¿Y ellas dos?
Edgardo R. Marcos
Al principio fue alegría. Emoción. Júbilo. “Negro, quedé”, dijo una. “Flaco, estoy embarazada”, dijo la otra. Abrazos. Besos. Militancia embarazosa. Militancia concebida. Compromiso militante desde las tripas, por las vísceras propias y por las de las que se iban engendrando. Ir a los actos más orgullosa que antes. Las pintadas eran más felices. Las reuniones tenían otro sabor. Las compañeras acariciaban la panza y las miradas cómplices encerraban más afectos.
Después fue miedo. Temor. Angustia. “Flaco, ¿te parece que si me agarran no se van a dar cuenta?” decía una. “Negro, no pueden ser tan hijos de puta, si caigo no me van a dar máquina estando así, ¿no?” Esconderse. Arriesgarse un poco menos. Ir a los actos, pero quedarse cerca de las puertas. No faltar a las marchas, pero buscar algún bar con baños para mandarse si llegaban los cosacos. Temblores. Sudores. Ropa ancha. Camperas más grandes para tapar la panza.
Al final llegó el terror. “¡Negro! ¡Negro, me llevan!” gritó una. “¡Flaco, escapate vos! ¡Corré vos, que yo no doy más!” imploró la otra. Golpes. Gritos. Llantos. Capucha. Frenada. Falcon. Más golpes. Patadas. Tirarse al piso y doblar las piernas para proteger la panza. “Que me peguen en la espalda y la cabeza, pero no en el vientre” pensaba una. “¡Por favor, paren turros! ¡No ven que estoy embarazada, manga de guachos sin madre!” insultó la otra. Frío. Oscuridad. Hambre. Sollozos. Delaciones y traiciones. Firmeza y convicciones. Aguante hasta el final. Flojeras de débiles y traidores. Huesos rotos. Dientes de menos. Sangre. Pis. Caca. Violaciones. Vejaciones. Picanas. Agua helada. Submarinos. Salir a lanchear. Piñas. Patadas. Manoseos. Ropa sucia. Olores. Náuseas. Vómitos. “Pese a todo, se sigue moviendo. Si es varón se va a llamar como vos Negro ¡Te lo juro! Tiene que ser varón, va a ser varón, Negro, te lo prometo ¡Cómo te extraño mi amor!” hablaba consigo misma una. “Sigue creciendo, Flaco, sigue creciendo…Nos salió buena, yo sé que es nena, se va a llamar como mi vieja, o como la tuya…¿Dónde estarás Flaco? Te necesito tanto, mi vida” se escuchó decirse asimisma la otra.
Hasta que llegó el día. Mesada fría, para una. Catre mugriento, para la otra. Milicos. Un cura. Un médico. Poca anestesia, mucho dolor. Parto con mirones lascivos. Desgarros. Sangre. Susto. Miedo atroz. Luz mortecina. Ventanas tapiadas. Telarañas. Humedad. Ruidos sordos. Botas. Tacos altos de una mujer. Un llanto de bebé. “¿Es varón, no? Yo sabía. Te lo dije, Negro. ¡Varón y macho como el padre!” alcanzó a gritar una, antes de la inyección. “Es nena, ¿no? ¿No se la lleven hijos de puta! ¿Flaco, dónde estás? ¡Se llevan a nuestra hija! Es una nena, va a parir militantes como mi vieja” logró estallar la otra, antes de desmayarse por el golpe. Después balazo y tumba para una. Después inyección, avión y río para la otra.
Hoy hay Ernestina, Magnetto, Videla y Bregoglio, como antes hubo Camps, Plaza y Bignone. Hay Morales Solá y Carrió, pero también hay Carlotto, Bonafini, Víctor Hugo. Hay Sanz, hay Aguad, pero también hay Barone, Verbitsky. Hay mucha gente. Hay Marcela y Felipe. Hay Banco de Datos Genéticos y ADN. Hay jueces y fiscales. Todos tienen rostros, nombres y apellidos. Todas y todos aparecen y dicen. Apoyan y se quejan. Sufren y se alegran.
Pero, ¿y ellas dos? ¿Quién las recuerda? ¿Quién las nombra? Recordémoslas, por favor. Olvidarlas es matarlas otra vez. Cuando se sepa la verdad, honrémoslas. Ellas. Ellas. Ellas dos.