Persona 1: Este pantalón ya no me sirve, ¡qué depresión!

Persona 1.2: Hasta hace aproximadamente un año pasé cinco luchando contra mis estados de ánimo, que pasaban de euforia a depresión  constantemente, a veces de un día a otro y, en ocasiones, hasta de un momento a otro.

Cuando pasaba algo agradable en mi vida, por un tiempo me ilusionaba y le veía un final feliz, pero no faltaba mucho para que me acechasen las dudas y comenzara a estar segura de que, en un momento dado, todo iba a terminar mal, como que yo no me merecía que algo positivo sucediese en mi vida. Los estados de ánimo depresivos los puedo describir como que algo o alguien me metía en un hoyo oscuro del cual no era posible salir. No me importaba en absoluto lo que en otras ocasiones era motivo de felicidad y parecía que nada me podía sacar de ese lugar. Muchas veces la muerte me pareció un lugar ideal, ya que representaba el fin de mi angustia y mi dolor. En ese momento veía mi vida como una pieza de cristal que se había roto tantas veces, que el pegamento ya no era suficiente para hacerla fuerte.

Cada vez se me hacía más difícil encontrar fuerzas de algún lado para levantarme y seguir luchando.

Persona 2: La semana que viene tengo cinco exámenes, creo que me va a dar un ataque de ansiedad.

Persona 2.2: A los 15 años, se produjo mi primer ataque de ansiedad serio. Vivía desde hacía varios meses en una ciudad diferente a la mía. Me encontraba en clase. Estaba trabajando, sentada, delante del ordenador. De repente, sin esperarlo, comencé a sentirme mareada y a respirar con dificultad. Me levanté de la silla y tomé mayor conciencia de mi propio mareo. Sentí una especie de presión en la cabeza y noté como el corazón me palpitaba mucho más rápido.

Se lo comenté a un compañero que me acompañara al pasillo; mientras bajábamos las escaleras el miedo se apoderó de mí y sentí la necesidad de tumbarme, llorar, gritar...

Me llevó a la enfermería y el hecho de que la enfermera me dijera que necesitaba ir al médico porque mi tensión se había puesto por las nubes me generó un estado de alerta y angustia permanente. Se apoderó de mí la idea de que lo que me había pasado estaba relacionado con algún tipo de enfermedad del corazón que nadie me había detectado hasta la fecha y, por tanto, corría un serio peligro. Visitaba los servicios de urgencias cada dos por tres porque durante algunas crisis pensaba que iba a morir. Además, los ataques no se terminaban.

Terminé desarrollando agorafobia. Tenía miedo de salir de casa porque pensaba que en cualquier momento me desmayaría y nadie sería capaz de llegar a la calle a socorrerme. Me quedaba los fines de semana encerrado en casa, pendiente de que el teléfono funcionara por si tenía que pedir ayuda. Estaba muy deprimido porque no salía ni veía a mis amigos. Me avergonzaba hablar con la gente de lo que me pasaba.

Persona 3: Mi madre parece bipolar, primero me dice que sí y luego que no.

Persona 3.2: Desde que era muy pequeña mi madre decía que notaba cosas diferentes en mí, ya que había épocas en las que me aislaba de todo el mundo y solo jugaba con mis muñecas. En otras ocasiones, por el contrario, yo misma me rodeaba de muchísimas amigas y parecía muy sociable.

Así fue pasando mi niñez y adolescencia, hasta que llegué a los 16 años y sufrí mi primera crisis. Las crisis continuaron y cada vez se hacían más y más agudas. Acabé yendo a parar al hospital y estuve internada más de una semana por intento de suicidio. Ya no puedo salir de noche porque el menor cambio en mis hábitos de dormir me desequilibra totalmente, tengo que levantarme y acostarme a la hora de siempre… Vivir con un trastorno bipolar es muy difícil, y al decirlo se me llenan los ojos de lágrimas. No puedo evitar que se me quiebre la voz al recordar todos los momento duros que he pasado y aún ahora sigo pasando.

Quiero mirar atrás y recordar los momentos felices que he vivido, pero es inevitable sentir la agobiante sensación que me produce recordar el dolor que he pasado.