de
Sobre Hume
Para Locke una idea compleja es fruto de la combinación de varias ideas simples. La ideas que más no interesan ahora son la de relación.
Relaciones: como su propio nombre indica, las ideas de relaciones surgen de la comparación de dos o más ideas entre sí. Cuando decimos que algo es «más alto que», «más limpio que», «más comprensible que»; cuando decimos que alguien es «padre», «marido», «hijo»; incluso cuando decimos que algo es «imperfecto», estamos estableciendo relaciones entre diversas ideas. Es importante notar que lo propio de la relación es la operación mental que la origina, por lo que cabría preguntarse si esas ideas se corresponden o no con algo efectivamente existente en la realidad exterior. La cuestión es especialmente pertinente cuando llegamos a la idea de causalidad, que Locke cataloga de forma coherente como una relación. En efecto, decimos que un suceso es la causa de otro suceso cuando el primero produce el segundo, pero en puridad lo único que nos proporciona la experiençia es la sucesión temporal y la proximidad física entre uno y otro. No «vemos» la relación causal de ninguna forma, ni podemos reducirla satisfactoriamente a un dato de la sensación. ¿Es la causalidad, en definitiva, una mera construcción de nuestra mente cuya existencia objetiva no podemos conocer? A pesar de que esta es la conclusión a la que parece llevar el empirismo estricto (como se pondría de manifiesto unos años más tarde en la filosofía de Hume), Locke se negó a aceptarla, sin proporcionar empero un adecuado análisis de esta relación.
Aguilar, Sergi,. Locke:la mente es una tabula rasa.pp.68-69
Para Hume ...los contenidos de nuestra mente se relacionan gracias al funcionamiento de tres leyes, la de semejanza, la de contigüidad y la de causación. Es así que, en virtud de la ley de semejanza, un cuadro remitirá nuestra mente al original, que es muy probable que el Palacio Real de Madrid nos incite a pensar en la catedral de La Almudena, pues están al lado, o que la idea de humo nos lleve a la de fuego, su causa.
A propósito de la causalidad, ... Comúnmente se supone que entre las causas y los efectos hay una relación de conexión necesaria, y que la causa posee algún poder, fuerza o energía que es responsable del efecto. Pues bien, se pregunta Hume, ¿qué es lo que realmente observamos en una relación causal? Su ejemplo más famoso es el del movimiento de una bola de billar que choca con otra que estaba en reposo, que a su vez comienza a moverse a raíz del impacto. Como observador de este suceso, lo único que puedo descubrir son dos cosas:
1. La prioridad temporal de la causa.
2. La contigüidad en el tiempo y en el espacio de la causa y el efecto.
Es decir, percibo que el movimiento que llamo causa es anterior al movimiento que denomino efecto, y percibo el contacto entre las bolas y que no hubo intervalo alguno entre el choque y el movimiento de la segunda bola. Mientras considere un único ejemplo de relación causal —como este del choque de las bolas de billar—, no puedo ir más allá de estas dos circunstancias. Pero si repito el suceso con las mismas bolas u otras del mismo género, y en circunstancias similares,siempre observaré que el movimiento de la segunda bola sigue al de la primera. En suma, descubriré que hay una conjunción constante entre las causas y los efectos. Dicho coloquialmente, que en circunstancias idénticas siempre ocurre lo mismo. De acuerdo con esto —es decir, con lo que percibimos en una relación causal repetida—, Hume propondrá la siguiente definición de causa:
Un objeto precedente y contiguo a otro, y donde todos los objetos semejantes al primero están situados en una relación parecida de precedencia y contigüidad con aquellos objetos semejantes al último.
Pero entonces resulta que no observamos ningún poder en el objeto que llamamos «causa» que provoque necesariamente el efecto en cuestión; no percibimos la conexión necesaria entre las causas y los efectos. En conclusión, no vivimos en un mundo donde percibamos la necesidad como una propiedad de las relaciones entre los objetos, donde podamos saber que las cosas tienen unos poderes que de manera necesaria los llevan a producir determinados efectos. Es solo la experiencia la que nos enseña cómo se comportan las cosas. Antes de lanzarse al agua, un niño no puede saber si flotará o se hundirá.
¿Cuál es, entonces, el origen de nuestra idea de necesidad? Dicho de otra forma, ¿a qué impresión remite? ... la única alternativa que queda es remitirnos a alguna impresión radicada en la mente que percibe ambos objetos; y aquí, precisamente en una creencia, va a localizar Hume el origen de la idea. Cuando aparecen muchos casos uniformes de una misma relación —es decir, a la presencia de unos objetos similares le sigue siempre la aparición de otros objetos también similares—, experimentamos una inclinación o propensión a asociar los unos con los otros, y ante la aparición de un suceso la mente se ve conducida por hábito a la idea de su acompañante usual y a creer que este existirá. Por consiguiente, afirma Hume,
[...] esta conexión que sentimos en la mente, esta transición acostumbrada de la imaginación desde un objeto a su acompañante habitual, es el sentimiento o impresión a partir del que formamos la idea de poder o conexión necesaria.
De acuerdo con esta conclusión, Hume ofrece una nueva definición de causa:
Un objeto precedente y contiguo a otro, y unido con él en la imaginación de tal forma que la idea de uno determina a la mente a formar la idea del otro, y la impresión de uno a formar una idea más vivaz del otro.
Pongamos un ejemplo que podría parecer que contradice el planteamiento de Hume. Imaginemos dos relojes situados uno al lado del otro y que, cuando uno marca la hora a la que suena la alarma y esta comienza a sonar, inmediatamente después suena la alarma del segundo reloj. Es evidente que, después de que esto pasara unas cuantas veces, generaríamos una expectativa y que, cada vez que oyésemos la alarma del primero, esperaríamos oír la del segundo. Hay prioridad de un sonido en relación con el otro, hay contigüidad espacio-temporal (pues hemos dicho que los relojes están situados uno al lado del otro, e inmediatamente después de que se active la primera alarma suena la otra) y hay conjunción constante, pues siempre ha ocurrido lo mismo. Parece que se dan todas las condiciones en las que Hume descompone una relación causal. ¿Deberíamos concluir por tanto que el sonido del primer reloj es la causa del sonido del segundo? Alguien convencido del análisis de Hume quizá dijera que sí, que todo autoriza esta conclusión. Pero también debería añadir que podríamos salir de este error si separamos los dos relojes y vemos que el segundo continúa sonando igual, o —mucho más interesante— si el primero deja de sonar y observamos que el segundo sigue haciéndolo. Es decir, se produce lo que considerábamos que era el efecto cuando lo que creíamos que era la causa ha desaparecido. Luego no había una tal relación causal. En resumidas cuentas, la experiencia puede llevarnos a conclusiones erróneas, pero una experiencia más amplia nos libera de las mismas. De hecho, es así como funcionamos en nuestra vida cotidiana y como progresa la investigación científica.
Muy bien, pero cabría preguntarse: ¿por qué creemos que las relaciones causales son necesarias? Lo que ocurre es que la mente humana tiende o propende a «aplicar» o transferir a los objetos exteriores cualquier impresión interna que estos provoquen en ella. De esta manera, esa necesidad, que realmente no es nada más que la resolución de la mente a pasar de la idea de un objeto a la de su acompañante habitual, es proyectada al mundo exterior, y nos vemos impelidos a creer que la necesidad o el poder son cualidades que pertenecen a los objetos y relaciones que observamos. Pero esto es un espejismo. Lo que llamamos «conexión necesaria» no es sino una proyección «hacia afuera» de nuestra confianza en lo que va a ocurrir, de nuestra expectativa, de un cambio que se ha producido en nuestra mente al haberse acostumbrado a un secuencia regular de acontecimientos, de tal forma que aquella anticipa lo que va a suceder.
López Sastre, Gerardo. Hume:cuándo saber ser escéptico.pp.42-45