Lecturas Devocionales de Adultos 2017


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Un sacrificio voluntario

2017-02-01 - Adultos

«Y al que puede fortaleceros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos». Romanos 16: 25

EL PLAN DE NUESTRA REDENCIÓN no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una revelación «del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos» (Rom. 16:25). Fue una manifestación de los principios que desde la eternidad habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del ser humano seducido por el apóstata. El Señor no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3: 16, RV60). [...]

Este fue un sacrificio voluntario. Jesús podría haber permanecido al lado del Padre. Podría haber conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.

Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz que, partiendo del trono de Dios, decía: «He aquí, vengo». «Sacrificio y ofrenda, no quisiste; mas me diste un cuerpo [...]. He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Heb. 10: 5-7). Con estas palabras se anunció el cumplimiento del misterio que había estado oculto desde tiempos eternos. Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y encarnarse. Él dice: «Me diste un cuerpo». Si hubiera aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible. [...]

Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Plantó su tienda al lado de la tienda de los seres humanos, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida.- El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 13-15.




Una unión inquebrantable

2017-02-02 - Adultos

«Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad; Dios fue manifestado en carne». 1 Timoteo 3: 16


POR SU VIDA y su muerte, Cristo logró aún más que restaurar lo que el pecado había arruinado. Era el propósito de Satanás conseguir una eterna separación entre Dios y la raza humana; pero en Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3: 16). Lo dio no solo para que llevase nuestros pecados y muriera como sacrificio nuestro; lo dio a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. [...] Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es «el Hijo del hombre» quien comparte el trono del universo. [...] El Yo Soy es el Mediador entre Dios y la humanidad, que pone su mano sobre ambos. El que es «santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores», no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb. 7:26, JBS; ver 2: 11). En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo se unen. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito. [...]

Por el sacrificio abnegado del amor, los habitantes de la tierra y del cielo quedarán ligados a su Creador con vínculos de unión indisoluble.

La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar no solo redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única mancha obscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los hombres, «morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos» (Apoc. 21:3, RVA). Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le alabarán por su Don inefable: Emmanuel, «Dios con nosotros» (Mat. 1:23).- El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 16-18.


Obras mayores

2017-02-03 - Adultos

«Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras». Juan 14: 11

MIENTRAS CRISTO pronunciaba estas palabras, la gloria de Dios resplandecía en su rostro, y todos los presentes sintieron un sagrado temor al escuchar sus palabras con profunda atención. Sus corazones fueron atraídos hacia él; y mientras eran atraídos a Cristo con mayor amor, se acercaban también los unos hacia los otros. Sentían que el cielo estaba muy cerca, y que las palabras que escuchaban eran un mensaje enviado a ellos por su Padre celestial.

«De cierto, de cierto os digo -continuó Cristo- el que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará» (Juan 14:12). El Salvador anhelaba profundamente que sus discípulos comprendiesen con qué propósito su divinidad se había unido a la humanidad. Vino al mundo para revelar la gloria de Dios, a fin de que el ser humano pudiese ser elevado por su poder restaurador. Dios se manifestó en él a fin de que pudiese manifestarse en ellos. Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los seres humanos no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si toman la decisión de vivir sometidos a Dios como él lo hizo.

«Y mayores que estas hará; porque yo Voy al Padre» (vers. 12). Con esto no quiso decir Cristo que la obra de los discípulos sería de un carácter más elevado que la propia, sino que tendría mayor extensión. No se refirió meramente a la ejecución de milagros, sino a todo lo que sucedería bajo la obra del Espíritu Santo.

Después de la ascensión del Señor, los discípulos experimentaron el cumplimiento de su promesa. Las escenas de la crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo fueron para ellos una realidad viviente. Vieron que las profecías se habían cumplido literalmente. Escudriñaron las Escrituras y aceptaron sus enseñanzas con una fe y seguridad que no conocían antes. Sabían que el divino Maestro era todo lo que había declarado ser. Y al contar ellos lo que habían experimentado y al enaltecer el amor de Dios, los corazones humanos se enternecían y multitudes creían en Jesús.

La promesa del Salvador a sus discípulos es válida para su iglesia hasta el fin del tiempo. No es el plan de Dios que su plan para redimir a la humanidad lograse resultados insignificantes. Todos los que quieran ir a trabajar, no confiando en lo que ellos mismos pueden hacer sino en lo que Dios puede hacer en ellos y por ellos, experimentarán ciertamente el cumplimiento de su promesa: «Mayores [obras] hará -él declara- porque yo voy al Padre» (Juan 14:12).- El Deseado de todas las gentes, cap. 73, pp. 635-636.


Dios nos llama

2017-02-04 - Adultos

«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Juan 1: 14

COMO REPRESENTANTES suyos entre la raza humana, Cristo no elige ángeles que nunca cayeron, sino a seres humanos, hombres y mujeres de pasiones semejantes a las de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo mismo se revistió de la humanidad, para poder alcanzar a la raza humana. La divinidad necesitaba de la humanidad; porque se requería tanto lo divino como lo humano para traer la salvación al mundo. La divinidad necesitaba de la humanidad para proporcionar un medio de comunicación entre Dios y el ser humano. Así sucede con los siervos y mensajeros de Cristo. El ser humano necesita un poder exterior a sí mismo para restaurarlo a la semejanza de Dios y capacitarlo para hacer la obra de Dios; pero esto disminuye la importancia del agente humano. La humanidad se apropia del poder divino, Cristo mora en el corazón por la fe; y mediante la cooperación con lo divino el poder humano se hace eficiente para el bien.

El que llamó a los pescadores de Galilea continúa llamando hombres y mujeres a su servicio. Y está tan dispuesto a manifestar su poder por medio de nosotros como por los primeros discípulos. No importa cuán imperfectos y pecaminosos seamos, el Señor nos ofrece asociarnos consigo, para que seamos aprendices de Cristo. Nos invita a ponernos bajo la instrucción divina para que unidos con Cristo podamos realizar las obras de Dios.

«Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Cor. 4: 7). Esta es la razón por la cual la predicación del Evangelio fue confiada a personas sujetas a error más bien que a los ángeles. De esta forma se pone de manifiesto que el poder que actúa por la debilidad de la humanidad es el poder de Dios; y así se nos anima a creer que el poder que puede ayudar a otros tan débiles como nosotros puede ayudarnos a nosotros también. Y los que están sujetos a flaquezas deben poder compadecerse «de los ignorantes y extraviados» (Heb. 5: 2). Habiendo estado en peligro ellos mismos, conocen los riesgos y dificultades del camino, y por esta razón reciben el llamado a buscar a otros que están en igual peligro. Hay almas angustiadas por la duda, llenas de flaquezas, débiles en la fe e incapacitadas para comprender al Invisible; pero un amigo en quien pueden confiar, que les habla en nombre de Cristo, puede ser el medio para fortalecer su débil fe en Cristo.

Hemos de colaborar con los ángeles para presentar a Jesús al mundo.- El Deseado de todas las gentes, cap. 30, pp. 267-268.


El Maestro divino

2017-02-05 - Adultos

«Se llamará su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre eterno”, “Príncipe de paz"». Isaías 9: 6

EN EL MAESTRO enviado por Dios, el cielo dio a los seres humanos lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios.

Por medio de Cristo se había transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él fue quien habló a través de todo aquel que en el transcurso de los siglos había sido vocero de la palabra de Dios a la humanidad. Todo lo bueno de las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos. La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza de Daniel, el entusiasmo y la abnegación de Pablo, el poder mental y espiritual manifestado en todos estos personajes, y en todos los demás seres humanos que han vivido en esta tierra, no eran más que destellos del esplendor de la gloria de Cristo. En él se halla el ideal perfecto.

Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y verdadero propósito de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que debemos ser; lo que podemos ser si lo recibimos y si permitimos que la divinidad habite en nosotros. Vino a mostrar cómo hemos de ser educados los seres humanos, como hijos e hijas de Dios que somos; cómo hemos de poner en práctica los principios del cielo en esta vida.

Dios concedió su mayor don para responder a la mayor de las necesidades humanas. La luz apareció cuando la oscuridad del mundo era más densa. Hacía mucho que, como resultado de las falsas enseñanzas, las mentes humanas habían sido alejadas de Dios. En los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había sustituido a la revelación divina. En vez de la norma de verdad dada por el cielo, se había aceptado una norma de invención humana. Se habían apartado de la Luz de la vida, para andar a la luz del fuego que ellos mismos habían encendido. [...]

El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender a la humanidad. Solo por medio de la bondad, la fe y el amor, se pueden alcanzar y ennoblecer a los seres humanos. En esto Cristo constituye el Maestro de los maestros, el único de todos los que haya podido haber en esta tierra que ha sido capaz de comprender verdaderamente el alma humana.- La educación, cap. 8, pp. 67-71.


Amor abnegado

2017-02-06 - Adultos

«Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». Juan 3: 17

«LA LUZ EN NUESTRO CORAZÓN para que conociéramos la gloria de Dios» se ve «en el rostro de Cristo» (2 Cor. 4:6, NVI). Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era «la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4), la imagen de su grandeza y majestad, «el resplandor de su gloria» (Heb. 1: 3). Cristo vino a nuestro mundo para manifestar esa gloria. Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser «Dios con nosotros». Por lo tanto, fue profetizado de él: «Y le pondrás por nombre Emanuel» (Mat. 1:23).

Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los seres humanos como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: «Yo les he dado a conocer tu nombre» —«misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad»—, «para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos» (Juan 17:26; Éxo.34: 6). Pero esta revelación de Dios y su carácter no se ha dado solo para los habitantes de este planeta. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual «los ángeles mismos quisieran contemplar» (1 Ped. 1:12, NVI), y será su estudio a través de la eternidad. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor abnegado es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que «no busca lo suyo» (1 Cor. 13:5) tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al ser humano.

Al principio, Dios se revelaba en todas las obras de la creación. Fue Cristo quien «extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra» (Zac. 12:1, NVI). Fue su mano la que colgó los mundos en el espacio, y modeló las flores del campo. El «que afirma los montes con su poder», «suyo es el mar, pues él lo hizo» (Sal, 65: 6,95: 5, NBLH). Fue él quien llenó la tierra de hermosura y el aire con los trinos de las aves. Y sobre todas las cosas de la tierra, del aire y el cielo, escribió el mensaje del amor del Padre.- El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 11-12.


Lucifer desenmascarado

2017-02-07 - Adultos

«Y despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz». Colosenses 2: 15

AL ECHAR A SATANÁS del cielo, Dios manifestó su justicia y mantuvo el honor de su trono. Pero cuando el ser humano pecó, cediendo a la tentación del ángel rebelde, Dios dio una prueba de su amor, consintiendo en que su Hijo unigénito muriese por la raza caída. El carácter de Dios se pone de manifiesto en el sacrificio expiatorio de Cristo. El poderoso mensaje de la cruz demuestra a todo el universo que el gobierno de Dios no era de ninguna manera responsable del camino de pecado que Lucifer había escogido.

Durante el ministerio terrenal de Cristo el carácter del gran engañador quedó al descubierto. Nada habría podido desarraigar tan completamente las simpatías que los ángeles y todo el universo pudieran sentir hacia Satanás, como su guerra cruel contra el Redentor del mundo. Su petición atrevida y blasfema de que Cristo le rindiese homenaje, su orgullosa presunción que le hizo transportarlo a la cúspide del monte y al pináculo del templo, la intención malévola que mostró al instarle a que se arrojara de aquella vertiginosa altura, la inquina implacable con la cual persiguió al Salvador por todas partes, e inspiró a los corazones de los sacerdotes y del pueblo a que rechazaran su amor y a que gritaran al fin: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» (Luc. 23:21). Todo esto, despertó el asombro y la indignación del universo.

Fue Satanás el que impulsó al mundo a rechazar a Cristo. El príncipe del mal hizo cuanto pudo y empleó toda su astucia para matar a Jesús, pues vio que la misericordia y el amor del Salvador, su compasión y su tierna piedad estaban representando ante el mundo el carácter de Dios. Satanás disputó todos los asertos del Hijo de Dios, y empleó a los seres humanos como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra Aquel cuya vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía de un sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos de la envidia y la malicia, del odio y la venganza, estallaron en el Calvario contra el Hijo de Dios, mientras el cielo miraba con silencioso horror. [...]

Entonces fue cuando la culpabilidad de Satanás quedó al descubierto. Había dado a conocer su verdadero carácter de mentiroso y asesino.- El conflicto de los siglos, cap. 30, pp. 491-492.


El egoísmo no puede comprender el amor

2017-02-08 - Adultos

«Junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono [...] y seré semejante al Altísimo». Isaías 14: 13-14

AL NACER JESÚS, Satanás supo que había venido un Ser con la encomienda divina de disputarle su dominio. Tembló al oír el mensaje del ángel que atestiguaba la autoridad del Rey recién nacido. Satanás conocía muy bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como amado del Padre. El hecho de que el Hijo de Dios viniese a esta tierra como hombre le llenaba de asombro y temor. No podía comprender el misterio de este gran sacrificio. Su alma egoísta no podía comprender tal amor por la familia humana. Los seres humanos no conocían la gloria y la paz del cielo y el gozo de la comunión con Dios; pero Lucifer sí los conocía, él había sido el querubín protector. Puesto que había perdido el cielo, estaba resuelto a vengarse haciendo participara otros de su caída. Esto lo lograría induciéndolos a menospreciar los asuntos celestiales, y poner sus afectos en los terrenales. [...]

La imagen de Dios se manifestaba en Cristo, y Satanás, en consulta con sus demonios, se había propuesto vencerle. Ningún ser humano había venido al mundo y escapado al poder del engañador. Todas las fuerzas del mal se concentraron en asediar a Cristo y, si era posible, vencerlo.

En ocasión del bautismo de Jesús, Satanás se hallaba entre los testigos. Viola gloria del Padre que descendía sobre su Hijo. Oyó la voz de Jehová dar testimonio de la divinidad de Cristo. Desde la caída, la raza humana había estado privada de la comunión directa con Dios; la comunión entre el cielo y la tierra se había realizado por medio de Cristo; pero ahora que Jesús había venido «en semejanza de carne de pecado» (Rom. 8:3), el Padre mismo habló. Antes se había comunicado con la humanidad por medio de Cristo; ahora se comunicaba con la humanidad en Cristo. Satanás había esperado que el aborrecimiento que Dios siente hacia el pecado produjera una eterna separación entre el cielo y la tierra. Pero ahora era evidente que la relación entre Dios y el ser humano había sido restaurada.

Satanás vio que debía vencer o ser vencido. El desenlace del conflicto eran demasiado trascendentales como para ser confiados a sus ángeles aliados. Debía dirigir personalmente la guerra. Todos los poderes del mal se unieron contra el Hijo de Dios. Cristo se convirtió en el blanco de todos los ataques del infierno.- El Deseado de todas las gentes, cap. 12, pp. 94-95.


Dios entiende

2017-02-09 - Adultos

«De su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia». Juan 1: 16

DESDE QUE JESÚS vino a morar con nosotros, sabemos que Dios conoce nuestras luchas y se solidariza con nuestros pesares. Cada ser humano puede comprender que nuestro Creador es el amigo de los pecadores. Porque en toda manifestación de la gracia, toda promesa de gozo, todo acto de amor, todo llamado divino presentado en la vida del Salvador en la tierra, vemos a «Dios con nosotros» (Mat. 1:23).

Satanás representa la divina ley de amor como una ley de egoísmo. Declara que nos es imposible obedecer sus preceptos. Acusa al Creador de ser responsable de la caída de nuestros primeros padres, con toda la miseria que ello ha provocado, e induce a los seres humanos a considerar a Dios como autor del pecado, del sufrimiento y de la muerte. Jesús vino a desenmascarar este engaño. Como uno de nosotros, vino a dar un ejemplo de obediencia. Para esto tomó sobre sí nuestra naturaleza, y pasó por nuestras vicisitudes. «Por lo cual convenía que en todo fuera semejado a sus hermanos» (Heb. 2: 17). Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no soportó, Satanás diría que en este aspecto el poder de Dios no es suficiente para nosotros. Por lo tanto, Jesús fue «tentado en todo, según nuestra semejanza» (Heb, 4:15). Soportó todas las tentaciones que nosotros soportamos. Y no utilizó en su beneficio ningún poder que no nos sea ofrecido generosamente. Como hombre, hizo frente a la tentación, y venció con la fuerza que Dios le daba. Él dice: «Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón» (Sal.40:8, NBLH). Mientras andaba haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por Satanás, mostró claramente a los seres humanos el carácter de la ley de Dios y la naturaleza de su servicio. Su vida testifica que para nosotros también es posible obedecer la ley de Dios.

Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: «Yo Soy el que Soy» (Éxo. 3:14) [...]. Ya nosotros nos dice: «Yo Soy el buen pastor». «Yo Soy el pan vivo». «Yo Soy el camino, y la verdad, y la vida». «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Juan 10: 11; 6: 51; 14:6; Mat. 28:18). «YO SOY la seguridad de toda promesa». «Yo Soy; no tengas miedo». «Dios con nosotros» es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo.- El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 15-16.



La historia de Belén

2017-02-10 - Adultos

«Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor». Lucas 2: 11

EL CIELO Y LA TIERRA no están más lejos hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles. Hoy en día la humanidad sigue recibiendo el llamado celestial tanto como cuando las personas comunes, de ocupaciones ordinarias, se encontraban con los ángeles al mediodía, y hablaban con los mensajeros celestiales en las viñas y los campos. Mientras recorremos las sendas humildes de la vida, el cielo puede estar muy cerca de nosotros. Los ángeles de los atrios celestes acompañarán los pasos de aquellos que sigan las órdenes de Dios.

La historia de Belén es un tema inagotable. En ella se oculta la «¡profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios!» (Rom. 11:33). Nos maravilla el sacrificio realizado por el Salvador al cambiar el trono celestial por el pesebre, y la compañía de los ángeles que le adoraban por la de las bestias del establo. La presunción y el orgullo humanos quedan reprendidos en su presencia. Sin embargo, aquello no fue sino el inicio de su maravillosa condescendencia. Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier ser humano, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Pero él tomó nuestra naturaleza para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.

En el cielo, Satanás había odiado a Cristo por la posición que ocupaba en las cortes de Dios. Lo odió aún más cuando se vio destronado. Odiaba a Aquel que se había comprometido a redimir a una raza de pecadores. Sin embargo, a ese mundo donde Satanás pretendía dominar, Dios permitió su Hijo descendiera, como niño impotente, sujeto a la debilidad humana. Le dejó arrostrar los peligros de la vida que todo ser humano debe afrontar, pelear la batalla como la debe pelear cada hijo de la familia humana, aun a riesgo de sufrir la derrota y la pérdida eterna. [...]

Pero Dios entregó a su Hijo unigénito para que enfrentase un conflicto más acerbo y a un riesgo más espantoso, a fin de asegurar la senda de la vida para nuestros pequeñuelos. «En esto consiste el amor» (1 Juan 4:10). ¡Maravíllense, cielos! ¡Asómbrate, oh tierra! - El Deseado de todas las gentes, cap. 4, pp. 32-33.



Entender su misión

2017-02-11 - Adultos

«Cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la Fiesta». Lucas 2:42

LA PASCUA IBA SEGUIDA de los siete días de panes sin levadura. El segundo día de la fiesta, se presentaba una gavilla de cebada delante del Señor como primicias de la cosecha del año. Todas las ceremonias de la fiesta eran figuras de la obra de Cristo. La liberación de Israel de la esclavitud egipcia era un símbolo de la redención, que la Pascua estaba destinada a rememorar. El cordero que se sacrificaba, el pan sin levadura, la gavilla de las primicias, representaban al Salvador.

Para la mayor parte de los que vivía en los días de Cristo, la observancia de esta fiesta se había convertido en puro formalismo. Pero, ¡cuánto significaba para el Hijo de Dios!

Por primera vez, el niño Jesús miraba el templo. Veía a los sacerdotes de albos vestidos cumplir su solemne ministerio. Contemplaba la sangrante víctima sobre el altar del sacrificio. Juntamente con los adoradores, se inclinaba en oración mientras que la nube de incienso ascendía delante de Dios. Presenciaba los impresionantes ritos de la Pascua. Día tras día, comprendía mejor su significado. Cada acto parecía ligado a su propia vida. Se despertaban nuevos impulsos en él. Silencioso y absorto, parecía estar estudiando un gran problema. El misterio de su misión se estaba revelando al Salvador.

Cautivado por estas escenas, no permaneció al lado de sus padres. Buscó la soledad. Cuando terminaron los servicios pascuales, se demoró en los atrios del templo; y cuando los adoradores salieron de Jerusalén, él fue dejado atrás.

En esta visita a Jerusalén, los padres de Jesús desearon familiarizarlo con los grandes maestros de Israel. Aunque era obediente a la Palabra de Dios, no se conformaba con los ritos y las costumbres de los rabinos. José y María esperaban inducir a Jesús a reverenciar a esos sabios y a prestar más atención a sus requerimientos. Pero en el templo Jesús había sido enseñado por Dios, y empezó en seguida a impartir lo que había recibido. [...]

De haber seguido las lecciones que él señalaba, los sabios habrían realizado una reforma en la religión de su tiempo. Se habría despertado un profundo interés en las cosas espirituales; y al iniciar Jesús su ministerio, muchos habrían estado preparados para recibirlo.- El Deseado de todas las gentes, cap. 8, pp. 60-62.



«Los negocios de mi Padre»

2017-02-12 - Adultos

«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?». Lucas 2: 49

«¿POR QUE ME BUSCABAIS? -contestó Jesús-. ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?» (Luc.2:49). Y como no parecían comprender sus palabras, él señaló hacia arriba. En su rostro había una luz que los admiraba. La divinidad fulguraba a través de la humanidad. Al hallarle en el templo, habían escuchado lo que sucedía entre él y los rabinos, y se habían asombrado de sus preguntas y respuestas. Sus palabras despertaron en ellos pensamientos que nunca olvidarían. [...]

Era normal que los padres de Jesús le considerasen como su propio hijo. Él estaba diariamente con ellos; en muchos aspectos su vida era igual a la de los otros niños, y les era difícil comprender que era el Hijo de Dios. Corrían el peligro de no apreciar la bendición que se les concedía con la presencia del Redentor del mundo. El pesar de verse separados de él, y el suave reproche que sus palabras implicaban, estaban destinados a hacerles ver el carácter sagrado de su misión.

En la respuesta que dio a su madre, Jesús demostró por primera vez que comprendía su relación con Dios. Antes de su nacimiento, el ángel había dicho a María: «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre» (Luc. 1: 32-33). María había guardado estas palabras en su corazón; sin embargo, aunque creía que su hijo había de ser el Mesías de Israel, no comprendía su misión. En esta ocasión, no entendió sus palabras; pero sabía que había negado que fuera hijo de José y se había declarado Hijo de Dios.

Jesús no ignoraba su relación con sus padres terrenales. Desde Jerusalén volvió a casa con ellos, y los ayudó en su vida cotidiana. Ocultó en su corazón el misterio de Su misión, esperando sumiso el momento señalado en que debía emprender su labor. Durante dieciocho años después de haber aseverado ser Hijo de Dios, reconoció el vínculo que le unía a la familia de Nazaret, y cumplió los deberes de hijo, hermano, amigo y ciudadano.- El Deseado de todas las gentes, cap. 8, pp. 63-64.



Problemas familiares

2017-02-13 - Adultos

«Ni a un sus hermanos creían en él». Juan 7: 5

A MUY TEMPRANA EDAD, Jesús se había hecho responsable de la formación de su carácter, y ni siquiera el respeto y el amor por sus padres podían apartarlo de la obediencia a la Palabra de Dios. La declaración: «Escrito está» constituía su razón para todo acto que difería de las costumbres familiares. Pero la influencia de los rabinos le amargaba la vida. Aun en su juventud tuvo que aprender la dura lección del silencio y la paciente tolerancia.

Sus hermanos, como se llamaba a los hijos de José, se ponían del lado de los rabinos. Insistían en que debían seguirse las tradiciones como si fuesen requerimientos de Dios. Hasta tenían los preceptos de los hombres en más alta estima que la Palabra de Dios, y les molestaba mucho sabiduría de Jesús al distinguir entre lo falso y lo verdadero. Condenaban su estricta obediencia a la ley de Dios como terquedad. Les asombraba el conocimiento y la sabiduría que demostraba al contestar a los rabinos. Sabían que no había recibido instrucción de los sabios, pero no podían menos que ver que los instruía a ellos. Reconocían que su educación era de un carácter superior a la de ellos. Pero no comprendían que tenía acceso al árbol de la vida, a una fuente de conocimientos que ellos ignoraban. [...]

Jesús siempre mostraba interés por los demás, e impartía la luz de una piedad alegre a todos los que le rodeaban. Todo esto reprendía a los fariseos. Demostraba que la religión no consiste en egoísmo, y que su mórbida devoción al interés personal distaba mucho de ser verdadera piedad. Esto había despertado su enemistad contra Jesús, de manera que procuraban obtener por la fuerza su conformidad a los reglamentos de ellos. [...]

Esta situación desagradaba a los hermanos de Jesús. Siendo mayores que él, les parecía que debía estar sometido a sus dictados. Lo acusaban de creerse superior a ellos, y lo reprendían por colocarse más arriba que los maestros, sacerdotes y gobernantes del pueblo. Con frecuencia lo amenazaban y trataban de intimidarlo; pero él seguía adelante, haciendo de las Escrituras su guía.

Jesús amaba a sus hermanos y los trataba con bondad; pero ellos estaban celosos de él y manifestaban la incredulidad y el desprecio más acérrimos. No podían comprender su conducta.- El Deseado de todas las gentes, cap. 9, pp. 68-70.



Paciencia

2017-02-14 - Adultos

«¿Podéis beber del vaso que yo bebo?». Marcos 10: 38

ENTRE LAS AMARGURAS que experimenta la humanidad, no hubo ninguna que no le tocó a Cristo. Había quienes trataban de denigrarlo a causa de su nacimiento, y aun en su niñez tuvo que hacer frente a sus miradas burlescas e impías murmuraciones. Si hubiese respondido con una palabra o mirada impaciente, si hubiese complacido a sus hermanos con un solo acto reprochable, no habría sido un ejemplo perfecto. No hubiese podido llevar a cabo el plan de redención. Si hubiese admitido siquiera que podía haber una excusa para el pecado, Satanás habría triunfado, y el mundo se habría perdido. Esta es la razón por la cual el tentador trató por todos los medios de hacer su vida tan penosa como fuera posible, a fin de inducirlo a pecar.

Pero para cada tentación tenía una respuesta: «Escrito está» (Mat. 4: 4). Rara vez reprendía algún mal proceder de sus hermanos, pero tenía alguna palabra de Dios que dirigirles. Con frecuencia lo acusaban de cobardía por negarse a participar con ellos en algún acto reprochable; pero su respuesta era: Escrito está: «El temor del Señores la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28:28).

Había algunos que buscaban su compañía, sintiéndose en paz en su presencia; pero muchos lo evitaban, porque su vida inmaculada los reprendía. [...]

Con frecuencia le preguntaban: ¿Por qué insistes en ser tan singular, tan diferente de nosotros todos? Escrito está, decía: «Bienaventurados los íntegros de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios y con todo el corazón lo buscan, pues no hacen maldad los que andan en sus caminos» (Sal. 119: 1-3).

Cuando le preguntaban por qué no participaba en las diversiones de la juventud de Nazaret, decía: Escrito está: «Me he gozado en el camino de tus testimonios más que toda riqueza. En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras» (Sal. 119:14-16).

Jesús no peleaba por sus derechos. Con frecuencia su trabajo resultaba innecesariamente penoso porque siempre estaba dispuesto y no se quejaba. Sin embargo, no desmayaba ni se desanimaba. Vivía por encima de estas dificultades, como en la luz del rostro de Dios. No buscaba represalias cuando lo maltrataban, sino que soportaba pacientemente los insultos.- El Deseado de todas las gentes, cap. 9, pp. 70-71.



Enfoquémonos en Cristo

2017-02-15 - Adultos

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es». 2 Corintios 5: 17

CUANDO CRISTO se hizo humano, unió la humanidad consigo mediante un lazo que ningún poder es capaz de romper, salvo la decisión de cada ser humano. Satanás nos presentará de continuo tentaciones para persuadirnos de que rompamos ese vínculo, a que decidamos separarnos de Cristo. Hemos de orar, velar y luchar para que nada pueda inducirnos a elegir otro maestro; ya que siempre tenemos la posibilidad de hacerlo. Mantengamos por lo tanto los ojos fijos en Cristo, y él nos protegerá. Confiando en Jesús estamos seguros. Nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano. Contemplándolo constantemente «somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Cor. 3: 18, NVI).

Así fue como los primeros discípulos llegaron a asemejarse a su amado Salvador. Cuando aquellos discípulos oyeron las palabras de Jesús, sintieron su necesidad de él. Lo buscaron, lo encontraron y lo siguieron. Estaban con él en la casa, a la mesa, en los lugares solitarios o en el campo. Lo acompañaban según la costumbre de que los discípulos siguieran a su maestro, y diariamente recibían de sus labios lecciones de santa verdad. Lo miraban como los siervos a su señor, para aprender cuáles eran sus tareas. Aquellos discípulos eran seres humanos con «debilidades como las nuestras» (Sant. 5: 17, NVI); que tenían que librar la misma batalla contra el pecado, y que como nosotros tenían necesidad de la gracia para poder vivir una vida de santidad.

Incluso Juan, el discípulo amado, el que llegó a reflejar la imagen del Salvador de forma más plena, no poseía por naturaleza esa belleza de carácter. No solo hacía valer sus derechos y ambicionaba honores, sino que era impetuoso y se resentía cuando lo ofendían. Sin embargo, cuando contempló el carácter divino de Cristo, vio su propia deficiencia y este conocimiento le hizo ser más humilde. La fortaleza y la paciencia, el poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre que vio en la vida diaria del Hijo de Dios, lo llenaban de admiración y amor. Cada vez más su corazón fue sintiéndose atraído hacia Jesús, hasta que en su amor por su Maestro perdió de vista su propio yo. Su rencor y su ambición fueron cediendo al poder transformador de Cristo. La influencia regeneradora del Espíritu Santo cambió su corazón. El poder del amor de Cristo transformó su carácter. Este es el resultado de la comunión con Cristo. Cuando él mora en el corazón, toda nuestra naturaleza se transforma. El Espíritu de Cristo y su amor conmueven el corazón, conquistan el alma y elevan los pensamientos y anhelos a Dios y al cielo.- El camino a Cristo, cap. 8, pp. 107-109.



El amor es más fuerte que la muerte

2017-02-16 - Adultos

«Y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado». Romanos 5: 5

DEBEMOS CAER sobre la Roca y ser quebrantados, antes que podamos ser levantados en Cristo. El yo debe ser destronado, el orgullo debe ser humillado, si queremos conocer la gloria del reino espiritual. [...]

A la luz de la vida del Salvador, el corazón de cada uno, aun desde el Creador hasta el príncipe de las tinieblas, será revelado. Satanás presentaba a Dios como un tirano egoísta y opresor, que lo pedía todo y no daba nada, que exigía el servicio de sus criaturas para su propia gloria, sin hacer ningún sacrificio para su bien. Pero el don de Cristo revela el corazón del Padre. Testifica que los deseos de Dios hacia nosotros son «pensamientos de paz, y no de mal» (Jer. 29:11). Declara que aunque Dios aborrece el pecado tanto como la muerte, su amor hacia el pecador es más fuerte que la muerte. Habiendo emprendido nuestra redención, no escatimará nada, por mucho que le cueste, de lo que sea necesario para completar su obra. Dios no retiene ninguna verdad esencial para nuestra salvación, no omite ningún milagro de misericordia, no deja de usar ningún agente divino. Al contrario, acumula un favor sobre otro, una dádiva sobre otra. Todo el tesoro del cielo está a disposición de aquellos a quienes él trata de salvar. Habiendo reunido las riquezas del universo, y abierto sus recursos infinitos, lo entrega todo en las manos de Cristo y dice: «Todo esto es para el ser humano. Úsalas para convencerlo de que no hay mayor amor que el mío en la tierra o en el cielo. Amándome hallará su mayor felicidad».

En la cruz del Calvario, el amor y el egoísmo se encontraron frente a frente. Allí se manifestaron de forma definitiva. Cristo había vivido tan solo para consolar y bendecir, y al darle muerte, Satanás reveló la perversidad de su odio contra Dios. Puso de manifiesto que el propósito verdadero de su rebelión era destronar a Dios, y destruir a Aquel por quien el amor de Dios se manifestaba.

Por la vida y la muerte de Cristo, los pensamientos de los seres humanos son puestos en evidencia. Desde el pesebre hasta la cruz, la vida de Jesús fue una vida de entrega de sí mismo, él participó en nuestros sufrimientos. Reveló los propósitos de los seres humanos. Jesús vino con la verdad del cielo, y todos los que escucharon la Voz del Espíritu Santo fueron atraídos a él. Los que se adoraban a sí mismos pertenecían al reino de Satanás. En su actitud hacia Cristo, quedaría de manifiesto de qué lado se encuentra cada persona. Y así cada uno pronuncia juicio sobre sí mismo.- El Deseado de todas las gentes, cap. 5, pp. 40-41.



El buen pastor

2017-02-17 - Adultos

«Yo soy el buen pastor». Juan 10: 11

JESÚS CONOCE CADA ALMA como si fuera la única por la cual hubiese muerto. Nuestras penas conmueven su tierno corazón. Nuestros clamores de auxilio estremecen su oído. Él vino para atraer a todos los seres humanos a sí. Nos invita: «Seguidme», y su Espíritu obra en nuestros corazones para inducirnos a venir a él. Muchos rechazan el llamado, Jesús sabe quiénes son. Sabe también quiénes oyen alegremente su llamado y están listos para colocarse bajo su cuidado pastoral. Él dice: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Juan 10:27). Cuida a cada una como si no hubiera otra sobre la faz de la tierra. [...]

No es el temor al castigo, o la esperanza de la recompensa eterna, lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirlo. Contemplan el amor incondicional del Salvador, revelado en su vida terrenal, desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y al ver al Salvador sienten la atracción y sus espíritus se conmueven. El amor se despierta en el corazón de los que contemplan a Cristo. Ellos oyen su voz, y lo siguen.

Como el pastor va delante de sus ovejas y es el primero que hace frente a los peligros del camino, así hace Jesús con su pueblo. «Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas» (Juan 10:4). El camino al cielo está consagrado por las huellas del Salvador. La senda puede ser empinada y escabrosa, pero Jesús ha recorrido ese camino; sus pies han pisado las agudas espinas, para hacernos el camino más fácil. Él mismo ha soportado todas las cargas que nosotros hemos de soportar.

Aunque ascendió a la presencia de Dios y comparte el trono del universo, Jesús no ha perdido su naturaleza compasiva. Hoy el mismo tierno y amante corazón está abierto a todas las angustias de la humanidad. Hoy las manos que fueron horadadas se extienden para bendecir abundantemente a su pueblo que está en el mundo. «No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10: 28). El alma que se ha entregado a Cristo es más valiosa a sus ojos que el mundo entero. El Salvador habría pasado por la agonía del Calvario para que uno solo pudiera salvarse en su reino. Nunca abandona a un alma por la cual murió. A menos que sus seguidores escojan abandonarlo, él los sostendrá siempre.- El Deseado de todas las gentes, cap. 52, pp. 454-455.



La prueba de la divinidad de Cristo

2017-02-18 - Adultos

«¡Lázaro, ven fuera!». Juan 11: 43

JESÚS SINTIÓ UNA PUNZADA de angustia, y dijo a sus discípulos: «Lázaro ha muerto» (Juan 11:14). Pero Cristo no solo tenía que pensar en aquellos a quienes amaba en Betania; tenía que considerar la instrucción de sus discípulos. Ellos habían de ser sus representantes ante el mundo, para que la bendición del Padre pudiera abarcara todos. Por su causa, permitió que Lázaro muriera. Si le hubiese devuelto la salud cuando estaba enfermo, el milagro que llegó a ser la evidencia más contundente de su divinidad, no se habría realizado. [...]

Al demorar su visita, Jesús tenía un propósito misericordioso con los que no le habían recibido. Tardó, a fin de que al resucitar a Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e incrédulo, otra evidencia de que él era de veras «la resurrección y la vida» (Juan 11. 25). [...] En su misericordia, se propuso darles una evidencia más de que era el Restaurador, el único que podía sacar «a luz la vida y la inmortalidad» (2 Tim. 1: 10). Sería una evidencia que los sacerdotes no podrían malinterpretar. Tal fue la razón de su demora en ir a Betania. Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro, había de poner el sello de Dios sobre su obra y su pretensión a la divinidad. [...]

Lázaro había sido puesto en una cueva rocosa, y una piedra maciza había sido rodada a la entrada. «Quitad la piedra» (Juan 11.39), dijo Cristo. Pensando que él deseaba tan solo mirar al muerto, Marta objetó diciendo que el cuerpo había estado sepultado cuatro días y que había entrado en estado de descomposición. Esta declaración, hecha antes de la resurrección de Lázaro, no dejó a los enemigos de Cristo lugar para decir que había subterfugio. [...]

«Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: “Lázaro, ven fuera”» (Juan 11: 43). Su voz, clara y penetrante, entró en los oídos del muerto. La divinidad fulguró a través de la humanidad. En su rostro, iluminado por la gloria de Dios, la gente vio la seguridad de su poder. Todos fijaron la mirada en la entrada de la cueva. Cada oído prestó atención al menor sonido. En intensa expectativa aguardaron la prueba de la divinidad de Cristo, la evidencia que había de comprobar su aserto de que era el Hijo de Dios, o la señal de que debían extinguir esa esperanza para siempre. La tumba silenciosa se agitó, y el que estaba muerto se puso de pie a la puerta del sepulcro.- El Deseado de todas las gentes, cap. 58, pp. 499-505.




La entrada triunfal

2017-02-19 - Adultos

«Mira que tu rey vendrá a ti, justo y Salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna». Zacarías 9: 9

CRISTO SEGUÍA la costumbre de los judíos en cuanto a una entrada real. El animal en el cual cabalgaba era el que montaban los reyes de Israel, y la profecía había predicho que así vendría el Mesías a su reino. No bien se hubo sentado sobre el pollino cuando una algarabía de triunfo llenó el aire. La multitud le aclamó como Mesías, como su Rey Jesús aceptaba ahora el homenaje que nunca antes había permitido que se le rindiera, y los discípulos interpretaron eso como una prueba de que se cumplirían sus esperanzas y le verían establecerse en el trono. La multitud estaba convencida de que la hora de su emancipación estaba cerca. En su imaginación, veía a los ejércitos romanos expulsados de Jerusalén, y a Israel convertido una vez más en nación independiente. Todos estaban felices y alborozados; competían unos con otros por rendirle homenaje. No podían exhibir pompa y esplendor exteriores, pero le tributaban la adoración de corazones felices. Eran incapaces de presentarle regalos costosos, pero extendían sus mantos como alfombra en su camino, y esparcían también en él ramas de oliva y palmas. No podían encabezar la procesión triunfal con estandartes reales, pero esparcían palmas, emblema natural de victoria, y las agitaban en alto con sonoras aclamaciones y hosannas.

A medida que avanzaba, la multitud crecía con aquellos que habían oído de la venida de Jesús y se apresuraban a unirse a la procesión [...].

Todos habían oído hablar de Jesús y esperaban que fuese a Jerusalén; pero sabían que había desalentado hasta entonces todo esfuerzo que se hiciera para entronizarlo, y se asombraban grandemente al saber que realmente era él. Se maravillaban de que se hubiese producido este cambio en Aquel que había declarado que su reino no era de este mundo. [...]

Nunca antes en su vida terrenal había permitido Jesús una demostración semejante. Previó claramente el resultado. Lo llevaría a la cruz. [...]

Era necesario, entonces, que los ojos de todo el pueblo se dirigieran ahora a él; los acontecimientos previos a su gran sacrificio debían ser tales que llamasen la atención al sacrificio mismo. Después de una demostración como la que acompañó a su entrada triunfal en Jerusalén, todos los ojos seguirían su rápido avance hacia el desenlace.- El Deseado de todas las gentes, cap. 63, pp. 538-539.




Jesús vino a glorificar al Padre

2017-02-20 - Adultos

«Pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Juan 12: 27-28

EL MENSAJE DIRIGIDO a los griegos, al predecir la reunión de los gentiles, recordó a Jesús su misión. La obra de la redención pasó delante de él, abarcando desde el tiempo en que el plan fue trazado en el cielo hasta su muerte, ahora tan cercana. Una nube misteriosa pareció rodear al Hijo de Dios. Los que estaban cerca de él sintieron su melancolía. Quedó absorto en sus pensamientos. [...]

Luego vino la sumisión divina a la voluntad de su Padre. «Para esto -dijo- he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre» (Juan 12: 27-28). Únicamente por la muerte de Cristo podía ser derrocado el reino de Satanás. Únicamente así podía ser redimido el ser humano y Dios glorificado. Jesús consintió en la agonía, aceptó el sacrificio. El Rey del cielo consintió en sufrir como portador del pecado. «Padre, glorifica tu nombre», dijo. Mientras Cristo decía estas palabras, vino una respuesta de la nube que se cernía sobre su cabeza: «Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez» (Juan 12: 28). Toda la vida de Cristo, desde el pesebre hasta el tiempo en que fueron pronunciadas estas palabras, había glorificado a Dios. Y en la prueba que se acercaba, sus sufrimientos divino-humanos iban a glorificar en verdad el nombre de su Padre.

Al oírse la voz, una luz brotó de la nube y rodeó a Cristo, como si los brazos del poder infinito se cerniesen alrededor de él como una muralla de fuego. La gente contempló esta escena con terror y asombro.

Nadie se atrevió a hablar. Con labios silenciosos y aliento en suspenso, permanecieron todos con los ojos fijos en Jesús. Habiéndose dado el testimonio del Padre, la nube se alzó y se disipó en el cielo. Por el momento, terminó la comunión visible entre el Padre y el Hijo.

«Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido trueno. Otros decían: “Un ángel le ha hablado”» (Juan 12:29). Pero los griegos investigadores vieron la nube, oyeron la voz, comprendieron su significado y discernieron verdaderamente a Cristo; les fue revelado como el Enviado de Dios.

La voz de Dios había sido oída en ocasión del bautismo de Jesús al principio de su ministerio, y nuevamente en ocasión de su transfiguración sobre el monte. Ahora, al final de su ministerio, es escuchó por tercera vez, por un número mayor de personas y en circunstancias peculiares.- El Deseado de todas las gentes, cap. 67, pp. 592-593.




El evangelio al mundo

2017-02-21 - Adultos

«Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin». Mateo 24: 14

CRISTO ANUNCIÓ LAS SEÑALES de su venida. Declaró que podemos saber cuándo está cerca, aun a las puertas. Dice de aquellos que vean estas señales: «No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca» (Mat. 24:34). Estas señales han aparecido. Podemos saber con seguridad que la venida del Señor está cercana. «El cielo y la tierra pasarán -dice- mas mis palabras no pasarán» (Mat. 24:35). [...]

El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del hombre es un misterio de Dios. [...]

En la profecía referente a la destrucción de Jerusalén, Cristo dijo: «Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mat. 24:12-14). Esta profecía volverá a cumplirse. La maldad de aquellos tiempos se repetirá en esta generación. Lo mismo ocurrirá con la predicación del evangelio. Antes de la caída de Jerusalén, Pablo, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, declaró que el evangelio había sido predicado a «toda criatura que está debajo del cielo» (Col. 1:23). Así también ahora, antes de la venida del Hijo del hombre, el evangelio eterno ha de ser predicado «a toda nación y tribu, lengua y pueblo» (Apoc. 14:6).

Dios «ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo» (Hech. 17:31). Cristo nos dice cuándo ha de iniciarse ese día. No afirma que todo el mundo se convertirá, sino que «será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mat. 24:14). Mediante la proclamación del evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No solo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla (2 Ped. 3: 12). Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor lo ordenó, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria. [...]

Los que aguardan la venida de su Señor no esperan en ociosa expectativa. [...] Velan pero también trabajan fervientemente, pues saben que el Señor está a las puertas. Cooperan activamente con los seres divinos y trabajar para la salvación de las almas.- El Deseado de todas las gentes, cap. 69, pp. 601-604.




Ya están limpios

2017-02-22 - Adultos

«El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies [...], pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios». Juan 13: 10, NVI

ESTAS PALABRAS van más allá de la mera limpieza física. Cristo tenía en mente la purificación superior y la ilustró con la inferior. El que salía del baño, estaba limpio, pero los pies calzados con sandalias se ensuciaban pronto con el polvo, y necesitaban que se los lavase. De esta misma forma Pedro y los demás discípulos habían sido lavados en la gran fuente que nos limpia del pecado y la impureza. Cristo los reconocía como suyos. Pero la tentación los había inducido al mal, y necesitaban todavía su gracia purificadora. Cuando Jesús se ciñó con una toalla para lavar el polvo de sus pies, deseó por este mismo acto lavar el enajenamiento, los celos y el orgullo de sus corazones. Esto era mucho más importante que lavar sus polvorientos pies. Con el espíritu que entonces manifestaban, ninguno de ellos estaba preparado para estar en comunión con Cristo. A menos que manifestasen humildad y amor, no estarían preparados para participar en la cena pascual, o del servicio conmemorativo que Cristo estaba por instituir. Sus corazones debían ser limpiados. El orgullo y el egoísmo crean división y odio, pero Jesús se los quitó al lavarles los pies. Se realizó un cambio en sus sentimientos. Mirándolos, Jesús pudo decir: «Vosotros limpios estáis» (Juan 13: 10). Ahora sus corazones estaban unidos por el amor mutuo. Habían llegado a ser humildes y estaban dispuestos a recibir la enseñanza de Cristo. [...]

Cuando los creyentes se congregan para celebrar la Cena del Señor, hay ángeles presentes, aun cuando no los podamos ver. Puede haber un Judas en el grupo, y en tal caso hay también allí mensajeros del príncipe de las tinieblas, porque ellos acompañan a todos los que se niegan a ser dirigidos por el Espíritu Santo. Estos visitantes invisibles están presentes en toda ocasión tal. Pueden entrar en el grupo personas que no son de todo corazón siervos de la verdad y la santidad, pero que desean tomar parte en el rito. No debe prohibírselas. Hay testigos que estuvieron presentes cuando Jesús lavó los pies de los discípulos y de Judas. Hay ojos más que humanos que contemplan la escena. [...]

Nadie debe excluirse de la comunión porque esté presente alguna persona indigna. Cada discípulo está llamado a participar públicamente de ella y dar así testimonio de que acepta a Cristo como Salvador personal. Es en estas ocasiones designadas por él mismo cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece por su presencia.- El Deseado de todas las gentes, caps. 71,72, pp. 617-628.




El ladrón arrepentido

2017-02-23 - Adultos

«Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino». Lucas 23: 42

DURANTE SU SUFRIMIENTO sobre la cruz, Jesús recibió un rayo de consuelo: la petición del ladrón arrepentido. Los dos malhechores crucificados con Jesús se habían burlado de él al principio; y por causa de las torturas uno de ellos se volvió más desesperado y desafiante. Pero no sucedió así con su compañero. Este hombre no era un criminal empedernido. Las malas compañías lo habían extraviado, pero era menos culpable que muchos de aquellos que estaban al lado de la cruz injuriando del Salvador. Había visto y oído a Jesús y se había convencido por su enseñanza, pero los sacerdotes y príncipes lo habían desviado del buen camino. Procurando ahogar su convicción, se había sumergido más y más en el pecado, hasta que fue arrestado, juzgado como criminal y condenado a morir en la cruz. En el tribunal y de camino al Calvario, había estado en compañía de Jesús. Había oído a Pilato declarar: «Ningún delito hallo en él» (Juan 19:4). Había notado su porte divino y el espíritu compasivo de perdón que manifestaba hacia quienes lo atormentaban. En la cruz, vio a aquellos que profesaban ser religiosos sacarle la lengua de forma burlesca y ridiculizar al Señor Jesús. Vio las cabezas que se sacudían, oyó cómo su compañero de crimen repetía las palabras de reproche: «Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo ya nosotros» (Luc. 23:39). Entre los que pasaban, oía a muchos que defendían a Jesús. Les oía repetir sus palabras y hablar de sus obras. Se sintió convencido de que era el Cristo. Volviéndose hacia su compañero culpable, dijo: «¿Ni siquiera estando en la misma condenación temes tú a Dios?» (Luc. 23:40). Los ladrones moribundos no tenían ya nada que temer de los seres humanos. Pero uno de ellos estaba convencido de que había un Dios a quien temer, un futuro que debía hacerle temblar. Y ahora, así como se hallaba, todo manchado por el pecado, se veía a punto de terminar la historia de su vida. «Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; pero este ningún mal hizo» (Luc. 23:41). [...]

El Espíritu Santo lo iluminó y poco a poco las evidencias formaron una cadena de eslabones en su mente. En Jesús, maltratado, escarnecido y colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su alma desamparada se aferraba de un Salvador moribundo. Señor, «acuérdate de mí -exclamó- cuando vengas en tu reino» (Luc. 23: 42). Prestamente llegó la respuesta. El tono era suave y melodioso, y las palabras, llenas de amor, compasión y poder: «De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso» (Luc. 23:43).- El Deseado de todas las gentes, cap. 78, pp. 709-710.




«Consumado es»

2017-02-24 - Adultos

«Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: “¡Consumado es!”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu ». Juan 19: 30

CON FIERAS TENTACIONES, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultara eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como sustituto del ser humano, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón. [...]

Dios y sus santos ángeles estaban al lado de la cruz. El Padre estaba con su Hijo. Sin embargo, su presencia no se reveló. Si su gloria hubiese fulgurado de la nube, habría quedado destruido todo espectador humano. En aquella hora terrible la presencia del Padre no consoló a Cristo [...].

El grito: «Consumado es», tuvo profundo significado para los ángeles y los mundos que no habían caído. La gran obra de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros. Ellos comparten con nosotros los frutos de la victoria de Cristo.

Antes de la muerte de Cristo, el carácter de Satanás no se había revelado claramente a los ángeles ni a los mundos que no habían caído. El gran apóstata se había presentado de forma tan engañosa que aun los seres santos no habían comprendido sus principios. No habían percibido claramente la naturaleza de su rebelión. [...]

El concilio celestial había decidido que se le debía dar a Satanás tiempo para que desarrollara los principios que constituían el fundamento de su sistema de gobierno. Él había declarado que eran superiores a los principios de Dios. Se dio tiempo al desarrollo de los principios de Satanás, a fin de que todo el universo pudiese verlos. [...]

Bien podían, pues, los ángeles regocijarse al mirar la cruz del Salvador; porque aunque no lo comprendiesen entonces todo, sabían que la destrucción del pecado y de Satanás estaba asegurada para siempre, como también la redención del ser humano, y el universo quedaría seguro por toda la eternidad.- El Deseado de todas las gentes, caps. 78,79, pp. 713-714, 719-726.




El Señor ha resucitado

2017-02-25 - Adultos

«No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron». Mateo 28: 6, NVI

UN TERREMOTO señaló la hora en que Cristo entregó su vida, y otro terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a tomar. El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la tumba con el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tierra, el fulgor del relámpago y el rugido del trueno. [...]

Cristo surgió de la tumba, glorificado, y la guardia romana lo contempló. Sus ojos quedaron clavados en el rostro de Aquel de quien se habían burlado tan recientemente. En este ser glorificado, contemplaron al prisionero a quien habían visto en el tribunal, a Aquel para quien habían trenzado una corona de espinas. [...]

Al ver a los ángeles y al Salvador glorificado, los guardias romanos se habían desmayado y caído como muertos. Cuando el séquito celestial quedó oculto de su vista, se levantaron y tan prestamente como los podían llevar sus temblorosos pies se encaminaron hacia la puerta del jardín. Tambaleándose como borrachos, se dirigieron apresuradamente a la ciudad contando las nuevas maravillosas a cuantos encontraban. Iban a donde estaba Pilato, pero su informe llegó primero a las autoridades judías, y los sumos sacerdotes y príncipes ordenaron que fuesen traídos primero a su presencia. Estos soldados ofrecían una extraña apariencia. Temblorosos de miedo, con los rostros pálidos, daban testimonio de la resurrección de Cristo. Contaron todo como lo habían visto; no habían tenido tiempo para pensar ni para decir otra cosa que la verdad. Con dolorosa entonación dijeron: Fue el Hijo de Dios quien fue crucificado; hemos oído a un ángel proclamarle Majestad del cielo, Rey de gloria. [...]

Los rostros de los sacerdotes parecían como de muertos. Caifás procuró hablar. Sus labios se movieron, pero no expresaron sonido alguno. [...] Entonces colocaron un informe mentiroso en boca de los soldados. [...]

Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a esperar que el Salvador no resucitase. Exigió el cuerpo del Señor, y puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Cristo preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial. Cuando vio a Cristo salir triunfante, supo que su reino acabaría y que él habría de morir finalmente.- El Deseado de todas las gentes, cap. 81, pp. 740-742.




Él es el Rey de gloria

2017-02-26 - Adultos

«¡Ábranse, portones antiguos! Ábranse, puertas antiguas, y dejen que entre el Rey de gloria». Salmo 24: 7, NTV

HABÍA LLEGADO el tiempo en que Cristo había de ascender al trono de su Padre. Como conquistador divino, había de volver con los trofeos de la victoria a los atrios celestiales. [...]

Ahora, con los once discípulos, Jesús se dirigió al monte. Mientras pasaban por la puerta de Jerusalén, muchos se fijaron, admirados por este pequeño grupo conducido por Uno que unas semanas antes había sido condenado y crucificado [...].

Con las manos extendidas para bendecirlos, como si quisiera asegurarles su cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo por un poder más fuerte que cualquier atracción terrenal. [...]

Mientras los discípulos estaban todavía mirando hacia arriba, se dirigieron a ellos unas voces que parecían como la música más melodiosa. Se dieron la vuelta, y vieron a dos ángeles en forma de hombres que les hablaron diciendo: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hech,1l: 11, RV60).

Estos ángeles pertenecían al grupo que había estado esperando en una nube resplandeciente para escoltar a Jesús hasta su hogar celestial. Eran los más exaltados de la hueste angélica, los dos que habían ido a la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo y habían estado con él durante toda su vida en la tierra. Todo el cielo había esperado con impaciencia el fin de la estadía de Jesús en un mundo afligido por la maldición del pecado. [...]

Todo el cielo estaba esperando para dar la bienvenida al Salvador a los atrios celestiales. Mientras ascendía, iba adelante, y los cautivos por la muerte, libertados en ocasión de su resurrección le seguían. La hueste celestial, con aclamaciones de alabanza y canto celestial, acompañaba al gozoso séquito.

Al acercarse a la ciudad de Dios, la escolta de ángeles demanda: «¡Alzad, puertas, Vuestras cabezas! ¡Alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria!» (Sal. 24: 9).- El Deseado de todas las gentes, cap. 87, pp. 785-789.




La coronación de Cristo y sus resultados

2017-02-27 - Adultos

«Jesús [...] Se sentó a la diestra del trono de Dios». Hebreos 12: 2

LA ASCENSIÓN DE CRISTO al cielo fue la señal de que sus seguidores iban a recibir la bendición prometida. Debían esperarla antes de empezar a hacer su obra. Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue entronizado en medio de la adoración de los ángeles. Tan pronto como terminó esta ceremonia, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fue de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad. El derramamiento pentecostal era la manifestación terrenal de que el Redentor había iniciado su ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado el Espíritu Santo del cielo a sus seguidores como prueba de que, como sacerdote y rey, había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y era el Ungido sobre su pueblo. [...]

Durante su vida en la tierra, había sembrado la semilla de la verdad, y la había regado con su sangre. Las conversiones que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su enseñanza.

Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían eliminado el prejuicio que había resistido tanta evidencia. Pero el Espíritu Santo hizo penetrar los argumentos en los corazones con poder divino. Las palabras de los apóstoles eran como flechas agudas del Todopoderoso que convencían a los presentes de su terrible culpa por haber rechazado y crucificado al Señor de gloria.

Bajo la instrucción de Cristo, los discípulos habían llegado a sentir su necesidad del Espíritu. Bajo la enseñanza del Espíritu, recibieron la preparación final y salieron a emprender la obra de su vida. Ya no eran ignorantes e incultos. Ya no eran unidades independientes, ni elementos discordantes y antagónicos. Ya no cifraban sus esperanzas en la grandeza mundanal. Eran «unánimes», «de un corazón y un alma» (Hech. 2: 46; 4:32.) Cristo llenaba sus pensamientos; su objetivo común era el avance de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como su Maestro [...].

El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que no lograron comprender mientras Cristo estuvo con ellos quedaron aclaradas ahora. Con una fe y una seguridad que nunca antes habían conocido, aceptaron las enseñanzas de la Palabra Sagrada.- Los hechos de los apóstoles, cap. 4, pp. 31-36.




La intercesión de Cristo

2017-02-28 - Adultos

«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Hebreos 4: 16

EL SANTUARIO CELESTIAL es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los seres humanos. Es relevante para toda la raza humana. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la justicia sobre el pecado. Es de vital importancia que todos estudiemos a fondo este tema, y que estemos siempre listos a dar respuesta a todo aquel que nos pida «razón de la esperanza» que hay en nosotros (1 Ped. 3: 15).

La intercesión de Cristo por la humanidad en el santuario celestial es tan vital para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Con su muerte dio inicio a aquella obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su resurrección. Por la fe debemos entrar «donde Jesús entró por nosotros como precursor» (Heb. 6:20). Allí se refleja la luz de la cruz del Calvario; y allí podemos obtener una comprensión más clara de los misterios de la redención. La salvación del ser humano se obtuvo a un precio infinito para el cielo; el sacrificio hecho corresponde a las más amplias exigencias de la ley de Dios quebrantada. Jesús abrió el camino que lleva al trono del Padre, y por su intercesión pueden ser presentados ante Dios los deseos sinceros de todos los que a él se allegan con fe. [...]

Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote hacía la propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus pecados y humillarse ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres se mantengan inscritos en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudriñar sinceramente el corazón. Hemos de eliminar de nuestras vidas el espíritu frívolo al que se entregan tantos cristianos profesos. A todos aquellos que quieran someter los malos deseos que tratan de dominarlos les espera una ardua lucha. La obra de preparación es individual. La salvación no es colectiva. La pureza y la devoción de uno no suplirán la falta de estas cualidades en otro. Si bien todos debemos afrontar el juicio ante Dios, él examinará cada caso de un modo tan minucioso como si no hubiese otro ser en la tierra.- El conflicto de los siglos, cap. 29, pp. 479-481.