Un prometedor día de sol, mientras estaba recogiendo la basura que habían tirado unos alegres excursionistas, escuché unos pasos. Vi a una chiquilla más bien pequeña que bajaba por el sendero llevando una cestita. Vestía de una forma un poco extravagante, con una capa roja,como si no quisiera ser reconocida. Me paré para ver quién era y le pregunté cómo se llamaba. Me contó que iba a llevar la comida a su abuelita y me pareció todo un detalle, pero lo cierto es que estaba enmedio del bosque y me resultó sospechosa con aquella extraña caperuza. Una vez que nos despedimos, la niña se fue por su camino. Mientras tanto yo me apresuré atajando para ver a su abuelita.
Ésta estuvo de acuerdo conmigo en que su nieta necesitaba una lección. Quedamos en que ella saldría de la casa, para yo sustituirle con sus ropas dentro de la misma. Cuando llegó la niña le regalé la mejor de mis sonrisas invitándole a entrar, y ella no tardó en decir algo poco agradable sobre mis grandes orejas, pero hice lo que pude para justificar que mis grandes orejas me permitían escuchar su dulce voz. Hizo enseguida otro comentario sobre mis ojos saltones. Empecé a sentir cierta antipatía por esta niña que era visceralmente sincera, pero nada agradable. Sin embargo, como ya es costumbre en mí poner la otra mejilla, le dije que mis enormes ojos me servían para contemplar lo bonita que era. El insulto siguiente sí que de veras me hirió ya que soy extremadamente sensible a cualquier comentario acerca de… de… no sé si puedo continuar… Mirad, es cierto que tengo complejos con mis dientes que son horripilantemente largos y desorganizados, pero aquella niña hizo un comentario muy duro refiriéndose a ellos y aunque sé que mi inteligencia emocional está mejorando junto a mi querido psicólogo, no fui capaz de controlarme, salté de la cama y le dije furioso que mis dientes me servían ¡para comérmela mejor!
Pero seamos honestos, todo el mundo sabe que ningún lobo se comería a una niña. Inconvenientemente aquella loca chiquilla empezó a correr y yo detrás, desesperado, intentando calmarle hasta que se abrió de improviso la puerta, entrando en escena un guardabosques de ancha espalda acompañado por un hacha de descomunales proporciones. Lo peor es que yo ya me había quitado el vestido de la abuela y rápidamente vi que estaba metido en un lío, así que me lancé por una ventana que había abierta y corrí lo más veloz que pude.
Me gustaría decir que así fue el final de todo aquel asunto, undesgraciado malentendido. Pero aquella tergiversadora abuelita murió sin contar la verdad. Poco después empezó a circular la voz de que yo era un tipo malo y peligroso, todos empezaron a evitarme y a odiarme sin preguntarme. Vosotros, pobre gente, llenasteis vuestras almas de prejuicios contra mí. Después de aquello nada ha vuelto a ser lo mismo,aunque por otra parte, ya os he perdonado.