EL CHICO Y EL COCODRILO

Un chico preguntó a sus padres:

-¿Madre y padre, puedo ir a la selva a buscar leña?

Sus padres le dieron permiso y el chico cogió un hacha y un canasto para llevar en su cabeza. Se adentró en la selva, y hacia el mediodía había recogido un montón de leña. La puso en el canasto y buscó una cuerda para atarla bien.

Subió una gran colina y vio un lago a poca distancia. El chico pensó: "Tengo sed, iré a beber antes de coger la cuerda". Pero mientras estaba bebiendo se encontró cara a cara con un cocodrilo. Empezó a correr pero el cocodrilo lo llamó:

-Niño, ayúdame, por favor. Hace tres días que estoy aquí sin comida. Si te vas, seguramente moriré.

El cocodrilo se llamaba Bambo. Pensó que ese chico podría ser bueno para comer y le dijo:

-Mi problema es similar a éste. ¿Sabes que el viento arrastra hojas secas por el suelo y las mete en un agujero? Y este mismo viento que las ha arrastrado hasta allí no podrá sacarlas de nuevo. Y las hojas tampoco podrán nunca salir por sí mismas. Pues lo mismo me pasa a mí. Vine a este lago desde el río, pero ahora el río se ha secado y no puedo regresar. Chico, debes ayudarme a regresar, si no seguro que moriré.

El muchacho empezó a llorar, estaba preocupado por el cocodrilo y no quería que muriese.

-No hay por qué llorar, chico -dijo Bambo- no voy a comerte.

-¿Cómo voy a poder transportarte? Tú eres más grande que yo, y más fuerte que yo, y más largo que yo -preguntó el pequeño.

-Ese no es ningún problema: coge tu hacha y corta dos largos palos -respondió Bambo.

El chico siguió las instrucciones del cocodrilo. Cortó los palos y puso uno de ellos en el suelo, luego puso al cocodrilo encima. Luego puso el otro palo sobre la espalda del cocodrilo. Más tarde ató al cocodrilo desde la cabeza hasta la cola. Lo alzó un poco y lo arrastró hasta el río. Mientras, lloraba y cantaba:

Oh, tengo miedo al cocodrilo,

tengo miedo al cocodrilo.

Tengo miedo porque me comerá.

Bambo le dijo:

-No voy a comerte. Si lo hiciera significaría que habría recompensado tu buena acción con malicia.

Pero el chico continuó cantando su canción.

Cuando finalmente llegaron al río, el muchacho quiso poner al cocodrilo de espaldas, pero Bambo dijo:

-Si me dejas aquí de este modo no habrás mantenido tu promesa. Me has traído a través de toda la colina desde donde he estado sin comida durante tres días. Fuiste tú, chico, quien me salvó. Después de hacer tan buena acción, por favor, no me dejes así tan cerca del río.

Por lo tanto, el chico introdujo al cocodrilo en el río, hasta que el agua le cubrió la cintura.

-Un poco más, un poco más -imploró Bambo.

-El agua me llega hasta la cintura -contestó el chico-. Además, no sé nadar. Si realmente deseas que la recompensa no se torne en malicia, deja que te suelte aquí mismo.

-Por favor, muchacho, sólo un poco más lejos.

El chico continuó unos cuantos pasos más, hasta que el agua le llegó al cuello.

-Déjame soltarte aquí -rogó el muchacho.

-De acuerdo -contestó Bambo.

Lo soltó y luego desató las cuerdas desde la cabeza hasta la cola. Inmediatamente el cocodrilo se dio la vuelta y apresó con sus enormes garras al chico. Tres días de ayuno en el lago seco habían despertado un gran apetito en Bambo.

-¿Cómo puedes hacer algo así? -gritó enfurecido y sollozando el chico-. Ya has olvidado tu promesa.

-Bien. Debiste pensar que esa promesa no iba muy en serio. Después de todo, estaba atrapado en el lago; pero ahora, si te dejo escapar, no tendré comida. Es un poco desafortunado para ti, pero debes comprender mi situación -expuso Bambo.

-Sabía que me comerías -replicó el chico-. Por esto he estado llorando todo el rato. Sabía que recompensarías mi buena acción con malicia.

-Pero debo comerte -dijo Bambo- porque estoy hambriento. Y si te dejo escapar, nunca más encontraré una presa mejor.

Había un árbol en la orilla del río. El chico dijo al cocodrilo:

-Antes de comerme, podríamos exponer nuestro caso ante este árbol. Vamos a ver qué dice.

Al cocodrilo le pareció bien y los dos expusieron sus historias al árbol. Cuando terminaron, el árbol sacudió sus ramas y habló:

-Cocodrilo.

-¡Sí! -exclamó Bambo.

-Creo que esta vez tienes razón. Nosotros los árboles sabemos lo ingratos que pueden ser los humanos. Vienen y se sientan bajo nuestra sombra, y los protegemos del sol abrasador. Nosotros les proporcionamos medicamentos y los ayudamos a que llueva mucho para el bien de sus tierras. Pero tan pronto como somos grandes y fuertes, vienen y nos cortan para sus egoístas propósitos. Son locos y desagradecidos. Cocodrilo, coge entonces tu presa -sentenció solemne el árbol.

Bambo quedó encantado con lo que el árbol había dicho.

-Ya lo has oído -dijo- es cierto que puedo comerte. Todo el mundo sabe lo ingratos que son los humanos.

El chico empezó a cantar esta canción:

Oh, tengo miedo al cocodrilo,

tengo miedo al cocodrilo.

Tengo miedo porque me comerá.

Justo en ese momento, una vaca venía de beber del río. El chico le dijo al cocodrilo:

-Podríamos exponer nuestro caso a esta vaca también. Estoy seguro de que ella no estaría de acuerdo con el árbol. Deja que veamos lo que ella nos tiene que decir.

Bambo estuvo de acuerdo y llamaron a la vaca, que ya había terminado de beber. Cuando ambos terminaron de contar su historia la vaca levantó la cabeza y dijo:

-Cocodrilo.

-¿Si? -preguntó Bambo.

-Puedes comértelo. Los humanos son las criaturas más ingratas que existen. Mientras era joven y los humanos podían beber mi leche, me daban comida y agua, pero ahora que soy vieja y mi leche se ha secado me han abandonado y no me dan ni siquiera agua para beber. Tú mismo has podido ver el largo camino que he recorrido sólo para beber. Por lo tanto, cocodrilo, creo que tienes razón. Puedes comerte a tu presa -sentenció la vaca.

El chico empezó a cantar su canción de nuevo.

Oh, tengo miedo al cocodrilo,

tengo miedo al cocodrilo.

Tengo miedo porque me comerá.

El chico cantaba y el cocodrilo se disponía a comérselo cuando un asno se acercó al río para beber.

-Espera -reclamó el chico-. Deja que contemos nuestras historias al asno.

-¡Chico! -gritó enfurecido Bambo- No importa lo que él diga, te voy a comer de todos modos.

-Aun así deja que escuchemos lo que él tiene que decir -rogó el joven.

El asno bebió hasta que tuvo lleno el estómago, y entonces ambos le contaron sus historias. Después de escuchar atentamente, dijo:

-¡Cocodrilo!

-¿Sí? -replicó Bambo.

-Cuando yo era joven los humanos ponían sobre mí todo tipo de cargas, pero ahora soy viejo y casi no puedo cargar ni conmigo mismo, por esta razón me han abandonado. Dejaron de darme hierba para comer y me negaron incluso el agua para beber. Los humanos son los seres más ingratos de este mundo. Puedes comértelo -sentenció el asno.

-¡Ah! -exclamó Bambo-. No pienso dejarte libre, no hay nada que te pueda salvar.

Pero antes de que pudiera comérselo, un conejo pasó corriendo hacia el río.

-Contemos también nuestra historia al conejo -suplicó de nuevo el muchacho.

-¡Chico! Tengo hambre y empiezo a estar aburrido de este juego -exclamó el cocodrilo.

-¡Oh! ¡Por favor! Sólo una vez más -insistió el chico.

-De acuerdo, pero el conejo va a ser el último al que vamos a consultar.

Cuando el conejo hubo bebido hasta tener lleno su estómago, los miró y les preguntó qué ocurría. El cocodrilo le contó lo que venía al caso. El chico empezó a contar sus razones, pero el conejo de repente lo interrumpió.

-¡Cállate! He oído hablar de ti. Todo el mundo aquí sabe lo testarudo que eres. Que hable primero el cocodrilo.

En medio de las explicaciones se giró hacia el cocodrilo y le dijo:

-Perdona. Mis orejas son muy grandes pero no oigo muy bien. ¿Podrías acercarte a mí un poco más?

El cocodrilo y el chico se acercaron al conejo. El nivel del agua bajó hasta el pecho del muchacho. El cocodrilo volvió a contar su historia y cuando terminó, el conejo dijo:

-Cocodrilo, aún no puedo oírte. Por favor acércate hasta la orilla. No te preocupes, es seguro. No veo ninguna posibilidad de que este chico pueda escapar de ti.

El chico y el cocodrilo así lo hicieron.

-Ahora -dijo el conejo- podrían contarme una vez más sus historias.

El cocodrilo explicó su versión y después dejó que el muchacho contara la suya. Cuando terminaron el conejo dijo.

-Chico, eres un mentiroso. Eres tan pequeño y el cocodrilo tan grande que no hay ninguna posibilidad de que puedas cargar con el cocodrilo desde la colina hasta aquí. Si esto es posible , déjame ver cómo lo haces.

El cocodrilo desconfiaba, pero el conejo lo calmó:

-Acérquense y salgan del agua, te prometo que pronto vas a comértelo.

El chico cogió dos largos palos, puso al cocodrilo encima de uno de ellos y el otro sobre su lomo. Después lo ató desde la cabeza hasta la cola. ¡El cocodrilo estaba atrapado! No podía moverse. Entonces el conejo preguntó al muchacho:

-¿Le gusta la carne de cocodrilo a tu gente?

-Es la única carne que les gusta.

-Bien, entonces aquí tienes tu presa -dijo el conejo.

El chico cargó con el cocodrilo y lo llevó hasta su casa. Mientras tanto el cocodrilo cantaba:

Oh, tengo miedo al chico

tengo miedo al chico.

Tengo miedo porque me comerá.

Cuando su gente lo vio llegar con el cocodrilo atado entre dos palos, empezaron a gritar:

-¡Miren!¡Nuestro muchacho se fue a buscar leña y trae un cocodrilo!

-Esto no es todo -dijo el chico- también hay un conejo entre los matorrales. Tenemos que ir a cazarlo.

Todos los niños siguieron al chico y llevaron a sus perros. El conejo, al oír tanto ruido, se dijo: "Debo marcharme de este lugar y ocultarme, los humanos son los seres más ingratos que existen".

Los niños lo buscaron por todas partes pero no lo pudieron encontrar. Cuando finalmente desistieron y estaban volviendo a casa, el conejo llamó al muchacho y le dijo.

-Lo que dijeron el árbol, la vaca y el asno sobre los seres humanos es totalmente cierto. Fui yo, el conejo, quien te salvó la vida, y ahora tú quieres comerme del mismo modo como el cocodrilo quería comerte. No quiero saber nada de ti.

Se dice que por esta razón los conejos corren tan rápido cuando ven a un ser humano. Antes de que esto sucediera, si alguien se perdía en la selva, un conejo siempre salía para indicarle el camino de regreso.

FIN

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

EL EMPERADOR DE LA CHINA

Marco Denevi



Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado del difunto emperador. “Veis —dijo—. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser gobernador.” El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.

El corazón delator, Edgar Allan Poe

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

FIN

EL ORIGEN DE MEDUSA

Medusa era un mujer como cualquier otra, la única diferencia es que ella era más bella que cualquier otra, su ojos, su pelo hasta su forma de caminar atraían a los hombres. Un día cuando Medusa caminaba cerca del mar Poseidón el rey del mar, no pudo apartar la vista de tan hermosa mujer, de inmediato quedó enamorado de tanta belleza, fue tan grande el sentimiento que contra  la voluntad de medusa Poseidón la llevo al templo de Atenea, donde la tomo a la fuerza.

Atenea, al ver esto, se enfureció y como no podía castigar a Poseidón decidió desquitarse con Medusa. Convirtió su largo y bello cabello en serpientes e hizo que sus ojos convirtieran en piedra a todos aquellos que la miraran fijamente.

LA MUJER LOBA

Había allá en tiempos en Galicia un padre que tenía muchas hijas y una de ellas comía mucha carne, cuanto más le daban, más comía.

Y un día el padre le dijo: " Aún vayas al monte a comer carne con los lobos".

Fue palabra maldita, pues aquella misma noche desapareció sin dejar rastro alguno.

Salió y allí cerca entró en trance y se convirtió en un hada y a veces andaba de lobo y otras de mujer.

Fue andando, andando hasta que llego al Cebreiro y a las Canellas de Agras de Tosende ( Ourense ).

Por estos montes anduvo mucho tiempo de Capitana de los lobos, haciendo muchos estragos en las haciendas y en la gente ( esto cuando estaba de loba ).

Su paradero era en el monte del Cebreiro.

Cuando estaba de mujer encendía el fuego y los lobos se juntaban alrededor de ella, y no les dejaba hacer daño a nadie.


Una vez que venían los arrieros de Portugal con su cargamento, los lobos se los querían comer pero ella nos les dejaba, diciéndoles: "Quietos, dejadlos pasar ".

Así anduvo mucho tiempo, hasta que le levantaron el hechizo.

Le gustaba ir a comer harina a un molino, pero una vez coincidió que el amo del molino estaba dentro, ella se quiso meter por debajo de la puerta , como siempre, y al meter una pata, la vio el molinero y con una navaja se la quiso cortar, al empezar a cortar, ella dio un grito y se convirtió en mujer.

Así que se vio mujer , trató de volver a su casa, preguntando de pueblo en pueblo hasta que llegó a la casa donde la recibieron los suyos con mucha alegría.

El verano siguiente, los de Tosende fueron casualmente a segar al pueblo donde ella vivía; Entonces ésta les preguntó de dónde eran , le dijeron que eran de Tosende y de Aguís: " Pues esos pueblos los conozco yo bien , y conozco el Cebreiro y las Canellas de Agra".

 

Ellos le preguntaron que por qué conocía esos pueblos.

Pues tuve que andar por allí de hada haciendo muchos estragos y por ninguno tuve tanta pena como por un niño que me comí, y mientras lo despedazaba, él me miraba a la cara riéndose.


Los segadores le dijeron que aún se hablaba por allí de ese hada y ahora estaban muy a gusto desde que ella ya no estaba.

LA CABRA Y EL ASNO

Una cabra y un asno comían juntos en el establo.

La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado. Le dijo:

-Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones.

Tomó el asno el consejo y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra.

El malvado siempre es la víctima de su maldad.

 

ACTIVIDADES GENERALES

1) Di en una sola frase, cuál es el tema de cada uno de los textos y haz un breve resumen de cada uno.

2) Explica a qué género pertenecen todos los textos y justifícalo. Después di a qué subgénero pertenece cada uno y explica qué características cumple para que sea así.

3) Señala los elementos de la narración: Narrador, personajes, lugar, tiempo y estructura en cada uno de los textos.

ACTIVIDADES ESPECÍFICAS

TEXTO 1: EL CHICO Y EL COCODRILO

1) En el cuento popular, muchas veces existen repeticiones dentro del argumento ¿Observas alguna en este relato?

2) ¿Qué enseñanza principal se extrae de esta historia?

3) ¿Qué tienen en común el chico y el cocodrilo?

TEXTO 2: EL EMPERADOR DE CHINA

1) Se podría decir que el final de esta historia es irónico y que dice mucho de la naturaleza humana, ¿por qué?

TEXTO 3: EL CORAZÓN DELATOR

1) Explica el sentido del final del relato.

2) Escribe todas las palabras que no entiendas y búscalas en el diccionario. Después, anótalas en el vocabulario de  tu cuaderno.

TEXTO 4: EL ORIGEN DE MEDUSA

1) Busca otra historia relacionada con este personaje.

TEXTO 5: LA MUJER LOBA

1) Señala los elementos reales que aparecen en esta historia.

2) Busca otra leyenda española y escribe su resumen.

TEXTO 6: LA CABRA Y EL ASNO

1) Relaciona la moraleja de la historia con el contenido de esta.

2) Busca otra fábula donde el bien triunfe sobre el mal.

3) Escribe tu propia fábula.