará Freya, mujer fatal, consorte de la anaconda de Edén.

 

FIN DE LA HISTORIA: ¡BOO!