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Los Nueve Libros de la Historia Herodoto de Halicarnaso (484 A.C. - 425 A.C.)

Traducción P. Bartolomé Pou, S. J. (1727-1802)

Versión para eBook eBooksBrasil

Fuentes Digitales texto: wikisource.org Prólogo del Traductor, Noticia sobre el Traductor y notas edición elaleph.com

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© 2006 — Herodoto

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Index

Prólogo del Traductor: 4 Noticia sobre el Traductor: 11 Los Doce Libros de la Historia Herodoto de Halicarnaso: 17 Libro I: Clío: 18 Notas: 1.212 Libro II: Euterpe: 183 Notas: 1.224 Libro III: Talía: 330 Notas: 1.257 Libro IV: Melpómene: 478 Notas: 1.279 Libro V: Terpsícore: 618 Notas: 1.310 Libro VI: Erato: 723 Notas: 1.331 Libro VII: Polimnia: 828 Notas: 1.345 Libro VIII: Urania: 998 Notas: 1.360 Libro IX: Calíope: 1.106 Notas: 1.377

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PRÌLOGO DEL TRADUCTOR.

Nació Herodoto(1) de una familia noble en el año primero de la Olimpiada 74, o sea en el de 3462 del mundo, en Halicarnaso, colonia Dórica fundada por los Argivos en la Caria. Llamábase Liche su padre, y su madre Drio, y ambos sin duda confiaron su educación a maestros hábiles, si hemos de juzgar por los efectos. Desde su primera juventud, abandonando Herodoto su patria por no verla oprimida por el tirano Ligdamis, pasó a vivir a Samos, donde pensó perfeccionarse en el dialecto jónico con la mira acaso de publicar en aquel idioma una historia. A este designio debiólo de animar el buen gusto e ilustración que reinaban en la Grecia asiática o Asia menor, mucho más adelantada entonces en las artes que la Grecia de Europa, no menos que el ejemplo de otros historiadores así griegos como bárbaros: Helanico el Milesio y Caronte de Lámpsaco habían publicado ya sus historias Pérsicas, Xanto la de Lidia, y Hecateo Milesio la del Asia.

Nuestro Herodoto, primero viajante que historiador, quiso ver por sus mismos ojos los

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lugares que habían sido teatro de las acciones que él pensaba publicar. Recorrió en el Asia la Siria y la Palestina, y algunas expresiones suyas dan a entender que llegó a Babilonia: en África atravesó todo el Egipto hasta la misma Cirene, ignorándose si llegó a Cartago; pero donde más provincias recorrió fue en Europa, viajando por la Grecia, por el Epiro, por la Macedonia, por la Tracia, y por la Escitia, y finalmente fue a Italia o Magna Grecia, formando parte de la colonia que entonces enviaron a Turio los Atenienses. En esta nueva población parece que acabó el curso de sus viajes y de sus días; si bien hay quien cree que murió en Pella de Macedonia y cuál en Atenas, pues no constan claramente ni el lugar ni el año de su nacimiento.

Acerca del tiempo y lugar en que compuso la historia que publicó por sí mismo, parece lo más verosímil que después de algunos viajes, restituido a Samos, empezó allí a poner en orden sus noticias, bien que no las publicó por entonces. De Samos dio la vuelta a su patria, donde contribuyó a que de ella fuese expelido el tirano Ligdamis; pero viéndola después sumida en la anarquía y entregada al furor de las facciones, regresó a Grecia. Allí por primera vez, en el concurso solemne de los juegos olímpicos de la Olimpiada 81, recitó sus escritos que había traído compuestos de la Caria. La lectura de las Musas de Herodoto, a que asistía Tucidides, muy

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mozo todavía, al lado de su padre Oloro, hizo tanta impresión en aquel joven codicioso de gloria, que se le saltaron las lágrimas; lo que advirtiendo Herodoto, dijo a Oloro. -«El genio de tu hijo, nacido para las letras, exige que en ellas le instruyas.»

Segunda vez leyó su historia en Atenas en presencia de un numeroso pueblo reunido para las fiestas Panatheneas, corriendo ya el tercer año de la Olimpiada 83. Refiere Dion Crisóstomo que la leyó por tercera vez en Corinto, que no habiendo obtenido la recompensa que esperaba de Adimanto y demás Corintios, borró de su obra los elogios que de ellos hacía; mas nada hay que pruebe que esto sea sino un chisme malicioso.

Sin duda Herodoto limó posteriormente sus escritos, y añadió nuevas noticias, pues refiere sucesos posteriores a su última retirada a Turio, cuales son la invasión de los Thebanos contra los de Plateas, la embajada de los Espartanos vendidos por Sitalces, y la retirada de Zopiro a Atenas al fin del libro VII. Algunos suponen que esta historia no ha llegado a nosotros entera, mas ninguna prueba hay que haga suponer en ella vacío alguno: lo único, que se sabe es que escribió al parecer por separado un libro de los Hechos Asirios, a los cuales frecuentemente se refiere, y que existían todavía en tiempo de Aristóteles, que impugnó en parte estos últimos.

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Otros le atribuyen obras que no son suyas, y entre ellas la vida de Homero, engañados acaso por la semejanza del nombre de los autores, como Herodoro, Herodiano.

Pasando al juicio de esta obra, las prendas, en nuestro concepto, superan en mucho los defectos, resaltando entre aquellas: l.°, un estudio diligente en averiguar los hechos, y esto en un tiempo de ignorancia, tan escaso en monumentos, sin ninguno de los recursos que hoy tenemos tan a mano: 2.°, un juicio exacto y filosófico en dar clara y distintamente los motivos de los sucesos que va refiriendo y una crítica continua en separar lo que aprueba por verdadero de lo que refiere sólo por haberlo oído, y no pocas veces desecha por falso: 3.°, una prudente parsimonia en no amontonar máximas y reflexiones morales, dejando su curso a los hechos; 4.°, un estilo fluido, claro, vario y ameno, sin afectar las exquisitas figuras con que rizaban ya sus discursos los oradores, ni lo áspero, pesado y sentencioso de los filósofos. Los razonamientos que pone en boca de sus personajes son tan dramáticos, variados y propios de la situación, que nadie a mi ver se atreverá a tacharlos de difusos.

A tres se reducen los defectos de que es tachado Herodoto: 1.°, alguna sobrada malignidad, de la cual habla de propósito

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Plutarco, a veces con razón, a veces incurriendo en el vicio mismo que reprende: 2.°, mucha superstición, culpa de que no es posible excusarle sino por la naturaleza de los tiempos en que vivió, y por el deseo de captarse el aplauso público halagando las creencias populares, y sin embargo se muestra en algunos pasajes bastante atrevido para arrostrarlas: 3.°, falta de ritmo y armonía en su estilo, vicio de que le acusa Ciceron (Orat. c. LV), y de que le vindican Dionisio de Halicarnaso, Quintiliano y Luciano. Yo por mi parte opino con el primero, y me ofende no poco aquella recapitulación que nos hace de cada suceso, por más breve que sea.

Añadiré una reseña de los códices manuscritos de que se han servido los editores de Herodoto, especialmente W esselingio. -Los venecianos, de los que se valió Aldo Manucio para la primera edición griega publicada en Venecia año 1502. -Los ingleses, uno del arzobispado de Cantorberi, y otro del colegio de Etona. -El de Médicis. –Tres parisienses de la Biblioteca Real. - Los de la Biblioteca de Viena, los de Oxford, y el del cardenal Passionei.

Las ediciones de Herodoto llegadas a mi noticia son las siguientes: -La versión latina de Valla en Venecia, año 1474. -La latina de Pedro Fenix, Paris 1510. -La latina de Conrado Heresbachio en 1537, en la cual se suplió lo que

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faltaba en la primera de Valla. -La griega de Manucio, Venecia 1502. -La griega de Hervasio, Basilea 1541, y otra en 1557. -La greco-latina de Henrique Stefano 1570, y otra del mismo en 1592 corrigiendo la de Valla. -La greco-latina de Jungerman, Francfort 1608, reimpresión aumentada de la anterior. -La greco-latina de Tomás Galo, Londres 1689. La greco-latina de Gronovio, Leiden 1715. -La greco-latina de Glascua, 1716, hermosa en extremo. -La greco- latina de Pedro Wesselingio, Amsterdam 1763, con muchas variantes y notas, por cuyo texto me he regido en esta traducción.

Las versiones en romance de que tengo conocimiento son la italiana del Boyardo en Venecia en 1553, otra italiana del Becelli en Verona en 1733, y una francesa de Pedro Du- Ryer, todas a decir verdad de muy corto mérito. Veremos si será más afortunado M. L’archer en la nueva traducción francesa de Herodoto, que según noticias está trabajando.

Mi ánimo al principio era dar un Herodoto greco-hispano en la imprenta de Bodini en Parma, pero la prohibición de introducir en Espada libros españoles impresos fuera de ella, y el consejo de D. Nicolás de Azara, agente en Roma por S. M. C., me retrajeron de mi determinación. Mucho sería de desear que algún aficionado a Herodoto reimprimiera el texto griego, libre de

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tanto comentario, variantes y notas con que han ido sobrecargándole gramáticos y expositores, pues lejos de darle nueva belleza y claridad, no producen sino confusión.

Bartolomé Pou, S. J.

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(1) — He creído que lo mejor que podía hacer era tomar esta noticia de la que publicó el infatigable Pedro Wesselingio al frente de su edición de Amsterdan, pues en erudición y fidelidad nada deja que desear sobre la materia.

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